Una antigua iglesia de cantería y estilo colonial se deja ver en uno de los pueblos más pintorescos y evocadores de la ribera de la bahía de La Habana.
Es el santuario de la Virgen de Regla, asentado en la localidad del mismo nombre. El lugar tiene un acceso por la carretera de la Vía Blanca y otro atravesando la rada a bordo de una embarcación popularmente conocida como "la lanchita de Regla". Esta barcaza podría ser considerada un crucero turístico en lugar del transporte público que es, dada la hermosura del paisaje que se divisa durante su recorrido marítimo.
Están íntimamente vinculados al nacimiento y desarrollo del pueblo con el de su santuario. Regla comenzó siendo un terreno lleno de malezas con algún precario bohío desperdigado en sus tres kilómetros cuadrados de extensión. Pero este orden de cosas sufrió un primer pequeño cambio, cuando el 27 de febrero de 1573 el Ayuntamiento de La Habana mercedó a don Diego Miranda una hacienda llamada Guaicanamar, vocablo que significa "mirando al mar". El 21 de julio de 1662 consta que se extendió también un permiso a Jacinta Cabrera para que desarrollara la crianza de ganado y la siembra de cacao en la mencionada hacienda. Asimismo ha llegado hasta nuestros días que aquí estuvo emplazado el demolido ingenio San Pedro de Guaicanamar, propiedad del alguacil mayor don Pedro recio de Oquendo, quien personalmente cedió al hermano Manuel Antonio estas tierras, sembradas entonces de trigo, para erigir una ermita a Nuestra Señora de Regla. Son los mismos terrenos que hoy ocupa el santuario de la Virgen de Regla.
Manuel Antonio, más conocido por el sobrenombre de El peregrino, tuvo a su cargo la construcción de la primera iglesia, edificada con pobres materiales. Corría el año 1690 cuando El Peregrino recibió la debida licencia de las autoridades eclesiásticas y de las seculares, concretamente del obispo Diego Evelino de Compostela, para levantar aquel pequeño oratorio con techumbre de paja en la parte más angosta de una lengua de tierra aneja a la bahía habanera y colocar allí una imagen de la virgen hecha con pincel. Según refiere el presbítero Ismael Testé en su libro Historia Eclesiástica de Cuba, existe una información fechada en 1713 donde se avala que el terreno donado por el señor Oquendo comprendía desde las cercas de su ingenio Guaicanamar, con cuatro caballerías de tierra, hasta el mar en la punta llamada Camaco.
Desafortunadamente, la precaria edificación tardó sólo dos años en desaparecer. La terrible tormenta de San Rafael se encargó de destrozarla y ante la desidia de su fundador, otro hombre con ideas religiosas arraigadas, Juan Martín de Conyedo, se encargó de emprender la fabricación del santuario que hoy cobija a la reverenciada Virgen de Regla.
Don Juan recabó la ayuda de un vecino y mercader de la ciudad de Regla nombrado Alonso Sánchez Cabello y en 1693 puso en manos la obra. Ésta finalizó un año después y quedó constituida en tres cuartos para hospederías. Fue entonces que el castellano don Pedro de Aranda, sargento mayor vecino de la ciudad de Guanabacoa, transportó la actual imagen de la Virgen desde España. Dicha travesía fue uno de los primeros milagros de la pequeña virgencita negra, puesto que cruzar desde el estrecho de Gibraltar bajo una tormenta no causó ningún daño a los implicados en la expedición. Con el tiempo creció tanto la devoción que se instauró la festividad de Nuestra Señora de Regla el 8 de septiembre con el objeto de que todo el pueblo pudiera demostrarle su gratitud a la efigie milagrosa.
A partir de ese momento la ermita empezó a adquirir importancia. Primero fue agregada a las iglesias de La Habana por orden de don fray Gerónimo Valdés en 1706; después, el 23 de diciembre de 1714, se le confirió a la santísima Virgen el título de Patrona de la Bahía. Esta ocasión fue memorable por la cantidad de personalidades relevantes que asistieron a la ceremonia.
El santuario recibió la visita del Cuerpo Capitular, comandado por el marqués de Casa Torres. En medio de una multitud formada por prelados regulares y curas, el regidor decano puso una llave de plata dorada, la insignia de lar armas y el blasón de la ciudad de Regla, en manos del ilustrísimo obispo, quien depositó todos los objetos a los pies de la Virgen de Regla. Mientras esto ocurría se desataban innumerables demostraciones festivas: las fortalezas y los navíos ancorados en la bahía lanzaban salvas de artillería, las campanas repicaban sin parar...
El 19 de octubre de 1717, a instancias del señor don Gonzalo Vaquedano, que había sido electo fiscal del Supremo Consejo de Indias, y antes oidor de la Real Audiencia de Lima, se instaló el Santísimo Sacramento en el santuario de la Virgen de Regla.
La iglesia pudo ver aumentada su extensión en muy poco tiempo. Se le edificó un portal de arcos en la puerta principal que mira hacia el norte y se alargó la nave por el sur. Asimismo se erigió la Capilla Mayor, que fungiría además como sagrario y altar de la Virgen. Se ampliaron las habitaciones y en general la hospedería donde pernoctaban los devotos asistentes al santuario, amén de todos los que iban allí de romería. Se crearon dos claustros, uno para los que acudían a orar y otro destinado a huéspedes y peregrinos. También se levantó una pieza que sería la vivienda permanente del capellán.
En estos años contaba el santuario con diez hermanos llamados "Ermitaños de Regla". Lucían barbas enormes e iban tocados con hábitos de lana de color pardo con cuello y mangas ajustados, ceñidos a la cintura con una correa grosera. Observaban los estatutos que les dio el ilustrísimo obispo fray Juan Lazo bajo la dirección de un capellán, también clérigo secular, cuyo nombramiento corría a cargo de prelados diocesanos.
Además existía una hermandad de sacerdotes y legos bajo la denominación de la Santa Concordia de Nuestra Señora Regla, que acudían al culto de la Virgen portando limosnas, y otra de San Antonio de Abad, cuyo propósito era promover la devoción a este santo.
Una religiosidad tan intensa no podía menos que arrojar frutos. El santuario se sostenía de las limosnas y legados proveniente de los devotos más privilegiados. Así se sufragaban los salarios del capellán, el vestuario y la manutención de los hermanos ermitaños y el servicio de la iglesia que para entonces se hallaba ricamente engalanada. En 1743 la iglesia acogía para siempre en su seno los restos mortales del hombre que hizo posible la existencia de este templo dedicado a la Virgen morena de Regla.
Juan Martín de Conyedo moría después de haber vivido en absoluta reclusión dentro del santuario 51 años de austera existencia consagrada totalmente al catolicismo.
Se sabe que la fábrica recibió múltiples modificaciones en el transcurso de los años. A lo largo de todo el siglo XVIII fueron ejecutadas reformas y más tarde, en el XIX, el mismo obispo Juan Díaz de Espada y Landa auspició una de ellas, específicamente en el año 1805.
Rodeado de una verja de hierro con barrotes como lanzas y pilotes cuadrados de mampostería, se levanta el santuario, muy cerca del embarcadero de Regla. Un bello pórtico, obra del prelado Espada y Landa, precede el vestíbulo al templo reglano, cuya única entrada está coronada por una espaciosa arcada de medio punto que culmina en hastial. A ambos lados las paredes laterales de la iglesia con ventanas de madera pintada de azul, guardadas bajo barrotes fijos, conforman una simple pero hermosa fachada. Por encima de la puerta de acceso y sobre el techo de la nave central surge el campanario, una construcción cuadrada constituida por la techumbre y cuatro apoyaturas. En lugar de paredes, esta estructura posee enormes aberturas. En lugar de paredes, esta estructura posee enormes aberturas rematadas por arcos de medio punto bajo los cuales se asoman las campanas.
En su interior, el santuario mezcla los dos colores que impregnan a esta ciudad bañada eternamente por las aguas. El azul y el blanco que combinan para brincar una cálida hospitalidad enriquecida con una inmaculada pureza. Las almas salen de allí depuradas. Quizá lo que causa esta sensación de placidez sea la sensación de abrigo que emana de las vigas del techo — de donde penden hermosas lámparas —, y la visión del arco cuadriculado coronado el áureo altar mayor, donde reposa la Virgen y que visto desde lejos semeja la bóveda celeste.
Otra capilla de la Virgen de Regla se halla a unos diez metros fuera del templo, mandada fabricar a principios de este siglo por una devota suya que había sido camarera en la iglesia, la señora Francisca Cárdenas. Es también muy venerada por el pueblo y se la ve rodeada de flores y velas encendidas.
No sería ocioso mencionar la gran celebridad que gozaron las ferias reglanas. En esta especia de espectáculos de ambiente popular, generalizados en toda la isla de Cuba durante el siglo XVII y parte del XVIII, tenían lugar durante los días en que se conmemoraba la fiesta del patrono o patrona de la localidad que organizaba los festejos. En estas celebraciones todas las personas con independencia de la condición social se volcaban a las calles a rendir tributo al santo o Virgen de su devoción. Cada uno paternizaba su fervor según sus propias creencias religiosas. Mientras los blancos rezaban a Nuestra Señora de Regla, los negros y mulatos veneraban a Yemayá, acompañándose de toques de tambor y algún licor extraído del jugo de los tallos de la caña de azúcar. Ya el sincretismo religioso que se manifestaba con gran fuerza en Cuba iba tomando cuerpo.
Se cuenta que fue el esclavo Eulogio Gutiérrez quien llegó a Regla para implantar la Regla de Ifá, misión que tenía asignada por Olofi y su madre Orula desde la lejana África. En Regla prosperó esta secta desde las postrimerías del siglo XIX y de ella surgieron los primeros santeros. Según el culto afrocubano, la virgen de Regla recibe el nombre de Yemayá, la diosa del mar. La religión yoruba le reconoce poderes en las relaciones matrimoniales. Estas creencias, provenientes de la parte occidental de Nigeria del Sur en África, ven en Yemayá a la orisha amante de la caza y del manejo del machete. La reconocen astuta, colérica e indomable, pero también capaz de impartir castigos con justicia.
La devoción de la Virgen de Regla somete a casi todos los que abordan la "lanchita de Regla" en el embarcadero situado en la Avenida del Puerto, en La Habana. Como regidos por el instinto, los viajantes lanzan al mar una moneda invocándola mientras va quedando a la zaga la edificación con predominio de arcadas y olor a salitre, donde segundos antes estaba fondeada la lancha. Quizás tal proceder se deba al remoto origen de esta advocación, que vincula con el mar a esta santa de tez morena simbolizada con el color azul.
Son muchísimos los fieles que emplean la lancha para llegar al santuario. Es como el camino obligado. Sólo prefieren el viaje por carretera aquellos que suelen marearse con el vaivén de las olas del mar. Aunque de una ribera a otra de la rada habanera la travesía es breve y tranquila, "la lanchita de Regla" se zarandea bajo el efecto de las sacudidas más mínimas, ya sean provocadas por cualquier corriente de aire o por el movimiento de los propios pasajeros sobre cubierta. Por eso algunas personas precavidas evitan exponerse a estos efectos tan peculiares y se decantan por viajar en vehículos terrestres.
El motor de la embarcación ronronea bajo las aguas acompasada y quejosamente durante alrededor de diez minutos, que es más o menos el tiempo que transcurre desde que se zarpa en la Avenida del Puerto hasta que se escucha y siente el impacto de la goma que cubre la popa de la barcaza contra el muelle de la ciudad de Regla.
No hace mucho tiempo, en el verano de 1994, los habituales usuarios de la "lanchita" y los muchos devotos de la patrona de la bahía que acuden por estas fechas al santuario aprovechando las vacaciones fueron sorprendidos por un hecho con todos los ingredientes de una seria hollywoodense de acción. Unas personas que pretendían salir de Cuba por forma ilegal rumbo a Miami, en Estados Unidos, secuestraron la embarcación amenazando a tripulación y pasajeros con armas de fuego. Mientras el rocambolesco incidente se resolvía bajo la acción policial y de algún que otro valeroso Rambo caribeño, algunos prefirieron rezar a la Virgen de Regla fervorosamente. En fin de cuentas se hallaban flotando sobre los dominios de la eterna patrona de la bahía de La Habana.
Tomado de: ANA LUCÍA ORTEGA ALVAREZ, Iglesias de Cuba, Madrid, Agualarga Editores, S.L., 1999
Página realizada por: Karina Somonte Rodríguez