Cuba

Una identità in movimento

Los isleños en Cuba

José Martí



Allá, hace años, no había en el presidio de La Habana penado más rebelde, ni más criollo, que un bravo canario, Ignacio Montesinos.

Toda la ira del país le chispeaba en aquellos ojos verdes.

Echaba a rodar las piedras, como si echase a rodar la dominación española.

Se asomaba, al borde de la cantera, a verla caer.

Servía mucho, hablaba poco, dio opio a los guardias, y huyó libre.

¡Y ahora, veinte años después, aquel noble isleño, coronado de canas, escribe, desde su monte de Santo Domingo, que es como el de antes su corazón; que no se ha cansado de amar al país; que el padecimiento y la ruina, que le cayeron por él, se lo hacen amar más, que allá está, suspirando, por prestar a Cuba algún servicio.

¿Quién, mejor que este isleño, podrá llamarse cubano? Ni es raro que el hijo de las Canarias, mal gobernado por el español, ame y procure en las colonias de España la independencia que por razón de cercanía, variedad de orígenes, y falta de fin bastante, no intenta en sus islas propias.

Míseras viven, sin el regalo y la alegría con que pudieran, la poéticas Canarias; y no cría bajo español aquella volcánica naturaleza más que campesinos que no tienen donde emplear su fuerza y honradez, y un melancólico señorío, que prefiere las mansas costumbres de su terruño a la mendicidad y zozobras de la ingrata corte.

¿Qué ha de hacer, cuando ve mundo libre, un isleño que padece el dolor de hombre, que no tiene su tierra nativa donde alzar la cabeza, ni donde tender los brazos?

Del bien raíz suele enamorarse el hombre que ha nacido en la angustia del pan, y cultivó desde niño con sus manos la mazorca que le había de entretener el hambre robusta; por lo que ha salido el isleño común, mientras no se despierta su propia idea confusa de libertad, atacar, más que auxiliar, a los hijos de América, en quienes el gobernante astuto les pintaba el enemigo de su bien raíz.

Pero no hay valla al valor del isleño, ni a su fidelidad, ni a su constancia, cuando siente en su misma persona, o en la de los que ama, maltratada la justicia o que ama sordamente, o cuando le llena de cólera noble la quietud de sus paisanos.

¿Quién que peleó en Cuba, dondequiera que pelease, no recuerda a un héroe isleño?

¿Quién, de paso por las islas, no ha oído con tristeza la confesión de aquella juventud melancólica? Oprimidos como nosotros, los isleños nos aman.

Nosotros, agradecidos, los amamos.

Pronto va a tener Montesinos la ocasión suspirada de servir a Cuba.


Tomado de: JOSÉ MARTÍ, "Los isleños en Cuba", en Patria, 27 de agosto de 1892


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