Y los Orichas son como los muertos que no son muertos. Una larga cadena que clava el presente al pasado, que une más allá del tiempo, más allá del espacio, almas de hoy y de ayer.
África y América, lo que ha sido y será, tierra y cielo. Son como los espíritus de los ancestros, la encarnación de las generaciones, la sobrevivencia de los vínculos, el abecedario de la continuidad y de la memoria.
Maria Giulia Alemanno, Lellina, como un griot Malinke, vive para contar historias. Y ella, italiana, las ha buscado y encontradas en el profundo de Cuba. Cuentos del monte y del mar, de matas y céspedes pero también de hombres y dioses. Ochún la bella entre las bellas, Yemayá la dulce generadora de vida y de agua, Changó el terrible, de fuego y de sangre, Eleguá el abridor de puertas y de ojos, dioses y guerreros.
Historias antiguas de generaciones y de mundos pasados pero que siempre vuelven porque nunca han terminado.
En la Habana Vieja, por las calles de Matanzas, en las casas de Santiago. Colores, sonidos, rostros, cantos y bailes les devuelven, como si hubieran salido del agua que defluye y de la que duerme.
Y Lellina, la trovadora, los persigue en las esquinas de Cuba, los interroga presionando para conocer los secretos del tiempo y de la Sombra, para descubrir los recorridos escondidos, los ritos secretos, los sonidos olvidados.
Luego con las manos y los pinceles transforma en girandole de colores los secretos murmurados y revelados.
Vuelven los Orichas, vuelven los antiguos, los que nunca se fueron. Y todo no se cuenta, porque África, completamente desnuda, no se revela en frente de nadie. Y entonces danzan en un lienzo y se agitan al aire como estendardes en las paredes. Brilla el amarillo de Ochún, el rojo y el negro de Eleguá, el azul de Yemayá. Y cada paso de danza es un secreto recogido, un secreto revelado, cada vuelta un recorrido del tiempo, cada gesto un soplo de antiguo.