Cuba

Una identità in movimento


"El reloj de la conciencia". Cuento de Wilberto Victores Fernández

Wilberto Victores Fernández


A las 11:26AM, por su reloj, llega un hombre al parque Coyula. Se sienta en uno de los bancos desocupados. ¿Su nombre?, Benito; ¿qué hace allí?, se dispone a esperar a alguien; ¿a quién?, a una mujer. Hoy ,supuestamente, tendrá un desliz con la amiga de un amigo, o de quién sea, esto no viene al caso.

Mientras espera, enciende un cigarro; está un tanto nervioso. Cada vez que se involucra en un love affair siente la misma incomodidad, la dichosa conciencia. Son como siete años de matrimonio (con Benitín incluido y todo); a estas alturas siente un inmenso cariño por la mujer, aunque como es lógico (o no), a veces se cansa de lo mismo y le entra una aguda ansiedad por otra falda. Sin embargo él no es ningún aventurero, es decir, los hay peores (siempre los hay peores). En seis años y nueve meses de relación estable con la buena Estrella (porque las esposas siempre son las buenas), apenas le ha fallado en cuatro o cinco ocasiones. ¿Verdad que pudiera ser peor?

Cuando tira la colilla se interesa por el tiempo: 11:35AM. Pasa la vista en derredor, nada todavía. La amiga del amigo, quedó en encontrarse con él en este lugar entre las 11 y media y las 12 menos cuarto. Las mujeres prefieren llegar un poquito más tarde, les encanta hacer esperar a los hombres. ¿Por qué será?, ellas sabrán; esto es como preguntar por qué los hombres a cada rato necesitamos otra.

A las 11:41AM vuelve a verificar la hora.

    "Falta poco, si es que viene", piensa.

En realidad cree que no vendrá; también lo incomoda el hecho de quedarse plantado. Entretanto no aparece la susodicha, linda por cierto, enciende otro cigarro y se entretiene viendo a unos chiquillos jugar fútbol en el otro extremo del parque.

Luego de absorber del todo el cuarto cigarro se percata de que son exactamente las 11:45AM. Por un lado se molesta pues ha desperdiciado el tiempo en infructuosa espera, mas por el otro se alegra, pues llegará temprano a casa y su esposa no tendrá motivos para sospechar, además ya el niño debe haber llegado de la escuela, está loco por ver a su pequeñuelo, así le dicen a Benitín él y Estrella. Sin pensarlo dos veces se levanta del banco, no va a seguir esperando ni un segundo más. No soporta que alguien no tenga palabra. Aunque es extraño que la chica no haya acudido a la cita, ya que se mostró interesadísima en verlo, a pesar de que no ha ocurrido prácticamente nada entre ellos.

    "Bueno, algo le habrá sucedido", piensa.

Cuando da cinco o seis pasos percibe algo a sus espaldas y se vira casi bruscamente; la ve avanzar hacia él a gran velocidad; antes de que se vaya a la calle le da una patada y la devuelve a los muchachos. Benito sonríe satisfecho por la incursión futbolística y en ese momento recuerda que su reloj se le ha estado adelantando últimamente. Lo atrasa unos cinco minutos, calculando mentalmente qué hora debe ser y sin más, sigue su camino.


Página enviada por Mario Quiroga Fernández
(12 de septiembre del 2006)


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