Nicolás Guillén
El resonante impacto de la cultura española sobre la población indígena cubana se resolvió en favor de la primera de un modo tan expedito como brutal. Los indios fueron esclavizados; se les destinó a la explotación de las minas y se les obligó a vivir bajo un régimen en nada compatible con su carácter dulce y placido. Bien que sus armas mas eran rudimentarias en extremo y su organizacíón social harto débil, los más adelantados entre ellos, los taínos, opusieron no escasa ni ocasional resistencia al invasor. Muchos se suicidaron por familias enteras, es cierto; otros fueron víctimas de enormes masacres, pero no pocos defendieron la tierra patria mandados por jefes hábiles y dispuestos, con menos fortuna que valor.
Así, pues, en fecha todavía próxima al descubrimiento, el gobernador Rojas informó el rey desde la Habana que "los indios son acabados". ¿Cómo iba e ser de otro modo? La penetración española se hizo bajo el signo de la muerte y la o crueldad. Con terrible ironía ha podido decirse por ello que
"... la cruz que los europeos llevaban por delente en sus conquistas no debió ser aquella en que murió Cristo para la redención humana, sino alguna de las otras dos cruces que en el Calvario fueron destinadas a los ladrones..."
De todas suertes, el hecho cierto es que a causa de esa desaparición fulminante, tanto como por su escasa significación cultural el indio cubano no influyó en la formación de nuestro carácter; sues huellas son muy débiles en nuestro patrimonio espiritual. En cambio, el sitio que los primitivos habitantes de la Isla dejaron vacío, fue ocupado por una especie de "autóctono subrogado" (Lino Duo), el negro africano, de mayor cultura que el habítante del Caribe, aunque no de menos cruel destino.
Según José Antonio Saco, ya entre 1512 y 1514 había negros en Cuba; y aunque, como él confiesa, no puede probarlo históricamente, ofrece las siguientes razones como sostén de su conjetura:
- Que en la Española, primera posesión de España en América, los había en mayor número que en ninguna otra porte, y la distancia entre ese tierra y el este de Cuba es cortísima; y
- Que habiéndose comenzado a fundar cinco pueblos (en Cuba) sin contar Baracoa, ya que lo estaba, es muy improbable que todavía no hubiesen entrado negros cuando tan cerca los había y tanto se necesitaban.
Saco añade que en 1515 se pidieron algunos ofricanos a la Española para trabajar en la fortificación del puerto de Santiago de Cuba. En 1517, el padre Las Casas propuso la introdución de esclavos en les Antillas, cosa de aliviar la cruel servidumbre a que se hallaban sometidos los indios. Preguntado oficialmente sobre la cantidad que sería necesario enviar, el buen padre respondió que lo ignoraba. En definitiva dispúsose, de acuerdo con la Casa de la Contratación de Sevilla, que fueron cuatro mil.
El privilegio para el envío de tales esclavos fue adquirído (según Saco) por un flamenco o saboyano de nombre Lorenzo Gomenot, o Garrebod, barón de Montinay, quien lo vendió luego a unos comerciantes genoveses bajo la condición de que la corona de España no daría una autorización semejante en el término de ocho años. Sin embargo, Carlos V otorgó permísos a más de un ambicioso cortesano de los muchos que lo asediaban con tal fin. En un principio, lo dispuesto fue que sólo se permitiera enviar negros con destino a Indias tomándolos de Angola, Guinea y las islas de Cabo Verde, pero nunca se respetó esa ordenanza, de manera que los negros destinados a la servidumbre fueron cazados dondequiera que ello era fácil o adquiridos de los reyezuelos y caciques africanos que vendían sus prisioneros de guerra. La moneda que servía habitualmente para estas transacciones consistía en brillantes baratijas: abalorios, espejos, conchas... Frey Pedro Beltrán (citado por Ortiz) alude a este hecho en unos versos escritos a comienzos del siglo XVIII:
Vidrios con dos mil reflejos
y espejos que allá se estañan:
que a todos, niños y viejos,
como a negros nos engañan
con vidrios y con espejos.
Por supuesto que la gran mano de esclavos destinados a Cuba provenía de África, como en el resto del continente, pero también llegaban de otros s¡tios de América, donde se hallaban "en depósito". Eran loteos almacenados pertenecientes a los grandes traficantes y que estos servían de acuerdo con las órdenes de compra o pedidos de sus clientes. A Cuba llegaron así cargamentos de africanos procedentes de Brasil, Cartegena, Jamaica, Virginia. Desde la citada fecha de 1517 hasta la segunda mitad del siglo XIX en que la esclavitud es abolida (1880), fueron traídos a la Isla alrededor de un millón (una cifra que se da es la de 830,000 cuerpos). Sin embargo, hay autores que estiman su número en doscientos mil más por sobre ese estimado. Ello sin contor el enorme número de negros que morían durante la travesía por efecto de la promiscuidad, que determinaba violentos enfermedades y en muchos casos la asfixia pura y simple, y por la necesidad frecuente de arrojar "la carga" el mar, ya para salir de una mercancía comprometedora a la viste de los barcos ingleses que perseguían la trata, ya para disminuir el lastre en caso de tormenta. Con todo, cómo no sería de elevado el número de esclavos transportados a la Isla de Cuba cuando, a peser de tales contratiempos, en 1840 la población negra cubana llegó a sobrepasar a la blanca, nativa y española.
En cuanto a la llegada a Cuba de los blancos, la contestación es bien simple: llegaron con las carabelas descubridoras. En los primeros años siguientes el Descubrimiento, la reina Isabel ordenó que solo pudieran partir hacia América los naturales de Cestilla y León. Esta disposición fue abolida por Carlos V en 1526, sustituyéndola por un privilegio a favor del puerto de Sevilla, el único por medio del cual se podría establecer contacto entre España y sus colonias. Dicho privilegio duró hasta 1720, en que fue transferido al puerto de Cádiz, y este habría de conservarlo hasta 1764. Quiere decir, pues, que durante más de dos siglos la población blanca española de Cuba procedía del sur de España, o mejor dicho salía obligatoriamente por ese rumbo. Muchos eran aventureros ambiciosos, soldados sin paga y hasta presidiarios a quienes se concedía indulto a condición de que fueran a poblar allende el océano, donde la vida era dura y difícil y había necesidad de quienes la afrontaran sin escrúpulos. Gentes que venían a lo suyo, que era lo ajeno, tomándolo de viva fuerza y sin prestar atención alguna al trabajo. Saco ha escrito:
"No pudiendo la agricultura fomentarse con los brazos blancos, fue cayendo más y más cada día en manos de negros esclavos, sobre todo en las Antillas por la muerte de los indios..."
Cuando el fin desaparecieron los privilegios marítimos para viajar a América, y se autorizó también la salida por puertos como Barcelona, Cartegena, Santander, La Coruña, Gijón, aumentó el número de españoles procedentes de otras provincias y también mejoró su condición moral. Al establecerse en Cuba, tales inmigrantes trasmitían sus peculiariadades regionales a la población criolla de los sitios en que se asentaban, que eran con frecuencia aquellos que ofrecían características geográficas perecidas a las de su lugar de origen. No es difícil reconocer la influencia de Andalucía en La Habana, y la de Castilla en las tierras llenas de Camagüey. La presencia catalana es señalada en Oriente, sobre todo en Santiago de Cuba, donde a su vez vendría a añadirse la francesa, como conseguencia del desastre colonial de Haití. En el siglo XIX, finalmente, sobre todo después de la abolición de la esclavitud, aparese un nuevo elemento humano, el chino. Pero su influencia es muy débil, y no puede decirse que añade ningún rasgo importante el perfil espiritual de la Isla. Indios, blancos, negros... Estos son los núcleos sociales que figuran en el escenario isleño desde los primeros momentos. Uno, el indio, haría mutis apenas levantado el telón para dejar el desempeño del drama a los otro dos.
Ahora bien, si en cuanto a la conquista el indio desaperece, en cuanto a la colonizacíon el negro queda. No sólo porque es físicamente más fuerte que el indígena, sino porque su población es inyectado sin cesar con nuevos aportes debidos a la trata. Ahora no es el laboreo de las minas, sino el cultivo de caña, planta que no crecía en la Isla antes de la llegada de Colón. Ese cultivo, lento hasta la toma de La Habana por los ingleses (1762), adquiere enseguida un ritmo vertiginoso, pues abierta lo Isla por el invesor al comercio con Inglaterra y sus colonias, halló el azúcar cubano un mercado seguro, rápido y numeroso. El crecimiento de le produción azucarera requirió en seguida trabajadores baratos y abundantes, es decir, negros, cuyo tráfico se multiplicó de manera monstruosa, y más con las facilidades que para su compraventa introdujeron los ingleses. Más adelante la sublevación de los esclavos en Haití y su triunfo sobre los franceses dio pie a la ascensión de Cuba el sitio ocupado por aquella colonia como. primer pelo productor de azúcar. Para mantenerse en tal primicia fue preciso a la clase rica cubana obtener (como había propuesto Arango y Parreño, su gran consejero) la importación irrestricta de esclavos. El obtener esto — libertad de esclavízar — fue un triunfo de la embrionaria burguesía nacional, criolla, sobre la metropolitana.
El crecimiento de la esclavitud aumentó desde luego la densidad de la población negra en Cuba. Desde 1512 hasta 1555 la mayor porte de los blancos residentes en la isla de Cuba son españoles. Pero desde este última fecha en lo adelante se produce no sólo el auge de lo población blanca nativa, sino también el de la negra, que como hemos dicho llegaría a ser mayoritaria en el país a mediados del siglo XIX. La mismo se halla diseminada no solo en las dotaciones de las fábricas de azúcar, que son verdaderos campos de concentración, sino en núcleos numerosos en las ciudades. En contacto perenne con la raza dominante y explotadora, va produciéndose así una lenta fusión, que abarca creencias religiosas, costumbres, alimentos, música, sexo, desde lo banal e inmediato hasta las más complejas y misteriosas ¡mplicaciones de la vida espiritual. Como ha dicho Ortiz:
"... la separación psicológica de ambas razas, desde cierto punto de viste, no era tan radical como pudiera creerse observando superficialmente..."
Así pues, de ese oleaje negriblanco nace nuestro perfil nacional, que ha ido cristalizando por los medios más diversos y cuyos primeros síntomos aparecen a finos del siglo XVIII y comienzos del XIX. El criollo que murió ingenuemente en 1762 combatiendo contra los ingleses en el sitio de La Habana, y lo hizo como si hubiera nacido en la lejano península, no es el mismo que medio siglo más tarde pide, como Verela, que Cubo sea "tan isla en lo político como lo es en la naturaleza". Trátase de un descendiente de españoles y en menor grado de africonos, es cierto, pero su mentalidad se diferencia del pensamiento colonial en busca de una afirmación propia. No pasaría mucho tiempo sin que se produjera el primer estallido revolucionario, el del 68 (Varela había muerto quince años antes), y la clase rica criolla, dividida, ofreciera un numeroso flanco progresista, liberal, que rompió abiertamente con España. Llevados a la lucha por sus amos, los esclavos se incorporan a ella, y también muchos negros y mulatos libres, que forman parte, con los blancos, de une comunidad de cultura surgida o lo largo del proceso que hemos tratado de dibujar en sus líneas más generales. Porque aunque desde el punto de vista social y económico siempre existió una insalvable diferenciación entre blancos y negros, la nacionalidad cubana se debe a entrambos elementos y es consecuencia de una vasta, caudalosa, irresistible transculturación afro-hispana.
En este punto nos viene a la maquinita un hecho que hemos leído en Ángel Augier. En 1830, un escritor cubano nacido en Colombia, Félíx Tanco, se expresó de esta manera en carta a su amigo Domingo Delmonte, escritor cubano nacido en Venezuela:
"¿Y qué me dice usted de Bug-jargal? Por el estilo de este novelita quisiera que se escribiese entre nosotros. Piénselo bien, los negros en la Isla de Cuba son nuestra poesía, y no hay que pensar en otra cosa, pero no los negros solos, sino los negros con los blancos, todos revueltos, y formar luego los cuadros, las escenas..."
Este voz quedóse aislada. Durante los cien años que corren de 1800 a 1900, el negro — esclavo o libre — estuvo muy lejos de ser considerado como una piedra básica — y lo era — en la arquitectura nacional cubana. Los sociólogos que se vieron en el caso de hablar científicamente de la formación Cultural de Cuba (ello ha ocurrido hasta los años 50) nunca concedieron significación el hombre venido de África, salvo uno a quien se debe el estudio científico de un problema básico en la investigación de nuestra personalidad: Fernando Ortiz, cuya obra sitúa y fija los factores integrantes de la cubanía, de la cabanidad.
¿Qué mucho por otra porte, que esos investigadores cubanos negaran la presencia negra, cuando sabemos que trescientos años de esclavitud habían creado en muchos negros el temor de su negrura, y hasta la vergüenza de ella? Se les había enseñado que el modelo de la belleza viril era el Apolo del Belvedere, y de la femenina la Venus de Milo. ¿Cómo iba el negro a reconocerse en tales arquetipos? Tener los labios gruesos, la nariz achatada y el pelo crespo (en níngún momento rubio... ) era casi un crimen, como lo es hoy en Estados Unidos. En los eños 20 Cuba comenzó a agitarse y a efervescer. En el marco de la revolución rusa de 1917 se inscribió la lucha contra Machado, las reivindicaciones estudiantiles, la fundación del Partido Comunista, el antimperíaliamo militante, de que fue la obra de Martí supremo impulso, y — muerto y enterrado el modernismo de Darío — la llegada de nuevas corrientes estéticas en arte y literatura. Nos vino entre ellas el negrismo de Gide, de Cendrars, de Picasso, de Morand,, Sólo que este negrismo, llegado como "una moda", transformóse rápidamente en "modo" por una razón histórica evídente, a saber: el proceso de conmistión negriblanca, afroespañola, que durante más de tres siglos había tenido lugar en Cuba. Mientras la negritud de los poetas francófonos es un arma contra el colonialismo, un medio de lucha por la independencia del poderío metropolitano, el negrismo es expresión de unidad histórica, conmistión de dos fuerzas sin ninguna de las cuales podría existir Cuba como existe hoy, lucha contra el racismo, en fin. Un negrismo mestizo, aunque ello suene a paradoja, que no lo es, sobre todo para quien se tome la molestia de ver dentro de sí mismo, y a lo lejos en nuestra historia desde la Ma Teodora hasta Sindo Garay, pasando por dos guerras de independencia frustradas y una revolución vencedora.
Tomado de: LÁZARA MENÉNDEZ, Estudios Afro-Cubanos. Selección de Lecturas, vol. 1, La Habana, Universidad de La Habana, 1990, pp. 191-199