Cuba

Una identità in movimento


Principales manifestaciones religiosas africanas en Cuba

Natalia Bolívar Aróstegui Valentina Porras Potts


En los anales que se guardan en el Archivo Nacional se hace mención a la existencia desde 1568 de facto, aunque no de jure, de cabildos negros en Cuba. Estas fueron asociaciones de negros africanos y sus descendientes que pertenecían a una misma etnia o "nación". Aunque la concepción colonialista sobre los cabildos los consideraba "una reunión de negros y negras en casas destinadas al efecto los días festivos para tocar sus atabales y tambores"[1], los cabildos, presididos por un rey escogido entre sus integrantes de más edad, jerarquía tribal o religiosa, o por tres capatanes o capitanes y tres madrinas o matronas, elegidos todos por votación y ubicados por orden jerárquico, eran, en realidad, asociaciones de socorro mutuo, escuela de la lengua y guardianes de las tradiciones de cada grupo africano y, muy especialmente, del culto a ciertas deidades como, por ejemplo, el Cabildo de Changó en el barrio habanero de Pogolotti.

Sabemos, por ejemplo, que hacia los años 1880 vivían numerosos yorubas precursores de lo que seria La Regla de Ocha o Santería en una finca situada en Marianao, llamada "El Palenque". Todos eran ahijados de dos santeros jimaguas muy populares y celebraban todos los años las festividades de Oggún, Ochaoko y los lbeyis, orishas dueños y patrones, respectivamente, del hierro y los metales, las labranzas y los niños. La Santería — nombre popular con que ha bautizado nuestro pueblo a lo que verdaderamente se llama Regla de Ocha — (Ocha-orisha: santo, deidad) — desde su aparición en Cuba, con los primeros esclavos unidos en el temor implantado por deidades católicas que infundían el pánico a sus mentes ingenuas, fue un culto individual, familiar, de hondas raices étnicas. Vivió el esclavo asombrado ante el cambio de su estadio apacible en su África querida por un régimen explotador que no podía entender, por el cruce de un océano lleno de peligros, encadenado, despojado de los hábitos de su vida diaria. Algunos de ellos, de estirpe real y procedentes de tribus con sensibilidades artísticas y estéticas, trasladaron esos conocimientos a descendientes y contemporáneos, que sirven hoya nuevas generaciones de cubanos de inspiración inagotable.

Vamos a dividir el tema en tres períodos que marcan la evolución, identificación e interrelación por los que pasaron todas las manifestaciones religiosas hoy llamadas afrocubanas antes y después de 1959 y para nosotros: cubanas.

En las postrimerías de la primera mitad del siglo XVIII, los esclavos practicaban el culto a determinada deidad que imperaba en el seno de la tribu de la que procedian. Por ejemplo: los de Oyó a Changó, los de Egba a Yemayá, los de Ekiti y Ondo a Oggún, los de Iyesá e Ijebu a Ochún. Cada una de esas deidades tenía elementos propios que la hacían diferente de las demás y, sin embargo, poseían dos denominadores comunes: la piedra y el caracol. Además, coincidían en las nuevas tierras a donde habían llegado en los cantos — lamentaciones por su tierra perdida — y en los toques o llamados secretos a sus adorados orishas.

Al principio del siglo XIX, el alza del contrabando negrero apareja una evolución activa y una reafirmación en las creencias religiosas, tanto de los que ya estaban en Cuba como de los que arribaban, ya que renovaron elementos rituales quizás ya perdidos o en vías de extinción por la inclemencia del trato inhumano de los terratenientes cubanos. Este intercambio produce un salto cualitativo y da un paso más firme hacia su futura identidad.

A mitad de este siglo surgen tres figuras casi simultáneamente en el tiempo: Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit (más conocido por Andrés Kimbisa en la Regla Kimbisa que él fundara y en la Sociedad Secreta Abakuá, con la plaza de lsué de Bakokó Efor), Lorenzo (o Ciriaco) Samá y la negra Adyai Latuán, de nación yoruba, quienes dejaron sus sellos imperecederos en las manifestaciones religiosas afrocubanas. Son estos dos últimos los que interesan a la hora de examinar la Regla de Ocha.

Andrés Petit, hombre culto, fino, inteligente, Terciario de la Orden de San Francisco del convento de Guanabacoa que lleva ese mismo nombre; lndiobón (jefe principal) de lsué de Bakokó, sociedad Secreta Abakuá y Padre Nkísi de la Regla Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje, introdujo la unión de todas las manifestaciones por él conocidas de estos complejos sistemas religiosos, tanto las de origen africano como la católica, tratando de lograr con esto el más alto grado de espiritualidad posible con la práctica indisoluble de la ética de los blancos y de los negros. El sintetizó las Reglas de Palo en la Regla Kimbisa, o sea, una mezcla de la Mayombería, la Brillumbería, el Espiritismo (que empezaba ya a dejar raíces profundas en el mundo imaginativo del negro) y las deidades del santoral de la Iglesia Católica.

Estas, a su vez, se imbricaban en las creencias primitivas con un folklórico surrealismo tropical en sus leyendas, identificadas con las historias de vírgenes y mártires que tanto conmovían al pueblo creyente y supersticioso de nuestra Isla caribeña.

Siguiendo las huellas de nuestra nacionalidad con su comunidad de lenguas, costumbres, tradiciones, psicología, etc., Petit aparejaba inevitablemente una comunidad y uniformidad paralelas en el culto religioso.

Lorenzo (o Ciriaco) Samá, que vivió en Matanzas, había recibido los fundamentos del Santo y, más tarde, el sacerdocio de Ifá. Cuando se trasladó a Regla, conoció a dos famosos religiosos, Tata Gaitán y Obalufadei, quienes le exigieron que fuera asentado otra vez. Samá, un hombre con imaginación inagotable, ágil de pensamiento, no comprendía esa dualidad y esto lo llevó a una reflexión sobre la dispersión y la falta de unidad que existía entre los cultos yorubas. Samá, que tomó el nombre de Obadimeyi (rey coronado dos veces), se hizo inseparable de una negra de nación, de origen yoruba, llamada Adyai Latuán. De ella se dice que fue embarcada hacia Cuba en 1887, y que tenía asentado a Changó, al que trajo de su África misteriosa y profunda.

Fueron Samá y Latuán quienes concibieron la idea de unificar los diferentes cultos yorubas en un solo cuerpo litúrgico al que denominaron Regla de Ocha.

La tercera fase evolutiva de esta Regla se la debemos a los profundos cambios sociales después del año 1959, con el triunfo de la Revolución, cuando comienza dentro de nuestra Isla un bullir de corrientes místicas que invaden la capital: es un proceso de toma y daca, en cuyo decursar ocurren fenómenos tan interesantes como el de las cartas leídas o adivinadas a través de las deidades afrocubanas y el de los cantos del espiritismo cruzado, que muestran gran influencia de los cantos católicos oidos en épocas de nuestra juventud. Se incorporan e identifican además, orishas, santos; égguns de todo tipo, los cuales incluían familiares, personalidades, esclavos (tanto femeninos como masculinos), indios americanos, comisiones de árabes, de chinos, etcétera; la práctica del vaso de agua en la cabeza, produciendo vibraciones para dar lucidez a la persona o medium, la cual habla del pasado, el presente y el futuro del consultado, y así sucesivamente, en lo que muy acertadamente llamaría Don Fernando Ortiz, el ajiáco criollo.


    Nota

      1. Ortiz, Fernando: Los negros esclavos, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975.






Tomado de: NATALIA BOLÍVAR ARÓSTEGUI y VALENTINA PORRAS POTTS, Orisha Ayé. Unidad mítica del Caribe al Brasil, Guadalajara, Ediciones Pontón, 1996, pp. 12-15.

Orisha Ayé. Unidad mítica del Caribe al Brasil, Guadalajara, Ediciones Pontón, 1996


Cuba. Una identità in movimento

Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

© 2000-2009 Tutti i diritti riservati — Derechos reservados

Statistiche - Estadisticas