Cuba

Una identità in movimento


Página del Diario de un niño emigrado. Cuento de Ileana Corvisón Menéndez

Ileana Corvisón Menéndez


Querido Jesús:

    Quiero decirte que tengo doce años y me pusieron tu nombre así que como dicen por acá somos tocayos, ¿Qué coincidencia verdad? Sólo que tú fuiste muy bueno y yo deseo serlo pero a veces no me sale bien del todo.

    Te diré y dispensa el atrevimiento que te trate como a un amigo más, pero así me dice el Padrecito Carlos lo haga, que hable contigo en mi corazón y te sienta en él y siempre piense y trate de ver las cosas como las verías tú y luego actúe, pero tengo que decirte que se me hace muy difícil a veces, aunque de todas formas lo intento pues en esta ciudad donde vivimos y en la otra de donde salimos la vida es muy dura, allá tenía que limpiar zapatos y vender frituras que hacía mi mamá para ayudar a mis padres y mi papá salía todos los días a buscar trabajo también ella buscaba en las casas de las gentes más afortunadas las ropas sucias para lavarlas y plancharlas y por eso le pagaban unos pocos pesos que no nos alcanzaban ni para el diario, todo esto para poder sobrevivir, y ni que pensar de la escuela no tenía tiempo para ello. Hasta que un día mi papá decidió que partiéramos y buscáramos la forma de vivir en otro sitio. No todos llegamos desafortunadamente, la travesía fue muy complicada con eso que se inventaron los hombres de las fronteras y todo ese lío de papeles pasaporte permisos y que se yo, con mucha pena te diré que entre los que no llegaron dos eran mis amigos de verdad, tenían más o menos mi edad y la hermana de uno de ellos la niña era como de cuatro años o más pequeña, esto resultó muy triste y difícil para todos.

    El viaje como te dije no fue fácil y los preparativos menos pero aquí estamos vivos y luchando, pero nos tratan como si no fuéramos personas de este mundo, simplemente veo que no encajamos acá tampoco, y lo peor de todo para mí es que allá en el pueblo se quedaron los abuelos, tíos y primos, o sea que somos como un árbol que se arrancó de raíz, yo en particular los extraño mucho y lo que me entristece es que nos sé cuando los volveré a ver. Sabes no le he preguntado a papá ni a mi madre sobre eso pero creo que ellos también sienten algo muy extraño aquí dentro del pecho como si algo se hubiera roto igual que me sucede a mi.

    Fíjate que casualidad, hasta hoy en que te escribo igual que todos los días, no había caído en cuenta, mi padre se llama José y mamá María, mira no más que coincidencia más curiosa mis padres y los tuyos tienen el mismo nombre y yo como ya te dije me llamo como tú. Me gustaría pensar que somos familia, porque ellos como tus padres salieron huyendo de su país, los tuyos para que no te hicieran daño y nosotros en busca de la ilusión de llegar a vivir como personas con algo de dignidad, pero la realidad es otra eso acá no existe, es verdad que puedo ir a la escuela pública y que papá trabaja, pero lo hace en exceso y mamá también, ya casi no nos vemos, en verdad tenemos más comida pero nos falta el cariño, el platicar sentados a la mesa, mientras comemos compartiendo ya no sólo un pan que es algo, que no todo, pero extraño otras cosas, el beso antes de dormir, las manos de mi mamá acariciando mi cabeza y arropándome, que mis amigos de la escuela lo sean de verdad, me acepten primero y si luego nace el cariño pues sea bienvenido, aunque sólo para comenzar deseo me respeten, que el maestro no me mire como si fuera extraterrestre porque no entiendo muy bien el idioma de acá o porque me equivoco a veces, o tal vez porque mi ropa no está nueva ni muy bonita.

    Otro de mis deseos es que la televisión no sea más el espejo donde se admira la violencia.

    ¡Ay! Jesús, amigo a veces pienso que alrededor todos se han vuelto locos, pues además de acabar los unos con los otros en las malditas guerras que se inventan, ahoritica pues están acabando con la casa de todos, este lindo mundo, con su sol, sus estrellas, los ríos, los peces, árboles, flores, montañas y ni que decir del pobrecito mar.

    Quisiera me ayudaras a encontrar la manera de ayudar aunque sea sólo un poco.

    No sentir las manos como herramientas sólo de trabajo para el propio provecho, ni la inteligencia, sino también para el de los todos que formamos este mundo. Que el hambre y el bienestar propio no sean la única preocupación, que la preocupación general no sea el bien personal sino el de todos y que nos podamos unir finalmente en una gran familia mundial, que cada quién en su país pueda sentirse a gusto como persona, y sobre todo que los niños tanto los pequeños como los que no lo son no estén desamparados y a merced de la calle que siempre los recibe con los brazos abiertos para hacerles mucho daño.

    Bueno Jesús mi amigo de todos los días, no quiero cansarte más con mis pláticas, deseo pensar que otros niños como yo también te hablan y a todos oyes y que ellos como yo desean lo mismo.

    Hasta mañana en que te vuelva a escribir,

    Jesús Pérez García




Ileana Corvisón Menéndez, 31/XII/05


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