Como parte del programa de celebración por el decimoquinto aniversario de la Compañía Teatral Hubert de Blanck ha regresado a la escena la obra del escritor puertorriqueño René Marqués, Los soles truncos, en versión dramática y puesta en escena de Doris Gutiérrez quien comparte esta vez el trabajo actoral con la experimentada Amada Morado y la joven Marcela García.
El texto, que se inscribe en el género de la tragedia contemporánea, teje su historia sobre un asunto clásico: la rivalidad de tres mujeres, en este caso hermanas, por el amor de un hombre, mientras por debajo de esta trama, en la cual se desenvuelven contenidas pasiones, palpitan temas de tal trascendencia como la brevedad y sentido de la vida, el lugar social de la mujer, el amor filial, la naturaleza del destino, enmarcados en el contexto socioeconómico de la hegemonía imperial y su reverso: la resistencia cultural y la defensa de la identidad nacional.
De ahí el sentido simbólico que asume la vieja casona de la Calle del Cristo y sus singulares criaturas.
Con sabiduría y exquisita sensibilidad Doris Gutiérrez ha realizado sobre el texto original las necesarias operaciones que dan por resultado una partitura donde resuenan, con particular fuerza, aquellos motivos iniciales que la animaron a construir una realidad escénica.
La puesta en escena conjuga la presencia de la palabra lírica de Dulce María Loynaz en su inefable poema Los últimos días de una casa, cuyos versos se potencian –para el público conocedor – con la saga propia, y el concurso del equipo original de realizadores integrados por artistas de la talla de Saskia Cruz, a cargo de los diseños de escenografía, vestuario y luces; Adrián Torres, la banda sonora; Julio Díaz, maquillaje; a quienes se une Jacques-François Bonaldi, en la asesoría.
La concepción de vestuario y escenografía de Saskia Cruz, unida a la magia de sus luces, y el sonido de Adrián Torres enmarcan el discurso escénico en un ambiente romántico propio a los tópicos fundamentales de la pieza. El diseño espacial muestra, entre otros aciertos, la multiplicación de la perspectiva a través del uso de varios espejos, en tanto la cuidada construcción de la sonoridad porta partituras de gran belleza y colabora decisivamente en la creación de atmósferas.
La densidad aportada a este universo por tales signos se acrecentará con la labor interpretativa de las actrices. Amada Morado, en su ya legendaria
Inés — la menos agraciada de las hermanas quien ha purgado durante todos estos años su intervención en el cambio de destino de Hortensia convirtiéndose en el horcón de la menguada familia —, transita con limpieza todos los matices mientras lleva la acción de inicio a fin y dota a su criatura, en este reestreno, con los nuevos hallazgos que la actriz ha sabido encontrar en su continuo trabajo sobre el personaje.
Doris Gutiérrez asume ahora el papel de Emilia, borda con primor los rasgos de su espiritual, desasida y vulnerable entidad y acentúa con sabiduría determinados gestos sociales confirmando su madurez como actriz.
Marcela García asume el reto que significa sumarse al equipo y compartir la escena con intérpretes de probado talento y oficio, y sale airosa. Le imprime una particular fuerza a su Hortensia la cual, pese a la cortedad de sus años, brota sin esfuerzo con un acento telúrico que las pautas culturales apenas logran embridar. Gracias a ello el cadáver insepulto conserva aún su ascendiente sobre las hermanas.
Mediante una eficaz labor de conjunto las bien dibujadas criaturas de Marqués consiguen revelarnos poco a poco este microcosmos donde anidan los celos, las turbias escaramuzas, el dolor, el resentimiento, la venganza, el arrepentimiento, junto a la nostalgia por épocas y seres idos, y la rebelión ante el inexorable paso del tiempo y la consunción de la vida.
Resuena de modo especial esta obra en nuestro contexto por sus alusiones a la intervención norteamericana en la vida nacional borinqueña en el mismo período en que se hizo oficial la ingerencia en la nuestra y por la obstinada resistencia de las hermanas a entregar la casa amada y la espiritualidad que guarda a los mercaderes de entonces.
Antes de ser convertida en hostería de lujo, pasto de turistas, banqueros, comerciantes, la señorial casa de la Calle del Cristo — síntesis de toda una etapa — es entregada a las llamas. La pira funeraria de Hortensia será colofón de la pobreza esplendente — esa que tan bien han conocido los buenos cubanos desde el XIX hasta hoy —; símbolo de resistencia y dignidad.
Desde su estreno en 1998, Los soles truncos — creación escénica que considero infravalorada a pesar de haber obtenido el Premio Caricato en la categoría de Puesta en Escena en la edición del 2002 — anunciaba, sin estruendo, la aparición de una sensible, culta y laboriosa directora que tiene, además, en su haber la invaluable experiencia de su desempeño como actriz bajo la tutela de reconocidos directores.
Otros trabajos le hemos visto después. En una escena en que las figuras femeninas a cargo de las empresas teatrales no abundan, ojalá que la luz de estos soles irradie los próximos.
Página enviada por Esther Suárez Durán
(9 de diciembre de 2006)