Desde los avatares atribuídos a la cantante mexicana Chavela Vargas, pasando por la célebre canción que ha paseado por el mundo la excentricidad de su nombre misterioso, La Macorina sigue dando de qué hablar venciendo las distancias intercontinentales y la incognita muerte.
Son poquísimos los datos certeros acerca de su existencia, a pesar de haber inspirado una de las canciones más difundidas en los países de habla hispana por más de dos decenios y que hasta hoy, está dando quehacer en tantas emisoras radiales.
Fue la mismísima Chavela Vargas junto a otros tantos investigadores, la encargada de aclarar su interpelada existencia, al describirla como una mulata de belleza estupenda, de vida atribulada y mundana, musa inconfundible del aquel estribillo... "pónme la mano aquí Macorina... " que ha recorrido tantas latitudes, inserta en varios textos de canciones diversas, escritas tambien por autores diferentes.
Hace poco encontré en las páginas de la revista italiana "Panorama" (11/07/2002) un artículo de Adriano Sofri a propósito de la cantante mexicana citada anteriormente, en el que aparece por supuesto, una alusión al afamado personaje que con su cautivante paso atrajo hombres y mujeres, inspiró a músicos, poetas y enriqueció el legado artístico y religisoso de Cuba, sin siquiera sospecharlo.
Pero, no es la polémica historia de las canciones, ni la autenticidad del personaje lo que nos lleva hoy a adentrarnos en su mundo. Es la zaga de su impronta en La Habana de hoy, en la cultura cubana y su esencial componente mestizo, entreverado, ese que ha nutrido las obras de Carpentier en Cuba, Uslar Pietri en Venezuela o Miguel Angel Asturias en Guatemala. Esa condición distintiva de la latinoamericanidad con su realismo-mágico o de lo real-maravilloso, que hace posible aflorar y desentrañar historias surreales y a su vez, verosímiles.
Pocas personas conocen que el verdadero personaje que puso de relieve el nombre de La Macorina en realidad fue un hombre, cuya identidad se conoció solo despues de su muerte.
Lorenzo Romero Miñoso, albañil nacido en 1880 en un poblado cerca de La Habana, se vió obligado de joven a dejar de ejercer su oficio debido a un accidente laboral y pasando de aduanero a policía marítimo, ocupó varios puestos hasta establecerse definitivamente a la capital.
Apasionado del béisbol y el boxeo, asistía asiduamente a eventos deportivos en el vecino pueblo de Bejucal, y a principios de siglo, decidió participar activamente de sus carnavales, las tradicionales Charangas, que tienen origen a mediados del siglo XVIII y que conservan aún hoy el encanto inicial y remoto de la contienda entre dos bandos: La Musicanga (azul) y Los Malayos (rojo), basada en la majestuosidad de los vestuarios, la música, las carrozas y los fastuosos festejos en el marco de los días de navidad.
En 1912, Lorenzo Romero incorpora a estas festividades el personaje de La Macorina y crea para éste un disfraz femenino — remembranza de la verdadera Macorina — con abultados y prominentes senos, voluminosos glúteos, sombrilla, abanico, peluca y máscara (con su respectivo make-up a la usanza, compuesto de creyón labial rojo, rete y un lunar en la mejilla) que le ofrecían una perfecta apariencia femenina. La Macorina paseaba las calles del pueblo bailando al compás del ritmo cadencioso de las congas callejeras hasta altas horas de la madrugada, contagiando a su paso; poco a poco se le unían otros, tantos, miles de personas.
Con el tiempo, el personaje se integró a las fiestas charangueras y se convirtió en un elemento importante e infaltable de ellas, cultivando las simpatías y el cariño del entusiasta pueblo bejucaleño y de los huéspedes y turistas que llegan hasta él a disfrutar del esplendor de esos días. Su armonioso movimiento hacía presumir que se trataba de una mujer, lo cual le permitió a Lorenzo Romero formar parte de las fiestas populares de Bejucal a espaldas de su propia familia, la cual desconoció durante más de 50 años las actividades que lo ocupaban al llegar el mes de diciembre.
Como Lorenzo Romero era además un ferviente devoto de la Vírgen de La Caridad del Cobre, paralelamente construyó en el barrio habanero de Santos Suárez, una capilla en honor de la venerada virgen, decorada totalmente en paredes y altares a base de caracoles recolectados en diversas playas cubanas. Un lugar de sobrecogedora religiosidad tamizado del sincretismo auténtico de nuestra tierra, donde podemos encontrar en paridad ofrendas de corte católico o santero, ejemplo vivo de los procesos de transculturación que caracterizan la identidad, de la creatividad desbordante que nutre la cubanía.
Es a través de este hombre enigmático y osado, que ha quedado inmortalizada la figura de Macorina, en una presencia que regresa en vísperas de fin de año, a la expectativa de nuevos seguidores que contribuyan a perpetuar la leyenda.
Después de la desaparición física de Lorenzo Romero Miñoso en 1968, La Macorina continuó regodeándose con su contoneo en la geografía bejucaleña. "Pónme la mano aquí Macorina... " sigue siendo coreada en las Charangas, ahora desde las telas multi res de otros vestidos que han ido cambiando de portador, pero que se niegan a desaparecer, como la nostálgica canción inmortalizada en la voz de Chavela Vargas y los escritos de quienes todavía apologizan en su recuerdo.
Sin embargo, más sugestiva aún es la huella dejada por aquella mulata de ojos verdes que sin proponérselo, sigue viva en La Macorina que espera por nosotros en Bejucal cada diciembre para arrollar al compás de las congas en medio del jolgorio y la alegría que mantienen latente una de las más antiguas tradiciones que ofrece La Habana: Las Charangas.