Dos años más tarde del fin de la guerra por la independencia de Cuba, el gobierno interventor norteamericano tenía creadas las condiciones para establecer en el país una supuesta república convertida en un protectorado económico.
Firmada la paz con España, mediante el Tratado de París, Estados Unidos ocupó la Isla con sus tropas y se reservó el derecho de intervenir en el territorio cubano cuantas veces estimase, tomando como pretexto la seguridad de los ciudadanos norteamericanos radicados en el país.
El Tratado de París, firmado sin la participación cubana, reconoció a los españoles residentes en la pequeña nación caribeña todos los derechos de propiedad, incluyendo el de vender y disponer de sus productos. Pero desconoció el de los patriotas criollos cuyos bienes fueron embargados por las autoridades coloniales y que pasaron a poder de los jefes militares, de jerarcas, funcionarios y de cuantos integristas tenían amistad con los gobernantes españoles.
De esta forma despojaron a los independentistas de sus haciendas, cafetales, crías de ganado y otras propiedades rústicas y urbanas.
Ya para entonces la prensa norteamericana presentaba a las fuerzas mambisas como un hato de aventureros ociosos y codiciosos que no estaban dispuestas a trabajar ni a pelear.
Al desembarcar las tropas de EE.UU. en la oriental playa de Daiquiri dejaron de elogiar al Ejército Libertador y a los patriotas en general por sus valentía y sacrificios en la lucha por la independencia de Cuba.
Comenzaron entonces a distorsionar su imagen ante el pueblo norteamericano y el resto del mundo.
Mientras tanto, la situación de la Isla estaba polarizada políticamente en términos de una mayoría que proclamaba la independencia y la minoría anexionistas, entre los que sobresalían los colaboradores del régimen colonial español.
Desde antes de la disolución del Ejército Libertador, el gobernador militar Leonardo Wood inició un acercamiento con los elementos anexionistas, así como los comerciantes e industriales españoles y de otras nacionalizados que, aunque recelosos por la incursión del capital procedente de Estados Unidos, coincidían en los propósitos de establecer un régimen teóricamente independiente.
El drama se hizo patente con descarnados ribetes cuando el interventor militar, cumpliendo órdenes de Washington, limitó los poderes de la Asamblea Constituyente que se había reunido en el teatro Irijoa (después Martí) para aprobar la Carta Magna. Entre las atribuciones de la Asamblea no estaba la de declarar en vigor el resultado de sus deliberaciones, que en estos casos son soberanos. Ocurría porque los acuerdos tenían que ser sometidos a la aprobación de Wood y del presidente de los Estados Unidos.
Tampoco los legisladores electos en los comicios del 31 de diciembre de 1901 podían reunirse porque toda la vida pública cubana se hallaba supeditada a la decisión omnímoda del gobernador militar norteamericano.
Tal era la situación cuando el senador por el estado de Conneticut, Orville M. Platt, propuso al Congreso de los Estados Unidos que la Unión se encargara unilateralmente "de guardar el orden en Cuba", asumiendo las funciones de policía internacional.
Voces de protesta se alzaron en la Isla, pero el gobernador Wood impuso por intimidación la Enmienda Platt.
La Asamblea Constituyente en junio de 1901 accedió a colgar de su flamante Constitución, como un grillete, el engendro del senador Platt, mediante cerrada votación de 15 a 14. Un solo voto decidió el destino de Cuba durante más de 30 años en los que gravitaría ese apéndice sobre la República.
El sentimiento de frustración se generalizó en el pueblo pese a la actitud conciliadora de quienes argumentaban que sin Enmienda Platt no habría República.
En la Constitución de 1901 y el grillete interventor que blandía culminaban las sombras terribles de siglos de colonización, tráfico de esclavos, servidumbre, rapacidad y crimen. Entraba Cuba al régimen republicano sin despojarse del lastre colonial.
Con su economía sometida a un nuevo amo, que impuso los mismos tribunales, los mismos códigos, los mismos sistemas fiscales, los mismos métodos coloniales. Bajo el rótulo de país independiente, era un protectorado con bandera y escudo. Y en Palacio, un presidente dedicado a cumplir el mandato de Washington. Esta es la República que pretende reimponer más de un siglo después el gobierno fascista de George W. Bush.