Cuba

Una identità in movimento


"Será que estamos en abril". Cuento de Ileana Corvisón Menéndez

Ileana Corvisón Menéndez


Será que estamos en abril y el cielo nos muestra con anticipación trasuntos de la esplendidez de un sol inmisericorde, que hace se añore la costa con su frescor salado, la festoneada orilla de espumas e irremediablemente sentarnos sobre una filosa piedra, acomodada con las manos con premura, la memoria viaja entonces, se va lejos dónde suponemos comienza la historia.

Con una carcajada burlona el mar nos trae la visión de una niña asombrada ante la majestuosidad de la bóveda naranja de aquellos flamboyanes, la niña es puro éxtasis, juegan sus ojos con los diminutos rayos desafiantes de sol que traspasan atrevidos la tupida urdimbre de las ramas imperiosas y a la vez mansas.

Un torrente de recuerdos viene de la mano del rayo de sol, que ya no es tímido, es señor de todos los ámbitos y la memoria. Memoria, habitación tapiada de la propia conciencia ante la posibilidad del dolor o recuerdos, desdibujados unos, no tanto otros pero están allí.

Se recuerda entonces un pecho fuerte de hombre, unas manos, unos ojos inconfundibles, pues reviven en los míos. Con alegría que reconozco aún viva, viene de golpe, impulsa el columpio, y su risa es parte de la mía, y mi vuelo en el columpio es su gozo, nuestra complicidad en el escape de la rutina diaria del colegio. El regreso con caras de inocencia, el beso a mi madre, siempre, pensativa, serios sus ojos negrísimos, mares vivos de inmensidades nunca conocidas del todo. Sus manos frescas, arreglan las ropas, su beso en mí, el mío en su frente.

Ah, la frente cuantos pensamientos alberga aquella frente de niña.

Cuantos albergará a través del tiempo. Pero aún no hay dolor en ellos, todo es suave como suave es el pelaje de su gato amarillo, mimoso y juguetón, la muñeca de trapo Filomena regalo de la matriarcal abuela paterna.

Y no tiene nombre aún la niña, la niña es sólo eso la niña, no hay acuerdo en el nombre elegido, por eso seguirá siendo la niña para todos ellos ahora y después, el después abarcador de sus vidas…ya terminadas.

Pero ahora la niña es solo eso la niña, la niña un poco rara, que juega con las nubes, las hormigas a quienes interrumpe el paso con gotas de agua cuando juega a ser lluvia, la niña llena de amor impredecible que se ovilla en las piernas del abuelo, o ahorcajadas sobre el pecho del padre que aún duerme después del trabajo, y juega con él a alas muñecas y le pinta los pómulos con colorete, le pone flores en el pelo, mientras lo llama por el apellido, dicho a su manera llamarlo y es más que apellido noble, cobra dimensión de un Dios en sus labios, uno más entre los Dioses perdidos con el tiempo, en el ahora que se ha tragado todo, glotón maligno.

El ahora sin ningún matiz de aquellos que quedaron en aquella página que quiere olvidar, borrarla para que no duela la memoria como sabe doler.

Zanjado quedó conflictivo nombre de ella el día antes de la comunión, en la pila del bautismo tardío, la madre devota le endilga el primer nombre del santoral correspondiente al día del nacimiento, el padre sabio y jugando un poco a Salomón acude en su ayuda presto, la llamarán como su bisabuela queda satisfecho el abuelo queridísimo, para terminar de complacer a todos le pone el nombre que le gusta a ella.

La niña no habla, sobrecogida ante la ceremonia ve sólo los gestos del acto sacramental, escapa la mirada de tanto rigor y vuela a la cúpula de la iglesia dónde ángeles acompañan a María y un señor muy viejo con los brazos extendidos la invita a refugiarse en ellos.

Y el miedo a lo desconocido es leve pluma caída de las alas de los mismos ángeles roza su pecho, miedo inexplicable como los miedos. Es mojada con el agua del bautismo y toma la sal de las manos del sacerdote, tan parecida a la sal del mar y la del propio sudor. Ya tiene un nombre propio, complacida a medias, porque todos le seguirán diciendo niña.

Y ha sido desvelo la noche, con los papelillos, puestos en el largo pelo, desconocida tortura hasta el momento.

El despertar con un sentimiento aún sin nombre y que no lo tendrá por un tiempo azotándole el trémulo pecho.

Ante el lavabo vacila, se mira en el espejo y con angustia ante el posible pecado de tragarse el agua mientras lava los dientes y romper el ayuno prescrito, lava la boca con los ojos cerrados, rápido termina con la pasta y el cepillo, angustiada aún, se refugia en la madre que con manos suaves acaricia, mientras deshace diligente los papelillos de la madeja de cabellos del color de cobre oscurecido.

En sus manos está el vestido, que cubre el cuerpo no menudo ni frágil de la hija, la hija que es alta, fuerte, y el vestido le da a la pequeña la apariencia de un ángel preocupado por una travesura, porque un ángel así no puede pertenece a ningún cielo.

Retoma el ritual de peinar aquella masa de pelo rebelde, colocarle la corona, el velo de tul blanquísimo, ya está vestida la niña, con ojos llenos de orgullo, la madre la besa mientras la estrecha fuerte, el abrazo es abrazo y será escudo y coraza de futuras contiendas.

Pero hoy es día de fiesta, según le dicen Jesús vendrá a vivir dentro de su pecho. Un poco azorada se pregunta si se sentirá cómodo dentro de ella, si gustará de compartir sus nubes, su gato y su Filomena y si no se enojará con ella cuando juega a ser lluvia con las filas de diligentes hormigas.

La ceremonia se inicia, el fuerte olor del incienso reina dentro del templo, la música la transporta en carroza de fuego a un mundo cuya puerta se está abriendo ahora. Incienso, cánticos son torbellino que amenazan con llevársela. Igual sigue su aprensión incomprensible aún, son tantos los pecados posibles, surgen dudas, hondos abismos negros, le pide a su Dios niño, a su modo de pedirle que la ayude, ella que no sabe poner cara de buena, ni rezar como las demás niñas, que lo hacen con fervor místico, devoto, ella habla con Dios como quién dialoga con un amigo, sin poner los ojos en blanco ni encogerse toda como caracol. Sabe le debe respeto, obediencia, pero no sabe ni sabrá ser como las demás.

Llega el momento de recibir la sagrada hostia, muy despacio se acerca al altar, junto a las otras niñas, son larga hilera de lirios que inician su camino por la senda principal en ese domingo de mayo.

Y su pecho se hincha en un suspiro profundo por dónde quiere escapar el miedo sin lograrlo.

Ya se arrodilla levantando la vaporosa y larga falda de muselina blanca, une sus dos manos con ademán aprendido, mientras mira con el rabillo del ojo al sacerdote que se acerca,.. es ahora ya, abre la boca sacando un poco la lengua. Su cuerpo es temblor de puro miedo, miedo de sin querer lastimar al Cristo Crucificado, con sus dientes recién estrenados, no quiere dañarlo aún más, cuando siente la hostia en la lengua cierra los ojos y muy despacio espera que la saliva fluya y se deslía la sagrada forma. Han pasado unos minutos, las niñas todas han comulgado por primera vez, muy despacio se levantan y en la misma fila se dirigen a los negros y pulidos bancos que les sirven de asiento, pero ella no llega al banco muy pálida se derrumba en el reclinatorio.

Nace la confusión, con la caída del lirio nuevo, la madre es aleteo de colibrí sobre el cuerpo, el padre muy serio, esconde tras la seriedad como se le aprieta el corazón en el ancho pecho y se le paraliza el latido.

No ha sido nada, el suspiro es suspiro de los ángeles todos, alivio que trae la alegría y la niña es llevada en brazos hasta la glorieta interior del templo, el abuelo que es médico de muchas personas, pero no quiere ser médico, si es de ella, está a su lado, sus manos sabias acarician su cara, mientras llevan a sus labios un vaso de agua azucarada, pasado el momento todos descansan, los pechos vuelven al latido acostumbrado y las flores todas y el gran helecho abanican la cara ya con color de la niña.

La niña piensa que fueron los ángeles del techo quienes la llevaron cargada hasta ése patio, dueño de los colores todos, de la paz que sólo se encuentra en los mares y en un templo. Su alma blanca busca entre las ramas del naranjo el rayo de sol amigo, el que la despierta por las mañanas los domingos, con u pícaro guiño, invitándola a seguirlo hasta la orilla del mar, otro amigo que la espera y le regala sus besos de espuma y sal, la inmensidad completa de su azul, los caracoles pequeños, que ella guarda, más que eso atesora con increíble empeño en una caja de bombones vieja.

Así terminó, entre sustos y sueños aquel día de su Primera Comunión.


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Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

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