Cuba

Una identità in movimento


"Los dioses más fuertes son los de África": el mundo religioso de Esteban Montejo, ex esclavo y cimarrón cubano

Carlo Nobili


El argumento de mi ponencia — Esteban Montejo y la religión africana — es parte de un trabajo de investigación más extenso que he desarrollado acerca de la magnífica novela testimonial cubana representada por su biografía, publicada en el año 1966 en La Habana por Miguel Barnet. Objetivo de esta amplia investigación que me ha comprometido por largo tiempo y que ha empezado, ésto es importante decirlo, en seguida de la adquisición del libro en un calientísimo día cubano en setiembre de 1996 por un simpático, improvisado pero muy erudito "librero" en la calle entre Regla y Guanabacoa (Tierra elegida por los dioses africanos y cuna de músicos reconocidos universalmente, como Ernesto Lecuona, Bola de Nieve y Rita Montaner), objetivo de la investigación, decía, era lo de analizar en clave antropológica los elementos constitutivos del cuento al fin de enuclear los diferentes aportes étnicos que han concurrido en el proceso de transculturación del pueblo cubano.

Esta operación de análisis se ha intentado bien sabiendo que la biografía, recolectada a través de una serie de entrevistas, no es, por admisión del mismo autor — que desempeña el papel de "voz autorizada", de "voz de la escritura" —, un trabajo histórico: la historia aparece — como nos recuerda desde las primeras páginas Barnet mismo — porque es la vida de un hombre, Esteban precisamente, que pasa a través de ésta. De esta historia y de esta vida se ha intentado dar cuenta, volviendo a contextualizar sus huellas y marcando sus aspectos más visibles, de manera que se pudieran reconstruir o rebuscar definiciones y ámbitos más generales a los que adscribir cada uno de los elementos extrapolados del cuento, o sea individuar el significado, el lugar y el tiempo que están dentro y detrás de las palabras del cimarrón.

En el cuento, en efecto, no está presente la sola fiereza esquiva, personal y de cierta manera individualista de Esteban Montejo, sino también la fiereza y el orgullo de un pueblo, lo de África, que reconstruye un mundo inventandose otro, del todo parecido a lo de origen y otro tanto a lo que le rodea, adoptando así una solución que funciona, hoy todavía, como modelo de aquel concepto de cubanidad o cubanía que bien representa al unicum formado por las diversas orígenes y las multíplices variables de una cultura.

Queriendo indagar antropológicamente un "hecho de literatura" como la novela de Barnet, queriendo comprender históricamente lo que el cimarrón cuenta, se conoce y se descubre una humanidad variada, obligada a actuar durante siglos en un teatro que se ha transformado, pian piano, de arena de batalla a espacio común y lugar de intermediación, en donde las propias señas personales se pierden fácilmente en las de los demás, en éstas se confunden y por éstas son modificadas incesantemente, así como las mismas cambian por la acción criolla ejercida sobre ellas por todas aquellas miradas que, llegando en la isla cubana, decidieron — por su propria voluntad o bien constreñidas —, que la única solución para conjurar el "fin del mundo" fuera la de interactuar y mezclarse, o sea hacerse híbridas. Y la literatura caribeña, lo sabemos, es una literatura híbrida por definición; lo es porque, como alguien ha dicho, la misma Musa del Caribe es híbrida, compósita y elusiva, o mejor, Musa elusiva pero vigorosa, de un arte compósito, multiforme y políglota y Musa de la nostalgia de un mundo perdido, o tal vez todavía por descubrir. De la misma manera que la literatura del caboverdiano Henrique Texeira de Souza — en donde la memoria es personal pero adquiere papel de portavoz de memoria colectiva —, también en las modalidades de expresión literaria de Barnet la narración individual de Esteban resulta ser una manera para transmitir memoria colectiva. Una historia criolla: en donde la identidad personal es razón como para marcar la identidad colectiva, improvisa, mixta, relacional e inventiva de una nación.

Esta identidad siempre en movimiento transparenta de las páginas de la novela como si ésta fuera un informe etnográfico e intentando entender los escenarios en que la identidad se mueve podemos verla desvanecer, fragmentarse, volverse laberíntica sin conceder márgenes de autenticidad y de certeza, sino al contrario empujando siempre hacia las mutaciones. En otras palabras, estamos enfrente a una identidad ya no con raíz única, sino — queriendo seguir el pensamiento de Gilles Deleuze y Felix Guattari — enfrente a una identidad rizoma, una telaraña sin centro capaz de liberar la creatividad individual y de metabolizar, de manera infinita, anárquica e inesperada, elementos y modelos culturales otros, para luego hacerlos confluir en una nueva configuración. El rizoma, que siempre está entre las cosas, en el medio de éstas, es un intermedio; a diferencia de la raíz que es filiación y prefiere el verbo "ser", éste es alianza y privilegia la conjunción "y... y... y" al infinito.

Esta identidad rizómica y transcultural no es expresión firme, concepto estable, categoría de referencia, sino línea de sombra siempre fugaz. Y la línea de sombra (queriendo concedernos una licencia literaria justificada por el mismo análisis del objeto en cuestión — o sea una novela) puede ser descrita en diferentes maneras: hilo subtil en donde se confunde la propia identidad con la ajena; espacio destinado al encuentro, a la confrontación y al diálogo pero también lugar de asombro y de conflicto; zona franca que no pertenece al yo de modo absoluto y exclusivo pero donde la propia imagen es un reflejo en un espejo; el mantenerse en equilibrio; el indefinido calidoscópico de los propios tantos pasados que vuelve a hacerse presente real.

La identidad cubana, así como las otras caribeñas, no es nada más que un receptáculo de contenidos diversificados y de existencias reales en constante ebullición, mudable comprensión e incesante intercambio.

La moderna antropología nos enseña que no existen purezas etnográficas; ninguna cultura logra ser siempre homogénea y particularmente coherente; las culturas siempre se han encontrado y fusionado entre sí, no obstante las posibles y tantas censuras recíprocas y los infinitos rompeolas erigidos a defensa del propio modelo original. La tendencia a la "creolidad" del mundo es un dato de hecho incontrovertible y congénito en la historia de la humanidad que el proceso capitalista occidental ha solamente acentuado y hecho más evidente. Cuba y todas las Antillas representan un ejemplo-tipo, un esquema muy eficaz. Aquí, pero también en otras partes, sobre todo en las Américas, se vino verificando un fenómeno quizás irrepetible: una "creolidad" perfecta, o bien como aman decir los Caribeños, una "combinación perfecta" de respuestas culturales, sonidos, olores, sabores, lenguas, historias que nunca responden a un sentido unívoco y original, sino que siempre son el fruto de un proceso multicultural algo complicado y muy poco linear. El escritor colombiano Fabio Rodríguez Amaya ha dicho que para entender la identidad caribeña, unitaria y multíplice, meta y procedencia, es necesario concentrarse en las ideas de frontera, de isla, de archipiélago, de diversidad, de umbral hacia el ignoto o lo nuevo, ya que su sentido no es dado por un solo idioma, una sola étnia, una sola tierra, sino por la economía y por el conjunto de relaciones generadas mezclando cuatro mundos hacia el ignoto y hacia lo nuevo.


Llegamos ahora a lo que aquí nos interesa, la relación, como decíamos hace poco, entre el cimarrón y la religión, o mejor dicho, la relación que vincula este hombre africano a la religión de sus ancestros o de sus compañeros.

Esteban está conciente que


Hay que respetar las religiones. Aunque uno no crea mucho.


A pesar de esta admisión, nunca se declarará homo religiosus. Nunca en la vida, aunque en contacto estricto con santeros y mayomberos, intentará afiliarse a una de las Reglas africanas.

Esteban hace su exordio diciendo que


Los dioses son caprichoses e inconformes.


Revela luego, ya desde las primeras páginas, haber partecipado, a su manera y por su propio interés (sobretodo para pescar gallinas, o sea mujeres), a unas ceremonias religiosas africanas y a trabajos de Santería, ya que


Los dioses más fuertes son los de África.


Así, aunque se ponga aparentemente en la sola dimensión de quien ha observado un evento, un objeto, como percibiendolo desde afuera, Esteban empezará desde pronto a contar estos hechos.

En los barracones (en aquellos que él ha conocido) existían, según su decir, dos solas religiones: la lucumí o sea la Regla de Ocha (cuerpo liturgíco nacido de la fusión de los cultos yorubas y la religión católica) y la congo; esta última distinta en cristiana y en judía. Él dice:


... entre el congo judío y el cristiano no había compaginación. Uno era el bueno y el otro, el malo.


No habla Esteban de otras expresiones religiosas cubanas, como por ejemplo, la Sociedad Secreta Abakuá, la sociedad mágico-religiosa integrada por hombres e introducida en Cuba por esclavos procedentes del Calabar; no habla Esteban del Culto Arará, el conjunto de ritos religiosos de los esclavos del Dahomey. Esteban no nombra otras Reglas: él conoce exclusivamente la congo y la lucumí y la primera, lo subraya, es seguramente más poderosa e importante (pero quiere decir peligrosa) que la segunda.

Lucumí y Congo, o sea Regla de Ocha o Santería (yoruba como la sangre del padre) y Reglas del Palo Monte (congo, la étnia del padrino, llamado Gin Congo). Los esclavos africanos llegando a Cuba encontraron en efecto una multiplicidad de santos y los adoptaron, ya no sobreponiendolos en su sistema religioso, sino volviendo a interpretarlos y utilizandolos como medio para expresar sus concepciones religiosas. Fue así que los "... dioses africanos al exilio" se transformaron en potencias reinantes sobre los territorios de los cultos afro-americanos.

Pero Esteban, decíamos, parece ser extraño a cualquier Regla, parece distante también de la santera y de la mayombera y cuando habla de éstas siempre lo hace utilizando la tercera persona plural: ellos hacían, ellos preparaban, los congos eran, los lucumises estaban, etc. Habla de los Congos y de los Lucumies como si él personalmente no perteneciera a ninguna de las dos, o tal vez como si... perteneciera a ambas.


Los santos en el barracón eran presencias verdaderas, no se escondían solamente en los rostros de los hijos de santos, sino también estaban representados y expuestos, recuerda Esteban, por medio de esculturas de madera o de pinturas:


A los viejos lucumises les gustaba tener sus figuras de madera, sus dioses. Los guardaban en el barracón. Todas esas figuras tenían la cabeza grande. Eran llamadas oché. A Elegguá lo hacían de cemento, pero Changó y Yemayá eran de madera y los hacías los mismos carpinteros. En las paredes de los cuartos hacían marcas de santo, con cárbon vegetal y con yeso blanco. Eran rayas largas y circulos. Aunque cada una era un santo, ellos decían que eran secretas. Esos negros todo lo tenían como secreto. Hoy en dia han cambiado mucho, pero antes lo más dificil que había era conquistar a uno de ellos.


De los santeros, que él ve frecuentemente "... inclinados en el suelo más de tres horas hablando en su lengua y adivinando", Esteban nos habla a propósito de la fiesta de San Juan. Y cuenta:


Las fiestas en las casas de santo eran muy buenas. Ahí nada más que iban negros. Los españoles non eran amigos de eso. Después que pasaron los años la cosa cambió. Hoy uno ve un babalao blanco con los cachetes colorados. Pero antes era distinto, porque la santería es una religión africana. Ni los guardias civiles, los castizos, se metían en eso. Ellos pasaban y cuando más hacían una pregunta: "¿Qué es lo que hay?". Y los negros contestaban: "Aquí, celebrando a San Juan". Ellos decían San Juan, pero era Oggún. Oggún es el dios de la guerra. En esos años era el más conocido en la zona. Siempre está en el campo y lo visten de verde o morado.


Entre todos los orichas de la Santeria, es sobre Oggún — dios del hierro y patrón de los guerreros, hermano de Changó y Elegguá — que Esteban gastará más palabras en su biografía; es tal vez el oricha que el conoce mejor, también porque en la zona Oggún era en aquellos tiempos entre las figuras de la Santería más conocidas (así como afirma el mismo Esteban). Y entonces es probable que mayores hayan sido las frecuentaciones del ex esclavo en las fiestas dedicadas a este oricha que domina los secretos del monte y es símbolo de la fuerza y de la energía terrestre.


Es en la divinación que reside, según Esteban, la diferencia sustancial entre Lucumies y Congo, y nos dice:


La diferencia [...] es que el congo, resuelve, pero el lucumí adivina. Lo sabe todo por los diloggunes, que son caracoles de África con misterio dentro.


A pesar de que él haya estado anteponiendo que la religión de los Congos es más importante que la de los Lucumies, parece que él sienta una firme simpatía hacia estos últimos. Los describe como pacificadores, casi contraponiendo esta virtud a la inclinación para el maleficio (ndiambo) de los mayomberos congos.


Los viejos lucumises se tranchaban en los cuartos del barracón y le sacaban a uno hasta lo malo que uno hacía. Si había algún negro con lujuria por una mujer, el lucumí lo apaciguaba. Eso creo que lo hacían con cocos, obi, que eran sagrados. Son iguales a los cocos de ahora que siguen siendo sagrados y no se pueden tocar. Si uno ensuciaba el coco, le venia un castigo grande. Yo sabía cuando las cosas iban bien porque el coco lo decía. Él mandaba a que dijeran Alafia para que la gente supiera que no había tragedia. Por los cocos hablaban todos los santos, ahora el dueño de eso era Obatalá. Obatalá era un viejo, según yo oía, que siempre estaba vestido de blanco. Y nada más que la gustaba lo blanco. Ellos decían que Obatalá era él que lo había hecho a uno y no sé cuántas cosas más. Uno viene de la Naturaleza y el Obatalá ese también.


Después del Diloggún, el sistema adivinatorio en el cual se utilizan los caracoles (boca y voz de los orichas), aquí Esteban hace referencia a otro sistema para adivinar en la Regla de Ocha, la adivinación con el coco, o sea el Biague. De este fruto, llamado en lengua yuruba obí, no se puede prescindir en la Santería. El coco, que pertenece a Obatalá, el creador del género humano, es el tributo que hay que pagar a los dioses en toda circunstancia. Es la ofrenda y la comida ritual de los orichas y de los ancestros. Con su ofrenda empiezan todos los ritos de la Regla, pues, como sabemos, éste es el abecedario de la adivinación lucumí.


Pero es justo hablando acerca de la religión de los Congos que Esteban empieza a proporcionar, aunque en la negativización del juicio, sus primeras reflexiones. La africanidad mayombera que Esteban conoce en Flor de Sagua, el ingenio en donde ha sido vendido siendo niño todavía, es sobremanera fuerte, evidente por todas partes. Aquí todo está en las manos de los brujos; ellos, dice,


... se hacían dueños de la gente. Con eso de la aadivinación se ganaban la confianza de todos los esclavos...


El mayombe es tan importante que


... hasta los propios mayorales se metían para buscarse sus beneficios. Ellos creían en los brujos...


Ésto, según Esteban, es el motivo por que hoy ya no despierta ninguna maravilla el hecho de que un blanco crea en las mismas cosas que los negros.

En el libro diversas son las ocasiones en las que Esteban habla de la nganga o prenda, el poderoso instrumento del mayombero, receptáculo de barro, hierro o güira en donde reside, junto a todas las cargas mágicas, el nfumbe, o sea el espiritu del muerto.


Se ponía una nganga o cazuela grande en el medio del patio. En esa cazuela estaban los poderes: los santos. [...] Los santos tenían que estar presentes. Empezaban a tocar tambores y a cantar. Llevaban cosas para las ngangas. Los negros pedían por su salud, y la de sus hermanos y para conseguir la armonía entre ellos. Hacían enkangues que eran trabajos con tierras del cementerio. Con esas tierras se hacían montoncitos en cuatro esquinas, para figurar los puntos del universo. Dentro la cazuela, ponían patas de gallinas, que era una yerba con paja de maiz para asegurar a los hombres.


Pero acerca de la preparación de una prenda, que un testigo kimbisa de Lydia Cabrera describió a la grande antropóloga como un mundo entero en miniatura dotado de cementerio, selva, río, mar, relámpago, vórtice, sol, luna y estrellas y que el mayombero puede dominar, habiendola llenada de todos los espiritus, Esteban, recordando como durante la esclavitud a ésta fuera también confiada la tarea de vengarse del dueño cuando se castigaba injustamente un esclavo, será todavía más preciso:


Para preparar una prenda che camine bien, hay que coger piedras, palos y huesos. Eso es lo principal. Los congos, cuando caya un rayo, se fijaban bien en el lugar; pasados siete años, iban, excavaban un poquito y sacaban una piedra lisa para la cazuela. También la piedra de la tiñosa era buena por lo fuerte. Había que estar preparado al momento en que la tiñosa fuera a poner los huevos. Ella ponía dos siempre. Uno de ellos se cogía con cuidado y se sancochaba. Al poco rato se llevaba al nido. Se dejaba ahí hasta que el otro huevo sacara su pichón. Entonces el sancochado, seco así come estaba, esperaba a quel el aura tiñosa fuera al mar. Porque ella decía que ese huevo iba a dar pichón también. Del mar traía una virtud. Esa virtud era una piedracita arrugada que se ponía en el nido al lado del huevo. La piedracita tenía un brujo muy fuerte. A las pocas horas salía el pichón del huevo sancochado. Eso es positivo también. Con esa piedracita se preparaba la prenda; así que no era de jugar el asunto. Una prenda de ésas no la podía heredar cualquiera.


Otros todavía, sin embargo bastante amplios, son en la novela los momentos en que Esteban se concentra en la nganga. Parece ser que este es un argumento que él conoce muy bien. Quizás, entre todos los que se refieren a la religión africana, es lo que él conoce mejor. Y no es casual. Frecuentemente repite haber tenido amigos congos, también durante la guerra. Habla mucho sobre la nganga mayombera, y nada dice sobre la correspondiente cazuela santera, o sea la sopera.

En todo caso a Esteban no le gusta conocer de manera excesiva las cosas de la vida ajena, lo repite muy a menudo, y más allá de su propio ser, por fuera de ésto, para Esteban solamente existen otros de sí. Él aparentemente no pertenece a nadie! Toda esta atmósfera de magia negra crea en Esteban, ahora también en la simple dimensión del recuerdo, un estado de tensión emotiva que lo lleva a ir más allá, a contar otro, convencido como lo es que


"Si uno se pone a pensar bien, los congos eran asesinos", aunque "... si mataban a alguien era porque también a ellos les hacían algún daño".



Esteban se preocupa bastante por hacer entender la que, según su punto de vista, es, además de la adivinación, la diferencia sustancial entre la religión de los Congos y la de los Lucumies. Y afirma:


El lucumí y el congo no se llevaban tampoco. Tenían la diferencia entre los santos y la brujería.


El punto es aquí. Santos y brujos. La diferencia existe entre quien lo atrae y quien en cambio él percibe como peligroso. Aquella magia, cristiana o judía no importa, representa algo que hay que temer. Y para un ex esclavo, que no ha conocido otra realidad, desde el primer momento de la activación de la conciencia, este es un peso que va añadiendose a lo del trabajo en el campo, al odio que puede leer en los ojos del mayoral, a las torturas que se sufren (describidas con crudeza en las páginas de su biografía).

Él con la brujería no quiere tener nada a que ver. Y hasta le toca una mujer bruja, una tal Ana!


Esa mujer — dice — me gustaba. Era bonita y azulada; una mulata de esas azuladas que no creen en nadie. Se llamaba Ana. Por ella me quedé a vivir allí. Pero con el tiempo me aburrí. La Ana esa me traía espanto con sus brujerías. Todas las noches era la misma historia: espíritu y brujos. Entonces le dije: "No quiero más nada contigo, bruja". Ella cogió su camino y no la vide más.


Todos están amenazados por la potencia de los brujos, y


Los únicos que no tenían problemas — dice — eran los viejos de nación. Ésos eran especiales y había que tratarlos distinto porque tenían todos los conocimientos de la religión.


El Congo, brujo, mayombero, distante y también tan cercano por estar en la yacija de al lado en el barracón o cuerpo de una mujer en la misma cama, es un problema que se junta a los malestares de la esclavitud y a las condiciones miserables (aunque vividas por Esteban con dignidad ejemplar) de quienes que, como todos los ex esclavos de Cuba después de la abolición de la esclavitud, seguirán chapeando, agotando, botando, limpiando, tumbando o cortando caña en aquello mismos ingenios en donde habían sido esclavos. Para quien además nunca ha racionalizado ni el porque de la propia situación ("Hay cosas que yo no me explico de la vida", lo repite muy a menudo), para quien como Esteban, y para todos ".... los criollitos" nacidos "... en una enfermería, donde llevaban las negras preñadas para que parieran", que siempre han vivido el viaje de África como un cuento, que nada saben sobre lo que ha pasado, del porque existan esclavos negros en los barracones, dueños blancos y mayorales, la única vía es la huída, o sea volverse cimarrón.

Esteban confiesa a Barnet:


La vida era dura y los cuerpos se gastaban. Él que no se fuera joven para el monte, de cimarrón, tenía que esclavizarse. Era preferibile estar solo, regado, que en el corral ese con todo el asco y la pudrición.


Esteban aceptará así la propia soledad como el único instrumento para ser verdaderamente libre y huirse de todo. Y así, durante muchos años (seguramente cierto tiempo después de la abolición de la esclavitud) se quedará escondido en el monte, no confiando en nadie, repitiéndose: "Cimarrón con cimarrón, vende cimarrón", pero con una grande y única certeza que siempre le acompaña:

LOS DIOSES MÁS FUERTES SON LOS DE ÁFRICA.



Ponencia presentada en ocasión del "VI Taller de Antropología Social y Cultural Afro Americana", del 6 al 9 de enero de 2002, Casa de África, La Habana, Cuba (Comisión # 2 Tema "Cultura, Identidad y procesos de Resistencia", martes 8 de enero)

Traducción de Luisa Vietri


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