Manantiales del aire
Limpio florecer de mayo
al fresco anuncio del oro:
el aire con su tesoro
del más colorido rayo.
Cimbra un rojo guacamayo
el silencio de la sierra.
Por las lomas la luz yerra
con sus joyas de la mano,
regándolas en el llano:
ciega de amor por la tierra.
El niño
Yo no busco el palacio
Lujoso,
Los altares de oro:
Yo
Busco
El hogar humildísimo
Y en él a un niño.
En ese niño está
Mi dios mortal,
Pidiéndome:
Ayúdame,
¿no ves que soy
un niño?
Sea un dios o sea un dragón
Futuro:
¡Es un niño que me mira!
Ven a mi pecho, hijo,
Mis brazos necesitan abrirse,
Aunque abracen quimeras.
Junio 4/79
A mi oficio
A mi escribir cantando me refiero
laborioso y tranquilo: me entretiene
las impedidas horas y sostiene
un hálito de honor donde me esmero
por ser fiel, por ser hombre verdadero,
velado de la luz que le mantiene
el tiempo en su flor real, donde no viene
sino rumor de signo valedero.
... Ah, quedará mi torre, mi silueta,
del arte lento y solo — de alma suma,
donde la mano se aproxima y reta
con inhábil dibujo de su espuma
la furia de la mar, terco poeta —
disuelta entre la ruina de la pluma.
Yerba
Aprende la lección de la yerba,
echa tu hoja.
Ella ignora si aprovechará su trabajo
y echa su hoja verde.
No se pregunta si vendrá el poeta
a cantarla,
a comer de sus verdes para dar esperanzas.
Si vendrán los amantes
a reposar sobre sus palacios.
Echa su hojita verde.
No sabe si la comerá el cordero
o el diente de la nieve.
No oye la palabra polvo,
no entiende la palabra estéril.
Echa su hojita verde.
Ah, no soy una yerba:
puedo echar mi hojita verde
pero sé que los cuervos no la comen
ni el león, ni la sierpe.
Echo mi hojita.
Quizás una hormiguita cansada
a mi sombra reposará,
quizás una lombriz errabunda
eluda al buitre bajo mi verde.
Y si no viene nadie
¿qué culpa tengo yo de echar mi verde
como si viniera el orbe a comerlo?
Recuento
Nada más puedo ser,
ayúdame tarde;
un caminante oscuro por la orilla
otoñal del agua,
ayúdame agua;
una canción perdida siempre
bajo un árbol apenas visible,
ayúdame árbol;
un ojo de niño condenado,
un enfermo que vaga sin ruta,
ayúdame errancia;
un poeta de puro sortilegio,
un tan vago sonido cayendo:
ayúdame verso;
un amor que ha encendido los fuegos
de oro, del joven oro:
Ah, vasto campo, tiempo tan bello
monótono cayendo en mi pérdida
fría, acude ¿puedes
calentarme como una transida doncella
con tiernas pausas, correspondencias turbadas,
con pensamientos con el sueño de la yerba,
entrando en locura jubilosa
como llama vasta y santa, canto
vívido, honor del mundo?
Ah, cuerpo mío, condenado suave,
alma de mi cuerpo, sola de mi cuerpo, pájaro
andando en un solo nido, su único
arrimo de pajas rotas, devuélveme, ayúdame:
hazte pacífico para que yo lo sea, restaura,
enloquece, suave, sonríe, heroico cae
en tu sórdido lecho noble si puedes.
Abril 11, 1956
(Muerte de mi madre)
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