Cuba

Una identità in movimento

Una breve mirada a la inmigración judía en Cuba

Caridad Fernández Valderrama



La etapa colonial

La presencia judía en Cuba, se constata desde la propia llegada del Almirante Cristóbal Colón, pues le acompañaron en la conquista del Nuevo Mundo, ya fuese reconocidos o encubiertos. Ortiz hace referencia a que entre los múltiples comentarios que suscitaba el descubridor, se encontraban aquellos que lo señalaban como perteneciente a este grupo social, aunque consideraba que no existían pruebas contundentes para realizar semejante afirmación (Ortiz: 1975, 422). Claro que, no faltan autores como S. Madarriaga (1950, 576) y P. Link (1974, 8), quienes aseguran que la familia del descubridor emigró de España a Italia, tratando de eludir la fuerza del Santo Oficio, cuyo poder excedía a menudo al de los reyes y los papas mismos. Durante varias generaciones la Inquisición exigió el total abandono del judaísmo y la práctica absoluta de la religión cristiana, o la muerte.

Don Fernando Ortiz estimaba que no existían pruebas contundentes para realizar semejante afirmación, sin embargo, a su aguzado espíritu investigativo no escaparon las circunstancias que pudieran haber posibilitado la aparición de tamaña idea, pues a la sazón no eran pocos los judíos que vivían en Italia y demás países del Mediterráneo, fieles a la sinagoga o conversos, o criptojudíos, aislados en juderías o aljamas o casados con cristianas (Ortiz: 1975, 422).

Estas razones muy bien pudieran haber generado este tipo de habladurías, entre personas que deseaban alcanzar un poco de la gloria de Colón, aunque fuese tan sólo por pertenecer al mismo pedazo de tierra.

Lo cierto es, que aún cuando el descubridor de América no se proclamaba converso, mantuvo relaciones con diferentes cristianos nuevos o marranos, muchos de ellos se encontraban asociados a la corte de Aragón y ayudaron a financiar el primer viaje del Almirante. Entre los personajes más importantes que se involucraron en tan peligrosa empresa, se encontraba Luis Santangel (canciller real), Gabriel Sánchez (tesorero real), el superintendente del descubridor, Rodrigo Sánchez (pariente del tesorero). En la tripulación tenía a Mestre Bernal el médico, a los marineros Rodrigo Sánchez, Alonso de la Calle, Rodrigo de Triana, Juan Cabrera, y al políglota Luis de Torres, todos eran cristianos nuevos. Sólo quedaron huellas de este último — señala P. Link —, pues se le concedieron tierras en Cuba y se radicó en ellas (Link: 1974, 9).

En 1512, Diego Colón enviaría una carta a su rey, en la cual expresaba que en las Antillas había "muchas doncellas de Castilla conversas", así como también esclavas blancas judaicas ya bautizadas; éstas habían sido traídas a las islas para que se casaran con pobladores cristianos; una de ellas fue Catalina Suárez que contrajo matrimonio en Cuba con su raptor, el célebre Hernán Cortés (Ortiz: 1975, 422). De este modo se aprecia que ya desde el siglo XVI, no sólo vivían hombres sino además mujeres judías. Entre las más ilustres que eran de estirpe de conversos, y desarrollaron su vida social en la isla, se encontraba Doña Isabel de Bobadilla, la que fue por un tiempo gobernadora insular, cuando su esposo marchó hacia la conquista de la Florida.

A la altura de 1580, arribaron al Archipiélago cubano, muchos profesantes de la fe mosaica, provenientes de Portugal, por esta razón al calificar de portugués a un individuo se le anteponía el nombre de judío, pues en el lenguaje popular eran considerados como sinónimos. Con independencia de su país de procedencia desempeñaron un importante papel en el desarrollo económico durante los siglos XVI y XVII, lo que se patentizó en los principales renglones comerciales en los cuales se desarrollaron, como el azúcar, el tabaco y las maderas preciosas, entre otros.

La vida de estas personas no estuvo exenta de persecuciones en América Latina, pero el tratamiento que se le dispensó, por lo general, fue más tolerante que en el Viejo Mundo. En el caso de Cuba desde las etapas iniciales de la época colonial, se aprecia una población subyacente, no declarada como judía, por temor a los juicios inquisidores a los que se exponían los vecinos de La Habana, pues las riquezas, más que las creencias religiosas de los individuos acusados, constituía el principal motivo de preocupación de la audiencia inquisidora. A modo de ejemplo se puede citar la sentencia dictada contra Francisco Gómez de León, vecino de La Habana, por mantenerse heroicamente en su fe mosaica. Este fallo lo condenó a cadena perpetua, a remar en galeras y a la confiscación de todos sus bienes (Ortiz: 1975, 427).


La etapa neocolonial

Las numerosas interdicciones dictadas por los monarcas españoles al establecimiento de los judíos y los cristianos nuevos en sus colonias, no tuvieron la efectividad esperada, pues aquellos que decidieron probar suerte en el Nuevo Mundo, idearon profusas artimañas para evadirlas, como el soborno de las autoridades cubanas, o cualquier otro tipo de subterfugio, como cambiarse los apellidos. Posteriormente estas circunstancias conllevaron a que la tarea de identificar a los colonos judíos en la isla se convirtiera en un empeño harto difícil. Por primera vez España autorizó la entrada de judíos a su colonia cubana en 1881, aunque ello no significó que les permitiese profesar su fe, pues España había declarado como única religión oficial a la católica.

Los judíos se involucraron en el conflicto bélico al lado de los mambises, también participaron como soldados de las tropas interventoras norteamericanos y otros muchos prestaron su ayuda material y moral como Horacio Rubens, abogado judío y miembro de la Junta Revolucionaria Cubana de New York (Weinfeld: 151 a 165).

Como es conocido, la soberanía no se pudo alcanzar plenamente, pues la intervención estadounidense, le arrebató el triunfo revolucionario a las huestes insurgentes cubanas. Con el propósito de apoderarse totalmente del Archipiélago, el Imperio norteamericano estableció su primer modelo neocolonial, cuya estructura llevó implícita entre otros elementos, la separación Iglesia-Estado, estableciéndose decretos y órdenes militares que pautaban aspectos como el matrimonio civil y la legalización de expresiones religiosas no católicas, principalmente protestantes (Ramírez: 1990, 45).

La mayoría de los emigrantes judíos — asegura R. Levine — especialmente de los Estados Unidos y Europa Oriental, que llegaron a Cuba a finales del siglo XIX y principios del XX aspiraban a alcanzar los ingresos monetarios que no encontraron en sus países originarios, y les permitiese ascender en la escala social. Eran años de crisis y los judíos sufrían doblemente porque las leyes antisemíticas restringían las posibilidades de empleo para ellos (Levine: 1991, 29).

Indudablemente este factor económico, al cual se le unió el decreto sobre la libertad de culto, que favorecía a los judíos practicantes (puesto que solamente podían profesar sus creencias al abrigo de su hogar) constituyeron elementos decisivos para el fomento de la comunidad judaica contemporánea, al término de la Guerra de Independencia Cubana de la Metrópolis Colonial Española.

En las etapas iniciales estuvo representada por un espectro de pequeñas agrupaciones separados por diferencias culturales, idiomáticas y religiosas. A pesar de ello se puede plantear que estaría constituida básicamente por tres grupos: los Judíos Americanos, los Sefarditas y los Ashkenazis.


Los Judíos Americanos

En el año 1904 se efectúan los primeros servicios religiosos judíos. Dos años más tarde en agosto de 1906, once de los judíos procedentes de los Estados Unidos que llegaron a Cuba establecieron la primera sinagoga: la United Hebrew Congregation, la cual sobrevivió hasta mediados de 1960. Los servicios religiosos se efectuaban en idioma inglés, siguiendo el movimiento de reforma liberal, establecido en las instituciones norteamericanas.

Muchos de esos primeros miembros habían nacido en Rumania, antes de llegar a Cuba, ya habían emigrado hacia los Estados Unidos de Norteamérica y se habían naturalizado allí. Otros descendían de alemanes, y de judíos originarios de los países Centro Europeos. Llegaban en busca de ventajas económicas que les permitiesen amasar una fortuna, y se unieron al grupo de soldados yanquis que después de la guerra con España habían permanecido en el territorio (Corrales: 1999, 501).

Algunos de los integrantes de este grupo desempeñaron funciones públicas importantes, tal es el caso Frank Maximilian Steinhardt, nacido en Munich en 1864, se enroló en el ejército norteamericano, en 1902 llega a Cuba como sargento, posteriormente fue nombrado Cónsul General hasta 1907. A través de un préstamo facilitado por el Arzobispado de New York compró la Compañía de Electricidad de La Habana, y la de Transporte Urbano. Hasta su muerte fue presidente de las mismas, así como también de la Cervecería Polar, entre otros negocios.

Estos judíos americanos constituyeron una élite acomodada de unas 200 familias, dueñas o representantes de grandes empresas comerciales e industriales, que vivían en plena integración socioeconómica con las clases altas cubanas, (Corrales: 1999, 501). Al triunfar la Revolución Socialista con las radicales medidas tomadas por el Gobierno revolucionario al calor de las cada vez más serias confrontaciones con el Imperialismo Estadounidense, vieron afectadas sus propiedades al igual que el resto de la burguesía cubana, esta situación motivó que ingresaran en su totalidad al grupo de ciudadanos que abandonaron el país en la etapa inicial del proceso revolucionario.


Los Sefarditas

Ricardo Davey al tratar las condiciones que precedieron a la Guerra de Independencia Cubano-Española afirmaba, que los judíos en Cuba escasamente sumaban unos quinientos, mayoritariamente eran de origen español y dedicados al comercio. En el período que abarcó los años 1908 hasta 1917, como consecuencia de la Revolución de los jóvenes turcos, la Guerra de los Balcanes y los prolegómenos de la primera Guerra Mundial, se produce la mayor parte de la inmigración sefaradita (Corrales: 1999, 501).

Por lo general se vinculaban a las actividades comerciales. Marcus Matterin afirmaba que en las primeras décadas de su llegada en el siglo XX se dedicaron casi exclusivamente a ser vendedores callejeros (Matterin: 1969: 12). A diferencia de los judíos europeo-orientales que generalmente habían sido muy pobres en sus países de origen, algunos de ellos fueron propietarios de prósperos negocios en sus respectivas naciones. Abrieron tiendas adyacentes a los centrales azucareros, así como también en los centros urbanos provinciales, por lo que muchos de ellos llegaron a acumular riquezas (Levine: 1991, 40). Usualmente este tipo de emigrante sefardí, no afrontaba grandes dificultades para integrarse a la vida social, pues procedía de tierras cuyo clima no difería tanto del cubano y su lengua, el Ladino , poseía una fuerte afinidad con el idioma español, lo que hacía más viable el aprendizaje de las costumbres y normas de comportamiento en el nuevo hogar.

En noviembre de 1914, un grupo de sefaradíes en la Habana estableció la Unión Israelita Chevet Ahim (Weinfeld: 1951, 165) con el objetivo de brindar asistencia mutualista en tierra extranjera. El edificio enclavado en el municipio Habana Vieja tuvo que ser abandonado por el estado de deterioro en que se encontraba, ahora espera su futura reparación para convertirse en museo de la vida judía.


Los Ashkenazis

Otra significativa fuente de inmigrantes judíos hacia Cuba fueron los procedentes de Europa Central, quienes "no fueron atraídos por las riquezas de la isla, ni por su belleza tropical. Vinieron porque en la época que seguía inmediatamente a las restricciones de inmigración en América (1921), había facilidad para inmigrar por la vía de Cuba. Hasta 1924, un año de residencia en Cuba bastaba para obtener el permiso de trasladarse definitivamente a los Estados Unidos" (Weinfeld: 1951 a, 165).

Los ashkenzis llegaron a Cuba en el periodo crítico de la "danza de los millones, en el peor momento para intentar imbricarse en nuestro contexto económico y social. …Como consecuencia de las restricciones inmigratorias de Estados Unidos a partir de las Leyes de Cuota de 1921 y 1924, comienza en gran escala la entrada al país de los judíos, de un grupo de hombres que carecían de vinculación política con el pasado nacional y que no repatriarían sus ahorros, de un grupo que marcaría con su sello particular el quehacer mercantil de la isla en los próximos 35 años (Corrales: 1999, 501-502).

Por lo menos 7.000 judíos emigrantes desembarcaron entre 1921 y 1923, en Cuba y se calcula que unos 20.000 en 1924. Este grupo social consideraba a la isla como un hogar temporal en el que aguardaban hasta lograr su residencia definitiva en los Estados Unidos (Levine: 1991, 31). Es claro que el flujo migratorio hebreo en el país se veía poderosamente influenciado por los cambios en el régimen migratorio estadounidense. De este modo se aprecia que aumentaba o disminuía el número de inmigrantes, de acuerdo a las restricciones implementadas por esta política migratoria.

A pesar de que originariamente, muchos de ellos no tenían intenciones de residir en el Archipiélago, con el pasar del tiempo decidieron permanecer, puesto que aquí encontraron oportunidades para realizar negocios, o de trabajo (Weinfeld: 1951 a, 165) y en general resultaba un lugar placentero y amistoso. Un grupo de esos europeo-orientales fundó la Congregación Adas Israel, en Ciudad de La Habana, la cual ha permanecido siendo ortodoxa desde su surgimiento hasta la actualidad.

La mayoría de los judíos europeo-orientales desembarcaban en La Habana, pero cerca de un 10% lo hacía por otros puertos y por lo general se establecían en los pueblos y ciudades como Santiago de Cuba, Guantánamo y Camagüey. Aproximadamente el 85 por ciento de todos los ashkenazis eran varones, casi todos solteros y hablaban el idish. Sólo una quinta parte estaba constituida por trabajadores calificados, el resto eran artesanos pobremente entrenados (Levine: 1991, 34).

Los que arribaron después de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución de Octubre no encontraron facilidades para entrar a los Estados Unidos, por lo que tuvieron que dirigirse a diferentes países de América Latina. Fundamentalmente se asentaron en Brasil y Argentina. Siempre consideraron a la isla como un lugar de tránsito y la escogían para vivir sólo cuando otras puertas se cerraban.

Usualmente la emigración judía hacía a Cuba, debía realizar una serie de trámites engorrosos y lentos. En primer lugar debía escribir al contacto en Cuba, quienes eran las personas encargadas de tramitar una declaración jurada, o una reclamación en la que se comprometía a proteger al recién llegado. A cambio, éste estaba obligado a trabajar para su protector bajo cualquier circunstancia. Virtualmente casi todos los recién llegados a La Habana, venían directamente de Tiscornia, a través de la compañía Cuba´s Ellis Island. El resto entraba por pequeños puertos. En la mayor parte de las ocasiones se vieron obligados a pagar fuertes gravámenes para acelerar el trámite migratorio pues no conocían los mecanismos del mismo, ignoraban completamente que en Cuba se permitía la estancia poco después del desembarco.

A pesar de la actitud condescendiente de los cubanos hacia los emigrantes, ya fuese judío, español, asiático o cualquier otro, y la carencia de una abierta discriminación, la vida del emigrante frecuentemente fue azarosa.

Un total de 24.000 personas aproximadamente el 5% de la población judía de Norteamérica residían en Cuba por los años 1924. Un vicecónsul norteamericano declaró que habían entrado 14.000 emigrantes a los Estados Unidos a través de Cuba durante el año 1920 y muchos de ellos de forma ilegal. Por esta razón las autoridades estadounidense consideraron que esta migración atentaba directamente a las estipulaciones establecidas al efecto.

Realmente se desconoce la cantidad exacta de judíos que se establecieron definitivamente en Cuba, pues la abrumadora mayoría solicitaba la residencia en los Estados Unidos por aquellos años y el cálculo se realizaba mediante estimaciones burdas realizadas por agencias que representaban pequeñas entidades dentro de la comunidad judía, ya fuera las instituciones Sefaradíes, Americanas o Ashkenazis, aunque las mismas permanecían completamente separadas entre sí.

El flujo migratorio judío bajó considerablemente entre los años 1925 al 1935, de este modo la colonia era de unas 5.000 personas, aproximadamente la misma cantidad que existía en el 1917. Hacia el final de los años 20, la repercusión de la crisis mundial, no se hace esperar, el precio del azúcar decayó y con ello toda la economía nacional, el nivel de desempleados crecía cada vez más.

Las leyes laborales emitidas bajo el régimen de Machado reservaba la mayoría de los trabajos para los nacidos en Cuba, forzando a los inmigrantes (quienes muchos de ellos eran trabajadores judíos manufactureros, o artesanos) a convertirse en trabajadores a destajo.

Cientos de inmigrantes perdieron sus trabajos. Entre los años 1925 y 1935 vinieron a Cuba alrededor de 4.000 judíos de Europa Oriental, la mayor parte hombres en edad laboral, pero también mujeres y niños. Venían por razones políticas, en busca de mejoras económicas y en algunos casos para reunirse con sus familiares.

En mayo de 1932 la corriente de agitación nacionalista mezclada con la oposición anti-gubernamental cada vez se hacía más fuerte, Machado decretó una ley que proscribía las actividades sociales, culturales y religiosas judías. Por supuesto esta medida provocó pavor y muchos judíos, la mayor parte obreros organizados y comunistas se escondían o escapaban hacia el exilio en los Estados Unidos.

Alrededor de 1.500 judíos refugiados de Europa Central llegaron a Cuba en 1938, mensualmente continuaron arribando unos 500. De acuerdo a Levine (1991, 83), varios recibieron visas estadounidense, y se estima que aproximadamente permanecían unos 5.000 refugiados judíos centroeuropeos en Cuba durante 1939. De ellos sólo unos pocos conseguían visas de las autoridades cubanas para seguir viaje hacia los Estados Unidos (Enciclopedia Judaica, vol. 15, 1972, 1611). La élite gubernamental sentía miedo sobre todo a la posible filiación socialista o comunista de los inmigrantes, de ahí los continuos obstáculos que debían franquear los refugiados.

Se distinguieron dos flujos migratorios de refugiados judíos en Cuba durante el período de preguerra:

  • 1938-1939 (El lapso de mayor afluencia)
  • 1941-1942

Posiblemente entraron al país alrededor de 3.000 refugiados. Tenían que esperar por la cuota de entrada establecida por los Estados Unidos de Norteamérica y por la visa de Cuba. Muchos de ellos fueron víctimas de los Consulados extranjeros, o personas inescrupulosas.

Después de 1937, llegaron a la isla unos 8.000 (Levine: 1991, 150) sin documentación que les permitiese seguir su camino hacia los Estados Unidos de Norteamérica, o a cualesquiera de los países latinoamericanos, la mayor parte de ellos pasaron la guerra aquí casi como en un presidio pues no se les permitía trabajar.

Por esa época el Departamento de Trabajo prohibió el establecimiento de cualquier tipo de negocio a los refugiados judíos para evitar la competencia a las firmas cubanas. Incluso la Constitución del cuarenta introdujo una cláusula privando a los judíos a ejercer la medicina o la carrera de abogado, también regulaba la entrada de refugiados políticos o religiosos.

El 80% de los judíos que arribaron a la isla llegaron entre 1922 y 1939, precedían de diferentes países, por lo que la composición del grupo fue muy diversa. La fragmentación entre ellos, era el resultado lógico de orígenes, lenguas e intereses diferentes, nunca constituyeron un grupo único. En este período los gobiernos de turno tomarían dos medidas que tendrían una incidencia especial en el despegue económico judío: la primera de ellas fue la reforma arancelaria de 1927, pues a pesar de no efectuar cambios radicales en la estructura económica, sí ejerció un efecto estimulante sobre ciertas industrias locales (zapatos, textiles, perfumes, pinturas, etc.) hasta la crisis de 1929-1934, año en que fue neutralizada por el nuevo Tratado de Reciprocidad firmado con Estado Unidos... Y la segunda fue la Ley del 50% o de Nacionalización del Trabajo de 1933, que estipuló que la mitad de todo el personal laboral debía ser cubano nativo, y que según cálculos de la Comisión de Asuntos Cubanos desplazó a no menos de 25 a 30 mil trabajadores... Como la ley no limitaba la actividad económica de los extranjeros en tanto dueños o empleados de "industrias caseras", les permitió ocupar los trabajos abandonados por los españoles que presionados por la baja demanda, se vieron obligados a cerrar. Los judíos conocedores de los métodos modernos norteamericanos, descubrieron como salir adelante trabajando con sus familias u aprovechando la variante de la subcontratación (Corrales: 1999, 508).

En 1938 vivían alrededor de 13.000 judíos unos 10.000 se hallaban asentados y el resto se encontraba de tránsito. La mayoría. — asegura Levine — vivían en La Habana, y calcula que unos 300 se encontraban en Pinar del Río, 600 en Matanzas, 900 en Santa Clara, 800 en Camagüey y 900 en Oriente. El propio aislamiento de estas comunidades favorecía los matrimonios mixtos y la asimilación cultural, aunque muchas familias hacían el viaje hacia las capitales de provincia, para participar en las festividades y conmemoraciones más importantes.


Los primeros años de la Revolución

Al triunfo de la Revolución Socialista alrededor del 80% de los judíos residentes — la inmensa mayoría naturalizados cubanos — formaron parte del éxodo de la clase alta y mediana, hacia los Estados Unidos. Se veían afectados por las radicales transformaciones efectuadas por el proceso socialista. Una pequeña parte se dirigió hacia Latinoamérica, sobre todo a México y Venezuela. También emigraron hacia Israel, donde recibieron ayuda de la Agencia Judía.

Las propiedades de los que permanecieron en Cuba fueron expropiadas por las autoridades revolucionarias, del mismo modo que a otros nacionales, se les pagó indemnización.

Sin embargo los judeo-cubanos que marcharon hacia Israel, en sus pasaportes se les estampaba con la palabra repatriado, lo cual reflejaba la actitud desprejuiciada del Estado cubano hacia los miembros de la colonia y al mismo tiempo de reconocimiento al trabajo realizado por algunos de sus miembros como fundadores del Partido Comunista en 1920. A los que abandonaban el país solamente se les permitía llevar consigo una pequeña maleta con objetos personales, pero los judíos que decidieron fijar su nueva residencia en Israel se les autorizaba a trasladar muchas más cosas, además eran favorecidos por el Departamento Judío.

En el censo (basado en el registro requerido para comprar la matzá utilizada en la Pascua judía) efectuado por la Congregación Adas Israel y la Federación Sionista Cubana durante 1963, se estimó que quedaban 2586 judíos representantes de 1022 familias. La mayoría radicaba en La Habana, dos de cada tres familias eran Ashkenaszis. La Enciclopedia Judaica en 1965, estimaba que permanecían alrededor de 2.000 y cinco años más tarde en 1970, se habían reducido a unos 1.500.

Durante 1980, menos de un centenar abandonó la Isla, fundamentalmente las motivaciones económicas los llevaban a tomar esta decisión (Sánchez: 1993, 143). Nueve años más tarde, el Dr. José Miller, Presidente en ejercicio de la Casa Patronato de la Comunidad Hebrea de Cuba, al ser entrevistado por la Agencia IPS declaró que la colectividad estaba constituida por 1.200 personas. Posteriormente al conversar con el historiador Sánchez Porro, señalaba que le era difícil precisar el número de hebreos en el país pero los estimaba en un millar, aunque eso dependía del criterio que se asuma para definirlos. Su patronato considera potencialmente judío a quien cuente con un abuelo de ese origen (Sánchez: 1993, 143-144).

Actualmente la comunidad sigue mostrando una tendencia decreciente, motivado como señalara Sánchez Porro: la emigración y la asimilación.

Ahora bien, es la función económica que han desempeñado casi siempre esas colectividades la que aumenta el peso de la primera razón en nuestro medio, marcando un contraste en general con las otras comunidades americanas imbricadas a esas estructuras capitalistas (Sánchez: 1993, 147).


A modo de conclusiones

El aumento o disminución de la comunidad judía cubana siempre estuvo poderosamente influida por el régimen migratorio norteamericano. Veían a la isla como la sala de espera en su viaje hacia los Estados Unidos.

El comercio ambulante como forma de acceso a la esfera económica nacional modificó el sistema mercantil cubano introduciendo las ideas del capitalismo moderno y sirvió de base para el posterior desarrollo de esta comunidad.

El despegue económico judío tuvo como factores determinantes a la reforma arancelaria y la Ley del 50%.

En la actualidad la comunidad manifiesta una tendencia hacia la disminución, debido fundamentalmente a los procesos migratorios que experimenta, así como la asimilación y la integración a la sociedad.


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