Cuba

Una identità in movimento


Manuel Mendive: los pinceles de Elegba

Rogelio Martínez Furé


LLegar al estudio de Mendive es penetrar en un mundo sorprendente, inusual. Un mundo en que lo cotidiano adquiere categoría mítica y donde señorea "lo real maravilloso" de nuestra vida antillana, como diría Carpentier.

Su estudio rompe con todo lo convencional. No es garaje ni sótono donde se mezclen cuadros, pinceles, tubos de óleo y obras a medio hacer. Es algo distinto. Para llegar a él debemos atravesar depósitos de chatarra, cruzar junto a enormes rastras de transporte naciopnal, hundirnos en el tráfago de mecánicos, porteadores y carpinteros, en la barriada habanera de Luyanó. Luego de caminar precariamente sobre líneas férreas y senderos llenos de maleza, arribamos al rincón que Mendive ha escogido para trabajar. Extrañamente apacible, pues, a veces, los ruidos de los trenes cercanos, los silbatos de alguna fábrica y los golpes persistentes de martillos y de voces aceitosas nos recuerdan que muy cerca los hombres laboran incansables.

Aquí, donde se impone el trabajo más rudo, Mendive crea sus cuadros y esculturas.

    — Nací en Luyanó, en 1944. Estudié en la Escuela de Artes Plásticas de San Alejandro.

En una de esas casetas de madera de los paraderos ferroviarios está su estudio. Es una construcción pintada de verde oscuro que parece arrancada de alguna película del oeste norteamericano. Con su techo a dos aguas, erguida sobre pilotes. Mitad estudio, mitad casa familiar. Pero para llegar a ella, debemos aún cruzar por una cerca de planchas de cinc oxidadas, atravesar una nave donde se reparan refrigeradores comerciales, y luego, la revelación: un amplio patio donde crecen limoneros, naranjos y arbustos de reseda. Vegetación tupida y jugosa, en medio de la cual descubrimos algunas esculturas de Mendive. Un impresionante ensamblaje de chatarra, maderas, clavos y cadenas le sirve para expresar la ferocidad de Ogún, dios del monte y de los metales. Más allá, irguiéndose como un tótem antiguo su Oba Ibo, tallado en un tronco de una palma, impone la fuerza creadora del orisha Shangó.

    — He partecipado en numerosas exposiciones. En el año 1962 obtuve mención en el Salón Anual del Círculo de Bellas Artes. Además ha expuesto en la Galería de la Plaza de la Catedral, en el Lyceum, en el Centro de Arte de La Habana, en la Galería de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), etcétera. También participé en el salón de Mayo celebrado en La Habana en 1968.

Mendive nos recibe sonriente. Es joven, pero su espesa barba negra le da aspecto de monje etíope. Voz grave. Piensa detenidamente las preguntas antes de respondernos.

En el patio, un pavo real, el ave sagrada de Oshún y Yemayá, exhibe ostentoso su enorme cola, mientras algunos patos recién nacidos chapotean en una zanja verdosa. A lo lejos resuenan otra vez los silbatos de las fábricas.

    — Me preguntas por qué escogí el tema yorubá para mis obras. Pues te diré... Las treadiciones africanas, que tanto han influido en nuestra cultura. han sido el medio que me permitye expresar mis vivencias. Siempre he utilizado esta temática, siempre ha sido mi medio de expresión, aunque mi estilo ha variado mucho desde mis primeros cuadros hasta mis cosas actuales. En un principio mi obra llegaba por su agresividad, lo cual producía en el espectador una sensación efímerea, debido a la violencia misma del cuadro. Ahora no es ese sentido el que prevalece, sino la sutileza de las imágenes, que no tienen otro fin que envolver los mismos elementos antes agresivos en una atmósfera más sugerente.

Muchos artistas del Salón de Mayo al descubrir la pintura y la escultura de Mendive quedaron impresionados por su temáticas y por la originalidad de su estilo. La vocación universal de nuestra herencia yorubá y su riqueza formal – tal vez el elemento trágico por su excelencia de nuestra cultura –, integrata a las técnicas más modernas, le han servido a este joven artista (olósha) para expresarse, esta vez partiendo del punto de mira de "los sin historia".

    – Utilizo las técnicas y los materiales más diversos en mis obras. En Pintura empleo mucho la madfera, sobre la que pinto, ejecuto relieves en hueco, madera chamuscada, madera con pintura, madera con fuego y collage. Todo lo cual me lleva días y días de trabajo. Y si bien utilizo la temática y las formas yorubá en mis cuadros, quiero por este medio expresar los sentimientos que viven en el hombre, los misterios de la vida y de la muerte.

Abandonamos el estudio de Mendive y nos dirigimos a su casa, en la misma barriada de Luyanó. Casa de amplio portal, de paredes de madera encaladas y ventanas siempre abiertas al frescor del día.

La familia de Mendive es una de esas típicas familias cubanas — tan corrientes en las provincias occidentales — que son celosas guardadoras de nuestras tradiciones de antecedentes yorubá. El padre es ferrocarrilero desde hace más de veintecinco años. Sus tíos y primos son tamboreros (olú-batá) y cantantes (akpwón), pertenecientes a esa estirpe de cubanos que ha conservado a través de los siglos los ritmos, los cantos y la lengua yorubá. La madre reina en Esta casa, moviéndose por sus dominios con esa dignidad que, según nuestras leyendas, sólo poseen las sacerdotisas (iyalosha) hijas de Yemayá, para brindarnos la eterna taza de café o elaborar en su amplia cocina de losas rojas, impregnadas con los aromas de las especias, los platos llegados de tierras africanas: el irá, el oshinshín, el amalá. Comidas de los dioses y los hombres.

El medio en que Mendive se ha formado es tradicional y moderno a la vez, lo que le permite, gracias a los estudios académicos y a su contacto con los otros pintores jóvenes cubanos, estar al día de las últimas tendencias de la pintura universal, tener conocimiento de las técnicas antiguas y modernas, y a la vez, gracias también a sus vivencias familiares, conocer profundamente toda la compleja simbología de nuestros mitos. Por ello, en su obra no existe nada gratuito; cada color, cada forma, posee un significado, una función precisa.

    — También hago esculturas, y la temática y materiales que utilizo son los mencionados con anterioridad. Madera pintada, tallada o quemada. Hierro y planchas de cine, con todo lo cual hago ensamblajes.

Es difícil clasificar dentro de una escuela o tendencia determinada la obra de Mendive. No es simbolista ni primitivo, en el sentido europeo. Si bien su inspiración se hunde en antiguas raíces nacionales y su figuración se deriva de ciertas pinturas y esculturas que a veces descubrimos en casas de santos cubanas — especialmente en provincias — decorando paredes, vasijas o atributos rituales, y hasta en los manuscritos sagrados o Libretas, y por su carácter ingenuo constituyen como el último destello, en Cuba del gran arte de los pueblos yorubá y dahomeyano del África Occidental, en toda su obra se advierte una sensibilidad contemporánea, una utilización de las técnicas más actuales. En la composición, en las texturas que logra crear, siempre está presente la inteligencia de un artista moderno, que desea expresar su visión del mundo y hallar un lenguaje proprio partiendo de una de las más ricas tradiciones de su pueblo.

    — ¿Tus obras se encuentran sólo en Cuba o algunas han logrado ya viajar al extranjero?

    — Bueno, decenas de cuadros y esculturas míos han sido adquiridos por artistas extranjeros. Tengo obras en dicersos países de Europa, América, África y hasta en el heroico Viet Nam.

    — ¿Y has obtenido algún premio en exposiciones fuera de tu país?

    — Sí, en 1970 obtuve el Premio Nacional del Segundo Festival Internacional de Pintura de la Villa de Cagnes-sur-Mer, en Francia.

Mendive vice rodeado de cuadros y esculturas. En su habitación conserva algunas de sus primeras pinturas y trabajos en yeso, trabajos de estudiante, pero por los que siente un cariño especial. Ha decorado las paredes con fotografías de obras clásicas del arte africano, griego y precolombino. Las mamparas de vidrio de su cuarto están cubiertas de diseños geométricos de colores estallantes. Y dominándolo todo, frente a su lecho, siendo lo primero que contempla al despertar y lo último antes del sueño: Elegba. Una talla antigua, de más de un siglo, heredada de sus antepasados. Sobrecogedora cabeza de unos 45 cm de alto, tallada en piedra coralina, con los ojos de cauris, y la boca desmesuradamente abierta, como clamando desde el inicio de los tiempos. Este Elegba es la representación más impresionante que he visto del dueño de los caminos y encrucijadas, del símbolo del destino, según nuestra mitología.

    — ¿Cuáles son tus planes futuros?

    — Seguir pintando para mi pueblo y hacerme cada vez más exigente conmigo mismo. Así, tal vez algún día llegue a aportar algo al desarrollo de nuestra pintura.

Mendive me acompaña hasta el portal de su casa. Me despide sonriente. Al aproximarme a la esquina, descubro un gran mural de contenido revolucionario pintado sobre un blanco muro. Me sorprende la imaginación y el ritmo en el ordenamiento de las figuras. Pensando qque algún artista popular de talento se esconde por esos barrios, regreso a la casa de Mendive y le pregunto. Él me responde con una mirada cómplice:

    — Algunas veces me pongo con los muchachos y las gentes del Comité a decorar la cuadra...

Y vuelve a sonreírme con su rostro de antiguo monje etíope.



Tomado de: ROGELIO MARTÍNEZ FURÉ, Diálogos imaginarios, La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1979, pp. 238-239


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