Cuando una persona decide ingresar en la sociedad Abakuá debe responder a determinados requisitos: ser hombre, ser buen hijo y ser buen amigo.
La persona en cuestión formaliza su decisión ante los responsables: plazas del juego o grupo al cual aspira a pertenecer. El candidato ha hecho su decisión por su propia voluntad, ya que todavía no funciona en la institución Abakuá una Secretaría de Afiliaciones que se ocupe de la captación de nuevos prosélitos. Esto último no quiere decir, sin embargo, que cada abakuá, por su parte, deje de hacer una espontánea ostentación sobre la importancia de pertenecer a esa sociedad de origen africano.
Es posible que el candidato a iniciado se presente ante los que son plazas con una persona que ya es abakuá y que en su turno, será el padrino del futuro neófito. El padrino no es más que un elemento imprescindible en el expediente de la ceremonia de iniciación y no tiene, necesariamente, que pensar en las decisiones definitivas de los encargados de resolver los ingresos en la institución, siempre lo fundamental será dar una cumplida y satisfactoria respuesta a los requisitos mencionados al comienzo. Una vez presentado, el aspirante cae en la jerarquía de indícime o endícime, que es el nombre genérico que se da a todo individuo en esta fase, es decir que quiere ser o hacerse abakuá.
Elementos tan poco serios como raza, edad o posición económica, no son tomados en cuenta para el trámite de indícime, que lo constituye, a no dudarlo, factores positivos anotados a favor de los abakuá. Otros factores como instrucción, títulos académicos o alcurnia social tampoco tienen conexión con la calificación de aptitud para ser abakuá.
Hecha su decisión, formalizada esta ante los plazas, estos le imponen tanto de la posición de la institución, como de los requisitos de la misma, más o menos en estos términos:
El Abakuá no llama a nadie para que se haga, tampoco obliga a nadie a hacerse. A ustedes (los aspirantes) les entra el embullo de hacerse y entonces quiren hasta morirse por ser abakuá, pero, después que están hechos, se olvidan del juego, se olvidan de que el abakuá existe, y no pagan los recibos (de 10 a 20 centavos semanales) y cuando un ekobio (cofrade) se muere hay que estar haciendo colectas para enterrarlo. Eso sí, cuando hay un plante todo el mundo quiere disfrutar de la fiesta sin saber de donde sale el dinero.
En este momento están en la etapa de la junta, donde pueden participar los indícimes. Varios de los abakuá presentes habrán hurtado el rostro soslayadamente cuando se habla de puntualidad en los pagos de las cuotas.
Los plaza continúan dando la bievenida al aspirante:
Al abakuá se viene a cumplir con el juego y con los ekobios. Aquí recibimos a todo el mundo, siempre que sea hombre, buen hijo y buen amigo. Para ser hombre no hay que ser abakuá, pero, para ser abakuá hay que ser hombre.
A partir de este momento el indícime queda sujeto a una exhaustiva investigación. No quedará una fase de su vida que no se rastree minuciosamente. No es, en verdad, exageración decir que se investigará desde su nacimiento hasta el momento actual en busca de una completa respuesta a las condiciones o actitud del indícime.
Quizás sea un tanto amplia e imprecisa, la idea de buen amigo con que se compara al indícime, la cual sirve para razonar el él, la condición social de amistad, que se requiere en esta sociedad. De esa prueba es, en general, fácil de salir airoso. Incluso la más impresionante, la de ser buen hijo, es un reto al cual todo ser humano promedio, relativamente responde con facilidad y convencimiento. En esta cláusola de tipo filial, lo más embarazoso que puede ocurrir es que la madre no tenga todas sus simpatías con los abakuá y entonces no de su esentimiento para que su hijo se haga. Quiseran los abakuás que tal contratiempo no ocurriera, pero en este caso insistirán con la rebelde señora, tratando de sacarla de sus conceptos, demonstrarle que pueden ser erróneos, respecto al abakuá y de paso le destacarán las bondades morales de la institución. Pero, en última instancia, entonces de todas formas harán al hijo, no sin dejar de lamentar la incomprensión de la aurora de sus días.
Mas, donde no tienen duda alguna los abakuá y se basan en razonamientos concretos y específicos, es en su particular concepto de hombre, que es la base de la institución.
El abakuá no es un rito de la pubertad, no es un medio social para dar notoriedad de adultez a todos los miembros de un grupo dado cuando llegan a la etapa biológica correspondiente, toda vez, que la la edad del individuo no juega papel alguno para la iniciación.
Otros factores, fácilmente relacionados con el proceso de la madurez biológica, como es el estado civil de soltero, casado, viudo o divorciado, tampoco se toma en cuenta.
En el abakuá, su particular concepto de hombre, es previo y sine qua non a la iniciación. Luego, no se dice:
Ayer fulano no era hombre y hoy es hombre, porque se juró o se hizo abakuá.
Lo real y proprio es decir:
Hoy fulano es abakuá, porque ayer era hombre y lo juraron.
El abakuá reconoce la hombría, la respeta y la exalta. El abakuá, en lo más esencial, es un culto a la hombría, a los conceptos que el hombre común de nuestro pueblo tiene de la hombría.
El concepto abakuá de hombre es relativamente simple y está bien separado de la mayor o menor aptitud del individuo en cualquiera de las categorías sociales. Se pueden tener méritos artísticos, familiares, de amistad y hasta de erudición, de cultura, etc.; pero eso no aporta nada, no modifica el concepto de hombre en abakuá.
Se es hombre cuando no se es amujerado, cuando no se asumen maneras femeninas. Cuando en un estricto rigor nuestras relaciones sexuales se han basado en un comportamiento arquetípico incluso ante la mujer. Hay específicos puntos del variado repertorio en el rejuego amoros, que están proscriptos de la conducta sexual del macho abakuá. La versatilidad erótica de ciertas culturas, muy desarrolladas como las europeas, digamos, llenarían de repulsión y condena al abakuá más liberal.
Ser invertido es una suerte de muerte moral en el concepto abakuá. La institución tiene bien claros los conceptos de pederasta activo y pederasta pasivo. Realmente consideran invertido al pederasta pasivo, que es el que no puede ser abakuá. Las aventuras ocasionales de pederasta activo, son contempladas con una indulgente sonrisa que no tiene mayores complicaciones. Ciertamente, no creen ellos que se deja de ser hombre por haber complacido a un tipo afeminado en alguna pasada ocasión, es decir, sin que se haya fijado un vicio.
En el campo social también hay que ser hombre. Esto se traduce en una actitud de cierta manera tensa en cuanto a perseguir una certera discriminación sobre qué debe tolerar y qué no debe tolerar un hombre para merecer el calificativo de tal en relación a su grupo. El aspirante a abakuá, nos lucirá, de esta suerte, un ente hostil y fácilmente irritable. En el mejor de los casos, nos parecerá una persona propensa a las camorras; pero, no se tratará siempre sino de alguien que tiene su sentido de virilidad tenazmente fundada sobre criterios específicos y definidos. Concepto acondicionados por una tenaz lucha dentro del ambiente hostil en que se desenvuelve el hombre humilde como consecuencia de una enorme distinción clasista.
Si el indícime ha descubierto las pruebas mencionadas, si es hombre, entonces podrá ser abakuá, no hay otro medio, ni siquiera el económico, que suele ser tan poderoso en casi todos los aspectos de la vida, especialmente para otras clases sociales que mantienen marginado y expoliado al grupo o clase social donde se ubica, preferentemente, esta forma de agrupamiento. No es posible que nadie gane un centavo en la institución por el inicio de un nuevo miembro. Nadie, individualmente, tiene la potestad o responsabilidad en las iniciaciones. Siempre el ingreso será una decisión de carácter colectivo entre todos los miembros de la institución. Y se vemos a un indícime que se entusiasma y hace alardes de generosidad con los plazas o con cualquiera de ellos en particular, habrá que ver en este entusiasmo una actitud de sano desprendimiento y camaradería y no la presunción de que va a comprar su acceso a la institución; tal empeño sería inútil. Ello es, más bien, un síntoma de compenetración con el grupo, que es lo que cuenta.
Ya cubierto el dramático expediente de investigación, es cuando el indícime se habilitará para hacerse abakuá; comprará 2 gallos, dispondrá de alrededor de $40.000 en efectivo que es lo que pagará como derecho de iniciación y tal vez se preocupe por estrenar un llamativo pañuelo de bordado con los símbolos de su juego. Y también se preocupará, seguramente, por una camiseta de puño, de las conocidas popularmente por el nombre de P.R. para cubrir su torso desnudo el día del plante. No desetimará tampoco reservar algunos pesos para invitar a sus amigos a la cantina en honor de la fecha del juramento, que le será señera. En términos económicos ser abakuá cuesta alrededor de $60.000.
Cuando haya terminado el plante el antiguo indícime tendrá, muchas razones personales para sentirse orgulloso de su hombría a toda prueba, porque en definitiva él ya es abakuá.
Lo que hemos descrito en los párrafos anteriores es un tranquilo y convencional modo de transitar la fase de profano a la de ingreso a la sociedad secreta abakuá. Pero, con bastante frecuencia se produce un conflicto de mayor intensidad dramática. Nos referiremos al conflicto que surje, cuando una persona aspira a ser abakuá y dicha persona resulta inaceptable.
El indícime, sabe muy bien el destino que ha decidido; sabe que, la distancia a recorrer para llegar a abakuá no es, precisamente, una vía tapizada de rosas, sono que, este camino es un tortuoso sendero lleno de insospechadas adversidades.
Desde luego haber alguien que no comparta totalmente los entusiasmos del aspirante y que aquel llegue a ser tan osado que haga pública su inconformidad diciendo que nuestro candidato no puede ser abakuá. Lo anónimo no funciona en este medio, de manera que el opositor, a más de los elementos de prueba casi siempre de palabras, respaldará sus descargos personalmente, dirá:
Yo Fulano de Tal, digo que, Esperancejo, no puede ser abakuá.
Esperancejo es, por supuesto, el indícime que está descalificando.
A veces la acussación se produce de una manera más espectacular, es cuando se origina en el momento del plante y ya el aspirante se encuentra en el fambayín o cuarto de ceremonias, listo para ser jurado. Siempre las palabras de un abakuá cualquiera serán tan convincentes que los plazas no iniciarán el indícime.
Lo más desolador y bochornoso que puede ocurrirle al hombre que pretende ser abakuá, es que lo levanten, que es precisamente el caso de la irrupción violenta en el plante de la persona, tan osada que sustenta que el indícime no tiene condiciones para ser jurado. En una versión más directa, lo que se ha dicho del dessitor, o sea el que lo levantó. Sin embargo, desde el primer momento se notará un enorme desbivel en la balanza de las posiciones respectivas. El indícime se sentirá más solo que nunca antes en su vida, frente a la abrumadora opinión de su medio y a la proverbial tosudez de su acusador.
Casi siempre los obstáculos que se ponen en esta suerte de desgraciado indícime, son polémicos, esto es, lo que se dice en contra de él puede o no ser cierto pero, al revés de otras interpretaciones que nos son familiares (no se es culpable hasta tanto no se nos sea probado) el indícime es prácticamente culpable.
Se enfrentará solo a su problema y tendrá que probar su inocencia dentro de unas condiciones realmente imposibles. Se enfrentará solo al problema y con la única alternativa de que su acusador se retracte. Sin embargo, el mayor obstáculo está, precisamente, en que no es muy de hombre retractarse en el medio abakuá. Hay también el principio tácito de que gratuitamente nadie va a acusar a un indícime, pues, el acusador es lógico que está consciente del delicado riesgo que estaría corriendo.
De esta manera podemos ver, claramente, que las soluciones se van poniendo cada vez más distantes para nuestro candidato, al cual la vida se le irá haciendo cada día más insoportable, pues los que le vieron hacer su decisión de querer ser abakuá, ahora se preguntan sin sus pregonadas condiciones viriles pedirán con mayor o menor discreción que actúe.
Y paralelamente la personalidad del acusador se irá acrecentando. El acusador habrá ganado prestigio entre los suyos, come elemento chévere, o sea, como hombre probado que no se arredra ante nada por los fueros del abakuá.
Puede que se desencadene una sucesión de recíprocas agresiones físicas entre el acusado y el acusador, sin que ninguno de ambos delate al otro a las autoridades judiciales; la delación no es oficio de hombres. Mas, al día siguiente de esa teoría de camorras, las cosas no habrán variado mucho en favor del indícime y sus posibilidades de iniciación, porque, de todas formas de él se ha dicho y se mantiene que no es hombre. Y si en un acto de violencia capital, el indícime en entredicho, diera muerte a su antagonista:
Bueno, tú lo mataste, pero, él decía que tu no eres hombre. Y ahora quién va a averiguar lo contrario?
Así le dirán tranquilamente al homicida los que tengan la responsabilidad de las iniciaciones en el abakuá.
Decididamente, no es fácil de lograr el honor de ingresar en esta sociedad secreta, tampoco es un sofisticamiento, calificarla de exclusicista en cierto sentido. El abakuá puede ser un excitante reto. Los que cubren la distancia de indícime tienen suficientes razones personales para sentirse orgullosos de su hombría. Lo que pasa es que hay estar bien seguro de uno mismo, de la historia personal que empieza en la cuna, antes de recoger el guante del excitante retoabakuá.
Tomado de: LÁZARA MENÉNDEZ, Estudios Afro-Cubanos. Selección de Lecturas, vol. 2, La Habana, Universidad de La Habana, 1990, pp. 129-139 (or. 1961)