Cuba

Una identità in movimento

Los procesos migratorios y la identidad nacional cubana

Jesús Guanche



Cuando hace unos años preparaba simultáneamente los textos etnodemográficos para el Atlas de los instrumentos de la música folclórico-popular de Cuba, publicado en tres volúmenes en 1997, y el Atlas etnográfico de Cuba, con solo una versión en CD-ROM realizada en el año 2000, tuve que consultar innumerables fuentes bibliográficas, censales y de archivo para tratar de deslindar la composición étnica de la nación cubana respecto de la tradicional confusión de historiadores, demógrafos y sobre todo periodistas, de identificar etnia y "raza" (escribo "raza" entre comillas, pues por suerte la inmunda palabreja, como decía Fernando Ortiz, cada día es más repudiada por la comunidad científica que se respeta a sí misma), como si a los individuos y a los grupos humanos se les pudiera juzgar por dentro (por su cultura) tal como aparentan ser por fuera (por su biotipo). Solo quedaban libres de aquel viejo pecado original las obras maduras de Fernando Ortiz y Juan Pérez de la Riva, que se convirtieron en guías para el trabajo.

En ese hurgar de fuentes consulté entonces el Atlas demográfico de Cuba, de 1979, donde se sentenciaba que "Nuestro país, por su parte, puede decirse con el más estricto rigor que es un país de inmigrantes" (Chávez, 1979: 69). Aquello impresionaba a la altura de la segunda mitad del siglo XX, pues ¿cómo era posible que un país de inmigrantes pudiera autoreconocerse con una identidad nacional y cultural propia e independientemente de los procesos migratorios externos? La clave de la errónea conclusión demográfica estaba en estudiar masas de población global a nivel sincrónico y diacrónico, y en no deslindar los grupos humanos, étnicamente considerados, que participaron en los procesos migratorios externos respecto de la alta capacidad reproductiva de la población que desde los albores del siglo XVI, inicialmente inmigrante, había sido capaz de condicionar los procesos de poblamiento durante decenas de generaciones, tanto en áreas urbanas como rurales. Es decir, en no dar lugar a la consideración de las diferencias y la diversidad cultural, criterio básico para conocer el sentido de identidad contextual que se iría formando durante generaciones hasta la conformación de una nación distinguible de los iniciales flujos migratorios externos.

Un panorama muy distinto ofrecían los archivos parroquiales; es decir, la demografía dinámica sobre el día a día, que seleccionamos entonces para tratar de demostrar todo lo contrario; es decir, que Cuba es un país de cubanos, con un predomino cuantitativo desde la segunda mitad del siglo XIX hasta el presente, pero que ese proceso formativo ha sido el resultado de una larga cocción transculturativa muy compleja y diversa.[1]

En relación con la presencia indígena hubo que valorar, junto con la tendencia al despoblamiento casi total, un legado cultural profundo, especialmente en el ámbito lingüístico, que ha pasado a formar parte de la cultura nacional aunque no siempre sus portadores sean plenamente conscientes de ello.[2]

En relación con la presencia hispánica en Cuba, durante la década de los años 90 trabajamos, junto con un pequeño grupo de colaboradores, en diez archivos parroquiales, desde Pinar del Río hasta Santiago de Cuba, con énfasis en la ciudad de La Habana, debido a su mayor peso demográfico respecto de toda la Isla. No constituyó sorpresa alguna que, excepto en la zona de la capital, donde la población registrada como natural y vecina de esta villa ascendía a más del 60% de toda la población muestral estudiada, desde la fundación de cada archivo hasta 1898, en el resto del país la población endógena superaba el 80%, con casos muy relevantes en las viejas ciudades de Camagüey (90,02%), Holguín (87,50%) y Sancti Spíritus (87,48%).[3]

El núcleo de los procesos de endoculturación de las cadenas intergeneracionales nuevas, nacidas y educadas en Cuba, estaba en la decisiva participación de las mujeres criollas y cubanas que formaban parte de matrimonios étnicamente mixtos con inmigrantes de otras latitudes. Si nos atenemos a los datos de los referidos archivos parroquiales, con una muestra de 34 382 matrimonios participantes en los bautismos de sus respectivos hijos; es decir, parejas ya reproducidas biológicamente, el 59,39% estaba compuesto por personas nacidas en Cuba. Sin embargo, aunque los matrimonios heterogéneos entre naturales de Cuba e inmigrantes sólo ascendían al 14,26% de la muestra estudiada, las mujeres nacidas en Cuba habían participado en el 95% de los matrimonios de este tipo. Este hecho nos permite medir la dimensión cultural de los procesos de enseñanza de las nuevas generaciones y el decisivo papel que ejerce la madre nacida en su territorio de asentamiento.

Un proceso análogo ocurre con las migraciones forzadas de africanos esclavizados, tanto los que procedían mayormente de África subsaharana, como los que fueron revendidos por miles y con otros nombres desde las Américas y el Caribe. La amplísima diversidad de componentes étnicos africanos imposibilitó rehacer la endogamia étnica propia de muchos pueblos y literalmente rompió la reconstrucción de sus lazos culturales originarios. Al africano se le impuso una identidad o varias identidades otras, pues fue vendido en ocasiones como si perteneciera a una etnia con alta demanda comercial, que no tenía relación alguna con la suya, y luego se le implantó una denominación legal a partir del santoral católico. Aunque los africanos en Cuba fueron denominados de disímiles maneras, según topónimos, hidrónimos, lingüónimos e incluso etnónimos, hemos podido deslindar recientemente 813 denominaciones étnicas que incluyen las más inimaginables transcripciones y ortografías, y clasificar, por fin, 77 etnónimos procedentes de cinco grandes áreas del continente africano, más de la mitad (40, para el 51,94%) llegados de los territorios que bañan las cuencas de los ríos Níger y Congo[4], pero siempre con la incógnita incontestable de: ¿a cuántos les cambiaron la denominación real por una más apetecible por el comercio esclavista?

Si en este sentido los censos apenas ayudan a conocer, con los errores ya señalados por varios autores,[5] el monto global de población clasificada por el color de la piel y el status social, los archivos parroquiales y otros documentos de primera mano permiten escudriñar en la nupcialidad de los africanos y sus descendientes. Nuevamente salta a la vista el peso cuantitativo de los criollos respecto de la población propiamente africana y la alta significación de los matrimonios mixtos.[6] Matrimonios condicionados, no sólo por el desequilibrio en la composición por sexo, sino por la inevitable posibilidad de elegir pareja en lo cercano, en lo inmediato y no siempre en lo deseado o lo normado por las tradiciones culturales de origen.

La presencia china fue casi exclusivamente masculina, de modo especial entre los que llegaron en la ominosa condición de culíes. En ellos los matrimonios mixtos fue una regularidad imprescindible para mantener viva la continuidad biológica y cultural. Los que durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, en condición de inmigrantes libres y con recursos económicos, lograron mandar a buscar jóvenes esposas a China, según sus tradiciones clánicas, fueron la excepción. De modo que la mezcla de los descendientes de chinos con el resto de la población cubana ha sido un proceso constante hasta el presente. Por esta y otras muchas razones históricas, el actual Barrio chino de la Habana dista completamente de cualquier ghetto para este tipo de inmigrante en otras latitudes del planeta.

Si bien los procesos inmigratorios son esenciales para comprender las tendencias del poblamiento exógeno, el crecimiento endógeno de la población descendiente de los primeros inmigrantes resulta fundamental para entender el por qué de una identidad cultural diferenciadora de los ancestros indígenas, europeos, africanos y asiáticos, sin renegar de ellos, sino al contrario, fusionándolos en una nueva cualidad sintética. Pero esa identidad cultural hay que considerarla en su diversidad cambiante, debido a que los asentamientos humanos (urbanos, rurales, concentrados, dispersos, en áreas montañosas, cenagosas, con fácil o difícil acceso) poseen diversos modos de adaptación y transformación de sus respectivos ecosistemas.

Por ello, la avalancha de inmigrantes que ocurre en Cuba desde finales del siglo XIX hasta los años treinta del siglo XX, procedentes de Europa, Asia, Las Américas y el Caribe, no logra subvertir el grado de consolidación alcanzado por la nación cubana dependiente, sino que crea las condiciones para un salto revolucionario profundo desde de la segunda mitad del siglo XX por la independencia nacional. Muchos inmigrantes árabes (libaneses, sirios, palestinos, turcos), coreanos, hebreos, japoneses, hidustanos, norteamericanos y otros, también efectuaron matrimonios mixtos en sus lugares de residencia.

Sólo a través del crecimiento endógeno de la población cubana es posible explicar el relativo equilibrio en la ocupación actual del territorio, así como en la composición por sexo como garantía de la reproducción natural de la población, junto con los desafíos que representa el creciente envejecimiento debido al aumento de la esperanza de vida y el decrecimiento de la natalidad, debido al conjunto de problemas socioeconómicos que la limitan. Sin embargo, los estudios de los procesos migratorios (internos y externos) relacionados con la identidad cultural plantean interesantes problemas a resolver en el futuro mediato.

Los movimientos migratorios internos, acrecentados durante la crisis de los años noventa, conocida como "período especial", generaron múltiples problemas de adaptabilidad a los lugares de acogida en el ámbito delictivo y de conductas antisociales, que representan serios desafíos para los programas de desarrollo cultural y educacional de las localidades. Muchos pobladores no se identifican con los nuevos lugares de residencia y reproducen deficientes hábitos de higiene adquiridos, de indeseable convivencia social e ingestión excesiva de bebidas alcohólicas, lo que genera mayores niveles de violencia y delictividad. En este sentido, la identidad cultural de procedencia entra en serio conflicto con el sentido de identidad adquirido por los pobladores de acogida. La tradición oral cubana contemporánea ha denominado "palestino", con una evidente acepción peyorativa, al tipo de migrante interno no deseado en la comunidad, especialmente en la capital, que inicia con su presencia el ciclo migratorio del resto de sus familiares y que incluye la salida, lícita o ilícita, del país. Esta denominación no tiene nada que ver con el conocido y sufrido pueblo del Medio Oriente. La relación analógica es puramente toponímica pues precisamente, más del 80% de los migrantes internos en Cuba durante la crisis de los 90 proceden de las cinco provincias orientales del país.[7] Este es un serio desafío que, por ejemplo, enfrenta el Plan Turquino-Manatí con el objeto de repoblar, estabilizar y desarrollar las áreas montañosas y de difícil acceso en Cuba.

Por otra parte, el censo de 1981 impidió dar continuidad al estudio de la composición étnica de la población de Cuba porque excluyó de la encuesta nacional la pregunta referente al lugar de nacimiento y resultó la falsa apariencia de que todos somos cubanos pero con muchos colores de piel. Todo parece indicar que el nuevo censo también lo impedirá, lo que no hará posible conocer la dinámica actual de residentes nacidos en otras latitudes respecto de la población cubana, ni su adecuada representatividad en los órganos del poder popular, como ya han hecho otros países de orientación socialista como China.

En el caso de China, a modo de ejemplo, junto con la inmensa mayoría han, representativa del 91,96% de la población, se reconocen otras 55 etnias entre grupos y minorías nacionales, que han sido denominadas operativamente "minorías étnicas"; es decir, 108,46 millones que representan el 8,98% de la población a mediados de los años 90. Según datos oficiales, el 14,34% de los diputados a la Asamblea Popular Nacional elegidos en 1998 son representantes de estos grupos y minorías étnicas.[8] Ello implica políticas de atención especializadas hacia las particularidades de estos grupos.

En nuestro caso existen, según los datos censales acumulados hasta 1970, grupos minoritarios de canarios, catalanes, chinos, españoles, gallegos, vascos, haitianos, japoneses y otros, que posiblemente no lleguen juntos al 1% de la población. La mayoría de ellos, sin embargo, están identificados con el proyecto político y socioeconómico cubano actual, tal como se reflejó en el amplio conjunto de firmas que refrendó el reciente proyecto de modificación constitucional en respaldo al socialismo en junio del presente año. El análisis crítico y constructivo de la experiencia internacional y de la realidad nacional harían posible un nuevo paso de madurez en el proyecto democrático cubano dentro del socialismo, lo que implicaría necesariamente programas de atención a estos grupos respecto de sus tradiciones culturales, hábitos y costumbres. La experiencia acumulada por las sociedades árabe, hispánicas, del Caribe insular y por el Grupo Promotor del Barrio Chino de La Habana, con sus respectivas asociaciones, son importantes precedentes a tomar en consideración. Esta idea tiene una fuerte relación con la identidad cultural, pues ésta sólo se consolida o debilita respecto del trato con los otros.

En este sentido, la identidad cultural cubana posee una profunda cualidad incluyente y por definición entra en esencial contradicción con nuestra condición geográfica insular. La identidad cultural cubana es de orden continental; es decir, abierta a las influencias externas sin perder su esencia vital. Cuando me refiero a lo continental no sólo es en el sentido geográfico del término, sino en su acepción contentiva; pues no podemos olvidar que los pobladores iniciales procedían de Europa y África.

Otro fenómeno interesante es el de la actual División Político Administrativa, vigente desde 1976. Es cierto que en su momento representó un significativo paso de avance en el cumplimiento de planes y programas trazados por la dirección del país y estableció niveles de descentralización en las provincias y municipios. Sin embargo, los criterios con los que se estableció la propia DPA estuvieron muy marcados por indicadores macroeconómicos, por la necesaria atención a la defensa del país, por la distribución de los asentamientos humanos con puntos de vista de demografía general, pero no se consideró al ser humano en su diversidad cultural e histórica, debido a que los estudios al respecto aun no podían ofrecer una visión diferenciadora de zonas o áreas culturales y porque aun predominaba la idea de identificar la unidad con la uniformidad y no la unidad basada en la riqueza y la dinámica de la diversidad. Las investigaciones sociales más recientes, tanto al nivel del Atlas etnográfico de Cuba, ya referido, como al de las historias locales y regionales, muestran la rica diversidad cultural de Cuba y la inoperancia de múltiples divisiones territoriales, desde provincias y municipios hasta los actuales Consejos Populares que obviaron la historia de los barrios en los asentamientos urbanos.

Un estudio complejo al respecto daría lugar a un proceso de perfeccionamiento de la DPA que incluya el nivel de conocimientos alcanzados hasta el presente y diversifique los indicadores a tomar en consideración para su mejor desempeño. Esto también tiene relación con la identidad cultural, ya que por ejemplo, se ha pretendido fabricar una supuesta identidad cultural "habanera" (me refiero a la Provincia al sur de la capital) desgajada de la historia de la ciudad de La Habana, como si ambos territorios no hubieran estados en permanente interacción durante medio milenio. Estos ejemplos pueden enriquecerse con múltiples hechos históricos que salen a la luz en los diferentes eventos científicos que se efectúan cada año.[9]

Otro aspecto muy sensible de los procesos migratorios relacionados con la identidad cultural es el referido a las migraciones externas. Si bien es cierto que desde la época colonial hasta mediados del siglo XX Cuba tenía un saldo migratorio positivo, desde 1961 hasta hoy el saldo ha sido constantemente negativo. Actualmente Cuba es un país desde donde la población se va o desea irse o tiene expectativas de irse; pero ese "irse" no tiene por qué ser estrictamente unidireccional ni definitivo. Sin embargo, este proceso que ha sido politizado a ultranza desde muy diversos discursos, tiene profundas raíces económicas condicionadoras de los factores de emigración y de las posibilidades de inserción de los cubanos en más de cuarenta países. Mientras el diseño de los procesos emigratorios hacia cualquier país tomen como paradigma el sostenido conflicto con el gobierno norteamericano, así como la propaganda generada por la ultraderecha miamense y las políticas de desestabilización de la revolución cubana, se enturbiará en flujo y reflujo de ciudadanos cubanos que por múltiples motivos viajan, trabajan y regresan a su país, o residen en el exterior y visitan a sus familiares. La emigración cubana hacia el exterior tiene tanto matices cuantos países receptores existen y ello también influye en la percepción de la identidad cultural como aceptación o como rechazo a sus valores de origen.

Solo un ejemplo reciente puede matizar el análisis para la discusión y la reflexión serena al respecto. En el documental realizado por la antropóloga cubano-norteamericana Ruth Behar, Adio kerida (Adios querida), del año 2000, en el que aborda su regreso a Cuba como descendiente de judíos asentados en La Habana y sus recuerdos como emigrante involuntaria a través de sus padres, se efectúa una interesante contradicción en los paradigmas migratorios desde diferentes perspectivas. Dos de las personas entrevistadas en Cuba, un niño y una joven practicantes del judaísmo aspiran a emigrar hacia Israel en tanto patria de su religión, pero con la ilusión, en el caso del niño, de tener cosas que no tiene en Cuba, aunque añore dejar a sus mejores amiguitos. Mientras que las personas entrevistadas en Estados Unidos de América (Miami y New York) siempre aspiran a regresar a Cuba, de visita y para ver a sus seres queridos y a los lugares recordados. Mientras para el que desea partir el lugar de destino puede ser totalmente desconocido y por lo tanto una incógnita, para muchos de los que se han ido, la expectativa es el regreso, condimentado por la reproducción de hábitos culturales adquiridos desde la niñez.

Los procesos migratorios, tanto históricos como actuales, se encuentran muy estrechamente relacionados con la identidad nacional cubana, con su dinámica cambiante, con la población cubana residente en Cuba y en el exterior, así como con la población no cubana residente en el país, con la diversidad de asentamientos humanos y sus especificidades culturales, con la correspondencia o no de la forma en que se divide el país para su mejor administración y con los diversos ecosistemas en que los seres humanos desarrollan su vida cotidiana.

Estos apuntes propositivos sobre las migraciones internas y sus impactos, los grupos étnicos y su representatividad, la DPA y su adecuación a la multiculturalidad actual, las migraciones externas y su compleja diversidad de atención, pueden ser temas de interés para el debate sobre la identidad cultural y sus desafíos.



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Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

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