Cuba

Una identità in movimento

El legado indígena a la cultura cubana

Jesús Guanche



En varias ocasiones he insistido en la significación y actualidad de la presencia cultural indígena en la formación de la nación cubana,[1] no como algo exclusivo de los datos arqueológicos o de lo que con criterios medievales pudieron aportar las observaciones de los cronistas de Indias, sino como resultado de la convivencia temprana entre los primeros pobladores hispánicos, africanos y la población aborigen, como algo vivo y permanente en el substrato general de la cultura nacional.

El encuentro dramático efectuado por la convivencia mutua entre indígenas e hispánicos se manifestó desde el punto de vista étnico, como un proceso de asimilación étnica forzada, que en el presente caso consistió en la disolución por muerte y por mestizaje biológico-cultural del grupo de menor nivel de desarrollo tecnológico y económico (pero mayoritario) en el grupo dominador desde el punto de vista socioeconómico.

En el caso de Cuba, la acelerada disminución o relativa eliminación física de la mayoría de los aborígenes no implicó necesariamente el exterminio de su herencia cultural ni de toda la descendencia.

Durante la segunda mitad del siglo XVII, quizá el menos estudiado en Cuba, aparecen varias referencias a la población indígena asentada en la Isla. El alférez Domingo Rodríguez Galindo comandaba la compañía "de los Yndios Naturales desta Ciudad", Santiago de Cuba, y en marzo de 1668 el gobernador Bayona lo envía "con dies y seis hombres de su Compañía los mas practicos desta costa", a recorrerla para evitar los robos que los bucaneros realizaban con el ganado y los instruyó de que si echaba "el enemigo gente a montear degollarla y traer Vn prisionero para tomar las noticias necesarias".[2]

En 1682 hay referencias documentales que la población de El Caney, según informaba el obispo García de Palacios, estaba compuesto por indios naturales y lo habitaban "Sinquenta vezinos, Y dosientas Personas con párvulos y mugeres".[3]

En septiembre de 1688, Antonio Romero, capitán de la Armada de Barlovento, reclama sus sueldos, pues por orden del Virrey de Nueva España, el 6 de febrero del propio año había venido "a Asistir y acompañar en los Viages que hiciese El Ilssmo Sr. Obispo de Cuba a la conversión de los Indios Gentiles de Aquellas Costas", y añade García del Pino: "Esto prueba la existencia, en fecha tan tardía, de indios en nuestra cayería — conjeturamos que en el grupo Sabana-Camagüey — quienes aún no habían sido cristianizados".[4]

El intenso proceso de mestizaje también condujo a la asimilación por los que poblaron posteriormente la Isla, pero todavía en el siglo XIX aparecen sus descendientes en algunos archivos parroquiales, como los de San José y San Isidoro en la ciudad de Holguín[5] y hoy se les encuentra ya muy mestizados como parte de la población cubana en la provincia más oriental de Cuba.[6]

La asimilación étnica forzada de la población aborigen se realizó de manera efectiva pero su herencia cultural ha estado presente en la lengua, la vivienda, las costumbres, en diversos utensilios del ajuar doméstico, la alimentación, las artes de pesca y otras que forman parte de la vida cotidiana del cubano, tanto en áreas urbanas como rurales.


La lengua

En la variante cubana del español hablado todavía se emplean comúnmente muchos vocablos de origen aruaco en la designación de gran parte de la flora y fauna, así como en los topónimos e hidrónimos. La obra de Sergio Valdés Bernal[7] logra clasificar 180 aruaquismos relativos a la flora, 103 a la fauna, 46 a la cultura material, 3 relacionados con la cultura espiritual, 19 vinculados con denominaciones del entorno, 4 propios de la organización social y otros 20 que incluye como "miscelánea", es decir, 371 vocablos que forman parte del legado lingüístico indígena.

Uno de los más significativos es el nombre de Cuba, descifrado correctamente por el cubano Juan José Arrom cuando refiere:

Pues bien, al manejar ese material lingüístico, encuentro que C.H. de Goeje [The Arawack language of Guiana, Amsterdam, 1928] registra en Suriman la voz dakuban "my field" (mi campo, mi terreno), y de investigaciones anteriores recoge las grafías a-kuba, akúba y u-kuba, todas con el sentido de "field", "ground" (suelo, campo, terreno). En estas transcripciones, explica el mismo Goeje, la vocal inicial a-, u- no es parte de la raíz, sin un prefijo que denota o anuncia el carácter general de la palabra, por eso separa con un guión el prefijo de la raíz. Koba o Kuba debió ser por consiguiente, la voz que Colón oiría. Y eso vendría a explicar la vacilación del Almirante al registrarla, abriendo o cortando la vocal de la primera sílaba, como Colba, y luego como Cuba.[8]

El cotejo de la anterior referencia con la obra de Sixto Perea sobre Filología comparada de las lenguas y dialectos arawak (Montevideo, 1942), permite identificar a Cuba con el

... concepto de "jardín" o "huerto", pues sólo conocían el conuco o zona del bosque preparada para la siembra mediante la tala y quema. [...] Por tanto, más lógico sería pensar que Cuba significa "tierra cultivada", lo que acaso indicaría también el significado de "tierra habitada" (por estar trabajada).[9]


La vivienda

La influencia de la vivienda aborigen en las primeras construcciones que edificaron los europeos se hizo evidente; desde las primeras iglesias levantadas con paredes de tabla o de yagua y techo de guano, hasta la posterior tradición constructiva de las áreas rurales que subsiste hoy día, pero con múltiples variaciones. La propia noción de bohío fue transmitida y transformada de acuerdo con la diversidad de funciones.

Los estudios etnográficos más recientes demuestran que el bohío cubano actual en las áreas rurales, según una muestra nacional, presenta cuatro subtipos de acuerdo con la morfología de sus plantas, en forma de: I, L, T y paralela o doble I. Cada una de estas posee, a su vez, variantes que aparecen registradas e ilustradas en el Atlas Etnográfico de Cuba.[10] De modo excepcional aparece en oriente la planta octogonal como antiguo reflejo del caney taíno. Esta denominación se aplicaba a la casa comunal donde habitaban familias relacionadas por el parentesco.

También fue asimilada la tradición constructiva de la barbacoa en su doble acepción. La vivienda del campesino la conservó como el "lugar alto inmediato al techo [...] cuyo piso lo forma un tablado tosco, sin puerta regularmente, y destinado por lo común a guardar granos, frutos"[11] y otros alimentos. Igualmente se le denominó así "al conjunto de palos de madera verde puesto sobre un hueco, a manera de parrilla, que usaban los indios para asar carne",[12] que aún se utiliza muy particularmente para el cerdo.

En el léxico popular contemporáneo la barbacoa también identifica el entresuelo construido en zonas urbanas para suplir la escasez de espacio en las viviendas de puntal lo suficientemente alto como para dan cabida a dos plantas. De modo que el concepto se ha resemantizado y, por así decir, urbanizado.

Algo análogo ha sucedido con la noción espacial de batey. Aunque es un indoaericanismo persistente en español de Cuba referido inicialmente al lugar destinado al juego de pelota, pasó al lenguaje común para designar a cualquier lugar abierto o plaza ocupada por fábricas, barracones, jardines, junto a los ingenios y haciendas rurales.


Costumbres

Aunque el tabaco ha sido uno de los rubros económicos fundamentales de Cuba, como reconocida tradición que parte desde el propio contacto hispánico con la Isla. El consumo del tabaco no sólo ha trascendido como hábito de fumar, con todas las implicaciones nocivas para la salud humana, sino que se ha enraizado muy fuertemente en la religiosidad popular. Los cultos que generalmente incluyen ritos de sahumerio ahuman con tabaco sus altares, orichas, ngangas, cazuelas, soperas, tinajas, personas, yerbas, piedras y demás objetos. Tal como ha referido Fernando Ortiz:

El humo del tabaco venía a ser como una forma visible del espíritu o potencia sobrenatural [...] fecundante. El humo era la muy sutil y fugaz materialización de esa fuerza del tabaco que se manifiesta en los fenómenos estimulantes y narcóticos, en los medicinales y en lo genésicos que le eran atribuidos por la magia.[13]

Al mismo tiempo y en el orden simbólico, ese rito no deja de ser una forma de culto a los ancestros indígenas, los dueños iniciales de la mágica planta, quienes operaban de manera idéntica con sus cemíes.


El ajuar doméstico

El concepto de hamaca y su función fue heredado y transmitido, aunque después hayan variado los materiales para fabricarla y hacer más cómodo el descanso. En la primera mitad del siglo XIX Pichardo la define como parte común del ajuar doméstico rural, aunque la reconoce como voz india:

Cama colgante a estilo de cuerda floja, cuya pieza principal para acostarse o sentarse es un cuadrilongo de lienzo fuerte, cotí, &c. al tamaño sobrante de una persona, recogidas las dos extremidades con muchos ojales o gazas para atar [...] que terminan en un solo ojo donde se amarra cada una de las dos sogas opuestas firmes del techo, o de las paredes, o de árboles, &c.[14]

Tanto Las Casas como Fernández de Oviedo relacionaron las hamacas por su tejido reticular con las redes de pescar, tal es así que todavía en varios países hispanohablantes suramericanos le denominan chinchorro.

El ajuar campesino continúa usando el catauro fabricado de yagua verde y húmeda, así como las jabas y jabucos tejidos de yarey que se emplean para almacenar y transportar alimentos. El catauro o catáure es descrito por Pichardo como una "Especie de caja o tablero rústico hecho de Yagua para poner y llevar algunas cosas, como frutas, &c.",[15] pero como hemos visto en los diversos números de esta revista, su empleo posterior ha sido muy variado, así como sus proporciones.

La jaba era identificada como una especie de saco tejido de Guano para guardar y transportar cualquier cosa: le abarca un cordón de la misma materia que sirve para llevarla o colgarla. [Mientras que el jabuco era] más angosto por la boca que por el fondo y sin la flexibilidad de aquella, por ser tejido como este de Bejuco, mimbre o cosa semejante. En ellos se transportan los huevos y otras cosas, calculándose cuarenta docenas por término medio de capacidad de un Jabuco.[16]

Otros objetos del ajuar doméstico han cambiado su forma y materiales de construcción, pero conservan el nombre indígena y el uso original. La pequeña pieza de la cocina que sirve para rallar, en Cuba no se le denomina rallo, sino guayo. Este objeto, en su versión original, perduró hasta mediados del siglo XIX, pues un contemporáneo señala ya su modernización:

Usase todavía en Tierradentro la tabla cuadrilonga sembrada de piedrecitas silíceas o asperon, en que se ralla la yuca. También se hace de Lebisa, aforrorándose la tabla con el pellejo áspero de este pez; pero hoy generalmente se usa en toda la Isla el de hoja de lata.[17]

En determinadas zonas del país se le sigue denominando jibe al colador o al cernidor. El referido lexicógrafo lo define como:

Especie de Cedazo o Tamiz. En Tierradentro se conserva todavía mui en uso la voz indígena, refiriéndose principalmente al tejido con Guano o hecho con la tela que produce el Coco arriba. Muchos se manufacturan de los primeros. Tiene también su acepción metafórica para ponderar una cosa muy agujereada, cortada &c.[18]


La alimentación

En los hábitos alimentarios, tanto el uso de tostar el maíz o el boniato entre cenizas ardientes, como el consumo del casabe[19], el empleo popular de la yuca salcochada y el ajiaco con las lógicas variaciones en su confección, son parte de la herencia cultural aborigen. Ya en el siglo XIX el ajiaco se encuentra transculturado a la dieta común de la población, especialmente del campesinado. Aparece descrito como:

Comida compuesta de carne de puerco, o de vaca, tasajo, pedazos de plátano, yuca, calabazas &c. con mucho caldo, cargado de zumo de limón y Ají picante. Es el equivalente de la olla Española: pero acompañado del Casabe y nunca de pan: su uso es casi general, mayormente en Tierradentro; aunque se escusa en mesas de alguna etiqueta.[20]

El ajiaco guarda tanta importancia para la cultura alimentaria como en su significación simbólica de fusiones y mezclas, que sabiamente Fernando Ortiz identificó la formación multiétnica del pueblo cubano con ese sustancioso plato indígena.[21] Actualmente, aunque sigue confeccionándose el ajiaco, por la inevitable influencia de los medios de comunicación masiva, especialmente de la TV, muchos le denominan "caldosa" aunque los ingredientes son los mismos.

El consumo habitual de frutas de estación cuyas denominaciones son indígenas como anón, guanábana, guayaba, mamey, papaya, forman parte de las tradiciones alimentarias de la población, tanto de manera natural como en la confección de postres.

Todavía se conoce, como parte de las tradiciones culinarias populares el cusubé, denominación identificada por múltiples autores como aborigen[22] y consiste en un "Dulce seco, hecho de harina de Yuca (Almidón) en panecillos o porciones que llaman Bollitos, con agua y azúcar y a vezes [sic] amasada con huevos. Algunos dicen Cusubei".[23]


Artes de pesca

Durante el trabajo de campo que se efectuó en todo el territorio nacional para la realización del Atlas etnográfico de Cuba,[24] salió a la luz el empleo del arte denominado guacán o bubacán. En 1982 el etnólogo Eduardo Alexandrenkov observó en Santiago de Cuba el empleo de una red muy peculiar para capturar "careyes machos" que los pescadores denominaban guacán, posteriormente Pablo L. Córdoba Armenteros observó artes similares con el mismo nombre en Cayo Damas, municipio Chivirico, provincia Santiago de Cuba; en Cabo Cruz y Niquero, provincia Granma; en Santa Cruz del Sur, provincia Camagüey; en Cortés, en la Coloma y en Arroyos de Mantua, provincia Pinar del Río, así como en Cocodrilo, antiguo poblado de caimaneros, conocido por Jacksonville, en la Isla de la Juventud. Este tipo de arte también se registró con la denominación de bubacán en Salinas de Baitiquirí, municipio San Antonio del Sur, Jauco y Baracoa, provincia Guantánamo y en Gibara, provincia Holguín.

La pieza que apareció en Gibara fue descrita de la manera siguiente:

Es una red de 6 brazas de longitud y 5 brazas de profundidad, con una sola cuerda o tralla en la parte superior, con hoyas redondas de bagá, la que era 8 brazas mas larga que la red, a la que se le ataba un señuelo de madera que simulara una tortuga, con sus paticas, se le hacían conchas, y se quemaba para que cogiera un color, y de pareciera más. A la red en su parte inferior se le ataban 10 o 12 piedrecitas. Se sujetaba al fondo por un solo bajante, formando por tres vientos, lo que permitiría que la red girara con los movimientos de la dirección de las olas. Se empleaba para la captura del carey macho.[25]

Otra pieza de larga data como evidencia taína[26] es el corral para peces aparecido en el puerto de Baracoa, Guantánamo en 1988. De acuerdo con la observación realizada:

El corral está compuesto por una barrera transversal y una trampa en forma de círculo, cuya entrada peculiar para este tipo de arte, está formada a su vez por dos semicírculos. Este entrada se sitúa de frente a la costa. Tanto la barrera como la trampa se construyen de restos de patabán (Laguncularia racemosa) o mangle colorado (Rhisophera mangle) clavados en el fondo del río o estero y una estera de rajas de caña brava (Bambusa vulgaris) de unos 6 ó 7 mm aproximadamente de ancho cada una. Las uniones son hechas con cordel de majagua (Ribicus elatus). Su altura es de unos 3 m, aunque los postes principales son un poco más altos. La longitud de la barrera varía de acuerdo con el ancho donde se construya, mientras el diámetro de la trampa es de unos 3 m. Posee una exclusa, que es abierta durante la marea alta para que penetren el lobrancho (Mugil Liza), la lisa de abanico (Mugil trichedon) y otras especies del grupo de las lisas. La barrera impide que los peces pasen de nuevo al lado exterior de este peculiar corral, y andan sin cesar, hasta encontrar la entrada de la trampa, de donde son extraídos con un jamo.[27]

La costumbre de cuabear como forma particular de capturar peces, crustáceos y batracios con un trozo de cuaba[28] encendida y el empleo del guamo o cobo como medio de comunicación fueron asimilados y empleados principalmente en el medio rural.

Estas piezas y sus modos de empleo son evidencias indiscutibles del legado indígena a las artes de pesca cubanos.

De manera muy resumida, la presencia de elementos aborígenes en la génesis de la cultura cubana y en la formación inicial de su población poseen una singular significación para el estudio etnodemográfico de Cuba. Esta antigua herencia cultural ya forma parte de la vida habitual de los cubanos, aunque no siempre se tenga plena conciencia de todos sus detalles y variaciones en el tiempo.





    Notas

    1. Véanse "Cinco siglos después del genocidio", en Revolución y Cultura, no. 74, La Habana, 1977: 58-61; "Hacia un enfoque sistémico de la cultura cubana", en Revolución y Cultura, no. 90, La Habana, 1980: 35-40; "Etnicidad cubana y seres míticos populares", en anuario Oralidad, no. 4, La Habana, 1992: 58-66; "Aspectos etnodemográficos de la nación cubana: problemas y fuentes de estudio", en Eres (Arqueología), vol 4, no. 1, Santa Cruz de Tenerife, 1993: 37-54; y en Debates Americanos, no. 3, La Habana, enero-junio de 1997: 11-22; "Presencia aborigen en la etnogénesis cubana", en Revista cubana de ciencias sociales, no. 27, año IX, enero-junio de 1992: 123-130; y "Componentes étnicos indoamericanos", en Componentes étnicos de la nación cubana, 1996: 13-24.

    2. García del Pino, César. El corso en Cuba. Siglo XVII, La Habana, 2001: 144.

    3. García del Pino cit. Carta del Obispo D. Juan García de Palacios a Carlos II, febrero 22 de 1682, Ob. cit.: 180.

    4. Ibídem: 209.

    5. Véase Vega Suñol, José; René Navarro Fernández y Joaquín Ferreiro González. "Presencia aborigen en los archivos parroquiales de Holguín", en Revista de Historia, año II, no. 4, Holguín, octubre-diciembre de 1987.

    6. Véase la reciente exposición fotográfica de Julio A. Larramendi, Legado aborigen, inaugurada el 25 de junio del 2003 con motivo del centenario del Museo Antropológico Montané de la Universidad de La Habana, con una muestra de los habitantes del Municipio Manuel Tames en la Provincia Guantánamo, descendientes de la población indígena cubana.

    7. Véase Las lenguas indígenas de América y el español de Cuba, t. I, La Habana, 1991: 70-72.

    8. Valdés Bernal, Sergio cit. Arrom, "El nombre de Cuba", en Anuario LL, no. 27/28, La Habana, 1996-1997:158.

    9. Ibídem: 158.

    10. Véase Guanche, Jesús. "Vivienda y construcciones auxiliares rurales", en Cultura popular tradicional cubana, La Habana, 1999:63-75. (Este libro incluye los textos relativos a la versión digital del referido Atlas).

    11. Pichardo, Esteban. Diccionario provincial casi razonado de vozes [sig.] y frases cubanas, La Habana, 1976: 80.

    12. Rivero de la Calle, Manuel. Las culturas aborígenes de Cuba, La Habana, 1966: 164.

    13. Ortiz, Fernando. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, La Habana, 1973: 131-132.

    14. Ob. cit.: 321.

    15. Ibídem: 155.

    16. Ibídem: 341 y 343.

    17. Ibídem: 311.

    18. Ibídem: 354.

    19. Véase Alexandrenkov, Eduardo y Arístides Folgado. "El casabe", en Anuario de Etnología, 1988, La Habana, 1989: 36-49.

    20. Pichardo, Ob. cit.: 42.

    21. Véase Ortiz, Fernando. "Cuba es un ajiaco", en El Nuevo Mundo, La Habana, marzo 30, 1941: 2 y 7.

    22. Valdés Bernal refiere diez autores, en Las lenguas...: 183-184.

    23. Pichardo, Ob. cit.: 203.

    24. Versión en CD-ROM, La Habana, 2000.

    25. Comunicación personal de J. Fernández a Pablo L. Córdoba Armenteros. Pesca indocubana. De guaicanes, guacanes, bubacanes y de corrales de trata, La Habana, 1995: 4.

    26. Recordemos que Fray Bartolomé Las Casas observó este tipo de corral en lo que actualmente es el Puerto de Jagua en Cienfuegos cuando relataba a principios del siglo XVI: "es tanta la multitud de pescado que en él hay, mayormente lizas [sic.], que tenían los indios dentro del mismo puerto, en la misma mar, corrales hechos de cañas hincadas, dentro de las cuales estaban cercadas y atajadas 20, 30 y 50 000 lizas, que una de ellas no se podía salir, de donde con sus redes sacaban las que querían y las otras dejábanlas de la manera que las tuvieran en una alberca o estanque", Obras escogidas, Madrid, 1958: 315.

    27. Comunicación personal de Bernate Romero a Pablo L. Córdoba Armenteros. Ob. Cit.: 7.

    28. Aunque hay varias especies del género Amyris, la que arde muy bien es la cuaba blanca (Amyris balsamifera Lin). Véase Roig, Juan Tomás. Diccionario botánico de nombres vulgares cubanos, t. I, La Habana, 1965: 332-333.


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