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Cuba |
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Una identità in movimento | ||
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Los inquietos muchachos de la Escuela Nacional de Arte
Manuel Echevarría Gómez
En el aniversario 40 de estos centros se recuerda como en materia de artes plásticas trajeron consigo los signos de la renovación que pregonaba el renacimiento cubano de los 80 y espantaron un bostezo de muchos años en términos de creación
Llegaron en el justo momento cuando la plástica espirituana necesitaba el renuevo en términos de creación: al regodeo en el paisaje académico y el decorativismo en la forma habría de imponerse la búsqueda de un arte aderezado con las corrientes contemporáneas y la sugerente creatividad de sus autores.
Corrían entonces los años 1982-83 cuando un reducido grupo de egresados de la Escuela Nacional de Arte (ENA), introduce en los salones ese lenguaje nuevo, adquirido en las aulas y presto a convertirse en punto de partida para encauzar los hallazgos.
La intención figurativa se combina con el expresionismo abstracto para hurgar en las raíces de la identidad asumida a través del color en los óleos de Olimpia Ortiz Porcegué.
Félix Madrigal renueva el estereotipo de las estilizaciones abstractas en madera e incursiona en los predios de la chatarra con un trabajo escultórico que se aproxima al objeto y le incorpora otros materiales.
En 1984, los salones dejaron entrever las inquietudes que daban continuidad a la reflexión y la búsqueda: técnica mixta de excelente factura, integración del color y el dibujo en la composición, el erotismo y la sensualidad en el tema de los desnudos, lo grotesco y la escultura pugnando por integrar espacio y volumen en la tridimensionalidad de la obra.
La entonces Escuela Elemental de Artes Plásticas de Trinidad aportaba con su claustro la casi totalidad de aquellos premiados que cumplían en su mayoría Servicio Social. Algunos eran aves de paso, pero dejaron la impronta de su magisterio en los alumnos de la escuela y favorecieron los estrechos cauces de la creación al espantarle a la plástica un bostezo de muchos años.
Los certámenes de 1985 mostraban un panorama mucho más realista. Junto al tema recurrente del paisaje, seguían asomando propuestas novedosas provenientes del talento descubierto por el Sistema de Enseñanza Artística. Armando Lumpuy recurre a la subjetividad de los mitos afrocubanos con una línea compositiva de prestancia barroca, excelente manejo del diseño y un dibujo impecable; Luis Blanco Rusindo asimila las corrientes de la neovanguardia y consigue un discurso analítico sobre la precariedad de la condición humana; Orestes Arocha toca la cultura popular de rico acento cromático y Remberto Ramírez cultiva las líneas dentro de un ambiente telúrico de fuertes contrastes.
En las postrimerías de los '80 la fotografía se despide de los salones muchas veces investida por la retórica del acontecer social; aunque también marcada por los empeños de la manipulación en el lente de los egresados de la ENA: Carlos Mata y Félix Madrigal.
Tocante a la revitalización de los códigos de valor artístico, los egresados de la ENA asumen la instalación y diluyen las fronteras entre pintura, escultura y fotografía. José Lorenzo Fernández la utilizó para abordar el tema ecologista; Luis Blanco para explorar axiomas controversiales de la cultura universal; Félix Madrigal la difiere hacia metáforas afectivas. A propósito quedó para la historia la primera acción plástica espirituana inspirada en el tema de los caballos, que tuvo el mérito de reunir a todo un equipo alrededor de la obra del propio Madrigal.
Tres generaciones en activo y una cuarta empinándose desde las aulas de la Enseñanza Artística conforman un movimiento heterogéneo en los años 90. Entre los egresados de la ENA, Julio Neira Milián involucra la pintura en el concepto escultórico de pequeño formato, diferido hacia los códigos de la instalación, pero despojada del matiz efímero para dotarla de un carácter museificable. Sus personajes mutilados aparecen en una especie de retablo, donde las reglas del juego no existen como no sea para desacralizar actitudes de una clase social enfundada en atributos de poder.
De esa forma, quizás quedó desperdigado por el camino del recuento algún nombre imprescindible, los egresados de la ENA dejaron su huella en las dos últimas décadas de la plástica espirituana, las más ricas y trascendentales de toda su historia, con su carga de lo novedoso, la intención manifiesta de recrear verdades auténticas e insinuarse recurriendo a lenguajes tropológicos. Hoy, todos son dueños de poéticas y fabulaciones propias, consagrados en la ascendencia del público, porque entre otras cosas, la ENA fue como la piedra filosofal de sus aciertos.
Cuba. Una identità in movimento
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