Cuba

Una identità in movimento

Santuario de San Lázaro

Ana Lucía Ortega Alvarez



Lluvioso o seco. Frío o cálido. No importa de qué forma se presenta en Cuba un 16 de diciembre. Ese día nada impedirá a los fieles devotos de San Lázaro marchar en procesión hacia el hierático pueblo habanero de Rincón, donde se venera desde hace ya muchos años a este poderosísimo santo. Allí los sorprende siempre la mañana del día 17. Las dos jornadas se convierten en sólo una por obra y gracia de la arraigada devoción: la víspera y el día de San Lázaro. Es un ininterrumpido y nutrido peregrinar que se inicia en horas de la tarde y no languidece hasta muy entrada la noche del siguiente día, en el cual, por única ocasión en el año, se saca de su refugio en la sacristía la efigie de San Lázaro de las muletas que antiguamente estaba situada en el altar de las ofrendas y se coloca junto al manantial de agua bendita que fluye de la gruta situada en los jardines laterales del santuario. Todo el césped que rodea los pies del santo se cubre de un manto áureo de monedas por este solo día, mientras los rezos, las plegarias y los votos de agradecimiento saturan el éter, confundiéndose con los aromas amalgamados de las flores y la cera derretida. Según aseveración popular, la fuerza de este santo se constata en que ha sido ésta la única procesión que Fidel Castro no ha podido prohibir.

La imagen de San Lázaro que veneran los cubanos en sus hogares es una burda escultura de yeso pintada a mano a la que casi siempre se le parte la cabeza por el cuello. Y no es casualidad. Dicen que tiene que ser así. éste es el San Lázaro de las muletas, cuyo cuerpo semidesnudo y saturado de llagas va ataviado con un ajado trozo de tela que cubre sólo las vergüenzas mientras dos perros lazaretos que le acompañan lamen sus heridas. Aunque el nombre de este Lázaro no aparece en el santoral, por espacio de muchos años ocupó el lugar de honor en una capilla lateral del santuario que rebosaba de ofrendas. Un día el capellán monseñor Apolinar López se percató del error, pero ya era imposible rectificar. Y las mismas hermanas de la Caridad que se ocupaban de adornar el nicho de San Lázaro Obispo que aún se halla en el altar mayor del templo, cubrieron el cuerpo maltrecho del otro Lázaro con un mantón de color escarlata adornado con bordados. Las muletas y los perros desaparecieron y en cambio apareció un halo de oro sobre la cabeza de la imagen que, según cuentan, se realizó fundiendo los milagros del metal precioso dedicados al propio santo. También se le edificó un altar presidido por las virtudes teologales y una urna cristalina para guarecerlo. Todavía hoy en altar de San Lázaro Milagroso, como se le designa, es el más concurrido. Ubicado en la nave de la izquierda, a la entrada de la iglesia, ocupa una posición privilegiada. El dorado se destaca en su decoración barroca, donde elaboradísimas columnas y capiteles se dan la mano con imágenes de ángeles.

Hoy por hoy, el santuario de San Lázaro en Rincón es una sencilla iglesia de sobria decoración que no responde a un estilo arquitectónico definido. La edificación de mampostería posee una torre central rematada por una cruz, con esquinas formadas por columnas adosadas y terminadas en simples capiteles. Su parte frontal exhibe tres campanas ubicadas bajo tres arcos de medio punto. Encima de este campanario, y en el centro de la torre, un reloj de forma circular. Debajo, un friso frontal con un tragaluz cuyo cristal forma una cruz.

La fachada del templo tiene tres entradas con arcos de medio punto y puertas coronadas con cristales sujetos con simples travesaños de madera. Alternando con las puertas hay cuatro ventanas también de madera culminadas en pequeños arcos de medio punto donde pulula el cristal. Dos faroles de hierro labrado prendidos a columnas adosadas a la pared escoltan la puerta principal de la iglesia. Los laterales del edificio con exactos. En ambos reaparecen puertas y ventanas con estructuras similares a las del cuerpo central.

En su interior, originalmente esta iglesia poseía una planta en forma de cruz latina, desaparecida a raíz de una ampliación sufrida a principios de la década de los noventa. Constaba por tanto de una nave central de techo abovedado con dos pequeños laterales. En la derecha existe actualmente un sencillo pero entrañable altar consagrado a la Virgen de la Caridad del Cobre con una bella imagen de la patrona de Cuba, y en el espacio contiguo a esta primitiva nave se ha colocado un altar de madera policromada y estilo gótico donde se hallan, de izquierda a derecha, las efigies de Santa Magdalena, la Virgen Dolorosa, el Calvario de Cristo, San Juan Evangelista, Rafael Arcángel y Santa Martha. Mientras, en la prolongación de la nave izquierda, se encuentra, como ya se ha expresado, el altar de San Lázaro Milagroso.

La nave central de esta iglesia posee cuatro columnas angulosas de sostén o carga, que se corresponden con otras iguales ubicadas en las naves laterales. De estos últimos pilares cuelgan pequeños retablos de madera policromada con la representación del Cía Crucis. Todo este espacio iluminado por tres lámparas de bronce bellamente elaboradas es lo primero que se visualiza luego de haber traspasado el umbral de la puerta principal del santuario. Detrás, y por encima de la entrada, habrán quedado el coro apertrechado tras una balaustrada de concreto y la escalera de hierro en forma de caracol que conduce directamente al campanario. Enfrente, precedido por una balaustrada de mármol, se halla el altar mayor.

El altar mayor está situado justamente debajo de la cópula de la iglesia, que exhibe cuatro tragaluces alargados confeccionados con cristales de colores geométricamente distribuidos y terminados en pequeños arcos. Otros cuatro tragaluces similares a éstos conforman lo que constituye el centro de la cúpula. Este altar de estilo gótico es un derroche de madera policromada donde el dorado se erige en vencedor. Seis imágenes componen este escenario bíblico: San Lázaro Obispo situado al centro y de izquierda a derecha están el Sagrado Corazón de Jesús, la Milagrosa, San José con el niño Jesús Crucificado y a los pies de ella está el sagrario.

Un gótico más humilde se adueña de la madera policromada que da cuerpo a sendos altares en dos capillas que escoltan al altar mayor. La de la derecha cobija a Santa Lucía presidiendo el altar y las efigies de San Juan Bosco, la Virgen de Regla y San Antonio de Padua. Mientras, la capilla de la izquierda tiene a Santa Bárbara centrando la atención de la infinidad de fieles que colman cada rincón de este santuario, y además las figuras de la Virgen de las Mercedes y de San Vicente de Paúl.

Visitar hoy el santuario de San Lázaro en Rincón podría considerarse una aventura en la que el viajero se adentra en un paisaje rural dominado hasta en los detalles más nimios por la mística de la devoción a este santo. Por el camino, cada casa, cada jardín e incluso algún que otro recodo de una acera, albergan altares de mampostería y cristal donde se venera con multitud de flores y velas encendidas al sufrido Lázaro de la parábola de Cristo. Los medio de locomoción existentes en la zona son tan variados como escasísimos. Pos los dos kilómetros de carretera que separan a Santiago de las Vegas de Rincón se deslizan desde ómnibus del transporte público, motocicletas, automóviles y camiones hasta bicicletas y carretones alados por caballos y yeguas. Por los últimos hay que guardar hasta colas y lucen decoraciones que muestran el arte de un pueblo jocoso cuyas esperanzas están cifradas en su propia idiosincrasia enérgica y emprendedora. Todo está permitido, incluso que algunos paseantes, transeúntes de cunetas – la mayoría del gentío en la víspera del día de San Lázaro – recorran el camino andando por exigencias de sus promesas al santo.

Y es esa inmensa fe al milagroso Lázaro la que ha hecho posible que hoy exista este templo, edificado según la idea primaria como sostén espiritual del hospital para los enfermos de lepra.

El primer atisbo de esta enfermedad en Cuba surge a principios del siglo XVII. Un informe del 17 de enero de 1613 refleja la denuncia al Cabildo de la Habana por parte de algunos vecinos de esta ciudad de la existencia de cuatro o seis leprosos que andan deambulando.

Ante la evidencia, el Cabildo destina para los "tocados del mal de Lázaro" un bohío ubicado en la celta de Juan Guillén, lugar bastante aproximado al sitio donde actualmente está el parque Maceo en la ciudad de La Habana. El barracón de marras, al parecer, resulta insuficiente al cabo de cierto tiempo y se hace necesario edificar otros para refugio de mayor cantidad de personas aquejadas de la terrible enfermedad, evitando así su programación. En 1661, transcurridos casi cincuenta años de aquel primer informe, los leprosos y sus cuidadoras, las hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, se trasladan a un lugar más confortable gracias a la buena fe del señor don Pedro Alegre, quien dona su estancia Los Portones.

A petición de los mismos enfermos, el Cabildo aprueba la erección de un hospital en 1708, pero esta obra no puede concluirse hasta 1781. Sin embargo, es éste el edificio que perdura hasta la llegada del siglo XX. La iglesia de San Lázaro ocupa entonces el centro del leprosorio, sobresaliendo considerablemente por encima del mismo. Una estupenda torre cuadrada, constituida por tres cuerpos, emerge por encima de la nave central de este templo que, al igual que su sucesora, cuenta con una planta en forma de cruz latina donde las capillas laterales destinadas a los enfermos se localizan en los brazos, mientras en la cabecera de la cruz están el altar mayor y el presbiterio. Los oficios religiosos están a cargo de don Juan Pérez de Silva y Rebolledo.

Muy pronto la iglesia y el hospital tienen que ser trasladados fuera de los límites de una capital que crece en espacio y número de habitantes. Para construir dos nuevos edificios, el 26 de enero de 1916 se decide la compra de unos terrenos ubicados en as afueras del pueblo del Rincón, en la carretera que conduce a la localidad de San Antonio de los Baños. La finca se llama Dos Hermanos y las obras constructivas se inician el 24 de julio del mismo año. Aún sin agua ni luz, con unos pocos pabellones, el nuevo leprosorio es estrenado a principios de 1917 a pesar de la negativa de los enfermos, que permanecen confinados desde diciembre en unos viejos barracones empleados por el gobierno español para mantener a los inmigrantes en cuarentena.

Fue entonces que la caridad cristiana comenzó a jugar el papel preponderante en al conclusión de esta obra, pues gracias a las contribuciones de los devotos de San Lázaro, entre los cuales hay que destacar el capellán monseñor Apolinar López, aquel hospital estuvo al cabo del tiempo acompañado de una iglesia, amén de otras instalaciones utilísimas. La construcción del altar mayor se inició alrededor de 1918. Realizando en nogal, con toques de oro, recibió la antigua efigie de San Lázaro Obispo que estuvo situada en la iglesia del primitivo hospital para leprosos de La Habana y que aún hoy preside el santuario del Rincón. Lamentablemente, este altar gótico sufrió los efectos de una plaga de termitas y posteriormente fue aplastado por la cúpula del templo, que cayó derribada por el ciclón de 1926.

Gracias a las dádivas de algunas familias adineradas, el santuario sustituyó con cinco lámparas eléctricas la antigua iluminación con velas. La capilla de la Comunidad de las Hijas de la Caridad también recibió como obsequios una talla realizada en madera de caoba representando al Sagrado Corazón de Jesús y una efigie de San Vicente de Paúl, ambos decorados con oro de 22 kilates.

La torre del santuario fue edificada por el año 1920. Su coste fue calculado en unos tres mil dólares aproximadamente, mientras que el valor de las campanas ascendió a 1.500. Ambas facturas fueron satisfechas por donaciones de una rica familia devota de San Lázaro, las señoras Muñoz. A ellas se debieron en lo fundamental las posteriores reformas en el templo e, incluso, cuando el intenso huracán de 1944 causó irreparables daños en la torre, las ventanas y la cúpula del edificio, monseñor Apolinar López solicitó los favores de estas distinguidas damas para que apostasen el capital necesario en la reconstrucción. En esta oportunidad la donación alcanzó un monto de 5.000 pesos, aunque ya mucho antes, en 1922, la señora Mercedes Muñoz posibilitó que la balaustrada de cemento del comulgatorio fuera elaborada en mármol, al igual que los suelos de mosaicos del presbiterio. Asimismo, esta feligresa ordenó la erección de un altar ejecutado en cedro y valorado en unos 1.000 pesos para colocar en él la efigie del San Lázaro Milagroso, por cierto, la misma que había estado en el antiguo hospital.

El santuario de San Lázaro en Rincón se considera hoy día uno de los más relevantes centros religiosos de la Isla de Cuba. La devoción que el pueblo cubano profesa a este santo, bautizado por las creencias sincréticas como Babalú Ayé, ha elevado a esta pequeña iglesia nacida para el auxilio espiritual de los enfermos de lepra a la categoría de templo afamado, que recibe la visita de creyentes y ateos de toda la nación.


Tomado de: ANA LUCíA ORTEGA ALVAREZ, Iglesias de Cuba, Madrid, Agualarga Editores, S.L., 1999

Página realizada por: Karina Somonte Rodríguez


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