LA HIERBA EN QUE HE CRECIDO EMBISTE LOS PASILLOS DE TU CASA
y se duplica en los espejos.
Sube por los barandales de tu boca
y te invade en pesadillas casi noche.
¿Quién ensordece las fronteras de las manos
y me nubla de palabras?
Algo más que polvo soy, más que una camisa al otro lado de la sierra,
los peces por el aire,
las hormigas sin fin,
naufragando en la sangre de los caídos en la plaza
un día quemado en el mapa de los hombres
si la mañana tiende un puente al que me aferro
para llegar a ti con mi alarido cavernario.
II
ÚRSULA NO SABE CUÁNTAS AMARANTAS INCINERAN EL CAMINO
con su mano negra uncida a la guadaña;
como no adivina qué melquíades penetran a mi rostro
en cuarta dimensión por laberintos de apellido tan amargo.
Yo sé quién soy cuando te busco entre el salitre a que huelen tus hermanas.
No hay alquimia capaz de sobornarte,
ni lunas que se acerquen a la noche
que no tengan la esperanza de otro cielo
cosido por tus manos.
III
ASOMADA ESTÁS A CADA VENTANA A QUE ME ASOMO.
A tu piel de infanta
como un tierno puerto.
Úrsula me tiene en susurros sin esquina
y yo te busco más allá de las balas que me cercan,
mastines de la muerte.
Incautada en el vientre de tu madre,
a punta de amapola te voy a redimir
y estamparte en el oro de los peces.
IV
A LA GITANA PREGUNTÉ POR MI MISIÓN SOBRE LA TIERRA…
Al gallo de este amanecer
cuándo anunciarán el otro de plumas en retorno,
atascado como estoy
en los desgarrones de un fantasma
que corre por la casa.
Y yo tengo miedo,
miedo sin verbo en tu fluir de niña en la frontera.
Adorada es la fruta entre el polvo que no me deja respirar
en el sopor de tantos días ácidos, los tatuajes de José, el taconeo de mi madre.
A la gitana le respondo con un agujero entre las cartas
cuando me alejo de las voces que me cercan,
hacia los arrabales
donde las ventiscas alimentan las palomas mensajeras.
Donde escribir tu nombre ya no tengo tierra. Por los corredores
Rebeca va dejando un rastro de residuos amarillos y prefiero no nombrarte;
mejor es ir limpiando los fusiles hasta la dimensión de tu estatura,
saturarme de alquimias que verdean la pátina del tiempo,
náufrago en tu pubertad alguna madrugada que presiento.
V
EN MIS HOMBROS LA NOCHE SE APRESURA,
y conquista un espacio a cada esquina:
es el cráter del muro, que asesina
el vaho sin memoria en la llanura.
Es la piel por tu espalda en su locura,
cascada que me inunda la retina.
La noche que te encierra en su rutina
nos preserva del tiempo en la espesura.
Veo a un padre cruzando con cansino
rumor, como fantasma en la pradera;
la noche va cruzando la frontera
con pregones de muerte sin destino.
El golpe está en los ojos: como el suelo
voy de raíz anclándome en tu duelo.
VI
NO NECESITO UN FUSIL QUE DISPARARME SOL
para un blanco perfecto entre los montes
tras beberme el alba servida por tu boca.
En el encuentro con la gelatina de mi semen,
y tu niñez lavada entre mis manos.
¿Sobre cuántos blancos he de disparar
dentro de mí y fuera del círculo de tiza
cuando he probado sal en el cuenco de tus muslos?
Serán años violados de candor
copiosamente yo, en el tú tan nuestro y tan de cada ausencia,
donde amanece nuestra alcoba
porque allí no habrán tejido las arañas.
Después del polvo, alguna oda han de cantar;
algún retrato habrán horadado las polillas
sobre el lento roído en las paredes.
En tu buzón estoy de remitente, este octubre-salvación
que nunca va a pasar, esperando las preguntas.
VII
EN EL TREN DE LA TARDE NOS FUGAMOS
del tiempo detenido en los andenes, en los raíles
que cruzan el espinazo de este polvo-soledad, ausencia y polvo
donde los fantasmas se dibujan en el agua sin fregar,
en el rictus de las bocas.
En un callado tren,
de las jodidas horas que le brotan al salitre.
Únicos viajeros con boletos a la noche
hacia el olvido de nosotros mismos.
VIII
COMO HOSTIA, YO TE APURO ENTRE LOS LABIOS
aunque no sé rezar el padrenuestro.
Porque no sé mirar atrás, no temo a las estatuas.
Pero a veces oigo el silencio de las horas, ando cada rincón
buscando huellas en el hilo de la sangre.
A veces
siento que te me mueres sin espacio.
IX
ARAÑANDO, LA MAÑANA ME CAMINA POR LA PIEL
y se abren buitres sobre el cielo laminado.
La mañana que dispara a otras mañanas,
mientras me derrite el rostro en el espejo
y lo lanza hacia otro azogue,
abre compuertas donde irrumpes hecha nube y alba.
En esta que te persigo arañando polvo mío,
dibujada en las paredes te descubro.
Salgo al sol a verte en cada techo.
En la iglesia cabecea la cruz de redención,
el bar de Catarino duerme la siesta tropical
y yo te busco en los llavines que esconden el deterioro de mis manos
— putrefactas en el aire de tu ausencia,
en el lupanar donde se desvisten casi niñas,
en cábalas de viejos pergaminos,
y en la piedra filosofal,
y en el olor a ubre que en cada rincón Úrsula despeña.
Te busco en las fronteras del delirio
que despertará entre sábanas dormidas,
polen resurrecto cuando se dibuje el otro lado de las cosas.
La mañana trae un gallo escondido bajo el ala,
una pared donde el aire cristaliza cada gesto
y tú apareces rara flor que emerge del pantano
en el oasis que en la lengua se estremece.
X
ANTE PAREDÓN DONDE LA NOCHE ME DESPIERTA
estos golondrinos como roca en las axilas,
tu café me llega ¡tan amargo!
Los guardias que miran con piedad
qué poco saben, qué poco o nada.
No te han sentido retozar sobre la piel
ni abrir ventanas al ocaso:
sólo que van a fusilar a un revoltoso
en cuyo pecho han de cumplir el juego de la historia.
Cuánto plomo no quitaste de mis manos,
cuánto llanto sacudiste en mis orejas.
Ahora sólo tiento tus pezones colinas bajo el aire,
y te diviso bandera libertad en el mástil de la aurora,
y escucho tu sonrisa sobre el chasquido de las suelas.
Y eso basta.