Cuba

Una identità in movimento


Dieciseis años sin actuar

Sandor Arzola Ortiz


La mujer y el hombre estaban aún en casa, empero planeaban salir en esos precisos instantes para la funeraria. El hijo de la pareja tenía cierto miedo de que sus padres asistieran al velorio pero no lo demostraba. La verdad es que por todos los medios, discretamente, trataba de impedir que fueran pero no hasta última hora que viéndolos ya vestidos y con intenciones de partir se arrojó a los pies de la madre, de rodillas y abrazándose a su cintura le rogó anegado de lágrimas


— No vayas mamá, por favor.

— ¿Pero qué te pasa hijo? ¿Por qué estás temblando?

— No quiero que vayas.

— ¿Pero por qué hijo?

— ¿Es necesario que te lo diga mamá? Porque siempre desde pequeño te he hablado de que allí adonde pretenden ir suelen hacerles muchas variaciones a las personas. Las llevan de aquí para allá, de este mundo para el otro y lo principal es que nunca regresan con sus hijos; en su lugar vuelven otros.

— Hijo ya te he explicado que todas esas son cosas que tú tienes en la mente, no son más que perturbaciones de tu cerebro. Ya te hemos llevado al médico varias veces y este te ha dicho que debes superarlo por tu propio bien, ¿no es así?

— Pero mamá...

— No, no, dime si es así o no — interrumpió ella con dulzura en la voz, mas enérgicamente.

— Es así mamá, pero ¿y lo que yo siempre te he asegurado?

— Mira, esas ideas se te metieron en la cabeza desde los siete años y no ha habido quien te las saque, pero nosotros por complacerte no hemos visitado más ningún sitio de esos desde que tenías esa edad. ¿Es así o no?

— Es así, mamá, pero...

— Pero nada. No nos hemos presentado más a ver ningún fallecido de nuestras amistades y todo por complacerte, pero fíjate, este viaje el que se ha muerto es el jefe de tu padre y es nuestra obligación hacer acto de presencia ¿tú nos entiendes?

— Sí mamá pero...

— No, no, dime si nos entiendes — volvió con la anterior dulzura pero con la misma energía.

— Sí, los entiendo mamá — afirmó el mozo con tono de cansancio en la voz.

— Sí, chico, debes comprendemos — habló por primera vez el progenitor.

— Pero papá. ¿Ustedes creen que yo soy un niño todavía? Cierto es que tengo problemas en mi cerebro sin embargo no soy tonto y les repito que en esos centros llevan a la gente de aquí para allá, de este mundo para el otro, y lo principal es que nunca regresan con sus hijos; en su lugar vuelven otros.

— ¡Hijo, ya basta! — espetó la progenitora irritada — ¿no hemos sido complacientes contigo, no te hemos escuchado no te hemos cuidado todos estos años y por tal de no verte en crisis no hemos dejado de ir a toda capilla mortuoria?


El muchacho se extrañó por el súbito "pronto" de su mamita y soltándola se echó para atrás quedando con la parte trasera de los muslos pegada a la trasera de las piernas, manteniéndose arrodillado. Quedó también desanimado, estupefacto, sencillamente triste.

Su papito lo notó y acercándosele lo abrazó. Arrepentida la mujer le expresó:


— Discúlpame hijo, pero debes comprendemos, es el jefe de tu papá. ¿Entiendes? el jefe de tu papá...

— Bueno, está bien, vayan. Ya me conformaré con mi nueva madrecita cuando llegue.

— ¿Pero seguirás con ese asunto de la réplica?

— Siempre te lo he advertido mamá. En la funeraria los llevan de aquí para allá, de este mundo para el otro y lo principal es que nunca regresan con sus hijos; en su lugar vuelven otros.

— Siempre no, ese asunto lo traes desde los siete años, fecha en que afloró en ti la enfermedad

— Bien, que sea desde los siete años, pero de eso hace ya dieciséis y se los vengo repitiendo desde entonces; pero bueno, vayan, vayan, ya les digo, me conformaré con mis nuevos padrecitos cuando lleguen.

— Está bien, "puchi", gracias por tu comprensión, verás que sí regresamos, pronto y que nada ocurre. Dedicándole la pareja, una hermosa sonrisa, se dispuso a abandonar ya la casa, cuando él le dijo a ella:

— Querida, estás bonita. Pero te falta arreglarte bien los sostenes, vamos al cuarto.

— Sí esposo mío, y a ti te falta ajustarte correctamente la corbata, vamos al cuarto.


Ante la mirada melancólica y decepcionada del jovencito se dirigieron a la habitación y se encerraron. El mozalbete se levantó y se fue a acostar a su dormitorio. Ya en la estancia, los dos procedieron a quitarse, él, la camisa y ella la blusa dejándose ver en las barrigas de ambos, más exactamente en sus ombligos un bombillito rojo intermitente.


— Debemos cambiar las baterías — dijo la réplica femenina y sacándose las viejas de la espalda se puso el par nuevo.

— Sí, debemos cambiarlas, amada mía

— Esto de trabajar con doce volts tiene ventaja ¿eh? — preguntó ella.

— Indiscutiblemente que sí — admitió él.

— Pero lo mejor de todo es tener un hijo como el que tenemos, desconfiado pero amoroso, ¿no es así?

— Indiscutiblemente que sí... pero vamos, vamos, debemos replicar a alguien en ese velorio; hace dieciséis años que no actuamos...








Página enviada por Eliécer Fernández Diéguez
(4 de junio de 2008)


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