Cuba

Una identità in movimento

Leyendas de Cienfuegos



La leyenda de Jagua

Hamao, con los celos que en su corazón sembraba el dios del mal, había sentido el primer dolor; Guanaroca, con la pérdida del hijo, la primera y más grande pena que una madre puede sufrir. Hamao comprendió tardíamente lo irracional de sus celos y llegó a vislumbrar el amor de padre. Guanaroca lo perdonó, y tras el perdón vino su segundo hijo: Caunao.

Tranquila y feliz fue la infancia del nuevo vástago, bajo la constante protección de la madre cariñosa. El niño se hizo hombre y comenzó a sentirse invadido por una vaga inquietud, por una profunda tristeza. No podía darse cuenta de aquel, su estado de ánimo, que le hacía indiferente la vida.

Un día, al volver a su solitario bohío, detúvose a contemplar dos pajaritos que en la rama de un árbol se acariciaban. Entonces comprendió el motivo de su pena. Estaba solo en el mundo, no tenía una compañera a la que acariciar y de la cual recibir caricias, a la que pudiera contar sus penas, alegrías, ilusiones y esperanzas.

Sólo existía en la tierra una mujer, pero ésta era Guanaroca, la que le había dado el ser.

Vagando por los campos, trataba en vano de distraer su soledad y se fijó en árbol lozano, de bastante elevación y redondeada copa. De sus ramas pendían los frutos en abundancia, frutos grandes y ovalados, de color parduzco. En plena madurez, muchos de ellos se desprendían del árbol y caían al suelo, mostrando algunos, al reventar, su carnosidad sembrada de pequeñas semillas.

Caunao sintió un deseo irresistible de probar aquel fruto, y cogiendo uno de los más hermosos, le hincó, ávido, los dientes. Su gusto era agridulce, y siéndole grato al paladar, halló en el extraño manjar que de manera pródiga le ofrecía la naturaleza, abundante y regalado alimento. Tanto le gustó, que fue a su bohío en busca de un catauro de yagua, con la intención de llenarlo con los raros, y para él, sabrosos frutos.

De vuelta, empezó Caunao por reunirlos todos en un montón, e iba a comenzar a colocarlos en el catauro, cuando un rayo de luna, hiriendo los frutos en desorden amontonados, hizo brotar de ellos a un ser maravilloso, de sexo distinto al de Caunao.

Era una mujer.

Muy joven, hermosa, risueña, de formas bellamente modeladas; de piel aterciopelada, color de oro; de ojos expresivos, grandes y acariciadores, de boca roja y sonriente; de larga, negrísima y abundante cabellera.

Caunao la contempló con éxtasis creciente. Como por encanto sintió que de su corazón huían la tristeza y la melancolía, expulsadas por la alegría y el amor. Ya no cruzaría solitario el camino de la vida.

Tenía a quien amar y de quien ser amado.

Aquella hermosa compañera, surgida del contacto de un rayo lunar con el montón de frutas maduras, era un presente de Maroya, la diosa de la noche, que del mismo modo que había disipado la soledad de Hamao, el primer hombre, enviándole a Guanaroca, la primera mujer, quería también alegrar la existencia de Caunao, el hijo de aquellos, haciéndole el regalo de otra mujer.

Caunao la amó desde el primer momento con todo el ardor de que era capaz su joven corazón sediento de caricias. La hizo suya y fue madre de sus hijos. Esta segunda mujer se llamó Jagua, palabra que significa riqueza, mina, manantial, fuente y principio. Y con el nombre de Jagua también se designó al árbol de cuyo fruto había salido, y por cuyo hecho se le consideró sagrado.

Jagua, la esposa de Caunao, fue la que dictó leyes a los naturales, los pacíficos siboneyes, la que les enseñó las artes de la pesca y la caza, el cultivo de los campos, el canto, el baile y la manera de curar las enfermedades.

Guanaroca fue la madre de los primeros hombres; Jagua la madre de las primeras mujeres. Los hijos de Guanaroca, madre de Caunao, engendraron en las hijas de Jagua; y de aquellas primeras parejas salieron todos los seres humanos que pueblan la Tierra.


La dama azul

Un ave de gran tamaño se dirigía todas las noches a la Fortaleza Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua (hoy Castillo de Jagua) a las doce de la noche, y en respuesta a su llamado, salía de la capilla una mujer vestida de brocado azul, que luego de pasear por los muros y almenas desaparecía súbitamente. La visión se repetía varias noches, produciendo el temor entre los guardias nocturnos.

Un joven alférez, recién llegado, decidió sustituir al centinela. Justo a medianoche apareció el fantasma a su encuentro. A la mañana siguiente los soldados le hallaron en el suelo, sin conocimiento; y a su lado, una calavera, un manto azul y la espada partida en dos. El muchacho se recobró, aunque tuvo que ser recluido en un manicomio.

Todavía hoy se cree que la Dama Azul aparece sobre los muros de la fortaleza.


El grito del caletón

Una mañana llegó a Jagua una galera procedente de Europa, que ancló en el lugar conocido como el Caletón de Don Bruno. Todas las tardes se veía, en los farallones, una figura de mujer acompañada por tres damas.

Transcurrieron dos semanas cuando, una noche, el silencio de la oscuridad fue roto por terribles gritos de angustia y dolor, lo que lógicamente llenó de pánico a los habitantes del lugar.

Al amanecer, varios grupos discurrían por la playa, mientras comentaban el suceso. No volvió a verse la blanca figura en la línea de las elevaciones.

Dos días después enfiló el barco por el canal, hacia mar afuera, llevando consigo el misterio de su estancia en este puerto.


La marilope

Existen muchas plantas silvestres que crecen en los campos cienfuegueros.

Hay una que es muy conocida: la Marilope. Tienen sus flores un color amarillo brillante y cinco pétalos, y las hojas son de color verde oscuro. Se abre a media mañana y se cierra por la tarde hasta el siguiente día. Posee propiedades medicinales.

Pero, ¿sabía que esa flor es uno de los símbolos representativos de Cienfuegos?

Cuenta la leyenda que hacia 1572 se estableció en la zona de Punta Gorda un español de apellido Lope, el cual se casó con una india.

Tuvieron una hija muy hermosa, a la que todos pretendían.

Un terrible pirata llamado Jean El Temerario llegó un día al sitio y al desembarcar vio a la bella joven, enamorándose de ella al instante.

Como ésta no lo aceptó, decidió hacerla suya de cualquier manera.

Pasaron unas jornadas y tuvo la ocasión de acercársele, siendo rechazado de nuevo. Entonces el pirata se puso furioso e intentó llevarla a su barco, pero ella logró huir. Un grupo de malvados al mando de El temerario se le interpuso en su camino. Cuando Jean estaba a punto de alcanzarla, una muralla de espinas lo detuvo momentáneamente.

Loco de rabia, sacó su pistola y le disparó a Marilope, que era el nombre de la hermosa muchacha; ésta se desplomó y una paloma blanca voló al cielo. Los piratas quedaron sin conocimiento y al despertarse vieron cómo su jefe ardía cual una antorcha humana.

En el sitio donde murió Marilope brotó súbitamente una planta toda cubierta de flores con un color amarillo intenso, así como la que hoy conocemos.

Esta es la linda historia de la joven que prefirió morir antes de entregarse a quien no la merecía.


La Venus negra

A los diez años de fundada por Don Luis De Clouet la Colonia de Fernandina de Jagua y a súplicas suyas, le concedió Don Fernando VII, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, el título de Villa de Cienfuegos por el paraje más adecuado de aquella población, como para perpetuar en la propia Colonia el apellido del digno Capitán General de la Isla que fue Don José Cienfuegos, ya difunto, autor y protector de tan útil establecimiento.

Uno de los cayos que primero visitaron los colonos fue el denominado Cayo Loco, llamado también Cayo Güije, situado dentro del mismo puerto. Cuenta la leyenda que el cayo se formó cuando la madre Guanaroca deja caer el güiro, de donde salieron varios peces para convertirse en los ríos que desembocan en la gran bahía.

El cayo se constituyó con los restos de una pata de la tortuga mayor, que en lucha con un gran pez hubo de perder la izquierda, que ya desprendida flotó en el agua.

Una sorpresa les estaba reservada a los colonos cuando por primera vez visitaron el lugar. En él encontraron viviendo a una mujer negra en plena juventud, sin más vestidos que los que le dio la próvida naturaleza.

Era de formas irreprochables y las líneas de su cuerpo tan perfectas, que el artista más exigente la hubiera considerado como una modelo de belleza femenina. Fue tal el efecto estético que su aparición causó entre aquellos colonos, que la bautizaron con los nombres de "La Venus Negra" y "La Belleza de Ébano", generalizándose más el primero.

A la vista de estos hombres huyó la mujer, no por pudor, sino por miedo. Corrieron tras ella, logrando darle alcance; pero, a cuantas preguntas le hacían permanecía sin responder. Creyeron que no entendía los idiomas en que la interrogaban, sin embargo, más tarde pudieron convencerse que no hablaba porque era muda.

Aunque era la única moradora de aquel cayo, y a nadie tenía que agradar, como no fuera a ella misma, adornaba su espléndida desnudez — mujer al fin — con collares y pulseras formados con sarta de semillas de bejucos y árboles, y de conchas y caracoles marinos.

Tenía dos compañeras aladas: una garza azul y una paloma blanca, de tal modo domesticadas, que iban a todas partes con ella; posándose en sus hombros la última.

Cuantas veces los vecinos cienfuegueros intentaron llevar a La Venus Negra a la vida civilizada, albergándola en sus casas y facilitándole vestidos, se repitió su obstinada negativa de trabajar y de comer, por lo que acabaron por no molestarla, dejando que viviera como le diera la gana, reina y señora del solitario cayo, teniendo por únicos súbditos a la garza azul y a la paloma blanca.



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