Todo estudio que presuponga un análisis regional, pone siempre al investigador ante un grave peligro. EL tema de la pintura contemporánea en Iberoamérica, lleva intrínsecamente el riesgo de los tropiezos que pueden derivar de su novedad, y otro, inherente a la tendencia globalizadora que vive el mundo a todos los niveles predecibles.
Intentar la regularización más o menos sintética de la actual situación de la plástica desde esta perspectiva, significa indagar sobre una experiencia disímil, con contrastes manifiestos, coexistencias, desfasajes y particularidades que nos conducirían por fuerza a sus fuentes nutricias y despertares.
Si en alguna región es difícil alistarse en posiciones conciliadoras coadyuvantes para este tipo de análisis, es en esta que comprende Latinoamérica, el Caribe, España y Portugal.
Por lo que, más que comenzar a nombrar figuras notorias del movimiento plástico en Iberoamérica, o pretendidas y pasadas denominaciones enmarcadoras de la producción de hoy en nuestros países, considero esta oportunidad un marco apropiado para reflexionar acerca de la propia sugerencia que nos brinda el tópico que nos ocupa: ¿Podemos hablar o no de la existencia de una pintura actual Latinoamericana?
Hace ya algún tiempo se ha avivado la polémica en este sentido, sobre todo a raíz de la reiterada tendencia a ver nuestra modernidad como un eco diferido y deficiente de los países europeos o de Norteamérica. Se ha manejado el termino de crisis para referirse al estado actual de la plástica en el continente, a partir de mutaciones o determinismos, según los cuales, ciertas condiciones socioeconómicas han producido las obras distintivas del arte en la región.
No creo pertinente, a estas alturas, enarbolar la polaridad excluyente Europa-Latinoamerica, dado que este continente es heredero natural de la cultura europea, al igual que la indoamericana y la africana, y debe ser usufructuario a propia conveniencia.
América Latina es síntesis originaria, transculturaciones, aculturaciones y mestizajes, y esto se demuestra muy bien en el caso de la música y la danza. Más no por ello tendríamos que caer en la retórica tercermundista que nos lleva a replantear la vilipendiada "identidad", en virtud de lo exótico, aun frente a nosotros mismos, porque no somos resultado de la experimentación. Y porque al final, la identidad significa saber quien es uno y para que uno está en el mundo, con lo que la interrogante se sitúa más allá de geografías y localizaciones en el espacio.
En este sentido no es posible hablar de un "arte latinoamericano" genéricamente agrupado, pues terminamos haciéndoles el juego al pensamiento eurocentrista que nos "mira" con curiosidad ingeniosa, y porque además, la producción de arte del continente — como en el resto del mundo — es demasiado heterogénea para ser nombrada en conjunto.
Es cierto que, la proliferación de apelativos reagrupadores en abierta concesión al pensamiento cliché del "como nos piensan los otros", tuvo parte de su génesis mental en la observación del uso de materiales pobres, desechos y la futilidad de elementos obvios. Pero, esta razón poco convincente, no es en modo alguno batalla seria para negar o admitir la validez de una terminología tan controversial y abarcadora.
Ya el mundo no es más polarizaciones a ultranza sobre todo en materia de aportaciones e intercambios. El criollismo ha tomado por asalto hasta las desplegadas banderas de quienes intentan reclusión voluntaria en torres de cristal.
Todos los habitantes de la tierra somos producto de la llamada culturalidad híbrida que tan acertadamente ha señalado García Canclini, de la yuxtaposición y el entrecruzamiento de las tradiciones y la modernidad, de las acciones políticas educativas y educacionales actuales.
Los artistas "adictos" a los modelos surgidos en otras partes, no son meros imitadores de estéticas importadas, ni pueden ser acusados de desnacionalizar su propia cultura, muy al contrario, sus creaciones muchas veces se tornan redefiniciones en medio de los conflictos sociales y culturales.
Los que, por el contrario, extienden su trabajo en el más profundo apego a sus raíces ancestrales, no pueden sustraerse a su vez del avance y de la experimentación aprehendidas en la realidad de visiones diversas.
Optar en forma excluyente entre dependencia o nacionalismo, entre modernización o tradicionalidad local es una simplificación insostenible.
Hay afinidades que ciertamente han venido acompañadas por elementos históricos análogos, pero que en ningún caso tienen relación con una actitud de auto-marginalidad en el contexto de las artes. Vivir en Bogotá, La Habana o México, nos hace acreedores de una familiaridad innegable, con sus arraigos y desarraigos.
Entonces, ¿existe o no un arte latinoamericano en consistencia?
Una afirmación del caso, nos conduciría a intentar con peligrosidad un equivalente en la búsqueda de esencias exclusivas, lo cual es por supuesto, inviable.
De lo que si doy fé, desde una posición de respeto a los estudiosos o dilentantes, es de que existe la latinoamericanidad, no como propuesta de similitudes artísticas, ni vocaciones nacidas en la precariedad de un falseado sentimentalismo solidario, sino como visión extendida que rebasa lo peruano, lo cubano, lo colombiano, y que funciona a nivel intuitivo, en el subconciente, y que se traduce en valores y expresiones, en la sensibilidad a la hora de enfrentarnos a lo producido en otras partes. Existe esta región pletórica de potencialidades y de energías para dar al mundo y que testimonia con personalidad propia, las problemáticas estéticas más acuciantes del contexto, tamizada por una perceptualidad que pasa por alto lugares de residencia y formaciones foráneas.
Y una muestra palpable de ello es la materialización de este proyecto Iberoamérica Pinta, el cual ha implicado a editores y editoriales, pintores, escritores y promotores de arte, en una sola voz a la defensa de la cultura en la región.
La exposición es una respuesta contundente a las expresiones de debilidad de la producción pictórica de la región, una constancia de la vitalidad del arte en Latinoamérica, España y Portugal.
Este empeño reúne en si a una serie de artistas que desde 1992 han trabajado en el proyecto Periolibros, con la intención de distribuir en toda Iberoamérica, millones de libros a través de diarios, con obras de nuestros grandes poetas y narradores del siglo XX, ilustradas por prestigiosos artistas plásticos iberoamericanos contemporáneos. El valor de este proyecto real, más que su acertado logro en el campo editorial, hay que verlo en la organización de esta exposición, que hoy prestigia a las ciudades por las que ha pasado, en tanto a la oportunidad que ofrece de convertir las utopías de millones de personas en acontecimiento al alcance, irrepetible talvés.
Porque lograr reunir a tantos y tales artistas, en confrontación inmediata para los ávidos ojos, sigue pareciendo un sueño.
¿En qué otra forma tendríamos la posibilidad de ver reunidas las propuestas diferentes de Botero, Zaida del Río, Escobar, Ana Eckell o Jacobo Borges, entre otros de los notables participantes del proyecto?
Iberoamérica Pinta es sin dudas, la exposición itinerante más importante de la ultima década en la región. En el lapso de tres anos, carga 63 trabajos de los artistas que han ilustrado Periolibros, en un gesto integrador sin precedentes.
No es preciso advertir a los lectores que, recorrer los espacios que la han cobijado ha tenido un matiz diferente a lo acostumbrado, pues nos enfrentamos a obras en pluralidad de modos expresivos, concepciones plásticas y técnicas, cuyo único hilo conductor común es el de la probada trayectoria de sus participantes.
No me es posible enumerar los 63 expositores, sobre todo porque esta al alcance del publico el espléndido catálogo que la acompaña, en el cual existe un amplio artículo de Lenin Ona, critico e historiador de arte ecuatoriano, en el que por regiones geográficas, hace un análisis histórico de la evolución del arte en los lugares de procedencia de los artistas de la muestra, haciendo hincapié en aquellos centros que por su fuerza, ante determinadas condiciones, el despegue se constituyó en autonomía innovadora e influyente.
De cada país del continente Americano, España y Portugal nos llegan consagrados y destacados exponentes cuyas obras han rebasado los tanteos pictóricos en una realidad tan conflictiva como ha sido la historia del arte en otros lugares del mundo. En la propia diversidad que presupone la aparición de distintos movimientos y corrientes, pero sobre todo a partir de la adopción de lenguajes de expresión más o menos nacionalistas, finiseculares o extendidos, Iberoamérica Pinta nos habla de la buena salud del arte en la región en su variedad, sin la necesidad de establecer vasos comunicantes identificadores. Más su empeño, aparte a los estilos, temas, propuesta conceptual o formal, es orgánico en la medida en que no nos es ajeno, aun cuando, deseo aclarar, la exposición no constituye un resumen de la producción pictórica de Iberoamérica, ni de sus actuales fluctuaciones. Tampoco es un medidor exacto del funcionamiento del mercado de arte de los países que la componen.
Es, sencillamente, la traslación de una convocatoria cultural de altos quilates, en concordancia cualitativa, y privilegiada.
Esperamos que esta exposición sea la pauta para llevar también hasta otros continentes los diversos momentos de nuestra creación artística en estas ultimas décadas del siglo, insertados en la proyección universal y en la dialéctica originaria que nos distingue, nos une y nos libera de la uniformidad, como individuos sujetos también a la memoria, y como normales antropófagos, devorados y devoradores.