Sus alumnos de las más variadas edades lo recuerdan cual surtidor de enseñanzas, lo mismo en la consulta cotidiana que en el quirófano, el salón de reuniones, el aula, e incluso en un pasillo de cualquiera de nuestras instituciones hospitalarias, donde supo fomentar el Programa Nacional para la Lucha contra la Retinosis Pigmentaria.
Dar buenos ejemplos fue ocupación importante en la vida de Orfilio Peláez Molina. Así se hizo rico al acumular incalculable fortuna de amor en el ámbito social y familiar.
Su vida estuvo fuertemente abrazada a la ciencia confirmando cuán grande fue la vocación del eminente médico, al anteponer al propio su interés por los demás.
En cada latido de los 77 años vividos regaló lo que consideró valor de salvación: el humanismo, con el propósito de llevar a la mínima expresión las dolencias y limitaciones de sus pacientes. La muerte — inoportuna siempre — se asomó en la madrugada del 15 de enero del 2001 para golpearlo con un infarto cerebral que terminó con su existencia dos días después.
Justo el Día de la Ciencia Cubana, hace cinco años, los colegas lo esperaban para intercambiar sobre los actuales desafíos del mundo. El Profesor lo tenía todo listo; con la humildad de siempre había preparado una intervención en que ratificaba su responsabilidad política y profesional. Allí hablaría de las preocupaciones que lo acompañaban: la tremenda inequidad existente en el mundo, la elevación del nivel del mar y el peligro para los estados insulares, la polución del aire, la deforestación, la escasez de agua potable...
No conforme con crear una técnica quirúrgica para detener el avance de la retinosis pigmentaria, Peláez reiteraría en ese encuentro su sueño de derrotar totalmente a la enfermedad, incluso la posibilidad de lograr diagnosticarla de manera precoz y quizás desde el estado prenatal para evitar su desencadenamiento, tal como dejó escrito en lo que se ha considerado su testamento de hombre comprometido.
Así de inmensa fue su visión, la más apropiada para quien desde los años mozos encontró en el combate contra la ceguera el sentido de su vida.
En el encuentro, frustrado por la muerte, de seguro Orfilio regalaría a los presentes nuevas lecciones, porque nunca vio en otro profesional de la ciencia a un competidor, porque su mayor satisfacción — y la sentía deber — era poner al alcance de la humanidad cada hallazgo que la ciencia fuera capaz de conquistar.
Fuente: Granma Diario
http://www.granma.cubaweb.cu/2006/01/17/nacional/artic07.html
La Habana, martes 17 de enero de 2006. Año 10 / Número 17