Cuba

Una identità in movimento

Poemas de José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Rafael María de Mendive


José María Heredia (1803-1839)
José María Heredia
(1803-1839)

  • La Estrella de Cuba

  • Oda al Niágara

  • Himno del Desterrado

  • Inmnortalidad

  • La desconfianza

  •  

    Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)
    Gertrudis Gómez de Avellaneda
    (1814-1873)

  • Al partir

  • La vuelta a la Patria

  •  

    Rafael María de Mendive 
(1821-1886)
    Rafael María de Mendive
    (1821-1886)

  • A un arroyo


  • José María Heredia
    La Estrella de Cuba

    ¡Libertad! Ya jamás sobre Cuba
    Lucirán tus fulgores divinos.
    Ni aún siquiera nos queda ¡mezquinos!
    De la empresa sublime el honor.
    ¡Oh piedad insensata y funesta!
    ¡Ay de aquel que es humano, y conspira!
    Largo fruto de sangre y de ira
    Cogerá de su mísero error.
    Al sonar nuestra voz elocuente
    Todo el pueblo en furor se abrasaba,
    Y la estrella de Cuba se alzaba
    Más ardiente y serena que el sol.
    De traidores y viles tiranos
    Respetamos clementes la vida,
    Cuando un poco de sangre vertida
    Libertad nos brindaba y honor.
    Hoy el pueblo, de vértigo herido,
    Nos entrega al tirano insolente,
    Y cobarde y estólidamente
    No ha querido la espada sacar.
    ¡Todo yace disuelto, perdido...!
    Pues de Cuba y de mí desespero,
    Contra el hado terrible, severo,
    Noble tumba mi asilo será.
    Nos combate feroz tiranía
    Con aleve traición conjurada,
    Y la estrella de Cuba eclipsada
    Para un siglo de horror queda ya.
    Que si un pueblo su dura cadena
    No se atreve a romper con sus manos,
    Bien le es fácil mudar de tiranos,
    Pero nunca ser libre podrá.
    Los cobardes ocultan su frente,
    La vil plebe al tirano se inclina,
    Y el soberbio amenaza, fulmina,
    Y se goza en victoria fatal.
    ¡Libertad! A tus hijos tu aliento
    En injusta prisión más inspira;
    Colgaré de sus rejas mi lira,
    Y la Gloria templarla sabrá.
    Si el cadalso me aguarda, en su altura
    Mostrará mi sangrienta cabeza
    Monumento de hispana fiereza,
    Al secarse a los rayos del sol.
    El suplicio al patriota no infama;
    Y desde él mi postrero gemido
    Lanzará del tirano al oído
    Fiero voto de eterno rencor.

     
     

    José María Heredia
    Oda al Niágara

    Templad mi lira, dádmela, que siento
    en mi alma estremecida y agitada
    arder la inspiración. ¡ Oh !, ¡ cuánto tiempo
    en tinieblas pasó, sin que mi frente
    brillase con su luz !... Niágara undoso,
    tu sublime terror sólo podría
    tornarme el don divino, que ensañada
    me robó del dolor la mano impía.
    Torrente prodigioso, calma, acalla
    tu trueno aterrador; disipa un tanto
    las tinieblas que en torno te circundan,
    y déjame mirar tu faz serena,
    y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
    Yo digno soy de contemplarte; siempre
    lo común y mezquino desdeñando,
    ansié por lo terrífico y sublime.
    Al despeñarse el huracán furioso,
    al retumbar sobre mi frente el rayo,
    palpitando gocé; ví al Oceano
    azotado por Austro proceloso,
    combatir mi bajel, y ante mis plantas
    sus abismos abrir, y amé el peligro,
    y sus iras amé; mas su fiereza
    en mi alma no dejara
    la profunda impresión que tu grandeza.
    Corres sereno y majestuoso, y luego
    en ásperos peñascos quebrantado,
    te abalanzas violento, arrebatado,
    como el destino irresistible y ciego.
    ¿ Qué voz humana describir podría
    de la sierte rugiente
    la aterradora faz ? El alma mia
    en vagos pensamientos se confunde
    al contemplar la férvida corriente,
    que en vano quiere la turbada vista
    en su vuelo seguir al borde oscuro
    del precipicio altísimo; mil olas,
    cual pensamiento rápidas pasando,
    chocan y se enfurecen,
    y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
    entre espuma y fragor desaparecen.
    ¡ Mas llegan, saltan ! El abismo horrendo
    devora los torrentes despeñados;
    crúzanse en él mil iris, y asordados
    vuelven los bosques el fragor tremendo.
    Rómpese el agua... y salta, y una nube
    de revueltos vapores
    cubre el abismo en remolinos, sube
    gira en torno, y al cielo
    cual pirámide inmensa se levanta,
    y por sobre los montes que le cercan
    al solitario cazador espanta.
    Mas, ¿ qué en ti busca mi anhelante vista
    Con inquieto afanar ? ¿ Por qué no miro
    Alrededor de tu caverna inmensa
    Las palmas, ¡ ay !, las palmas deliciosas.
     
    Que en las llanuras de mi ardiente patria
    nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
    y al soplo de las brisas del Océano
    bajo un suelo purísimo se mecen ?
    Este recuerdo a mi pesar me viene...
    Nada ¡ oh Niágara ! falta a tu destino,
    ni otra corona que el agreste pino
    a tu terrible majestad conviene.
    La palma, y mirto, y delicada rosa,
    muelle placer inspiren y ocio blando
    en frívolo jardín; a ti la suerte
    guarda más digno objeto y más sublime.
    El alma libre, generosa, fuerte,
    viene, te ve, se asombra,
    el mezquino deleite menosprecia,
    y aún se siente elevar cuando te nombra.
    ¡ Dios, Dios de la verdad ! En otros climas
    vi monstruos execrables,
    blasfemando tu nombre sacrosanto,
    sembrar error y fanatismo impío,
    los campos inundar en sangre y llanto,
    de hermanos atizar la infanda guerra,
    y desolar frenéticos la tierra.
    Vilos y el pecho se inflamó a la vista
    en grave indignación. Por otra parte
    vi mentidos filósofos que osaban
    escrutar tus misterios, ultrajarte,
    y de impiedad al lamentable abismo
    a los míseros hombres arrastraban.
    Por eso siempre te buscó mi mente
    en la sublime soledad; ahora
    entera se abre a ti; tu mano siente
    en esta inmensidad que me circunda,
    y tu profunda voz baja a mi seno
    de este raudal en el eterno trueno.
    ¡ Asombroso torrente !
    ¡ Cómo tu vista el ánimo enajena
    y de terror y admiración me llena !
    ¿ Do tu origen está ? ¿ Quién fertiliza
    por tantos siglos tu inexhausta fuente ?
    ¿ Qué poderosa mano
    hace que al recibirte
    no rebose en la tierra el Oceano ?
    Abrió el Señor su mano omnipotente,
    cubrió tu faz de nubes agitada,
    dió su voz a tus aguas despeñadas,
    y ornó con su arco tu terrible frente.
    ¡ Miro tus aguas que incansables corren
    como el largo torrente de los siglos
    rueda en la eternidad !... ¡ Así del hombre
    pasan volando los floridos días
    y despierta al dolor !... ¡ Ay ! agostada
    yace mi juventud, mi faz marchita,
    y la profunda pena que me agita
    ruga mi frente de dolor nublada.
    Nunca tanto sentí como este día
    mi soledad y mísero abandono
    y lamentable desamor... ¿ Podría
    un alma apasionada y borrascosa
    sin amor ser feliz ? ¡ Oh !, ¡ si una hermosa
    digna de mí me amase,
    y de este abismo al borde turbulento
    mi vago pensamiento
    y mi andar solitario acompañase !
    ¡ Cuál gozara, viéndola cubrirse
    de leve palidez y ser más bella
    en su dulce terror, y sonreírse
    al sostenerla en mis amantes brazos !...
    ¡ Delirios de virtud !... ¡ Ay ! Desterrado,
    sin patria, sin amores,
    sólo miro ante mi llanto y dolores.
    ¡ Niágara poderoso !
    oye mi última voz; en pocos años
    ya devorado habrá la tumba fría
    a tu débil cantor. ¡ Duren mis versos
    cual tu gloria inmortal ! ¡ Pueda piadoso
    viéndote algún viajero,
    dar un suspiro a la memoria mía !
    Y yo, al hundirse el sol en Occidente,
    vuele gozoso do el Criador me llama,
    y al escuchar los ecos de mi fama,
    alce en las nubes la radiosa frente.
     
     
    José María Heredia
    Himno del Desterrado
     
    ¡ Cuba, Cuba, que vida me diste,
    dulce tierra de luz y hermosura !
    ¡ Cuáanto sueño de gloria y ventura
    tengo unido a tu sueño feliz !
    ¡ Y te vuelvo a mirar...! Cuán severo,
    hoy me oprime el rigor de mi suerte
    la opresión me amenaza con muerte
    en los campos do al mundo nací.
     
    Mas ¿ qué importa que truene el tirano ?
    pobre, sí, pero libre me encuentro.
    Sólo el alma del alma es el centro:
    ¿ Qué es el oro sin gloria ni paz ?
    Aunque errante y poscrito me miro,
    y me oprime el destino severo;
    por el cetro del déspota ibero
    no quisiera mi suerte trocar.
     
    ¡ Dulce Cuba !, en su seno se miran
    en el grado más alto y profundo,
    las bellezas del físico mundo,
    los horrores del mundo moral.
    Te hizo el cielo la flor de la tierra;
    mas, tu fuerza y destinos ignoras,
    y de España en el déspota adoras
    al demonio sangriento del mal.
     
    ¡ Cuba, al fin te verás libre y pura !
    Como el aire de luz que respiras,
    cual las ondas hirvientes que miras
    de tus playas la arena besar.
    Aunque viles traidores te sirvan,
    del tirano es inútil la saña,
    que no en vano entre Cuba y España
    tiende inmenso sus olas el mar.
     
     

    José María Heredia
    Inmortalidad

    Cuando en el éter fúlgido y sereno
    Ardan los astros por la noche umbría,
    El pecho de feliz melancolía
    Y confuso pavor siéntese lleno.
    ¡Ay! así girarán cuando en el seno
    Duerma yo inmóvil de la tumba fría...
    Entre el orgullo y la flaqueza mía
    Con ansia inútil suspirando peno.
    Pero ¿qué digo? –Irrevocable suerte
    También los astros a morir destina,
    Y verán por la edad su luz nublada.
    Mas superior al tiempo y a la muerte
    Mi alma, verá del mundo la ruina,
    A la futura eternidad ligada.
     
     

    José María Heredia
    La desconfianza

    Mira, mi bien, cuán mustia y desecada
    Del sol al resplandor está la rosa
    Que en tu seno tan fresca y olorosa
    Pusiera ayer mi mano enamorada.
    Dentro de pocas horas será nada...
    No se hallará en la tierra alguna cosa
    Que a mudanza feliz o dolorosa
    No se encuentre sujeta y obligada.
    Sigue a las tempestades la bonanza:
    Sigue al gozo el tedio y la tristeza...
    Perdóname si tengo desconfianza
    De que dure tu amor y tu terneza:
    Cuando hay en todo el mundo tal mudanza,
    ¿Solo en tu corazón habrá firmeza?

     

    Gertrudis Gómez de Avellaneda
     
    Al partir 
     
    ¡ Perla del mar ! ¡ Estrella de Occidente !
    ¡ Hermosa Cuba ! Tu brillante cielo
    la noche cubre con su opaco velo,
    como cubre el dolor mi triste frente.
     
    ¡ Voy a partir !... La chusma diligente,
    para arrancarme del nativo suelo
    las velas iza y, pronta a su desvelo,
    la brisa acude de tu zona ardiente.
     
    ¡ Adiós, patria feliz, edén querido !
    ¡ Doquier que el hado en su furor me impela,
    tu dulce nombre halagará mi oído !
     
    ¡ Adiós !... Ya cruje la turgente vela...
    El ancla se alza... El buque, estremecido,
    las olas corta y silencioso vuela.
     
    Gertrudis Gómez de Avellaneda
    La vuelta a la Patria
     
    ¡ Perla del mar ! ¡ Cuba hermosa !
    Después de ausencia tan larga
    Que por más de cuatro lustros
    Conté sus horas infaustas,
     
    Tomo al fin, tomo a pisar
    Tus siempre queridas playas,
    De júbilo henchido el pecho,
    De entusiasmo ardiendo el alma.
     
    ¡ Salud, oh, tierra bendita,
    Tranquilo edén de mi infancia,
    Que encierras tantos recuerdos
    De mis sueños de esperanza !
     
    ¡ Salud, salud, nobles hijos
    De aquesta mi dulce patria !...
    ¡ Hermanos, que hacéis su gloria !
    ¡ Hermanas, que sois su gala !
     
    ¡ Salud !... Si afectos profundos
    Traducir pueden palabras,
    Por los ámbitos queridos
    Llevad – ¡ brisas perfumadas
     
    Que habéis mecido mi cuna
    Entre plátanos y palmas ! –,
    Llevad los tiernos saludos
    Que a Cuba mi amor consagra.
     
    Llevadlos por esos campos
    Que vuestro soplo embalsama,
    Y en cuyo ambiente de vida
    Mi corazón se restaura:

    Por esos campos felices,
    Que nunca el cierzo maltrata,
    Y cuya pompa perenne
    Melifluos sinsontes cantan
     
    Esos campos do la ceiba
    Hasta las nubes levanta
    De su copa el verde toldo
    Que grato frescor derrama:
     
    Donde el cedro y la caoba
    Confunden sus grandes ramas
    Y el yarey y el cocotero
    Sus lindas pencas enlazan...
     
    Donde el naranjo y la piña
    Vierten al par su fragancia;
    Donde responde sonora
    A vuestros besos la caña;
     
    Donde ostentan los cafetos
    Sus flores de filigrana,
    Y sus granos de rubíes
    Y sus hojas de esmeraldas.
     
    Llevadlos por esos bosques
    Que jamás el sol traspasa,
    Y a cuya sombra poética,
    Do refrescáis vuestras alas,
     
    Se escucha en la siesta ardiente
    Cual vago concento de hadas –
    La misteriosa armonía
    De árboles, pájaros, aguas,
     
    Que en soledades secretas,
    Con ignotas concordancias,
    Susurran, trinan, murmuran,
    Entre el silencio y la calma.
     
    Llevadlos por esos montes,
    De cuyas vírgenes faldas
    Se desprenden mil arroyos
    En limpias ondas de plata.
     
    Llevadlos por los vergeles,
    Llevadlos por las sabanas
    En cuyo inmenso horizonte
    Quiero perder mis miradas.
     
    ¡ Llevadlos férvidos, puros,
    Cual de mi seno se exhalan
    Aunque del labio el acento
    A formularlos no alcanza,
     
    Desde la punta Maisí
    Hasta la orilla del Mantua;
    Desde el pico de Turquino
    A las costas de Guanaja !
     
    Doquier los oiga ese cielo,
    Al que otro ninguno iguala,
    Y a cuya luz, de mi mente
    Revivir siento la llama:
     
    Doquier los oiga esta tierra
    De juventud coronada,
    Y a la que el sol de los trópicos
    Con rayos de amor abrasa:
     
    Doquier los hijos de Cuba
    La voz oigan de esta hermana,
    Que vuelve al seno materno
    – Después de ausencia tan larga –
     
    Con el semblante marchito
    Por el tiempo y la desgracia,
    Mas de gozo henchido el pecho,
    De entusiasmo ardiendo el alma.
     
    Pero, ¡ ah !, decidles que en vano
    Sus ecos le pido a mi arpa;
    Pues sólo del corazón
    Los gritos de amor se arrancan.
     
    Rafael María de Mendive
    A un arroyo
     
    ¡ Cuán lento vas, arroyo cristalino,
    con expresión sencilla,
    rizando en tu camino
    la verde alfombra de flotante lino,
    que blando crece en tu espumosa orilla !
     
    ¡ Cuán bellas corren, removiendo arenas,
    ceñidas amapolas
    y blancas azucenas,
    en breves giros las modestas olas
    que nacen en tus márgenes serenas !
     
    Cantando amor las aves melodiosas
    se miran dulcemente,
    cual visiones hermosas,
    en el espejo claro y transparente
    de tus humildes aguas silenciosas.
     
    La verde selva y la feraz llanura
    te ofrecen regaladas
    su plácida verdura;
    y en grato son las brisas perfumadas
    tranquilas besan tu corriente pura.
     
    Suaves te dan los bosques sus aromas;
    los valles sus primores;
    las selvas, sus palomas;
    su sombra grata, las enhiestas lomas
    y el cielo mismo su dosel de amores.
     
    Y en las de mayo hermosas alboradas,
    flotando en tus espumas,
    te arrullan sosegadas
    del blanco cisne las brillantes plumas,
    ¡ las hojas por los céfiros llevadas !
     
    Hijo, tal vez, de agreste peña dura,
    tu manantial de plata
    por la inmensa llanura.
    como una cinta blanca se dilata
    ceñida de riquísima verdura.
     
    Y ajeno de ansiedad y de pesares
    por selvas y palmares,
    sin suspirar congojas,
    tranquilo vas al seno de los mares
    cubierto siempre de fragantes hojas.
     
    Niño también me deslicé inocente,
    con paso indiferente,
    sin soñar en amores,
    tras el vivo matiz de hermosas flores
    y el límpido cristal de mansa fuente.
     
    Y libre como garza voladora,
    con infantil decoro
    y gracia encantadora,
    besando fuí tus arenillas de oro
    al tibio rayo de la blanca aurora.
     
    Entonces, ¡ ay !, ¡ con cuán brillante arreo
    Agitaba mis alas
    en loco devaneo,
    cercado siempre de celestes galas
    por los eternos campos del deseo !
     
    Mas de entonces, ahora... ¡ cuántos daños
    han causado a mi vida
    los tristes desengaños !
    ¡ Una tras otra la ilusión perdida
    bajo el peso terrible de los años !
     
    Yo soy aquel infante candoroso
    de la guedejas blondas,
    y mirar cariñoso,
    que tantas veces se agitó en tus ondas
    como entre flores el sunsun hermoso.
     
    Yo soy el mismo; pero el alma mía;
    tristemente ha perdido
    su inefable alegría,
    y en vano busca en tu corriente fría
    la imagen bella de su abril florido.
     
    Sigamos, ¡ ay !, sigamos la jornada,
    llorando yo mis penas
    con alma resignada,
    y tú besando el manto de azucenas
    que se mece en tu margen sosegada.
     
    Tal vez mañana, triste y abatido
    por los placeres vanos,
    aquí vendré perdido,
    de horrible tedio el corazón herido,
    mustia la frente y los cabellos canos.
     
    Y sentado en tu margen fresca y grata,
    con íntima alegría,
    veré cual se retrata
    sobre tus ondas de color de plata
    la imagen, ¡ ay !, de mi vejez sombría.
     
    Prosigue, pues, arroyo, tu carrera,
    mientras voy aspirando
    de hermosa primavera
    el celestial aroma en tu ribera,
    tus ondas con mis lágrimas mezclando;
     
    que iguales en la vida y en la suerte,
    uno será el destino,
    inexorable y fuerte,
    que a los dos nos sorprenda en el camino,
    ¡ y nos lleve al abismo de la muerte !


    Cuba. Una identità in movimento

    Webmaster: Carlo Nobili — Antropologo americanista, Roma, Italia

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