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Cuba |
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Una identità in movimento | ||
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Poemas de José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Rafael María de Mendive
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José María Heredia
José María Heredia
José María Heredia
José María Heredia
Cuba. Una identità in movimento
La Estrella de Cuba
¡Libertad! Ya jamás sobre Cuba
Lucirán tus fulgores divinos.
Ni aún siquiera nos queda ¡mezquinos!
De la empresa sublime el honor.
¡Oh piedad insensata y funesta!
¡Ay de aquel que es humano, y conspira!
Largo fruto de sangre y de ira
Cogerá de su mísero error.
Al sonar nuestra voz elocuente
Todo el pueblo en furor se abrasaba,
Y la estrella de Cuba se alzaba
Más ardiente y serena que el sol.
De traidores y viles tiranos
Respetamos clementes la vida,
Cuando un poco de sangre vertida
Libertad nos brindaba y honor.
Hoy el pueblo, de vértigo herido,
Nos entrega al tirano insolente,
Y cobarde y estólidamente
No ha querido la espada sacar.
¡Todo yace disuelto, perdido...!
Pues de Cuba y de mí desespero,
Contra el hado terrible, severo,
Noble tumba mi asilo será.
Nos combate feroz tiranía
Con aleve traición conjurada,
Y la estrella de Cuba eclipsada
Para un siglo de horror queda ya.
Que si un pueblo su dura cadena
No se atreve a romper con sus manos,
Bien le es fácil mudar de tiranos,
Pero nunca ser libre podrá.
Los cobardes ocultan su frente,
La vil plebe al tirano se inclina,
Y el soberbio amenaza, fulmina,
Y se goza en victoria fatal.
¡Libertad! A tus hijos tu aliento
En injusta prisión más inspira;
Colgaré de sus rejas mi lira,
Y la Gloria templarla sabrá.
Si el cadalso me aguarda, en su altura
Mostrará mi sangrienta cabeza
Monumento de hispana fiereza,
Al secarse a los rayos del sol.
El suplicio al patriota no infama;
Y desde él mi postrero gemido
Lanzará del tirano al oído
Fiero voto de eterno rencor.
Oda al Niágara
Templad mi lira, dádmela, que siento
en mi alma estremecida y agitada
arder la inspiración. ¡ Oh !, ¡ cuánto tiempo
en tinieblas pasó, sin que mi frente
brillase con su luz !... Niágara undoso,
tu sublime terror sólo podría
tornarme el don divino, que ensañada
me robó del dolor la mano impía.
Torrente prodigioso, calma, acalla
tu trueno aterrador; disipa un tanto
las tinieblas que en torno te circundan,
y déjame mirar tu faz serena,
y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte; siempre
lo común y mezquino desdeñando,
ansié por lo terrífico y sublime.
Al despeñarse el huracán furioso,
al retumbar sobre mi frente el rayo,
palpitando gocé; ví al Oceano
azotado por Austro proceloso,
combatir mi bajel, y ante mis plantas
sus abismos abrir, y amé el peligro,
y sus iras amé; mas su fiereza
en mi alma no dejara
la profunda impresión que tu grandeza.
Corres sereno y majestuoso, y luego
en ásperos peñascos quebrantado,
te abalanzas violento, arrebatado,
como el destino irresistible y ciego.
¿ Qué voz humana describir podría
de la sierte rugiente
la aterradora faz ? El alma mia
en vagos pensamientos se confunde
al contemplar la férvida corriente,
que en vano quiere la turbada vista
en su vuelo seguir al borde oscuro
del precipicio altísimo; mil olas,
cual pensamiento rápidas pasando,
chocan y se enfurecen,
y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
entre espuma y fragor desaparecen.
¡ Mas llegan, saltan ! El abismo horrendo
devora los torrentes despeñados;
crúzanse en él mil iris, y asordados
vuelven los bosques el fragor tremendo.
Rómpese el agua... y salta, y una nube
de revueltos vapores
cubre el abismo en remolinos, sube
gira en torno, y al cielo
cual pirámide inmensa se levanta,
y por sobre los montes que le cercan
al solitario cazador espanta.
Mas, ¿ qué en ti busca mi anhelante vista
Con inquieto afanar ? ¿ Por qué no miro
Alrededor de tu caverna inmensa
Las palmas, ¡ ay !, las palmas deliciosas.
Que en las llanuras de mi ardiente patria
nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
y al soplo de las brisas del Océano
bajo un suelo purísimo se mecen ?
Este recuerdo a mi pesar me viene...
Nada ¡ oh Niágara ! falta a tu destino,
ni otra corona que el agreste pino
a tu terrible majestad conviene.
La palma, y mirto, y delicada rosa,
muelle placer inspiren y ocio blando
en frívolo jardín; a ti la suerte
guarda más digno objeto y más sublime.
El alma libre, generosa, fuerte,
viene, te ve, se asombra,
el mezquino deleite menosprecia,
y aún se siente elevar cuando te nombra.
¡ Dios, Dios de la verdad ! En otros climas
vi monstruos execrables,
blasfemando tu nombre sacrosanto,
sembrar error y fanatismo impío,
los campos inundar en sangre y llanto,
de hermanos atizar la infanda guerra,
y desolar frenéticos la tierra.
Vilos y el pecho se inflamó a la vista
en grave indignación. Por otra parte
vi mentidos filósofos que osaban
escrutar tus misterios, ultrajarte,
y de impiedad al lamentable abismo
a los míseros hombres arrastraban.
Por eso siempre te buscó mi mente
en la sublime soledad; ahora
entera se abre a ti; tu mano siente
en esta inmensidad que me circunda,
y tu profunda voz baja a mi seno
de este raudal en el eterno trueno.
¡ Asombroso torrente !
¡ Cómo tu vista el ánimo enajena
y de terror y admiración me llena !
¿ Do tu origen está ? ¿ Quién fertiliza
por tantos siglos tu inexhausta fuente ?
¿ Qué poderosa mano
hace que al recibirte
no rebose en la tierra el Oceano ?
Abrió el Señor su mano omnipotente,
cubrió tu faz de nubes agitada,
dió su voz a tus aguas despeñadas,
y ornó con su arco tu terrible frente.
¡ Miro tus aguas que incansables corren
como el largo torrente de los siglos
rueda en la eternidad !... ¡ Así del hombre
pasan volando los floridos días
y despierta al dolor !... ¡ Ay ! agostada
yace mi juventud, mi faz marchita,
y la profunda pena que me agita
ruga mi frente de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
mi soledad y mísero abandono
y lamentable desamor... ¿ Podría
un alma apasionada y borrascosa
sin amor ser feliz ? ¡ Oh !, ¡ si una hermosa
digna de mí me amase,
y de este abismo al borde turbulento
mi vago pensamiento
y mi andar solitario acompañase !
¡ Cuál gozara, viéndola cubrirse
de leve palidez y ser más bella
en su dulce terror, y sonreírse
al sostenerla en mis amantes brazos !...
¡ Delirios de virtud !... ¡ Ay ! Desterrado,
sin patria, sin amores,
sólo miro ante mi llanto y dolores.
¡ Niágara poderoso !
oye mi última voz; en pocos años
ya devorado habrá la tumba fría
a tu débil cantor. ¡ Duren mis versos
cual tu gloria inmortal ! ¡ Pueda piadoso
viéndote algún viajero,
dar un suspiro a la memoria mía !
Y yo, al hundirse el sol en Occidente,
vuele gozoso do el Criador me llama,
y al escuchar los ecos de mi fama,
alce en las nubes la radiosa frente.
José María Heredia
Himno del Desterrado
¡ Cuba, Cuba, que vida me diste,
dulce tierra de luz y hermosura !
¡ Cuáanto sueño de gloria y ventura
tengo unido a tu sueño feliz !
¡ Y te vuelvo a mirar...! Cuán severo,
hoy me oprime el rigor de mi suerte
la opresión me amenaza con muerte
en los campos do al mundo nací.
Mas ¿ qué importa que truene el tirano ?
pobre, sí, pero libre me encuentro.
Sólo el alma del alma es el centro:
¿ Qué es el oro sin gloria ni paz ?
Aunque errante y poscrito me miro,
y me oprime el destino severo;
por el cetro del déspota ibero
no quisiera mi suerte trocar.
¡ Dulce Cuba !, en su seno se miran
en el grado más alto y profundo,
las bellezas del físico mundo,
los horrores del mundo moral.
Te hizo el cielo la flor de la tierra;
mas, tu fuerza y destinos ignoras,
y de España en el déspota adoras
al demonio sangriento del mal.
¡ Cuba, al fin te verás libre y pura !
Como el aire de luz que respiras,
cual las ondas hirvientes que miras
de tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores te sirvan,
del tirano es inútil la saña,
que no en vano entre Cuba y España
tiende inmenso sus olas el mar.
Inmortalidad
Cuando en el éter fúlgido y sereno
Ardan los astros por la noche umbría,
El pecho de feliz melancolía
Y confuso pavor siéntese lleno.
¡Ay! así girarán cuando en el seno
Duerma yo inmóvil de la tumba fría...
Entre el orgullo y la flaqueza mía
Con ansia inútil suspirando peno.
Pero ¿qué digo? –Irrevocable suerte
También los astros a morir destina,
Y verán por la edad su luz nublada.
Mas superior al tiempo y a la muerte
Mi alma, verá del mundo la ruina,
A la futura eternidad ligada.
La desconfianza
Mira, mi bien, cuán mustia y desecada
Del sol al resplandor está la rosa
Que en tu seno tan fresca y olorosa
Pusiera ayer mi mano enamorada.
Dentro de pocas horas será nada...
No se hallará en la tierra alguna cosa
Que a mudanza feliz o dolorosa
No se encuentre sujeta y obligada.
Sigue a las tempestades la bonanza:
Sigue al gozo el tedio y la tristeza...
Perdóname si tengo desconfianza
De que dure tu amor y tu terneza:
Cuando hay en todo el mundo tal mudanza,
¿Solo en tu corazón habrá firmeza?
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Al partir
¡ Perla del mar ! ¡ Estrella de Occidente !
¡ Hermosa Cuba ! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
como cubre el dolor mi triste frente.
¡ Voy a partir !... La chusma diligente,
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza y, pronta a su desvelo,
la brisa acude de tu zona ardiente.
¡ Adiós, patria feliz, edén querido !
¡ Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído !
¡ Adiós !... Ya cruje la turgente vela...
El ancla se alza... El buque, estremecido,
las olas corta y silencioso vuela.
Gertrudis Gómez de Avellaneda
La vuelta a la Patria
¡ Perla del mar ! ¡ Cuba hermosa !
Después de ausencia tan larga
Que por más de cuatro lustros
Conté sus horas infaustas,
Tomo al fin, tomo a pisar
Tus siempre queridas playas,
De júbilo henchido el pecho,
De entusiasmo ardiendo el alma.
¡ Salud, oh, tierra bendita,
Tranquilo edén de mi infancia,
Que encierras tantos recuerdos
De mis sueños de esperanza !
¡ Salud, salud, nobles hijos
De aquesta mi dulce patria !...
¡ Hermanos, que hacéis su gloria !
¡ Hermanas, que sois su gala !
¡ Salud !... Si afectos profundos
Traducir pueden palabras,
Por los ámbitos queridos
Llevad – ¡ brisas perfumadas
Que habéis mecido mi cuna
Entre plátanos y palmas ! –,
Llevad los tiernos saludos
Que a Cuba mi amor consagra.
Llevadlos por esos campos
Que vuestro soplo embalsama,
Y en cuyo ambiente de vida
Mi corazón se restaura:
Por esos campos felices,
Que nunca el cierzo maltrata,
Y cuya pompa perenne
Melifluos sinsontes cantan
Esos campos do la ceiba
Hasta las nubes levanta
De su copa el verde toldo
Que grato frescor derrama:
Donde el cedro y la caoba
Confunden sus grandes ramas
Y el yarey y el cocotero
Sus lindas pencas enlazan...
Donde el naranjo y la piña
Vierten al par su fragancia;
Donde responde sonora
A vuestros besos la caña;
Donde ostentan los cafetos
Sus flores de filigrana,
Y sus granos de rubíes
Y sus hojas de esmeraldas.
Llevadlos por esos bosques
Que jamás el sol traspasa,
Y a cuya sombra poética,
Do refrescáis vuestras alas,
Se escucha en la siesta ardiente
Cual vago concento de hadas –
La misteriosa armonía
De árboles, pájaros, aguas,
Que en soledades secretas,
Con ignotas concordancias,
Susurran, trinan, murmuran,
Entre el silencio y la calma.
Llevadlos por esos montes,
De cuyas vírgenes faldas
Se desprenden mil arroyos
En limpias ondas de plata.
Llevadlos por los vergeles,
Llevadlos por las sabanas
En cuyo inmenso horizonte
Quiero perder mis miradas.
¡ Llevadlos férvidos, puros,
Cual de mi seno se exhalan
Aunque del labio el acento
A formularlos no alcanza,
Desde la punta Maisí
Hasta la orilla del Mantua;
Desde el pico de Turquino
A las costas de Guanaja !
Doquier los oiga ese cielo,
Al que otro ninguno iguala,
Y a cuya luz, de mi mente
Revivir siento la llama:
Doquier los oiga esta tierra
De juventud coronada,
Y a la que el sol de los trópicos
Con rayos de amor abrasa:
Doquier los hijos de Cuba
La voz oigan de esta hermana,
Que vuelve al seno materno
– Después de ausencia tan larga –
Con el semblante marchito
Por el tiempo y la desgracia,
Mas de gozo henchido el pecho,
De entusiasmo ardiendo el alma.
Pero, ¡ ah !, decidles que en vano
Sus ecos le pido a mi arpa;
Pues sólo del corazón
Los gritos de amor se arrancan.
Rafael María de Mendive
A un arroyo
¡ Cuán lento vas, arroyo cristalino,
con expresión sencilla,
rizando en tu camino
la verde alfombra de flotante lino,
que blando crece en tu espumosa orilla !
¡ Cuán bellas corren, removiendo arenas,
ceñidas amapolas
y blancas azucenas,
en breves giros las modestas olas
que nacen en tus márgenes serenas !
Cantando amor las aves melodiosas
se miran dulcemente,
cual visiones hermosas,
en el espejo claro y transparente
de tus humildes aguas silenciosas.
La verde selva y la feraz llanura
te ofrecen regaladas
su plácida verdura;
y en grato son las brisas perfumadas
tranquilas besan tu corriente pura.
Suaves te dan los bosques sus aromas;
los valles sus primores;
las selvas, sus palomas;
su sombra grata, las enhiestas lomas
y el cielo mismo su dosel de amores.
Y en las de mayo hermosas alboradas,
flotando en tus espumas,
te arrullan sosegadas
del blanco cisne las brillantes plumas,
¡ las hojas por los céfiros llevadas !
Hijo, tal vez, de agreste peña dura,
tu manantial de plata
por la inmensa llanura.
como una cinta blanca se dilata
ceñida de riquísima verdura.
Y ajeno de ansiedad y de pesares
por selvas y palmares,
sin suspirar congojas,
tranquilo vas al seno de los mares
cubierto siempre de fragantes hojas.
Niño también me deslicé inocente,
con paso indiferente,
sin soñar en amores,
tras el vivo matiz de hermosas flores
y el límpido cristal de mansa fuente.
Y libre como garza voladora,
con infantil decoro
y gracia encantadora,
besando fuí tus arenillas de oro
al tibio rayo de la blanca aurora.
Entonces, ¡ ay !, ¡ con cuán brillante arreo
Agitaba mis alas
en loco devaneo,
cercado siempre de celestes galas
por los eternos campos del deseo !
Mas de entonces, ahora... ¡ cuántos daños
han causado a mi vida
los tristes desengaños !
¡ Una tras otra la ilusión perdida
bajo el peso terrible de los años !
Yo soy aquel infante candoroso
de la guedejas blondas,
y mirar cariñoso,
que tantas veces se agitó en tus ondas
como entre flores el sunsun hermoso.
Yo soy el mismo; pero el alma mía;
tristemente ha perdido
su inefable alegría,
y en vano busca en tu corriente fría
la imagen bella de su abril florido.
Sigamos, ¡ ay !, sigamos la jornada,
llorando yo mis penas
con alma resignada,
y tú besando el manto de azucenas
que se mece en tu margen sosegada.
Tal vez mañana, triste y abatido
por los placeres vanos,
aquí vendré perdido,
de horrible tedio el corazón herido,
mustia la frente y los cabellos canos.
Y sentado en tu margen fresca y grata,
con íntima alegría,
veré cual se retrata
sobre tus ondas de color de plata
la imagen, ¡ ay !, de mi vejez sombría.
Prosigue, pues, arroyo, tu carrera,
mientras voy aspirando
de hermosa primavera
el celestial aroma en tu ribera,
tus ondas con mis lágrimas mezclando;
que iguales en la vida y en la suerte,
uno será el destino,
inexorable y fuerte,
que a los dos nos sorprenda en el camino,
¡ y nos lleve al abismo de la muerte !
Webmaster: Carlo Nobili — Antropologo americanista, Roma, Italia
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