Cuba

Una identità in movimento


De Mayapán a tierras de Habaguanex

María Eugenia Mesa Olazábal


Por mis cálidas venas tal vez corre mezclada
la inquietud de una raza fuerte de aventureros
y heredé de los mayas impasibles y austeros,
esta absurda tristeza que llevo en la mirada!
(Rosario Sansores Prén, "Atavismo")


Rosario Sansores PrénSe alejaba de las tierras de sus antepasados, pensaba en los pueblos originarios edificadores de grandes ciudades más allá de Yucatán. Recordaba los comienzos del querido lugar, donde según la leyenda, Kukulkán, fundó una nueva ciudad y la llamaron Mayapán. La distancia de la tierra que la vio nacer aumentaba, iba sentada en la proa, las olas furiosas golpeaban la embarcación, humedeciendo su tocado invisible de plumas de guacamaya. Los rasgos de su cara orgullosa no se alteraban, mantenía los ojos fijos en la lejana costa, su silencio contrastaba con las ruidosas plegarias a los dioses del agua que entonaba un incorpóreo sacerdote. No era un viaje de ida y vuelta a Cozumel, por las impredecibles aguas del Caribe. No era tampoco el viaje tradicional que, por lo menos una vez en la vida, cada maya debía realizar a los santuarios sagrados para conocer las predicciones de los oráculos en el hogar de Ixchei, la poderosa diosa de la Luna. El destino de la joven pasajera se encontraba un poco más allá de los predios de sus predecesores, iba rumbo norte a probar suerte en la populosa ciudad, más, ésta le fue hostil y obligada por las circunstancias, decidió abandonarla y enrumbarse por las cálidas aguas del Golfo hasta el Puerto de Carenas, para afincarse en la hermosa capital cubana, antaño gobernada por el cacique Habaguanex[1].

Rosario Sansores Prén (Mérida, 1889-México DF., 1972) había nacido el 25 de agosto en la "Vieja ciudad querida", con sus casas vetustas al estilo árabe, tejados salientes, de rojos ladrillos y jardines risueños. Frecuentó los mejores planteles de educación y se rodeó de amigos ricos y distinguidos como ella. Tras la muerte del padre su vida cambió; con un marido impuesto a los catorce años y una fortuna venida a menos, marchó a los Estados Unidos. En New York la miseria azotó a la pareja durante un año. Pero, recibieron la ayuda de un pariente para viajar a La Habana[2], donde desembarcaron un día de enero de 1909. De esta ciudad, Rosario había escuchado que era hospitalaria y rica, de clima benigno y suave, y — ¡quién sabe! — tal vez les preservara... De toda suerte, la Isla caribeña era el lugar que reunía las mejores condiciones para la protección y seguridad de su familia; era el refugio demandado por ella para quedar fuera del alcance de las "ráfagas del huracán" que azotaban su vida, situación que después recogería en el poema "Mi adiós a La Habana"[3]:


Llegué un día a tu puerto, frágil barca, azotada
por el furor del huracán


Una vez establecida en La Habana, le llegaron a la familia días de paz y quietud. Bajo sus manos hábiles, la pobreza del hogar quedaba disimulada a fuerza de limpieza y de orden, poco a poco la sonrisa tornó, y Rosario fue recobrando su antigua alegría. En 1918, fallece el esposo y comienza su vida independiente determinada por una intensa actividad literaria que no interrumpirá hasta su regreso definitivo a México, DF., en enero de 1932.

La inquietud por las letras le brotó durante su infancia. Desde los siete años era frecuente verla escribir en el amplio salón hogareño. Cuando dobló esa edad había alcanzado la destreza necesaria para dar luz a sus versos en la Revista de Yucatán y el Eco del Comercio de Mérida. Ya en La Habana, da riendas sueltas a sus expectativas literarias, y produce una extensa obra que publica bajo seudónimos ocasionales: Crysantheme, Blanca de Beaulieu, Rosalinda Seymur o de Seumux. La mayoría de sus composiciones líricas están recogidas en los volúmenes: Ensueños y Quimeras, Del país de los sueños (ambos, La Habana 1911), Las horas pasan (La Habana, 1921), Mientras se va la vida (México, DF.1925), Cantaba el mar azul (Madrid, 1927), El breviario de Eros (La Habana,1930) y La novia del sol (México, 1933); en tanto, su abundante narrativa se encuentra dispersa en publicaciones periódicas, aunque el mayor volumen se registra en la ya centenaria revista Bohemia.

La capital de Cuba reverenciada por algunos y amada por muchos más, fue también templo de adoración de Rosario Sansores Prén. Como a tantos otros, a la desconocida joven mexicana la acogió como hija adoptiva, la retuvo por veintitrés años y la dejó partir como renombrada poetisa y escritora. Residió la mayor parte del tiempo en la barriada del Vedado, en las proximidades de la conocida esquina de 23 y 12.

La Habana la sedujo con su encanto, lo mismo que a otros habaneros ilustres del pasado siglo XX, ejemplo de ello fueron: el narrador cervantino Alejo Carpentier, amante de La ciudad de las columnas, y su fiel poeta José Lezama Lima, el hijo que prefería "caminarla de noche". Entre tanto, la mexicana Rosario Sansores Prén se deleitaba viéndola surgir del mar como la legendaria diosa Afrodita, razón suficiente para entregarle su afecto, una y otra vez, en disímiles formas poéticas. Así, inspirada en significativas vivencias citadinas, regularmente supeditadas al amor, tema central predominante en su obra, le dedicó no pocas composiciones.

Las impresiones habaneras de Rosario Sansores, asoman tempranamente en el soneto "Al partir", cuyo título recuerda al de la inolvidable camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda. No obstante, claro está, las diferencias sustanciales, ambas tienen en común además del género y el título, el haber sido escritos mientras sus autoras se alejaban de Cuba por vía marítima. Los versos de la poetisa yucateca reflejan cierta melancolía cuando navega rumbo a México, luego de haber permanecido diez meses en la urbe capitalina[4], experimenta la sensación del viajero solitario que parte al atardecer contemplando el suave desplazamiento de la embarcación por aguas de la bahía, sentimiento que se agudiza y contrasta con la alegre Habana, donde no ha dejado persona alguna que la añore.


"Adiós" le digo a la risueña Habana.
Y en tanto que yo sufro cruel quebranto,
nadie habrá que derrame amargo llanto
por la triste y ausente mejicana.
(Octubre 25, 1909)


Al regreso, escribe el poema de despedida "Adiós a México" en cuya primera estrofa muestra su pena, tras su decisión de ausentarse de su patria para asentarse por tiempo indefinido donde cree poder encontrar olvido y paz. Los restantes versos completan las expresiones de desgarramiento y desasosiego por todo cuánto ha amado y va quedando detrás, muy a pesar suyo:


Lejos me lleva la suerte mía
del bello suelo donde nací,
donde mil dichas gocé tranquila
y realizados mis sueños vi...
(Feb., 1911)


De vuelta en La Habana, la redacción de El Fígaro (Niro. 18, mayo de 1910), la presenta a los lectores bajo el título "Una poetisa mexicana"; la página aporta los datos necesarios sobre el quehacer lírico de Rosario Sansores: (Fragmentos):


Llega a las playas cubanas una poetisa mexicana hija de la noble Yucatán, [...] en todo México ha llamado la atención por su estro exquisito y sus armoniosos versos, llenos de pasión y ternura. Es joven Crysantheme, y aunque desde edad temprana empezó a producir, mucho puede esperarse aun de su vocación literaria. Cuando en el año 1906, dio a conocerla al público mexicano en el Diario de la Patria de México, el ilustre Peza[5] se expresaba en estos altísimos conceptos: [...] "Mujer de elevado espíritu, de amabilidad congénita, expresa lo que siente sin disfraces ni reticencias; por eso en sus versos aletea la pasión, surge la verdad, sin que la encubra la rima, ni la mutilen las reglas, ni la encadene la gramática".


Pero no fue hasta bien entrada la década del veinte que Rosario comienza a publicar versos dedicados a locaciones habaneras. Un repertorio de poemas conformado por calles, parques, edificaciones prominentes, el mar, las playas etc.; todo un muestrario de paisajes atractivos de sentidos recuerdos. Composiciones plenas de recurrencias que atestiguan sus preferencias por determinados sitios inspiradores de versos, tal es el canto "A la ciudad azul", donde describe su belleza, ambiente y las características de sus gentes. Se trata de un poema portador de una simple mirada turística, aunque, la percepción de la poetisa va un poco mas allá, porque está forjada con la experiencia personal de quien la contempla, la palpa y la siente a diario:


A LA CIUDAD AZUL[6]

Ciudad azul te llamo porque tiene tu cielo
la clara transparencia de un zafiro oriental,
porque arrulla tus noches de amoroso desvelo
ese mar ondulante con su ritmo sensual.

Son azules las horas del ensueño, y azules
los anhelos que dejan su perfume al pasar...
a Cupido lo pintan entre pálidos tules,
y Afrodita ha nacido de la espuma del mar.

¡Oh ciudad de la Habana, con tu alegre bullicio
tus hermosas mujeres, tu sutil maleficio
y la ardiente locura de tu espléndida luz!

Has surgido del fondo de los mares,
besada, al igual que Afrodita, por la espuma rizada,
semejante a una perla fabulosa de Ormuz.


Una imagen distinta de la anterior presenta "Ciudad vieja". Soneto que permite apreciar el desgarramiento de la poetisa, quien se esfuerza por desterrar los malos recuerdos. Camina por las calles más antiguas de la villa de San Cristóbal y el ambiente le sugiere una muchedumbre de misterios. Tiende su mirada mientras transita bajo el sol ardiente; le reverberan viejas angustias, las mismas que ambiciona sepultar bajo las gastadas piedras:


Bajo este sol que abraza lo mismo que una hoguera,
por la ciudad ambulo, pálida y distraída,
pretendiendo aturdirme para olvidar mi vida[7] .


Esa composición llamó la atención del reconocido escritor Ángel Augier y la incluyó en su antología Poesía de la Ciudad de La Habana (2001). Acerca de la misma, señaló aspectos como los referidos al andar y al trastorno de la poetisa inmersa en esa estampa, y dice:


[...] el deambular de la transeúnte toma el mismo ritmo del agitado movimiento citadino, bajo el sol estival, hasta un momento preciso en que las calles se ensamblan a la evocación y fabulación sentimentales, más intensas ante la presencia del mar, en la zona del puerto donde las calles desembocan como ríos tributarios.[8]


Rosario redactó varias crónicas periodísticas reflejo de sus preocupaciones y convivencias. "La Habana de noche" es muestra de éstas; publicada por la revista Mundial (Nro. 15 de agosto de 1921), ofrece una panorámica del acontecer habanero al atardecer y en las primeras horas de la noche. Destaca las sensaciones que le provocan esos momentos cuando la ciudad se encuentra entre dos luces. Su mirada de viandante brinda escenas costumbristas; descubre, mezclada en el movimiento agitado de los transeúntes, el placer de ocultarse un poco bajo el sombrero para adentrarse en la vida íntima de los hogares y, de quienes como ella, vagan por las calles de la ciudad.

La presencia de nuestra autora en los cines habaneros se confirma por la recurrencia de éstos en su obra. Canta a este espacio que vinculado al amor de la pareja es el sitio idóneo para el arrullo de los enamorados, sin prescindir de la vigilancia habitual de la "chaperona", quien en el soneto "Cines barrioteros" es burlada en medio de la concurrencia bulliciosa del domingo.

La lectura detenida de "La casa de correos" (1927), particularmente de su primera estrofa, sugiere una incursión en la historia de la edificación, e imaginar los oficios religiosos practicados en el antiguo Convento de San Francisco, así como del cambio de actividad implícito en el título de la composición. Ejemplar en la creación de un ambiente, este poema filtra la modernidad con cierta ironía.

La poetisa en su ir y venir por las calles habaneras, siente la necesidad de crear versos de cuánto llame su curiosidad, las circunstancias cotidianas, los lugares donde se recrea el costumbrismo, o simplemente porque le proporcionan distracción espiritual. Tal vez, la inspirada mexicana solía iniciar sus paseos en la calle de los Oficios — así se aprecia en los versos de "La ciudad vieja" —, partiendo de la Plaza de Armas hasta llegar con paso reposado a la del nacimiento del Apóstol, la inconfundible Paula; luego, cruzaba la amplia Plaza de San Francisco — colindante con la del Cristo — con la finalidad de adentrarse en la del Teniente Rey, justo donde ésta converge con la reconocida del Obispo, con el ánimo dispuesto a contemplarla y dedicarle el canto "La calle del Obispo" donde proclama que es su vía predilecta. Traspasada la zona más antigua, se interna en una de las arterias más concurridas y agitadas de extramuros: "La calle de San Rafael", la cual se complace en escudriñar en el tramo[9] que va del Paseo Martí — comúnmente identificado como Prado — a la avenida Italia, o mejor, Galiano, como se le conoce popularmente. En esta composición, la autora hace una descripción tal como vio y sintió esa calle comercial. Limpia, con edificaciones eclécticas siguiendo el estilo Art Nouveau, anunciadora de las tendencias modernas de la moda y los modos (casi todos provenientes de Estados Unidos, exhibidas en tiendas por departamentos con precios prohibitivos (sólo asequibles a clientes de la alta sociedad), con amplio tráfico de automóviles y de personas, fundamentalmente de mujeres de alcurnia que en medio de aquel oropel de lujo y modernismos, contrastan con la presencia de aquéllas otras apostadas en la denominada "esquina del pecado", o lo que es igual, donde se juntan Galiano y San Rafael; el lugar de citas de don juanes prestos a contemplar el desfile del "más galano y florido contingente femenino[10]". Todo ello recogido en la composición "La calle de San Rafael". "La calle Árbol Seco", que nace en Carlos III — hoy Avenida Salvador Allende en memoria del distinguido Presidente chileno — extendida en veintiuna cuadras hasta la calle del Clavel, bien pudo ser titulada por la poetisa la del "Recuerdo", pues a juzgar por la melancolía que le provoca la memoria de un amor furtivo protagonizado por un amante que caló hondo y se marchó sin requiebros; pero, le dejó por siempre, el goce de las horas de juventud vividas con placer bajo la complicidad de la solidaria y tranquila calle.

Para la romántica poetisa, los parques habaneros tuvieron una connotación especial, tanto para encuentros y desencuentros con amantes reales o imaginarios, como para compartir con amigos actividades sociales. Tres fueron los parques legitimados en su poesía: el Central, el de Tulipán y el del Cristo. El Parque Central, ubicado en los límites fronterizos de los territorios antiguo y moderno de la ciudad, espacio de referencia para orientar al transeúnte, y cruce obligado para muchos, tuvo en la época de la colonia, en el sitial donde hoy se levanta la estatua del Apóstol José Martí, la de la reina española Isabel II[11]. Éste le motiva dos poemas escritos en circunstancias distintas; en el primero publicado en 1925, titulado "En el Parque Central", establece un paralelo entre las escenas de amor de las parejas que allí se citan y la que ella revive ocurrida en otro tiempo lejano. En el segundo denominado, "Parque Central", da la impresión de haber sido concebido desde un ángulo de privilegio; ubicada donde puede observar cada movimiento de las personas que presurosas, por la incidencia del candente sol tropical, se aprestan a alcanzar los frescos portales del otro lado de las calles aledañas; imagina a los hombres hacer comentarios del decrecimiento del precio del azúcar, principal rubro económico del país. Distingue al Apóstol y señala su vigencia patriótica como figura orientadora de todos.

El parquecito o Plaza del Cristo[12], llamado así por la iglesia de su nombre, es otro sitio íntimo que la poetisa privilegia rememorando algún que otro romance del pasado, el estado de abandono del querido lugar le mueve la sensibilidad lírica y escribe el soneto "Parquecito del Cristo". Entre tanto, el dedicado a "El parquecito de Tulipán" — quizás el más frecuentado por Sansores — es el que guarda las mayores emociones sentimentales de la poetisa. En su obra en prosa y en verso es espacio recurrente para la cita amorosa; seguramente, esa recurrencia estaba determinada por sus condiciones de placidez y tranquilidad, y porque el frescor de la brisa colorida de sus flamboyanes, completaba el disfrute de los enamorados. Pero al parecer, en octubre de 1928, Rosario se sentía en deuda con ese parque de la calle Tulipán y vuelve sobre éste en la crónica "El gladiador herido" donde compara su trayectoria personal con la del luchador ubicado en las proximidades de ese sitio, declarándose perdedora en la batalla por ser feliz — la página aparece ilustrada con la imagen fotográfica de la estatua del Gladiador que da título al escrito. Se trata de una efigie testigo de encuentros amorosos de la poetisa, que ahora la periodista utiliza para ofrecer un panorama sentimental del entorno; una visión más o menos objetiva de la barriada del Cerro de la década del veinte:


El tranvía atravesó la amplia Calzada del Cerro, polvorienta y sucia, dejó atrás la Quinta Covadonga con sus jardines cubiertos de césped y sus altos pinos. Un poco más adelante, se detuvo. Sólo entonces me di cuenta de que estábamos frene al parque Tulipán. ¡El Tulipán! Un trozo de mi vida está unido a esta calle inspirada y tranquila que desemboca en un parque solitario, sombreado por una ceiba majestuosa y rojos framboyanes...


A lo largo de la extensa obra cubana de Rosario Sansores, los parques no sólo le inspiraron versos y crónicas sentimentales, también los defendió con su pluma expresando disgustos cuando en su andar descubría abandono, y el deterioro hacía lo suyo. Esa desatención la impulsó en enero de 1927, a formular un llamado a las autoridades locales para que tomaran medidas encaminadas a detener la precaria situación de esos lugares de esparcimiento. Basa su argumentación apoyada en la utilidad y servicio social que los mismos proporcionan a la población de todas las edades

El álbum Cantaba el amar azul de 1927 es la muestra más fehaciente de su apego al mar habanero; aquí la poetisa dialoga con el mar confesándole sus sueños y miedos:


Cantaba el mar azul. Y yo le oía!
Cantaba y me decía:
Echa a andar tu bajel...


También, las composiciones "El Malecón" y "La Playa" expresan similar sentimiento. El Malecón, una de las obras notable embellecedoras y símbolo de La Habana, a Rosario le resultaba familiar porque fue testigo de su construcción durante la ocupación militar norteamericana desde su primer tramo iniciado en el Castillo de La Punta, luego las sucesivas extensiones hasta llegar a la calle G[13] en 1930, último trecho observado por ella.

A la cantora de las aguas marinas no sólo el mar le inspiraron versos, también recreó con entusiasmo cuentos, relatos breves y crónicas playeras, entre éstas: "Camino de la Playa" reflejo de sus vivencias personales y "La canción del mar azul"[14] la cual tiene como escenario Cojímar, un pueblito de pescadores situado al este de la Habana.

En publicaciones seriadas de la época, aparecen valoraciones elogiosas a la obra lírica de Rosario Sansores, por la gran popularidad que alcanzó en Cuba. El periodista y crítico Francis Laguado Jayme[15], escribió en 1930:


"Vestida de primavera va siempre por las calles de la Habana, como una bella divina alondra [...] Es mexicana, pero se siente muy habanera enamorada fiel del mar heráldico y de su cantar, y del cielo azul de la grande y cosmopolita capital cubana. El mundo intelectual y elegante de la Habana, la conoce, la admira y la embriaga de halagos porque ella ha sabido hechizarlos con sus canciones tiernas e impregnadas de cosas íntimas".


Sirvan estos apuntes a modo de homenaje al Centenario del arribo de Rosario Sansores Prén a la capital cubana (1909-2009), la ciudad donde enviudó[16], crió a sus hijas, amó y sufrió apasionadamente. Creció profesionalmente y fue aplaudida. Al regresar a su país, dejó profundas huellas de cariño y admiración entre los cubanos, esencialmente entre aquellos que disfrutaron de su arte lírico. Y, se sintió habanera protegida como lo muestra su canto de despedida:


MI ADIÓS A LA HABANA

Bajo el azul cobalto de tu cielo, he vivido
toda mi juventud;
al temblor de tus besos, he gozado y sufrido
horas de paz y de quietud.

Tú arrullaste mis sueños. Tú bañaste mis ojos
de luminosa claridad
en tus fértiles prados he cosechado abrojos
y rosas blancas de bondad.

Llegué un día a tu puerto, frágil, barca, azotada
por el furor del huracán
y viví desde entonces segura y resguardada
libre de todo afán.

Pero hoy siento de nuevo la atracción del camino...
he levado mis anclas y estoy pronta a salir:
Tal vez hiera mi casco la furia del destino
¡pero quiero partir!

Y al dejar conmovida tu cielo de zafiro
que cobijó mi dulce y ardiente juventud,
del fondo de mi pecho se ha escapado un suspiro.
Mezcla de angustia y de quietud.

María Eugenia Mesa Olazábal
(La Habana, diciembre de 2009)




Notas

  1. Los cronistas explican que el cacique Habaguanex, a la llegada de los españoles a su cacicazgo, tenía más de sesenta años, era de buen gesto, alegre y mostraba tener sanas entrañas. Residía en un pueblo de la costa norte — aunque ninguno de los historiadores de la época, lo identifica con el de Carenas, nombre que luego significaría al puerto de Carenas o puerto de La Habana.
  2. Es presumible que el 4 de enero de 1909 sea la fecha exacta del arribo de Rosario Sanrores a La Habana. Ese día compuso el poema "En el mar", fecha registrada en el libro Del país de los sueños (La Habana, 1911).
  3. Incluido en: La novia del sol, México DF., 1933, p. 80.
  4. En esa ocasión, Rosario viaja a México con el propósito de traer a La Habana a las dos pequeñas hijas que, al partir a Estados Unidos, había dejado al cuidado de la familia.
  5. Juan de Dios Peza (México DF:, 1852 — Ideen, 1910)
  6. Publicado en revista Bohemia, La Habana, 12 de julio de 1925 con ese título; luego recogido en el poemario Mientras se va la vida (1925), con el título "La ciudad azul"; posteriormente republicado en Cantaba el mar azul (1927) como "Habana" y el subtítulo: "Ciudad azul", además del cambio en el 1er. terceto, 1er. verso, del adjetivo alegre, por loco.
  7. Bohemia, edición correspondiente al 12 de julio de 1925.
  8. Ángel Augier. Poesía de la Ciudad de La Habana, La Habana, 2001, p. 79.
  9. Tramo eminentemente comercial, continua siendo muy visitado como Boulevard de San Rafael.
  10. Enrique Lagarde. Desapolillando archivos. Letras Cubanas. La Habana, 1979, p. 205.
  11. Entre las varias anécdotas que por mucho tiempo comentaron los habaneros, se encuentra la referida a lo acontecido una tarde de jueves santos; "el Orden Público detuvo a una pléyade de jóvenes estudiantes por entonar a voz en cuello, al pie de la estatua de la soberana hispana, la tonada de un sonsonete criollo que rezaba: // A los frijoles caballeros,// ¿quién ha visto un congo como yo // comiendo frijoles negros // y el quimbombó?// No es que la letra ofendiera a la majestad ibérica simbolizada en estatua lo que las autoridades de la colonia consideraron subversivo, sino que se cantara en Semana Santa, en que por orden estricta estaba prohibido hacer ruido, y se excluían hasta los pregones, teniendo los vendedores ambulantes que utilizar una pequeña campana para anunciar sus mercancías". Tomado de: Enrique Lagarde. Obra citada, p. 255.
  12. La Plaza del Cristo se construyó en 1640 para mayor ornato del templo.
  13. Para 1950, el Malecón continuó extendiéndose hasta el Castillo de la Chorrera donde finaliza.
  14. Rosario Sansores. "La canción del mar azul". Vol. XIX. Nro. 21. Bohemia, mayo 20, 1928, p. 17.
  15. Francisco Laguado Jaime. "Rosario Sansores la Alondra". Prólogo al Breviario de Eros (1930). Publicó comentarios críticos en El Fígaro (1926 a 1927) sobre escritores cubanos.
  16. Rosario Sansores Prén estaba casada con el cubano Antonio Sanjenís García.







Página enviada por María Eugenia Mesa Olazábal
(11 de enero de 2010)


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