Cuba

Una identità in movimento


Isleños en Cuba

Idania Trujillo — Elizabet R. Hernández


Zaza del Medio, a escasos kilómetros de la ciudad de Sancti Spíritus — una de las primeras siete villas fundada por el adelantado Diego Velázquez — parece un sitio detenido en el tiempo. Enclavado en una pequeña planicie, rodeado por empinadas lomas y un río que se ha hecho famoso por su profundo caudal, Zaza es un típico pueblecito cubano de amplias y rectas calles con casas antiguas y modernas, donde vive gente humilde, hospitalaria, aficionada al punto guajiro, conocedora de los secretos del campo, experta cultivadora de tabaco, apasionada por las peleas de gallos finos y cuentista por naturaleza.

Hotel Zaza, Zaza del MedioEn un tiempo allí todo era monte. Pero ni las características poco ventajosas de su ubicación geográfica pudieron impedir que, finalmente, el 6 de octubre de 1908, el ayuntamiento de Sancti Spíritus concediera el permiso para trazar el plano urbanístico de la localidad, realizado por el ingeniero M.R. William Van Horne.

Se cuenta que el primer habitante de Zaza del Medio fue Pedro Cabello, nombre que conserva hoy una de sus calles. Luego el camino de hierro propició no solo el fomento de la colonia canaria en esta zona sino que aligeró la faena del campo y acortó la distancia con la cercana ciudad. Muchos de aquellos "isleñitos", llegados a esa localidad en los primeros años del siglo XX, recuerdan aún los días de dura brega en las vegas, las escogidas, el despalillo, la siembra de frutos, y hasta la construcción de la línea férrea, constancia viva de su impronta en estas tierras.

Tiene Zaza aire poético de rústica simplicidad, pero también conserva, la majestad de su historia, que se aprecia en los dinteles de algunas de sus antiguas edificaciones, construidas por los isleños de Canarias, quienes primero habitaron las fértiles tierras, donde sembrar tabaco sigue siendo una tradición que el paso del tiempo no ha logrado borrar.


La aventura del tabaco

Casa de TabacoLos primeros en reconocer su sorpresa fueron, precisamente, los cronistas de Indias que, desde los tiempos de la conquista, dieron fe de la existencia de nativos que chupaban tizones encendidos. La novedad no tardaría mucho en ser asimilada y transplantada por los propios conquistadores al otro lado del Atlántico.

Todo hace suponer que los isleños llegados a nuestras tierras ya habían entrado en contacto con el cultivo del tabaco en sus islas de procedencia. De ahí, la relativa facilidad de adaptación que pudieron desarrollar como jornaleros o aparceros en las plantaciones de la aromática hoja.

Las márgenes del Zaza se convirtieron, pues, en asientos de numerosas vegas que gozaron de una respetable autoridad en su libre tráfico con las casas comerciales del naciente poblado de Zaza del Medio y de otras áreas que se extendían hacia puntos distantes de su geografía original.

Pero si de historias se trata, no hay nadie como Faustino Expósito, oriundo de Barlovento, en La Palma, quien llegó a Zaza del Medio en 1914. Un día decidió jugarse la suerte y cruzar el Atlántico con la ilusión de regresar a su aldea con los bolsillos cargados de monedas de oro.


Con 16 años tomé un vapor para Cuba. Mi padre hacía dos años que ya estaba aquí. Era partidario; se dedicaba al cultivo del tabaco. Con él aprendí todos los secretos de la hoja. Antes sembrábamos el "Pelo de Oro" que duraba más en curarse. En 1926 di un viaje a Canarias. Cuando regreso un concuño me propone comprar una tienda en Porta Prieta. No sabía nada de comercio. Pero él insistía que eso iba a práctica. Pues nada, compramos la tienda, y surtimos; era mixta: ferretería, víveres, ropa hecha, de todo. Sin embargo, los años vinieron malos, el tabaco bajó tanto que la gente no tenía con qué pagar, y las cuentas creciendo, hasta que se nos cayó el negocito.


Marcelo Pérez, otro isleño de Zaza, relata cómo llegó a Cuba:


Salí huyendo de las quintas. Con solo 15 años y junto a mi padre crucé a este lado del Atlántico. Me embarqué en el vapor Manuel Calvo, que entonces cubría la ruta La Palma- La Habana. Atrás dejé aldea de Franceses, en la Villa de Garafía; la pequeña finca donde desde los diez años tuve que cargar comida para los chivos, y guataquear la árida tierra para sembrar papas.


Marcelo no podía imaginar entonces que su vida iba a estar ligada para siempre al veguerío y que, en esta otra isla del Caribe, dejaría no solo una familia, sino su más preciado legado: setenta cosechas de tabaco, la inmensa mayoría hechas a pura sangre y sudor.


A Zaza llegamos en ferrocarril — cuenta Marcelo —. Cuando aquello el pueblo era potreros, pantanos y yerbas. Atravesando manigua, rompiendo monte fuimos a dar a la finca San Esteban.


— ¿Tenían familiares allí?


Nosotros no, pero otros isleños, los primeros sitieros que llegaron, sí tenían a su familia aquí.

— ¿Y qué producía la finca?

Tabaco. Yo aprendí con mi viejo y un paisano. Sembré tabaco como 70 años y capatacié quince escogidas de mercaderes y de sitieros. Al tabaco le sé hacer de todo. Lo engavillé, lo manojié, lo entercié. La medida era el pie. Una postura aquí, cambia el pie, y otra allí. Había que romper la tierra, darle preparación con bueyes o como fuera, arar cuatro o cinco veces pa' matarle la reventazón; tenerla limpia hasta el mes de la siembra. Después, guataquear y tratar de desbotonar a tiempo, porque el tabaco lleva tanta delicadeza como criar un niño.



Voces que cuentan

Aquellos años difíciles dejaron huellas muy profundas en las gentes de este pueblo. Carmen Nicolaza, Maruca Pérez, Domingo Rodríguez, Rosendo Brito y tantos otros de los que vivieron o viven en Zaza o en cualquiera de los sitios de la provincia espirituana, van formando una tupida madeja de recuerdos, anécdotas y vivencias que se guardan en la memoria.

En cualquiera de los puntos de esa amplia zona aparece una voz que cuenta una historia personal o un recuerdo imborrable como el de Carmen Nicolaza García Pérez, que vino de cuatro años desde La Palma con parte de su familia, allá por el año 1915. Se establecieron en El Caimito, un sitierío cercano a Zaza del Medio.


Cuando mi marido vino tenía dieciocho años. Entonces había guerra en Marruecos y los isleños salían huyendo pa' Cuba; huyendo de las quintas. Me contaba que él y un primo suyo vinieron de polizontes porque no tenían ni con qué pagarse el pasaje. Cuando llegaron a las costas de Santiago de Cuba había inspección y se tiraron al agua, nadaron y nadaron hasta que pudieron escapar. Si no llega a ser por eso se hubieran muerto porque el barco donde venían "El Valbanera" se hundió unos días después en las cercanías de La Habana.


Como Carmen muchas isleñas llegaron a Cuba. Ellas supieron transmitir costumbres, hábitos, valores y modos de vida del sistema cultural que traían de sus islas de procedencia y que se encargaron de reproducir en los hogares a través de la memoria oral, las fiestas, el habla, la imaginería popular y la culinaria.

Todavía son recordadas las fiestas isleñas donde se tomaban vinos y se comían platos típicos como los caldos, las papas con mojo verde y todo tipo de dulces preparados con gofio, un cereal que, en Cuba, hizo famosos a los isleños y a quien el imaginario popular aprendió a nombrar con el apelativo de "comegofio".


El verdadero trasfondo

Desde la época de la colonia, los isleños eran reconocidos popularmente como hombres rudos, cerrados, tercos, voluntariosos, torpes, de mal genio. La terratenencia peninsular y criolla se encargó de propagar estos estereotipos al extremo de que, inclusive, en nuestros días, es frecuente escucharlos de la boca de algún criollo jodedor.

Sin embargo, esta fama dada al isleño y utilizada como motivo de burla y chistes tenía un trasfondo interesado según comenta Tomás Álvarez de los Ríos, nacido en Guayos, quien ha llevado muy lejos lo campesino: hasta las Islas Canarias. Amando y respetando aquí, ha encontrado sus personajes allá.


Viví muchos años — comenta — apegado al mundo de los isleños. Los veía cultivar las vegas noches enteras para luego vender el quintal a muy bajos precios. Los desalojaban, los votaban de la tierra; y los mismos ricos que los explotaban regaban el dicho de que el isleño era bruto, un caballo de carga. Fíjense si era así que en la pared de mi casa donde guardo unos 6 mil refranes hay uno que dice: El gobernador de El Cayo / ha ordenado con empeño / que el que no tenga caballo / que se monte en un isleño.


Para el historiador cubano Jesús Guanche la testarudez achacada a los isleños es más virtud que defecto:


... si la tosudez implica dedicación y tenacidad, valga entonces la tosudez, pues la laboriosidad de la que hacían gala los canarios hizo que se ganaran el respeto y la consideración de todo el pueblo de Cuba.


Lo cierto es que más allá de los estereotipos, el canario ha contribuido — tal vez más que ningún otro español — a la formación del espíritu rebelde, sacrificado, tenaz y honesto del pueblo cubano.

Innumerables rasgos culturales de los isleños forman parte hoy nuestra vida cotidiana. Así lo confirma María del Carmen Víctori, quien durante años ha estudiado el tema de la cultura popular y tradicional para el Atlas Etnográfico de Cuba:


"Los comegofio" estamos dondequiera — dice sonriente, en alusión a su origen canario — pero lo que más pervive de las últimas migraciones es, por una parte, su sistema de creencias: la cura por agua, los enzalmos y todo ese mundo de los procesos mágico-religiosos, que todavía se practican en algunas zonas del país; y por otro, si partimos de que en Cuba todo el mundo cuenta y transmite, la figura del cuentero es dominante, sobre todo el relato de exageraciones, que es típicamente isleño. De ahí, que esta vertiente del cuento sea un aporte canario a la cultura cubana.


Por otra parte, de Canarias no solo vinieron unidades familiares y temporeros de origen campesino a trabajar en las vegas o el corte de caña, también llegó la élite isleña que por diversos motivos debió abandonar sus sitios de residencia y encontró en Cuba terreno abonado para su creación intelectual y artística.

El poeta y periodista palmero Félix Duarte, quien vivió en Zaza del Medio entre 1919-1932, fue el intelectual más sobresaliente del colectivo de inmigrantes isleños, asentados en esa localidad del centro de la Isla. Con el apoyo de la Delegación Canaria desarrolló una intensa actividad de promoción cultural al fundar el Liceo Canario de Zaza del Medio; fue, también, editor de la revista Cuba y Canarias y escribió varios artículos y crónicas sobre la vida de los isleños en Cuba para diversas publicaciones periódicas de la época.


De ida y vuelta

Los "temporeros" protagonistas también de esta historia cuentan que embarcaban en los meses de octubre o noviembre hacia Cuba y regresaban a sus comunidades de origen en junio o julio para completar su calendario de trabajo anual, llevando en sus bolsillos un ahorro a veces superior a las mil pesetas. Y aunque hacían el camino de la casa terrera al bohío y vuelta, no dejaban en esta tierra semilla alguna, sin embargo reforzaban la sembrada por aquellas familias de colonos llegados a Cuba en etapas anteriores, de modo que a un tiempo y ritmo similar se podía oír aquí y allá el punto cubano, una manifestación de la música popular cubana que todavía se cultiva en Canarias.


Garafiano, personaje popular

Pancho Garafía o Garafiano, como se le conoce comúnmente en la zona de Zaza del Medio, es un tipo popular de origen canario cuya historia ha pasado a ser una leyenda. Dicen los que le conocieron que siempre tenía un chiste a flor de labios. Garafiano era el típico isleño: más bien bajo, de conflexión fuerte y lengua suelta, sobre todo para el cuento, al que sabía sacarle los tintes más picantes. Era un maestro natural del doble sentido.

Sus chistes causaban verdadera expectación. Había que oírlo. Nadie sabe si era él mismo quien los inventaba o se los aprendía para repetirlos luego, en las veladas nocturnas bajo la luz de los faroles o las estrellas, en torno a una mesa de dominó o en cualquier casa de vecino. La gente todavía lo recuerda y cuenta que en toda la zona de Zaza no ha nacido otro que se le compare.

Según Tomás Álvarez de los Ríos, el célebre autor de Las Farfanes,


De Pancho se hablaba mucho. Era el mejor pocero de toda la zona de Zaza. Un hombre traba'o, fuerte, muy cujia'o por el sol, brazos cortos, potentes. Tenía cosas muy simpáticas. Se había casado con una mujer mucho más joven. Ya sobrepasaba bien, bien los 70. Un día le digo:

— ¿Pancho, y ese muchacho tan feo de dónde es?

— Ese es jijo mío, chico, es mi jijo.

— ¡Coño!, pero Pancho, ¿por qué salió tan feo, chico?

— A mi edad, no te das cuenta; lo hice en una noche a oscuras y a rempujones.

En otra ocasión, dos muchachas y le dicen:

— Pancho, préstenos su caballo pa' ir a Siguaney, la fábrica de cemento.

— Claro, mijas, ahí lo tienen.

— Oiga, Pancho — le dicen ellas, con cierto temor —. ¿Este caballo monta mujeres, no es resabioso?

— Bueno, el caballo es capao, pero apreben, apreben.


Pero si Zaza fue el terruño que cobijó los sueños de quienes llegaron a esta tierra en busca de jauja promisión, las Islas Canarias siempre estuvieron en sus memorias, a pesar de que a muchos la vida les haya jugado la mala pasada de intentar borrar sus huellas en el camino de un regreso que ya, aplatanados, solo es posible con los recuerdos.


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Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

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