Disculpa, princesa,
Si a veces no entiendo que mi sombrero — aquel que me gustaba tanto — es ahora tu corona, mis pañuelos de seda las sabanitas de tus muñecas, mis tacones tus escaleras para llegar al cielo; si no comprendo la importancia de tus saltos en la cama, a pesar de los quejidos del viejo colchón de muelles, o tu necesidad de otro cuento, y otro más, y otro... hasta que llegue el hada de los sueños; por haber perdido la noción de tu tiempo sin prisas.
Absuélveme de incomprensiones absurdas, cuando no logro deducir que tus amigas se ven más lindas si les untas mi única caja de maquillaje — en el fondo, nunca iba a usarla —; que tu familia de ositos huele muy bien usando mi perfume favorito, aunque ahora solo quedan sus añicos en el suelo; que aquellos documentos que dejé a tu alcance se ven mucho mejor con tus dibujos.
Comprende mi ignorancia por no saber que la nevera es un mundo mágico, que con colocarte sobre una silla y tomar un poco de escarcha entre las manos, ya no necesitas ir a Europa para entender la historia de "La reina de las nieves"; mi impericia por no saber apreciar las obras de arte que dejas en mis paredes, los arco iris que recortas en mis sábanas, la belleza oculta en mi abanico roto...
Disculpa mi impaciencia cuando no entiendo tu lenguaje, tan perfecto, o no he sabido explicarte bien, en ese idioma que me enseñas cada día, aquella duda que tenías acerca del lugar donde duermen las estrellas, o la temporada de muda de plumas de los elefantes.
Perdóname mi amor, por ser adulta y olvidar a veces mi propia infancia.
Mamá.
Marié Rojas Tamayo
Del libro "De príncipes y princesas", editorial El Far, Mallorca, 2006
Página enviada por Marié Rojas Tamayo
(15 de septiembre del 2008)