Después de concluido el Diálogo Cívico los partidos de oposición mantuvieron la unidad de consignas en torno a la SAR en espera de una nueva coyuntura política
que propiciase una convocatoria a elecciones generales inmediatas.
El 3 de abril de 1956 fue descubierta la conspiración de oficiales encabezada por el Coronel Ramón Barquín. Aunque la conjura no estaba vinculada a
organizaciones políticas, entre sus principales objetivos estaba convocar a elecciones generales una vez derrocado el gobierno. Impactados por esta noticia, los miembros de la SAR emitieron una declaración en la que indirectamente justificaban la actitud de los militares insurgentes y reiteraban su llamado a unas elecciones generales inmediatas. No era interés de la SAR promover conspiraciones ni fuera ni dentro del Ejército, más bien presentaba estos sucesos
como muestra inequívoca de que era necesario arribar a un arreglo político antes que continuara la inestabilidad social del país.
Se había generado una situación de impasse político pues la coyuntura del momento conspiraba contra cualquier acercamiento entre el gobierno y la oposición oficial. El régimen del 10 de marzo había interpretado el pronunciamiento de la SAR a raíz de la conspiración de los puros como un llamado al caos y la violencia. Por esas razones un relevante político de la oposición y avezado analista de la realidad cubana, el exVicepresidente Guillermo Alonso Pujol en carta de 24 de abril aconsejaba:
"Estimo, en mérito de las realidades apuntadas y frente a tamañas perspectivas, que resultaría improcedente organizar hoy de modo formal, un núcleo cívico y presentarlo ante el país demandando del Gobierno específicas decisiones de carácter electoral, aún cuando se encaminen al logro de la paz y el sosiego público. El reclamo podía perderse en el confusionismo reinante y en los ámbitos de movilización policíaca que cubre muchos ángulos de la actividad oficial. Para hablar con plena autoridad e
influir eficazmente en las masas oposicionistas (...) aconsejo esperar que haga crisis la crisis en que vive la oposición y que el Gobierno admita que no puede vivir en la permanente violencia y, que devolver al pueblo sus derechos no significará su inmediata caída"[1].
Los partidos tradicionales habían caído en una situación precaria, su momento de
esplendor, sin que muchos lo sospecharan, había pasado. Si se esperaba a que hiciera crisis la crisis, como Alonso Pujols señalaba, alternativas emergentes se abrirían paso en el panorama político cubano proponiendo salidas radicales al conflicto nacional. El régimen castrense haría de la violencia su arma recurrente para sostenerse en el poder, estaba tan huérfano de respaldo público que no podía admitir que al pueblo se le devolvieran sus derechos porque ello hubiese representado una derrota política que lo hubiese desplazado del poder. Por eso el dilema cubano comenzaba a tornarse insoluble para los que todavía, con muy estrecho margen, se movían en la confrontación política optando por una solución pacífica.
La demanda sostenida por la oposición de elecciones generales inmediatas no había encontrado cauce en el ambiente político cubano por la contumaz posición del régimen de negarse a aceptar una apertura democrática.
La SAR y los partidos tradicionales, amenazados por la parálisis de la vida política y por una revolución que los pudiera barrer del escenario nacional, tuvieron que apelar a nuevos mecanismos legalistas y electoralistas. José Ambrosio Casanueva, consciente de
estas realidades en carta a Guillermo Alonso Pujols diría:
"Yo estimo que el estatismo político es el peor enemigo que tiene la paz
pública y la situación cubana actual. Y que de este estatismo político somos tan responsables los políticos de la oposición como los del gobierno"[2].
A mediados de agosto de 1956, Cosme de la Torriente comenzó a sugerir que se debían aprovechar algunas de las disposiciones del Plan Vento pero sin que la oposición se comprometiera a asistir a unas elecciones parciales. Torriente pensaba inscribir a los partidos tradicionales y llevarlos a la reorganización. Una vez inscriptos los partidos, confeccionado un nuevo código electoral, devueltas las cédulas a sus destinatarios y obtenidas las garantías constitucionales, la oposición
reclamaría unas elecciones generales. Se pretendía tenderle un cerco político a Batista, si el gobierno no accedía a estas demandas, todos los partidos de oposición se retirarían del proceso electoral y le crearían una situación difícil al Dictador. La táctica fue rechazada por los principales partidos políticos, el P.P.C. (Ortodoxo) y el PRC(A) (Abstencionista), pero el Partido Demócrata y el PRC(A) electoralista la hicieron suya. Por otro lado, José Pardo Llada, líder del Partido Nacionalista Revolucionario (PNR) planteó la tesis de acudir a las elecciones parciales exigiendo amplias posibilidades como la oferta de todos los cargos excepto los de Presidente y Vicepresidente. A su entender, el Congreso que surgiera de esos comicios fijaría la fecha para unas elecciones presidenciales.
Aunque todos convergían en que la unidad era necesaria, cada partido seguía un derrotero distinto.
La intención de Torriente de utilizar el Plan Vento en algunas de sus partes, condujo a la división de la oposición oficial. Tenemos la apreciación de que los partidos tradicionales cayeron en crisis porque sus fórmulas originales no tuvieron cabida en el esquema electoral del régimen. Fue la desesperación de los líderes de la oposición por salir de la inercia a que los sometía el momento político lo que dio paso al comienzo del fin del proceso de concertación política que había gestado la SAR alrededor del conjunto de partidos desplazados del poder.
Pero entre los partidos tradicionales no todos jugaban a una misma carta política.
Aunque la mayoría optaba por agotar las vías de solución pacífica, el PRC(A) abstencionista manejaba la posibilidad de chantajear al régimen propiciando una insurrección desde el extranjero y obligarlo a negociar. Por eso aunque Tony Varona desde Cuba se mantenía en la política oficial, Carlos Prío desde los
Estados Unidos dirigía el contrabando de armas. Una tercera posición dentro de este partido intentaba desbloquear la situación de parálisis política del país creyendo ingenuamente que Batista accedería a una apertura política por vías legales. Esta posición fue defendida por Guillermo Alonso Pujols quien en carta a Prío el 7 de agosto le planteó:
"Conduce a tu partido, con o sin la SAR, a un valiente viraje, despojándolo
de la impedimenta insurreccional y marchando, sin entendimientos de ninguna clase, a unas elecciones parciales o de lo que fuera (...). Los promotores de la Revolución hemos fracasado y cambiamos rápidamente
de rumbo o la nación se dará otros líderes o se sumirá en las peores postraciones y atonías"[3].
Las posiciones de Alonso Pujols no encontraron eco en los otros líderes de su partido, lo que lo condujo a que este saliese y fundase el Partido Unión Constitucionalista en un momento posterior.
Si bien Prío hacía de la insurrección una opción alternativa para entenderse con el régimen, Fidel Castro, al frente del Movimiento 26 de Julio, celeraba todos los preparativos para reiniciar una auténtica revolución en Cuba y cumplía con su promesa de que en el 56 serían libres o mártires. El 2 de diciembre cuando se produce el desembarco del Granma las condiciones subjetivas están listas para el comienzo de una lucha irregular contra la tiranía, el pueblo distinguía que no podía haber solución pacífica con Batista.
Por otro lado, la ausencia física de la figura política que había logrado por un lapso de tiempo el entendimiento entre los partidos tradicionales, Don Cosme de la Torriente, afianzó la división que se entronizó entre ellos. Torriente, en su testamento político el 5 de diciembre advirtió:
"Unirse y reunirse es lo que deben hacer Gobierno y Oposición", "Olviden sus cosas particulares y piensen en Cuba".
A raíz del desembarco del Granma la SAR, el Bloque Cubano de Piensa y algunas instituciones cívicas convocaron al gobierno a reiniciar conversaciones. Esta vez tenían en sus manos un arma para presionar al régimen: el leviatán de la Revolución. Pero la dictadura en un primer momento simuló un acercamiento con la oposición para distraer la atención sobre los crímenes que se estaban cometiendo contra los expedicionarios del Granma dispersos y exhaustos después de la sorpresa de Alegría de Pío y luego, cuando consideró que era dueño de la situación en la provincia de Oriente, le dio la espalda a la SAR.
La Sociedad de Amigos de la República dejó de constituir un escudo de quienes defendían un entendimiento político sobre los fundamentos de la República neocolonial cubana, por las siguientes razones: