Dos poemas de Marié Rojas Tamayo
Marié Rojas Tamayo
Atardecer en La Habana
Cae perezosa la tarde
Sobre los tejados sin brisa de mi vieja ciudad,
Sumando su ritmo
A los compases que emanan del músico ciego.
Nadie se detiene a escucharlo,
Mas su música nos persigue,
Rincón tras rincón,
Como la muerte
Que marcha a su lado.
El sol, en su despedida,
Jugando una última broma,
Nos transforma en oro.
Por un instante somos mágicos
Frutos de la huerta del rey Midas.
El instrumento reluce,
Se hace parte del convite,
El músico es oscuro
Cual la noche que se avecina,
Como el universo que divisan sus pupilas,
Como las oquedades más recónditas del alma.
Cae el sol,
En abrupto descender a los abismos,
Besa el mar.
Siento el hervor del agua,
El siseo imperceptible del contacto de dos mundos,
Más allá de cualquier geografía.
El músico no sabe que,
A partir de ahora,
La oscuridad es la misma para todos:
Para él se ha hecho la luz,
Cuando una nota clara
Se eleva desde sus labios,
Gruesos y agrietados como fracturas en el tiempo.
Ascendiendo,
Enroscándose cual reptil,
Totalitario e implacable,
En cada uno de nosotros,
Más allá de muros, tejados y balcones,
Poseyéndonos en su magia
Acompasada,
Suave,
Lenta,
Inevitable...
Luces y sombras
La Habana, cuando anochece
Es bella como nunca.
La noche habanera es especialmente cálida,
Sus calles se tornan silenciosas, vacías,
Mas si nos acercamos al mar,
La brisa nos trae voces de leyenda,
Gritos de náufragos,
Cantos de sirenas.
La Habana de noche,
Cuando hay luz
Es una fiesta.
Es mi París, mi Londres, mi Venecia.
Es las farolas mortecinas,
Los portales vigilados,
Los pasos sigilosos del ladrón de besos,
Los anuncios donde siempre faltan letras
Iluminando tantas tendederas.
Es la alegría de estar vivos,
De celebrar sin tener necesidad de más pretexto que
La música que escapa de una ventana,
Ensordeciendo el acelerado paso de las horas.
La Habana de noche,
Cuando no hay luz,
Depende de las fases de la Luna.
Es mi reino encantado,
Mi Nunca Jamás,
Mi Oz, mi Ofir,
Mi Vía Láctea,
Sinfonía de sonidos en misterio,
Pálidas luces en el interior de las casas,
Provenientes de quién sabe cuántas velas,
La búsqueda del sueño que se niega a visitarnos
Mientras las horas parecen detenerse.
La Habana, al caer la noche,
Entre luces o en penumbra,
Es salir a los balcones,
Con esa taza de café que nos compensa del cansancio,
Huyendo del calor,
A contemplar caminos trazados por estrellas fugaces
Olvidando casi siempre,
Que debíamos haber formulado aquel deseo:
"Por favor, Dioses que rigen mi destino,
No me aparten nunca de ella".
Marié Rojas Tamayo
Ilustraciones: Ray Respall Rojas
19 años
Estudiante de la Academia de Bellas Artes San Alejandro
Página enviada por Marié Rojas Tamayo
(6 de septiembre del 2006)