Cuba

Una identità in movimento

Más allá del tiempo y de la muerte[*]

Lázaro David Najarro Pujol



Amalia Simoni ArgilagosUna de las más bellas y fascinantes historias de amor — que transcendió a su época y a su espacio — la protagonizaron en la otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, Amalia Simoni Argilagos[1] e Ignacio Agramonte y Loynaz[2].

Ni el tiempo ha podido borrar de los sentimientos de los camagüeyanos ese encantamiento amoroso, ese eterno y mágico amor entre Amalia e Ignacio, como música esparcida por el viento. Todos los días en cualquier sitio de la ciudad se evocan algunas de sus hermosas cartas:

"Cómo gozaría si fuera yo y no mi retrato y mis cartas tu compañero cuando coses... Cuando aquí salgo al campo y tomo alguna flor, me es triste no poder ofrecértela y contemplarla entre tus cabellos negros... El campo hace más crudos los tormentos de la ausencia... Yo no te pido más amor, porque no se puede amar más."

Amalia recibió una esmerada educación. Era una joven muy bella, culta y encantadora. Dominaba tres idiomas y tomó lecciones de música. Perfeccionó sus estudios de piano en Roma, París y Florencia. Su padre, Don José Ramón Simoni, contaba con una inmensa fortuna. Precisamente tras regresar a Camagüey en la década del 1860, después de cinco años en el extranjero, Amalia conoce a Ignacio e inician el noviazgo.

Ignacio Agramonte y LoynazIgnacio se encontró con Amalia durante sus vacaciones en su ciudad natal. Era estudiante de derecho de la Universidad de La Habana. Un joven alto, delgado y muy pálido, pero no de una palidez enfermiza. Escribió Aurelia Castillo González, que era una

"... palidez de fuertes energías reconcentradas".

Su cabeza era apolínea; sus cabellos castaños, finos y lacios; sus ojos pardos velados, su boca pequeña y llena y sombreada apenas por fino bigote; su voz firme.

Desde el primer instante que la vio experimentó una sensación nueva. Jamás se había enamorado. Pero Amalia le causó tanta impresión que quedó hechizado. Ella le correspondió desde el primer instante. Ambos se amaban con delirio. Amalia Jamás sintió por otro ser una expresión tan fuerte. Todo su amor y su vida la había entregado a Ignacio, mientras que él no tuvo mirada para otra mujer.

Ese amor pleno que ambos se profesaban quedó plasmado en las bellas cartas escritas antes y en el contexto de la Guerra de los Diez Años en Cuba. Cada correspondencia que llegaba a las manos de la dulce Amalia, iluminaba su rostro y el amor se engrandecía.

"... Yo no te quiero tanto como tú a mí. Si quieres tener una idea (...) de mi amor, multiplica el tuyo que figuro que es grande por la inmensidad del espacio y por la eternidad del tiempo y su resultado te la dará. No quiere ni se inquieta una madre por el hijo que contempla en sus brazos como yo por ti, ni concibo amor alguno que alcance la intensidad y vehemencia del mío".

La joven le contaba a Ignacio, tomados de las manos, historias sobre su estancia en 800 ciudades en el extranjero: los boulevares de Paris, los románticos canales de Venecia, los espectaculares carnavales de Niza, las impresionantes neblinas de Londres, las calles y monumentos fabulosos de Berlín, los rascacielos de Nueva York, los importantes puentes de Hamburgo y los helados paisajes de Canadá.

Ignacio quedaba anonadado cuando escuchaba a la joven cantar melodías, en las que se evocaban historias y juramentos de amor y fidelidad, porque como escribió José Martí:

"Amar no es más que el modo de crecer".

No todo era satisfacción para el joven, porque el padre de la muchacha se oponía a esa relación. Tanto Amalia como Ignacio habían jurado amarse eternamente. Ella estaba decidida también a respetar la voluntad de su padre y a la vez se disponía a no tener ojos para otro hombre.

Terminada las vacaciones el joven regresa a La Habana, con el inmenso dolor de la oposición de Don José Ramón Simoni. Él también había confesado amor infinito a la encantadora dama.

Plaza de la Revolución Mayor General Ignacio Agramonte y LoynazPero tantas eran las convicciones, cualidades morales y argumentos de Ignacio que tras una conversación con el doctor Simoni, lo logró convencer. El padre de Amalia estaba seguro ahora que la muchacha había encontrado al hombre ideal.

Esas palabras fueron como devolverle el alimento a Ignacio, quien estaba seguro que su primer amor sería eterno y ese mismo sentimiento latía en el corazón de la joven.

"Jamás lo dudes... me siento tan dichosa amándote y siendo el objeto de tu amor, Ignacio".

"Sí... Amalia de mi vida, eres mí único delirio; a nadie, a nadie, amo tanto como a ti..."

Los bellos y expresivos ojos negros, con su largo pelo suelto sobre sus hombros, su postura activa y su melodiosa voz le imprimían tal encanto que muchos la consideraban una Reina de la belleza y la cultura.

En el hermoso jardín de la casa quinta Simoni ocurrian los frecuentes encuentros de los dos enamorados:

"Te debo más, Amalia de mi vida, que quien me dio la existencia".

Ignacio estaba totalmente enamorado de ella y a la vez estaba comprometido con la causa revolucionaria. En Carta a Amalia le expresa su fervor patriótico:

"Ya la resignación en lo tocante a nuestra ausencia se agota y hace aumentar mi odio a los españoles. ¡Cuánto nos ha hecho sufrir siempre la separación! Cuba exige grandes sacrificios; pero Cuba será libre a toda costa: Las contrariedades más nos xaltan y más indomables nos hacen".

"Yo te aseguro que vacilaría si alguna vez encuentro tu felicidad y mi deber frente a frente".

"Tu deber antes que mi felicidad, es mi gusto, Ignacio mío, y como no amarte si eres tan grande, si tan elevado es tu corazón".

El noviazgo de Amalia e Ignacio duró dos años, tiempo suficiente para contraer matrimonio el 1 de agosto de 1868. Pero el deber con su otro gran amor, la Patria, llama y tres meses después de jurar, ante el altar amor eterno, marcha a la manigua y se incorpora al Ejército Libertador[3].


El idilio

Casa Quinta SimoniLa guerra se intensifica y la familia Agramonte tiene que refugiarse en la Sierra de Cubitas; en los terrenos de la finca La Angostura, donde levantaron un rancho espacioso en el que residían tres matrimonios: el de los Simoni y los de las dos hijas, Amalia y Matilde. Amalia había abandonado lujos y comunidades para marchar a la manigua.

Quien pronto se convirtió en un excepcional estratega militar, ni un solo segundo dejó de pensar en su amada Amalia.

"Acaso no haya romance más bello que el de aquel guerrero".

A decir de José Martí:

"... aquel diamante con alma de beso. Ama a su amada Amalia locamente; pero no la invita a levantar casa sino cuando vuelve de sus triunfos de estudiante en la Habana".

En un pequeño bohío, al que Ignacio bautiza con el nombre de El Idilio[4], cuando el guerrero llegaba fatigado del combate, era recibido por su Reina bien arreglada y vestida con una bata blanca, porque a decir de Martí:

"... sin sonrisa de mujer no hay gloria completa de hombre".

El Idilio fue levantado en medio de una fascinante huerta de árboles frutales , y según cuentan los robustos troncos vivos se habían aprovechado para su construcción. Amalia se enfrentó a todas las vicisitudes de la guerra.

El trovador y poeta cubano Silvio Rodríguez compuso en honor al guerrero una hermosa canción, muy conocida en la Isla caribeña: "El Mayor". En una de sus estrofas narra la separación de Ignacio de su amada:


Detención de Amalia

El 26 de mayo de 1870, Amalia e Ignacio se despertaron alegres inmersos en los preparativos del primer aniversario de su mambisito. A las 8 de la mañana llegó un muchacho al rancho avisando que una columna enemiga venía hacia el Idilio. Ignacio no le dio crédito a la información, porque su Estado Mayor y sus ayudantes, que estaban a un cuarto de leguas del sitio, no habían dado la alarma. Cuenta Amalia que el muchacho regresó nuevamente diciendo:

"La tropa española está ya cerca de El Idilio, Ignacio que tenía en sus brazos al niño y se reía oyéndole pronunciar tan malamente las pocas palabras que sabía, se puso serio, y abrazando a su hijo y a mí, dijo con voz grave: 'Esto parece una traición. No te aflijas; la esposa de un soldado debe ser valiente...' y besándonos por última vez, dijo: 'Volveré pronto...' Llamó a papá y le dijo: 'Intérnese en el monte; que se preparen pronto con lo indispensable de ropa, y salgan de aquí en seguida... voy a ver qué es lo que pasa; de todos modos, estaré de vuelta en dos o tres horas; y montó a caballo, acompañado de su asistente, para reunirse con sus ayudantes..."

Afirma Aurelia Castilo que al arreglarse un poco, antes de la llegada de la tropa, Amalia había ocultado debajo de sus vestidos, amplios como la moda los imponía entonces, una bandera cubana, especialmente querida de Agramonte, por haberla sacado triunfante de mil encuentros.

No tuvieron tiempo las mujeres de internarse en el monte. Las tropas españolas estaban allí. A a las preguntas del capitán Arenas, la madre de Ignacio, la más serena, temblaba de temor.

El capitán, al escuchar el nombre de Ignacio, dejó caer su sombrero en honor al esposo de Amalia.

El capitán se dirigió a sus soldados:

En el atardecer Ignacio regresa a El Idilio y se encuentra con Simoni. El doctor estaba de pie sobre los escombros humeantes. Los dos hombres se abrazaron y lloraron largamente. Ignacio tenía fiebre alta.


El Mambisito

En la finca llamada "San Juan de Dios", la columna española, y sus prisioneras, se encontraron con fuerzas al mando del General Ramón Fajardo. Éste dio todas las atenciones a Amalia.

Era la primera noche de la dantesca marcha. Amalia es conminada por Fajardo a escribirle a Ignacio una carta en la que lo instará a que se rindiera, pero la respuesta fue firme:

En esa finca quedó guardada la bandera cubana que Amalia llevaba escondida entre sus vestidos; pero como se le dio candela al rancho, la bandera quedó destruida.

Escribió Aurelia que la columna española había recogido muchas familias en aquellos contornos, llegando las personas a unas cientos, y llevadas en carretas tiradas por bueyes, fue una verdadera calle de Amargura para ellas la distancia comprendida entre "La Angostura" y la ciudad de Puerto Príncipe.

Los huesos de los muertos eran triturados por las ruedas; la sangre manchaba aquellas tierras, verdes antes de ricos cultivos, áridos entonces o empantanadas; los estragos del incendio se veían por todas partes; las haciendas, huérfanas de habitantes, de ganados, de aves de corral, eran verdaderos páramos. Las prisioneras no quisieron comer en los seis días que duró aquella peregrinación más que algunas frutas, negándose hasta tomar el agua que en sus sombreros les ofrecían los soldados, compadecidos de su abstinencia. Para los niños cogían el agua más limpia que podían conseguir y le ponían azúcar de un saquito que llevaba una señora: la de Enrique L. de Mola. Una criatura nació en aquel vía crucis, y asistida la madre — Ángela Castillo de Betancourt — por un médico militar, que de tales cosas no sabía una palabra, sucumbió pocos días después de su llegada a Puerto Príncipe. El niño también falleció posteriormente.

Allí, en el Estado Mayor, encontró Amalia a un cubano que había sido amigo suyo, y que a un movimiento de sorpresa en ella, acaso de disgusto, le dijo:

El 30 de mayo entró a Puerto Príncipe el grupo de prisioneras. La turba de soldados y de voluntarios furiosos gritaban al ver al hijo de Agramonte:

El niño, espantado, se agarraba fuertemente al cuello de la madre. Los oficiales casi no podían contener a aquellas bestias. Amalia, subió corriendo las escaleras de la casa de Gobierno, hasta que el Brigadier Sabás Marín, le quitó el niño y lo subió él.


El exilio

Tiempo después es obligada a marchar al exilio. Viaja a la ciudad de Nueva York, con su hijo Ernesto Ignacio de brazos, y en su vientre, a Herminia, quien nace en un país extraño[5]. Supo él a través de expedicionario que llegaron de Estados Unidos del nacimiento de la niña, pero no recibió la carta que su esposa le envió con la grata noticia. La misiva que con tanta ansiedad sería esperada se devolvió cerrada a las manos de ella.

Con sus joyas pagó los primeros días de estancia en Estados Unidos. En su casa se reunía con los cubanos que luchaban por la independencia de Cuba, entre otros José Martí.

Casa Natal de Ignacio AgramonteVeía muy lejos la posibilidad de acariciar el rostro de su amado y temía por su vida. El 4 de abril de 1873 le escribe:

"Yo te ruego, Ignacio idolatrado, por tus hijos, por tu madre y también por tu idolatrada Amalia, que no te batas con esa desesperación que me hace creer que ya no te interesa la vida. ¿No me amas? Además por interés de Cuba debes ser más prudente, exponer menos un brazo y una inteligencia de que necesita tanto".

"Por Cuba, Ignacio mío, por ella también te ruego que te cuides más".

"¡Qué honda amargura encierra el pecho porque no te veo, y vivo lejos de ti!".

Ignacio no llegó a recibir esta carta.


La muerte del héroe

El 11 de mayo de 1873, el Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz cae en combate en los potreros de Jimaguayú, después de participar en más de 100 combates. No había cumplido los 32 años de edad.

La escritora y amiga de El Mayor, Aurelia Castillo de González, en su libro Ignacio Agramonte en la vida privada señala que

"... fue aquel un día espantoso en Puerto Príncipe. Jamás podremos olvidarlo los que lo presenciamos. Cuando los españoles descubrieron, gracias a una cartera y a un retrato de la amada esposa, que uno de los muertos en la que habían tenido por la insignificante refriega, era Agramonte, la noticia voló como en alas de electricidad a la capital de la provincia, y los voluntarios, ebrios de gozo — ¡bien sabían el valor de la vida que se había tronchado! — se apoderaron del cadáver y, atravesándolo sobre una bestia, la hermosa cabeza ras de tierra, lo pasearon triunfantes por las principales calles de la ciudad, entre tumultuosas vociferaciones, cínicas carcajadas y atroces insultos. Al paso de la horripilante procesión, cerrábanse las puertas con rudos golpes".

La noticia le llegó a Amalia en el lejano Nueva York.

"¿Cómo decírselo a Ernesto? ¿Cómo hablarle a Herminia de un padre al que nunca conoció? ¿Cómo vivir?"

La esposa de El Mayor regresó a la patria antes del inicio de la Guerra del 95, organizada por José Martí. La quinta Simoni, en la otrora ciudad de Puerto Príncipe, había sido destruida por las fuerzas colonialistas españolas. Ella prosiguió los ideales de Agramonte y su casa se convirtió en foco de insurrectos. De Amalia, el Héroe Nacional de Cuba José Martí escribió:

"Por la dignidad de su vida, por su modestia y gran cultura; por el cariño ternísimo y conmovedor que acompaña y guía en el mundo a sus dos hijos, los hijos del héroe, ¡respeta PATRIA y admira, a la señora Amalia Simoni!".

Una vez más es deportada y solo pudo regresar a su país luego de constituida la República.

Francisca Margarita Amalia Simoni Argilagos, jamás buscó un amor que pudiera sustituir el que sentía por Ignacio. Cuenta la historia que una multitud emocionada acudiría el 24 de febrero de 1912 a la ceremonia de develamiento de la estatua ecuestre de Ignacio Agramonte y Loynaz.

Parque Ignacio AgramonteEnvuelto el monumento en una enorme bandera cubana, una anciana venerable tira del cordón que anuda el pabellón de la estrella solitaria. Fulgura al sol el bronce, y la dama, conmovida, se desmaya, la avalancha del dolor contenido se le viniera encima. Era Amalia Simoni Argilagos, la viuda de El Mayor. Más allá del tiempo, de la muerte, estaba ahí Ignacio. ¿Para ella? Para todos. Para siempre.

"Adiós, Amalia mía; aun después de la muerte te amará tú Ignacio".

La estatua ecuestre de El Mayor, fundida en bronce, como su base de granito, fueron elaboradas en Roma, Italia, por el escultor Salvatore Buemi. Se cumplía así el sueño de su amiga de juventud, Aurelia Castillo de González:

"¡... él siempre debe estar altísimo ante nuestra vista interior, como símbolo y eterno ejemplo de pureza moral, de cívica grandeza!".

Enferma, en 1918, Amalia Simoni Argilagos, viaja a La Habana y la noche del 23 de enero de ese año le pide a su hija:

Monumento a El Mayor en la Plaza de la RevoluciónLa muchacha observa a su madre. De sus ojos surgen unas lágrimas involuntarias. Se sienta frente al piano y toca las melodías de la juventud de Amalia, de la época en que era una de las jóvenes más hermosas del otrora Puerto Príncipe y que deleitaba a todos con su encanto.

Debajo de la almohada, al morir aquel patético día, guardaba las cartas de su amado Ignacio:

"Entonces se me presenta la imagen agolpadamente, nuestros paseos por el jardín, las flores, la fuente, el letrero del álamo, la glorieta, las palmas... todo se presenta en la confusión con los atractivos y encantos que vivimos en unos días tan deliciosos... me parece verte corriendo lentamente las calles del jardín pensando en mi, y deteniéndote ante una planta al recordar que de ella tomaste una hoja para mi o yo una flor para ti".

"A Ernesto y Herminia háblales con frecuencia de su papá, educa y forma sus corazones tiernos a semejanza del tuyo, que cuando encuentre en ellos tu retrato y tu alma, mi cariño y mi satisfacción no tendrán límites. Dale un millón de besos. ¿Quién viera a nuestros ángeles?".





    Bibliografía

      Obras Completas. Volumen 4, Cuba. Política y Revolución, Discursos revolucionarios. Hombres, publicado por la Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1975.

      El Mayor. Cruz, Mary. Instituto Cubano del Libro, Octubre de 1972.

      Ignacio Agramonte en la vida privada. Castillo de González. Editora Política, 1990.

      Cuba en Citas 1868-1898. Depestre Catony, Leonardo. Editorial Gente Nueva, 1987.

      Programa especial radial por el 162 aniversario del natalicio de Amalia Simoni, Fabelo Pinares, Miozoty. Junio 2004.




    Fotografías: Redacción Digital de Radio Cadena Agramonte, Camagüey


    Lázaro David Najarro Pujol Lázaro David Najarro Pujol, escritor y periodista.
    Labora en la emisora Radio Cadena Agramonte de Camagüey.
    Autor de los libros Emboscada y Tiro de Gracia,
    ambos publicados por la Editorial Acana de Camagüey.
    Editor del Sitio Web: www.cibercuba.com/camaguebax


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