Cuba

Una identità in movimento


Nueva Orleans en Martí

Juan Marrero


Y, desde hoy, nadie que sepa de piedad pondrá el pie en Nueva Orleáns, sin horror. Esta sentencia cualquiera pudiese pensar que fue escrita o dicha en estos días ante las escenas de destrucción, dolor y muerte que ha causado el huracán Katrina en ese puerto-ciudad del sur de los Estados Unidos.

Tales palabras, en verdad, fueron las primeras líneas de un artículo de José Martí que se publicó en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 26 de marzo de 1891, es decir hace más de 114 años. Su motivación no fueron los vientos de un ciclón o una inundación en la ciudad situada junto al Golfo de México y al lado del delta del Mississippi. Martí entonces hablaba del horror de un asesinato masivo de 19 inmigrantes italianos que estaban en una cárcel acusados de haber dado muerte al jefe de policía de la ciudad y que un jurado había acabado de absolver. Incitados por el alcalde, abogados, comerciantes y políticos irlandeses de "ojos azules", Nueva Orleáns se amotinó, asaltó la cárcel municipal y mató a tiros y golpes a los italianos absueltos.

Martí entonces no conocía a Nueva Orleáns, pero era capaz, basándose en sus lecturas de periódicos y libros, de contar a sus lectores sobre sus

"... calles de casas floridas, con las enredaderas de ipomena trepando por entre las persianas blancas", sus "mulatas de turbante y delantal", su "carnaval alegre" y "de la pesca en piraguas, de los alrededores hechiceros, del mercado radiante y alborotoso".

Muy atento siempre se mantuvo Martí sobre todo lo que ocurría en Nueva Orleáns y, en especial, aquello que estuviese relacionado con la solidaridad y apoyo a la lucha por la verdadera independencia de Cuba en esa metrópoli que, según pensaba,

"... vive en rebeldía sorda y perenne".

En el periódico Patria (3 de abril, 1892) escribe sobre el Club de Nueva Orleáns, el Club de Los Intransigentes, que han declarado

"... moverse, pecho a pecho, con la obra de todos, con el Partido Revolucionario Cubano".

En otra ocasión, califica de ardiente el patriotismo del Club de Nueva Orleáns, y dice que a sus integrantes los mueve el sacrificio, la abnegación y el desinterés. Allí, dice, sus hombres se dan, no se alquilan. Y elogia al bueno e infatigable J.M. Frayle, presidente del Club, y la atención que dio en aquel 1892 al bravo general Carlos Roloff, nacido en Polonia, y que se entregó por entero a la causa por la independencia de Cuba.

Mucha importancia daba Martí a tal solidaridad con la genuina causa independentista, pues cuatro décadas antes Nueva Orleáns había sido centro de una gran actividad de fuerzas esclavistas y anexionistas contra el dominio español en Cuba. Es sabido que el periodista norteamericano John Trasher fundó en esa ciudad la Orden de la Joven Cuba que intentó dar continuidad a las fracasadas aventuras de Narciso López respaldando el plan de expedición militar a Cuba del mayor general norteamericano John A. Quitman, la que en definitiva no se llevó a cabo. No era la independencia de Cuba lo que querían esos esclavistas, sino la anexión a Estados Unidos.

En 1893, es que José Martí conoce con sus propios ojos a Nueva Orleáns. Es un punto de tránsito en un viaje a Costa Rica, donde pretende encontrarse con Antonio Maceo. A Gonzalo de Quesada le escribe entonces:

"En Nueva Orleáns no tendré momento mío. No importa dejar correr, muy sutilmente, que he ido a ver a Maceo. De cualquier forma en N.O., si no muero, dejaré al día toda mi correspondencia".

Y seguidamente escribe los datos de su dirección en esa ciudad sureña, a la vez que pide a Gonzalo de Quesada le envíe constantes noticias.

Dos veces más estuvo Martí en Nueva Orleans. Fue en mayo y julio de 1894. No tiene tampoco tiempo para otra cosa que no sea la preparación de la revolución en Cuba. Reunirse con el Club de Los Intransigentes y escribir decenas de cartas y notas dirigidas a destinatarios de fuera y dentro de Cuba, en la mayoría de las cuales recaba colaboración económica para la guerra necesaria que prepara silenciosamente, ocupan sus escasas horas en Nueva Orleáns. Desde allí escribe a Fermín Valdés Domínguez, José María de Izaguirre y Máximo Gómez, entre otros.

La historia ha unido, pues, a ese sur de Estados Unidos y a Cuba. Sobre todo a partir de la abolición definitiva de la esclavitud en Estados Unidos, la población afroamericana sureña estuvo muy identificada con la causa de la verdadera independencia de Cuba. Hay otros símbolos que no deben olvidarse. Uno de ellos es el brigadier Henry Reeve, llamado El Inglesito por los mambises a causa de su idioma, pero que había nacido en Nueva York. Reeve formó parte de la caballería ligera camagüeyana y tanto Agramonte como Máximo Gómez le estimaron mucho por sus cualidades combativas y su lealtad a Cuba. Muy justo, por eso, es que haya sido bautizada como Henry Reeve la brigada de más de 1 586 médicos cubanos que ratificaron el pasado domingo, con sus batas blancas y sus mochilas en ristre, la disposición y preparación para viajar inmediatamente al sur de Estados Unidos a salvar vidas de norteamericanos.

Conociendo lo que ha pasado en estos días en Nueva Orleáns, donde como muestran numerosos documentales y reportajes de los medios de comunicación, la mayoría de los muertos, desamparados y ambulantes son negros y gente humilde, víctimas de la desinformación, de las desigualdades sociales, de la falta de previsión de los gobernantes federales y locales para enfrentar el furor del huracán Katrina, e incluso la indolencia e incapacidad evidenciadas durante varios días después del paso del huracán por muchas autoridades de aquel país, tiene plena vigencia esa frase martiana, dicha en otro contexto, de que

"... desde hoy, nadie que sepa de piedad pondrá el pie en Nueva Orleáns, sin horror".




Fuente: http://www.granma.cubaweb.cu/2005/09/07/nacional/articulo02.html



La Habana, miércoles 7 de septiembre de 2005. Año 9 / Número 250


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