Cuba

Una identità in movimento


José Martí en el decursar antropológico de Fernando Ortiz (Parte I)

Jesús Guanche


Introducción

La obra magna de José Martí, tanto en el ámbito de su acción política como en sus textos, ha marcado un hito indeleble en el pensamiento cubano, latinoamericano y caribeño de la segunda mitad del siglo XIX y ha trascendido hasta nuestros días, muy especialmente en quienes han tratado de guiar su vida bajo el paradigma martiano de la justicia social, sintetizado en la idea incluyente de

... con todos y para el bien de todos.[1]

Otro de esos grandes hombres, cuya obra se desarrolla y madura en la primera mitad del siglo XX, fue el sabio cubano Fernando Ortiz (1881-1969), quien cargó sin pandearse — al decir de Juan Marinello (1898-1977) — el altísimo título de Tercer descubridor de Cuba, en secuencia cronológica con Cristóbal Colón en lo geográfico y Alexander Von Humboldt en el vasto campo de las ciencias naturales.

En este sentido, nos proponemos reflexionar sobre la significación e influencia de la obra martiana, particularmente sus ideas humanistas y antirracistas, en las investigaciones antropológicas de Fernando Ortiz como parte de su acción sociocultural y política para enfrentar el racismo y la discriminación racial, una de las peores lacras ideológicas creadas por la especie humana, que cobró fuerza en el momento histórico que le tocó vivir, de modo especial en la etapa entreguerras y durante la Segunda Guerra Mundial. Esa ideología renace ahora como la hierba que envilece el jardín de todo lo creado por las culturas de los pueblos, habitantes de la pequeña esfera azul en el inmenso universo.


Martí en Ortiz: los primeros pasos

La interpretación y valoración adecuada de la obra martiana fue una de las ocupaciones fundamentales de la intelectualidad cubana que se enfrentó a un proyecto sociopolítico de República, marcado por la frustración de la guerra de independencia (1895-1898) y por la ingerencia plena del neocolonialismo norteamericano en la vida de la nación emergente.

La memoria histórica, reciente entonces, sobre la acción emancipadora de José Martí representó un asidero para quienes trataron de llevar a la vida pública y a su acción personal la obra y el pensamiento del apóstol de la nación cubana.

Sin embargo, en la obra temprana de Fernando Ortiz como Los negros brujos (1906), El pueblo cubano (escrito entre 1908 y 1912), La crisis política cubana: sus causas y remedios (1919), La decadencia cubana (1924) y otras del primer tercio del siglo XX, no hay referencias a los textos martianos.[2]

Por esos años, la actividad política de Ortiz, quien había ingresado al Partido Liberal y fue electo a la Cámara de Representantes (1917-1927) se encontraba limitada por su ideología liberal-reformista que concebía el cambio republicano, en cuatro principios básicos, como bien ha sintetizado la Dra. Ana Cairo.

Primero: la necesidad de una reestructuración del sistema de instituciones políticas y sociales de la república. Entre las necesidades vitales estaba la de una nueva constitución.

Segundo: la voluntad de una lucha permanente (encabezada por la opinión pública) contra la corrupción política y económica de los gobernantes. En tal sentido, se mantenía adscrito a la tesis de la "virtud doméstica" que propugnaba Manuel Márquez Sterling (1872-1934), como factor de equilibrio interno que podría evitar la humillante intromisión neocolonial de los yanquis.

Tercero: la defensa del interés social de elevar el acceso a la educación de la mayoría del pueblo cubano. La actualización científica y la educación cívica podrían ser los factores primordiales para enseñar a las nuevas generaciones la importancia de la fuerza de la ciudadanía en contra de los males republicanos (como la corrupción administrativa, el robo y el nepotismo, entre otros).

Cuarto: las funciones patrióticas de la intelectualidad, la cual servía al pueblo al facilitar los conocimientos imprescindibles acerca de los problemas de la república. De este modo, la misma contribuía a las reformas, sin descartar que algunos intelectuales podrían o deberían dirigirlas.[3]

Estas ideas se vienen abajo con el fracaso de la Revolución de 1930 y el exilio de don Fernando en Estados Unidos de América entre 1930-1934, como parte de la lucha contra la tiranía de Gerardo Machado(1871-1939).

El nexo de Fernando Ortiz con la obra martiana, aun incompleta, se pudo haber efectuado gracias a las relaciones de su suegro Raimundo Cabrera (1852-1923), con Gonzalo de Quezada y Aróstegui (1868-1915), quienes se habían conocido en el exilio en Nueva York durante la guerra de 1895-1898. Quezada había sido secretario e hijo espiritual de José Martí y asumió la honrosa tarea de publicar, como albacea, los primeros tomos.

La amarga experiencia de la Revolución del 30 posibilitó reorientar los esfuerzos hacia el conocimiento e interpretación de la obra martiana durante la etapa 1936-1958. Este proceso coincidió con el surgimiento de varios gobiernos fascistas europeos y en ese contexto fueron precisamente Fernando Ortiz y Raúl Roa (1907-1982) los primeros en acudir a los textos antirracistas de José Martí como instrumento ideológico para la lucha política antifascista.

Paralelamente, durante esta etapa republicana se promueve de manera creciente e intensiva el conocimiento de la vida y la obra del apóstol de la revolución cubana.

Entre 1936 y 1947 Gonzalo de Quezada y Miranda (1900-1976) da continuidad a la gran tarea de su padre y logra publicar con fines patrióticos nuevos textos martianos que son vendidos a bajos precios en escuelas, bibliotecas y otras instituciones interesadas. De ese empeño salió la primera versión de las Obras Completas. En 1941 el propio Quezada y Miranda encabeza en la Universidad de La Habana la apertura del Seminario Martiano, anexo a la dirección de Extensión Universitaria. La divulgación llega luego hasta el Aula Magna del alto centro docente mediante cursos especiales impartidos por reconocidos profesores como Raimundo Lazo (1904-1976) y Jorge Mañach (1899-1961).

De 1940 a 1952 el escritor Félix Lizaso (1891-1967) aborda la publicación del Archivo José Martí y da a conocer inéditos e interpretaciones sobre su vida y obra.

Al mismo tiempo, la realización del conjunto monumentario de la Plaza Cívica de La Habana (1937-1958) [hoy Plaza de la Revolución José Martí] y el mausoleo en el cementerio Santa Ifigenia en Santiago de Cuba (concluido en 1951) generaron una amplia compaña nacional que presionó a los gobiernos de entonces a aportar parte de los recursos financieros para su construcción.[4]

El diseño de un plan de conmemoraciones entorno a José Martí implicaba resaltar los cincuentenarios de la Fundación del Partido Revolucionario Cubano, el inicio de la Guerra del 95 y su muerte en Dos Ríos. En esas actividades entre 1941 y 1945 ocupa un lugar cimero la figura de Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964) desde su Oficina del Historiador de La Habana, fundada en 1937.

Todo ese proceso tuvo su culminación en las actividades conmemorativas por el centenario de su natalicio el 28 de enero de 1953. El centenario devino el monumento histórico más alto en la consolidación de la vocación martiana del pueblo cubano. Dicha filiación ideológica se convirtió en uno de los factores esenciales de los nuevos proyectos políticos, que legitimaban el combate contra la segunda dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958). Se repetía la epopeya popular de la Revolución del 30.[5]


Ortiz acerca de Martí

Como parte de su extensa obra escrita, Fernando Ortiz dedicó conferencias, discursos, ensayos y reseñas al apóstol de la independencia cubana.

Entre sus variadas inquietudes lingüísticas y sus búsquedas incesantes sobre los aportes léxicos de otras culturas al español de Cuba, Ortiz publica en 1939 un breve ensayo titulado Cañales, dijo Martí,[6] con el propósito de someter a discusión una arraigada confusión terminológica al identificar a las siembras de caña de azúcar con el término cañaveral, derivado de otra planta usada para forraje en España, y no a la que se le extrae el dulce jugo.

Su defensa del término cañal, reconocido entonces por la Real Academia de la Lengua Española, lo apoya en el texto martiano cuando refiere:

Un lingüista tan consumado como José Martí debió de apreciar la impropiedad intrínseca de la voz cañaveral por no referirse a cañaveras, y, aun cuando siguió el uso corriente, no vaciló en usar con igual objeto el vocablo cañal, que mejor satisfacía el exquisito gusto de quien como él era un enamorado de las palabras bellas de sonoridad y puras de sentido y las saboreaba con placer. Por eso José Martí no tuvo inconveniente en escribir cañales, y no cañaverales, en este delicioso cuadrito de la vida rural guatemalteca.[7]

Casi al salir el libro de Gonzalo de Quezada y Miranda, Martí, hombre, en 1940, Ortiz escribe una breve pero enjundiosa reseña[8] que no solo resalta la labor del autor, enfrascado en el titánico empeño de preparar las Obras Completas de Martí, sino en el valor del texto que aproxima al lector al quehacer múltiple de un especializado martista, pues casi nunca don Fernando empleó el adjetivo martiano.

La obra recorre

... la vida de Martí en literatura, en música, en religión, en filosofía, en arte, en novela, en psicología, en erudición o en ideología política o social,[9]

a la vez que se propone el conocimiento de su vasta obra.

Esta reseña, que resalta el apostolado martiano, concluye con una evocación al contexto del primer gobierno de Fulgencio Batista:

En los templos siguen los mercaderes, en los atrios los fariseos y en los pretorios los Pilatos que por lavarse las manos en público ya dan por limpiadas sus conciencias.[10]

En pleno auge del fascismo alemán en Europa, Ortiz imparte una conferencia el 9 de julio de 1941 en el Palacio Municipal de La Habana, hoy Museo de la Ciudad de La Habana, en un ciclo en homenaje a José Martí organizado por la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, que ese mismo año aparece publicado como Martí y las razas.[11]

Este constituye un texto de lectura obligada, que mezcla hábilmente vivencias personales de la vida republicana en ciernes, aspectos claves de la historia cubana en relación con la participación de múltiples seres humanos de la más variada pigmentación epitelial en las guerras independentistas, las secuelas racistas del darwinismo y el evolucionismo con sus desacertados intentos clasificatorios, las causas del expansionismo colonialista en la argumentación antropológica del racismo, a la vez que reconoce las inconsistencias científicas de intentar clasificar algo inexistente como las "razas", tal como ha demostrado recientemente el mapa del genoma humano.

En este sentido refiere:

Averiguar cuál es el número de las razas, ha dicho Von Luschen, es tan ridículo como el empeño de los teólogos cuando discutían el número de ángeles que podían bailar juntos en la punta de una aguja.[12]

A partir de las anteriores reflexiones acude a las múltiples ideas extraídas de los textos martianos que sirven para deconstruir la falacia biológica de las razas humanas. Si bien Ortiz afirma que:

La obra escrita de José Martí no es un tratado didáctico, ni siquiera una faena sistemática, sino una producción fragmentaria, casi siempre dispersa en versos, artículos, discursos y manifiestos...

reconoce que:

En toda la obra de Martí hay una vertebración interna que la articula, una idéntica y medular vitalidad que la impulsa.[13]

Inmediatamente acude Ortiz a la afirmación rotunda de Martí, tantas veces referida:

No hay odio de razas porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resulta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y color.[14]

Lo anterior le sirve de base para identificar la esencia misma del racismo, no en causas de aparente desigualdad biológica, sino en sus verdaderas causas: las diferencias económicas y sociales, que sirvieron de sostén a las expansiones coloniales y en consecuencia a la gigantesca e infranqueable brecha entre países y regiones ricas y pobres hasta llegar a la situación de nuestros días, en que la sostenibilidad del orbe pende de un frágil hilo de araña.

Ortiz encomia la crítica martiana a quienes, desde cualquier pertenencia antropomórfica practican directa o sutilmente el racismo en una u otra dirección.

Basado en su anterior conferencia, Ortiz escribe un importante artículo sobre Martí y las "razas de librería", que sirve para la confrontación internacional de estas ideas, pues aparece publicado en Cuadernos Americanos de México en 1945.[15] Tanto este trabajo como otros precedentes y siguientes,[16] son parte de una denodada batalla ideológica contra el racismo y sus secuelas, tanto para la opinión pública nacional como a nivel continental y mundial.

Ortiz resalta entonces la vigencia de las ideas de Martí sobre las supuestas "razas" y contra el racismo. Vuelve a deconstruir el mito racista a partir del estigma bíblico del patriarca Noé en todo el ámbito de la cultura occidental. Cómo en América se aplicó este estigma a los indios por el padre Gumilla y por Las Casas en relación con los africanos; y cómo

Ese racismo llegó a tales absurdos que fray Tomás Ortiz y fray Diego de Betanzos sostuvieron que los indios eran como bestias y que por tanto eran incapaces del bautismo y demás sacramentos,[17]

sin dejar de hacer alusión a la bula papal de Paulo III, en 1537 y al fanatismo teológico de Juan de Torquemada, quien llegó a escribir:

... por justo juicio de Dios, por el desconocimiento que tuvo Cam con su padre, se trocó el color rojo que tenía en negro como carbón y, por divino castigo, comprende a cuantos de él proceden.[18]

Ortiz logra probar cómo en vida de Martí y aún tras su caída en combate, todavía en Cuba se llega a publicar en 1896 el libro del presbítero Juan Bautista Casas con argumentos semejantes en relación con las sublevaciones de esclavos y las consecuencias del castigo divino.

En el desarrollo del texto Ortiz hace referencia a varias ideas esenciales de Martí sobre el tema, pero llama la atención por su dramática vigencia la que escribe en 1884 tras la muerte de Benito Juárez:

La inteligencia americana es un penacho indígena. ¿No se ve cómo del mismo golpe que paralizó al indio, se paralizó a América? Y hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar la América.[19]

Y no se refiere, por supuesto, a esa parte de América que con pleno orgullo denomina Nuestra, sino a todo el continente. Esta es todavía una asignatura pendiente por resolver en América, pues los pasos que se han dado han sido debidos a la lucha del movimiento indígena y los nuevos que hay que dar tienen que ser con los indígenas.

El 28 de enero de 1953 Fernando Ortiz pronuncia el discurso solemne del primer centenario de José Martí,[20] efectuado en el Capitolio Nacional. El honor es inmenso y la responsabilidad mayor. El entonces "Honorable señor Presidente" había encabezado el 10 de marzo de 1952 un artero golpe de Estado y se había instalado en el poder contra la voluntad popular; había comenzado la guerra fría tras la Segunda Guerra Mundial y el orador no oculta la tensa situación nacional e internacional.

Pero inmediatamente el hilo del discurso va al centro mismo de la figura homenajeada. Valora las ideas independentistas, democráticas y humanistas de José Martí, así como su proyección universal; precisamente todo lo contrario de lo que acontecía en la situación política del país.

Las argumenta con ideas centrales del pensamiento — a su decir — martista. En relación con la libertad evoca un texto de plena vigencia que a su vez vincula con el carácter relativo en la valoración de las culturas de los pueblos.

No hay pueblo en la tierra que tenga el monopolio de una virtud humana: pero hay un estado político que tiene el monopolio de todas las virtudes: la libertad ilustrada.[21]

Vincula estas ideas con la propia historia de Cuba y de América, a la vez que compara de manera sintética el humanismo libertario de Bartolomé de Las Casas con el de José Martí, como apertura y cierre de un proceso que continúa.

Fernando Ortiz, agudo observador y analista, reconoce que

José Martí está embebido de la ciencia antropológica de su época. Él siente [...] 'la garra de Darwin', marcha 'con Bolívar de un brazo y Herbert Spencer de otro'; pero su mente niega los fatalismos racistas.[22]

La comparación entre ambos humanistas de los siglos XVI y XIX es una joya de la oratoria que ahonda en múltiples intersticios del fraile sevillano y del poeta habanero, al mismo tiempo que permite constatar la continuidad histórica del pensamiento humanista en América y la universalidad de ambos.

Ortiz cierra este discurso apoyado en la "fe martista" al subrayar que "Martí no ha muerto" y vuelve a referirlo cuando evoca su trascendentalidad:

La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida,[23]

para concluir con una enardecida paráfrasis del Padre Nuestro.

Martí, padre nuestro que estás en la gloria de tu doctrina, de tu ejemplo, de tu pasión y de tu sacrificio, siempre venerado sea tu nombre; venga a nos tu inspiración pura para que se cumpla tu voluntad, nos perdonemos recíprocamente las culpas, haya paz en nuestra tierra y que los pueblos, libres de malas tentaciones, tengan seguro el sustento de cada día y el pleno, pacífico y progresivo goce de la vida como fue tu promesa, "con todos, y para el bien de todos", por el amor, el trabajo y la ciencia.¡Qué así sea![24]

La culminación de este homenaje en su centenario la hicieron, sin lugar a dudas, los jóvenes que el 26 de julio del propio año reiniciaron el proceso de lucha revolucionaria que triunfa el 1 de enero de 1959.

El texto La fama póstuma de José Martí,[25]publicado en 1957, sirvió de introducción al libro de Marco Pitchón acerca de José Martí y la comprensión humana. El volumen, escrito por

... un esmirnés de espíritu elevado, muy tenaz, laborioso y amigo de este país, que desde hace décadas vive en La Habana afincado y con sus hijos aquí nacidos,[26]

representa una significativa contribución de la colonia judía de Cuba, ya que el autor era entonces presidente de la sociedad Bené Berith Maimónides, de La Habana, una rama de la sociedad internacional fundada en Nueva York en 1843 que poseía unos 300 mil miembros y unas 700 logias.

Este texto tuvo una amplia distribución internacional y fue una forma inmediata de dar a conocer el ideario de José Martí. Al mismo tiempo, constituía una excelente oportunidad para resaltar la presencia hebrea en Cuba, desde la llegada de Cristóbal Colón hasta ese momento.

Tras valorar la inmigración judía, encubierta o reconocida, Ortiz considera:

El mismo José Martí parece de ascendencia semítica, por su arcaico apellido de Valencia, antaño tan cundida de levantinos... [27]

y todo parece indicar que Ortiz estaba en lo cierto, pues los apellidos Martí e incluso Pérez, por su madre canaria, aparecen recogidos en el levante español en un interesante documental exhibido en el Canal 2 de TV Española denominado El estigma chueta, dedicado a la presencia judía en Mayorca, junto con los movimientos migratorios desde la España peninsular.[28]

El libro, refiere Ortiz, incluye un conjunto de opiniones de jefes de Estado, gobernantes, intelectuales y sacerdotes de diversas religiones de América, África, Asia y Europa. Esa ocasión constituye la primera vez que Ortiz valora las ideas de José Martí sobre la religión, basándose en sus propios textos. Tanto en sus criterios generales sobre el pensamiento religioso en general, como del cristianismo en particular, las ideas martianas son ampliamente flexibles y profundamente reflexivas.

Uno de tantos ejemplos lo relaciona Ortiz con la crítica martiana al dogmatismo religioso:

El predominio de un solo dogma es funesto al desarrollo de la mente y el carácter de un pueblo, máxime si es autoritario y fanático. Enorme es el beneficio de vivir en un país donde la coexistencia activa de diversos cultos impide aquel estado medroso e indeciso a que desciende la razón allí donde impera un dogma único e indiscutible.[29]

El mismo intelectual que leyó emocionado la Oración a Martí en el año de su centenario, reprochaba años más tarde:

La República de Cuba ha sido ingrata con las obras de las más prestigiosas figuras intelectuales de la patria. Ni Poey ni Varona, ni otros, han merecido todavía la edición póstuma de sus obras completas. Tampoco le ha rendido esa honra a Martí la república por él creada.[30]

La evidente admiración de una parte de la intelectualidad no se correspondía con la abulia de los gobiernos republicanos.


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    Notas

    [1] Obras Completas, 1975 (4): 279.
    [2] Véase García-Carranza, 1970.
    [2] Cairo, 1996: IX.
    [4] En 1949 Fernando Ortiz dirige una carta abierta al Primer Ministro Dr. Manuel A. de Varona, que es publicada como "Honores a Martí y otros mártires", en Bohemia, La Habana, año 41, no. 25, 19 de junio de 1949: 59 y 82.
    [5] Cairo, 1996: XII.
    [6] Publicado en la Revista Bimestre Cubana, La Habana, vol. XLIV, no. 2, septiembre-octubre de 1939: 291-295 y en Martí humanista, La Habana, 1996: 89-93.
    [7] Ortiz, 1996: 93.
    [8] Publicada en la Revista Bimestre Cubana, La Habana, vol. XLVI, no. 2, septiembre-octubre de 1940: 312-131 y en Martí humanista, La Habana, 1996: 95-97.
    [9] Ortiz, 1996: 95-96.
    [10] Ortiz, 1996: 97.
    [11] Publicado en Revista Bimestre Cubana, La Habana, vol. XLVIII, no. 2, septiembre-octubre de 1941: 203-233; y en Martí humanista, 1996: 1- 33.
    [12] Ortiz, 1996: 8.
    [13] Ortiz, 1996. 9.
    [14] Obras Completas, 1975 (6): 22.
    [15] Año IV, no. 3, mayo-junio de 1945: 185-198 y en Martí humanista, 1996: 35-48.
    [16] Entre estos se encuentran Del cierre y de la raza (1910), Cultura, cultura y cultura, en lugar de raza, religión e idioma (1928), Ni racismos ni xenofobias (1929), Cultura, no raza (1929), La cubanidad y los negros (1939), Los factores humanos de la cubanidad (1940), Por la integración cubana de blancos y negros (1943), entre otros. Véase García-Carranza, 1970: 71 y ss.
    [17] Ortiz, 1996: 35.
    [18] Ibídem: 35.
    [19] Obras Completas, 1975 (8): 336-337.
    [20] Publicado como "Oración a Martí" en Revista Bimestre Cubana, La Habana, vol. LXX, no. 1, enero-diciembre de 1955: 236-248; y en Martí humanista, 1996: 49-61.
    [21] Obras Completas, 1975 (8): 381.
    [22] Ortiz, 1996: 55.
    [23] Obras Completas, 1975 (6): 420.
    [24] Ortiz, 1996: 61.
    [25] Fue publicado por P. Fernández y Cía, La Habana, 1957; en Revista Bimestre Cubana, La Habana, vol. LXXIII, no. 2, julio-diciembre de 1957: 5-28 y en Martí humanista, La Habana, 1996: 63-87.
    [26] Ortiz, 1996: 63.
    [27] Ortiz, 1996: 69.
    [28] Este autor observó el documental el 12 de octubre de 1998 en Madrid (JG).
    [29] Ortiz, 1996: 79.
    [30] Ortiz, 1996: 86.


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