Cuba

Una identità in movimento


Los inefables sucesos del barrio de La Martina

Esther Suárez Durán


El grupo Los Cuenteros, de San Antonio de los Baños en la provincia La Habana, ha recreado el ya antológico cuento de La cucarachita Martina en el formato de una comedia musical titiritera.

Su director, Félix Dardo, partió de la versión teatral del cuento realizada en la década del sesenta por el Maestro Abelardo Estorino y llevada a escena por Pepe Camejo en el Teatro Nacional de Guiñol en 1966, aunque en esta nueva visita a tan caro texto algunos elementos resultan refuncionalizados. Mientras el entorno en el cual se desarrolla la conocida historia adquiere un singular valor, la protagonista se muestra consciente de su saga. Conoce bien la fábula que debe representar, lo que introduce un recurso distanciador que aumenta la teatralidad de la puesta. Para ello, y al uso de aquella versión de La Cenicienta de Carucha Camejo (1964), también aquí la escoba — uno de los esenciales signos identitarios — deviene un personaje, una especie de alter ego de la protagonista.

El espectáculo comienza delante del telón con un prólogo cantado y bailado por Malawi Capote y Jean Carlos, quienes luego interpretarán a los personajes protagónicos. Cuando la cortina se descorre estamos en presencia de un retablo tradicional sobre el cual se alzan las casas del barrio con las flores de sus jardines. Por las montañas recortadas a lo lejos serpentea un pequeño tren en busca del poblado. Bien pronto sus vagones se convierten en buzones de correo que se ubican en el frente de cada casa.

A partir de ahora las flores, los buzones y las manos enguantadas de los titiriteros configurarán el cuerpo de baile de un musical que transita por una diversidad de ritmos nacionales a la par que alude, en forma de cita parodiada, a algunos números de gran pegada en el universo sonoro internacional. En cuanto a la música vernácula, en ocasiones se trata de una auténtica creación que tiene por autores a varios de los integrantes del grupo y en otras tiene también lugar la parodia.

Tal es el caso de la primera aparición en escena de La Martina, al compás de la famosa salida de Cecilia en la zarzuela Cecilia Valdés, premiada con entusiastas aplausos.

Luego se suceden formatos de moda. Entre los vendedores que ofrecen sus productos a la Cuca se destaca el Conejo con sus seguidillas que la abruman y desesperan y, más tarde, la Gata con sus antiquísimos polvos de cascarilla, motivo de un malentendido jocoso en el que intervienen signos musicales afrocubanos y divertidas alusiones a las prácticas de la santería.

Entre los pretendientes que desfilan a continuación el Sapo, con su voz ronca, entona un rap que se liga con el fragmento en voz de barítono de una melodía clásica italiana, mientras el Gato resulta un destacado sonero y el esperado Ratoncito Pérez se acompaña por una amorosa canción.

Presente está también la melodía de El fantasma de la ópera — el número más conocido hoy en día de la banda sonora del musical homónimo —, que comienza con un excelente dúo entre un buzón y una flor y termina en uno de los momentos más altos de este excelente discurso titiritero cuando, inesperadamente, por sobre el retablo se alza una ventana iluminada tras la cual se percibe la silueta de Martina ejecutando los alardes vocales finales que hacen estallar en pedazos el supuesto cristal de la ventana y lanzan a la Cuca a toda velocidad hacia el exterior.

Similar tratamiento recibe el tema de amor del film Titanic (My heart will go on) en versión instrumental, el cual sirve de fondo a la secuencia que alude a la luna de miel de Martina y Pérez, quienes remedan la imagen ya clásica — por reiterada — de los protagonistas del film en la proa del barco, sin que falte siquiera el vientecillo que contribuye al tono romántico y trascendente de la referida cita fílmica.

Del idílico viaje regresan los enamorados en un cotidiano bicitaxi . De modo magistral bailan el antológico cha-cha-chá Los marcianos llegaron ya .

Luego, ante la urgencia de Pérez, Martina prepara la clásica sopa de cebollas y, en el momento en que va al mercado en busca del pimentón para colorear el caldo, como es ya sabido la golosina de Pérez lo sumerge en la olla. El sabroso ritmo de El cuarto de Tula, con su letra parodiada, anima los sucesos finales que sirven de desenlace a la historia: Cuca salva a Pérez mediante las técnicas de respiración boca a boca y reanimación cardíaca.

Los buzones integran nuevamente el tren del inicio que ahora se aleja y todo el equipo sale a proscenio donde realiza con esmero una coreografía para el saludo y la despedida.

Como es frecuente en los títulos de este conjunto el aliento de la creación popular preside la propuesta. De ello dan fe la composición del retablo, la sencillez y el colorido de la escenografía (a cargo de Guillermo Sánchez y Jorge Lucas, al igual que el diseño y construcción de los muñecos), la sencilla técnica titeril utilizada (el guante) en una significativa cantidad de las figuras, los ritmos populares nacionales, y también la inclusión de algunas frases de suma actualidad inscritas en el habla de los estratos poblacionales más amplios.

Este aliento se completa con la mirada crítica, burlona, hacia determinados signos y productos difundidos hasta el cansancio por los medios; con su puesta en solfa en el espacio idóneo para ello: el irreverente y desmitificador universo titiritero.

Pero la raíz popular va acompañada de algo que siempre me causa un particular disfrute y me indica que estoy frente a un ejercicio de arte. Me refiero no solo al cuidado, la limpieza que revela cada recurso e instante de la puesta, sino a la atención que reciben en ella los detalles; como ese momento en que Pérez cae dentro de la olla y se produce una tenue salpicadura, o aquel otro en que, al revivir, sorpresivamente expulsa de su boca, primero, un poco de agua y, a continuación, una cebolla.

Entre los primores del espectáculo se halla el trabajo de animación; muy especialmente las maravillas que realizan Malawi Capote con La Martina y Graciela Fernández con La Escoba, éste último un personaje que no habla y que tampoco cuenta en su diseño físico con ningún particular elemento expresivo. Pero todo el equipo (Gilberto Perdomo, Raúl Mederos, Fernando López, Arelys Monzón, José Luis Romero, Rogelio Perdomo) desarrolla una labor esmerada, al punto de que cuando los personajes bailan el espectador puede leer, de acuerdo con cada ritmo, ¡en títeres de guante! los pasos específicos a que se alude.

La banda sonora se destaca por la selección de los números, la calidad que alcanzan los originales y las elaboraciones paródicas y, muy especialmente, la interpretación vocal; excelente en el aria lírica de la Cecilia… y en la vocalización final de El fantasma de la ópera — ambas a cargo de la joven soprano Elianne Ramos —, en la canción clásica italiana que ejecuta el barítono Rodolfo Chacón como en el resto de los números, donde sobresalen los desempeños del rapeador y el sonero.

La puesta en escena denota la mano de un maestro que maneja a la perfección la gramática espectacular y establece los contrastes necesarios entre el tono y el tempo de las secuencias dramáticas; diferencias que no solo contribuyen a la variedad del discurso en términos formales sino que, en primer lugar, portan un determinado significado. En tal sentido la sorpresa y el humor (que en muchas ocasiones andan de la mano en la ruptura de los equilibrios o en la quiebra de las expectativas) son ingredientes fundamentales de esta creación escénica que obtiene su energía de la curiosa paradoja que conforman la precisa mesura y una desbordante alegría de vivir.

Dos momentos me parecen gratuitos en el espectáculo: el primero cuando supuestamente la Cuca tropieza — sin necesidad dramática alguna — y se hace el antológico chiste del boniato; el otro, cuando se utiliza para el saludo una obra musical de reciente aparición y gran acogida, me refiero a la actualización que ha hecho la agrupación Sur Caribe de la conga oriental. Ni su esencia regional ni su letra justifican su intervención en este específico discurso espectacular.

Ello no empaña la excelencia de este complejo trabajo que corre el riesgo, no obstante, de ser recibido con reticencias, precisamente por la audacia de su director de desafiar "estéticas serias" y estiradas colocando sabiamente la narración de la historia — por demás popularísima — en la tesitura propia del arte titiritero, lo cual le permite acudir a las citas de actualidad y ubicar los signos de su época y su entorno, trasmutados en material dramático, en el filo de una navaja; pasando revista, reexaminando sin mojigato pudor cada uno de esos elementos.

La profundidad de esta versión escénica se verifica en el nivel de diálogo que es capaz de sostener con su contexto, en cómo alcanza a expresar, con los peculiares signos de su sistema espectacular, toda una visión del mundo propia de su director y de su equipo de realización que, por cierto, exhibe una relación subyacente, nada folklorista (recuérdese la diferente posición evidenciada ante la seguidilla, los cultos afrocubanos, la zarzuela, el flamenco), con la cultura campesina en su modalidad contemporánea.

El movimiento globalizador que caracteriza nuestro tiempo, visto desde la perspectiva peculiar de la cultura y el arte, coloca en un lugar de privilegio la lectura de los específicos contextos a través de las creaciones artísticas (es decir, estas últimas como un exponente a través del cual pueden los públicos informarse, conocer y dialogar, en última instancia, con los contextos sociales en los cuales ellas se producen), toda vez que serán justamente en los contextos y su trasmutación en los particulares elementos del lenguaje artístico donde descanse la originalidad, la diferencia entre las varias creaciones influenciadas igualmente por la circulación intensa y el resto de los fenómenos objetivos que supone la acción globalizadora.

Es este un tema sobre el que será necesario y útil volver, pero quede enunciado aquí en aras de ayudar a comprender la trascendencia que alcanzan, en época semejante, estos sucesos acaecidos En el barrio de La Martina de los cuales nos dan fiel noticia el incansable Félix Dardo y su curiosa tropa de Los Cuenteros.


Página enviada por Esther Suárez Durán
(9 de diciembre de 2006)


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