Así de caudalosos — de estériles — pueden ser, en casos como este, los ríos de la retórica.
Pero de todas formas me ha impresionado que en estos días hayan navegado por las aguas procelosas del ciberespacio y por las emisoras radiales y por los boletines urgentes tantas palabras emocionadas que recuerdan, a su vez, la palabra imaginativa y clara, alumbradora" y comunicativa de Benedetti. Esta emocionada persistencia en la recordación de sus poemas íntimos y sociales a la vez, de su poesía acompañando a la canción o siendo la canción misma, me trajeron — memoria de-vuelta — la imagen del poeta en dos o tres momentos que parecían perdidos entre los recuerdos personales.
No se refieren a instantes trascendentales de la historia — de ninguna historia —, pero traen, en su sencillez irradiadora, algo de lo mucho que quisimos y queremos en este hermano mayor en la poesía, en este compañero fiel y libertario ante los devenires, los avatares y los naufragios parciales de la utopía compartida. En una de esas imágenes, quizás la primera en el recuerdo, se cruza casi inadvertidamente con Silvio a la entrada de la Casa de las Américas: el trovador va de pantalón oscuro y camisa blanca con mangas recogidas, guitarra en mano, y se saluda con el poeta que al parecer enfilará sus pasos breves y su mirada tímida por la calle G. Lo recuerdo seguramente porque es una imagen filmada que después he visto muchas veces: en el sitio correspondiente a la subjetiva está el camarógrafo del Noticiero ICAIC Latinoamericano, enviado por Santiago Álvarez para recoger la imagen del trovador, en tiempos en que esa imagen no era bien acogida en otros medios y espacios culturales. Benedetti vivía su época de exilio doloroso pero humana y literariamente fecundo en La Habana de aquellos días.
En la segunda imagen/recuerdo que sobrevuela los largos atardeceres del lugar donde estoy por estos días se mezclan, como debe ser, la poesía y la canción mientras Benedetti alterna sueños y propuestas con la grave voz de Daniel Viglietti y juntos, sin saberlo, hacen florecer amores o proyectos de amores que después lo serán entre los jóvenes que han ocupado la amplísima sala para escucharlos, para vivir en sus palabras, en sus músicas, las historias que esas voces de acentos similares les inventan, les anuncian, les revelan.
En la otra imagen aparece el poeta a todo color, sobre la cartulina impresa un poco opacada por el tiempo, mirando a la cámara fotográfica con la misma mirada tímida después de oírme decir, desde el otro lado de la mesa de este café Nebraska de Madrid en el que me ha citado, que queremos que nos acompañe, entre los primeros, en el Círculo de Amigos de ese centro cultural que estamos creando en La Habana de los 90. Allí me ha dicho que reparte su tiempo entre aquella capital y Montevideo, jugándole cabeza al invierno que quisiera sorprenderlo en la geografía equivocada.
Allí ha escrito, con su prosa periodística que acompañó siempre al ejercicio de su oficio mayor, el de poeta, artículos y crónicas contando cosas de nuestra realidad latinoamericana que él había vivido/sufrido como pocos, como tantos, en aquellos años terribles. Así lo recuerdo en una carta memorable en la que anunciaba que no continuaría colaborando en aquella publicación donde lo hacía, ante los ataques lanzados por la xenofobia (anti)cultural del momento, señaladora de sudacas, desde los territorios sesgados de la mediocridad. Por esa y otras muchas coherencias éticas, valentías de la razón y de la poesía, lo admiramos los jóvenes escritores que por entonces descubrimos a partir de sus textos (como de los de otros inolvidables hermanitos mayores) la profundidad del lenguaje conversado, el espléndido misterio de la palabra precisa.
El recuerdo de aquella escaramuza miserable contra el poeta se activa probablemente ahora, muy pocos días después de su muerte, cuando cierta declaración inoportuna — en aquella misma prensa o en otras de ópticas o estrabismos similares — cuestiona o regatea las calidades poéticas de este hombre que repartió generosamente el amor entre sus versos mayores y menores, que pudo llegar hasta el fin de sus días con la mirada en alto, lejos del suelo de los desencantados oportunos, y confesó para nosotros en alguna entrevista su poética/política de siempre: