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Las historias de Santos de la Regla de Ocha
Andrés Rodríguez Reyes
Con el propósito de utilizarlos como mano de obra fuerte y barata, fueron traídos a Cuba esclavos africanos, hombres, mujeres y niños, de los más variados grupos étnicos. Los mayores asentamientos se localizaron en la provincia de Matanzas, debido a su mayor desarrollo en la economía de plantación azucarera de la época. Dicha provincia llegó a producir el 55.56% de todo el azúcar del país en la segunda mitad del siglo XIX.[1] Un gran porciento de los esclavos, introducidos en esta etapa, pertenecía al grupo étnico yoruba. Ellos fueron conocidos por la denominación étnica de lucumí, la cual agrupaba no sólo a los representantes del grupo étnico yoruba, sino también a los llamados takua (grupo étnico nupe).
Sus prácticas mágico religiosas, luego de un largo y complejo proceso de transculturación y de sincretismo religioso con el catolicismo español dieron como resultado al complejo mágico religioso de la Regla de Ocha-Ifá o Santería Cubana. La primera, la Regla de Ocha agrupa a los iniciados en el culto a los diferentes orichas o deidades de esta religión de base africana, mientras que la Regla de Ifá, lo hace con los iniciados en el culto especializado a Orula, oricha de la adivinación. Ambos sistemas mágico religiosos están estrechamente relacionados, pero mantienen entre ambos una independencia relativa. El presente trabajo se dirige, precisamente, al tema de las llamadas historias de santos en la Regla de Ocha. Estas conforman un complejo sistema mitológico que asciende a los antiguos mitos yoruba, y que se han ido transmitiendo de generación en generación de practicantes.
Por medio de rituales de carácter mágico religioso, los iniciados tratan de comunicarse con orichas y antepasados, con el fin de propiciar la intervención de sus protectores sobrenaturales, en la solución de problemas y conflictos que los afectan. Estos hallan una interpretación simbólicamente codificada en los marcos de ciertas ideas y representaciones mágico religiosas de alto contenido simbólico, que se expresan en las llamadas historias de santos. En ellas se narra la vida de los orichas yoruba, los cuales resultan entidades sobrenaturales de carácter antropomórfico que representan y simbolizan las fuerzas y fenómenos naturales, las características, emociones, virtudes, defectos y actividades humanas.
Estas historias son un serio material etnográfico para profundizar en los procesos de transculturación y de sincretismo religioso, con elementos del catolicismo español en Cuba, que sufrieron las prácticas mágico religiosas del culto yoruba a los orichas. Ejemplo de ello, es la siguiente historia sobre Oyá, oricha dueña de la centella, el viento y la puerta del cementerio, que según el santero matancero, Julio Enrique Rodríguez, de la localidad de Colón, relataban las llamadas lucumisas en la zona de Banagüises de este municipio matancero:
Olofin llamó a Changó, y le dijo que tenía que decidirse por una de las tres. Changó le contestó que sería con la que mejor le preparara una harina con quimbombó.
Ochún le preparó una cena suculenta y con lujo, y le dijo a Oba que cuando le cocinara la suya a Changó, que se cortara y le echara sus dos orejas a la harina, que así le gustaría mucho a Changó. Oyá le dijo que ella no cocinaría nada, sólo recogió bledo, lo sazonó, lo puso en los platos, los dejó en la mesa, y se fue.
Oyá fue al monte del Calvario, y comenzó a gritar por Cristo, pero no la dejaban pasar. Cristo salió, y le preguntó que ella deseaba. Ella le pidió iguales poderes que Changó, y que este se casara con ella. Cristo lo tocó en la frente, y le dijo: ¡Serás Santa Teresa del Jesús! En ese momento, ella escupió, y en el banquete de los santos se oyó. Entonces Changó comprendió el poder alcanzado por Oyá. Aquí encontramos el sincretismo de Oyá, oricha dueña de la centella, el viento y la puerta del cementerio, con Santa Teresa del Jesús, representante del Santoral Católico. En esta historia, Jesús Cristo, hijo del Dios cristiano, por analogía con Olofin, una de las manifestaciones de la deidad suprema de la Regla de Ocha, posee también la facultad de otorgar poder o gracia divina a una deidad de origen africano. Este es un claro ejemplo de una de las características funcionales más importantes de los mitos de origen yoruba: su gran capacidad de adaptación a las nuevas condiciones socio históricas y etnoculturales concretas con las cuales se enfrentaron al ser traídos los africanos, y sus descendientes, a Cuba como esclavos,
Otra historias de santos muestra el proceso de sincretismo entre una deidad de la Regla de Ocha y el llamado San fan Kon, una divinidad introducida por los culíes chinos en la Cuba del siglo XIX. Estos culíes fueron traídos como mano de obra barata, a partir de 1847, por contratos de ocho años. Esto se debió a que la trata negrera era ilegal desde 1820. Fueron engañados, y tratados en las mismas condiciones que los esclavos negros, con los que compartieron barracones y cimarronaje.
Esta historia de santo dice así:
Las historias demuestran como el proceso de sincretismo religioso sirvió como mecanismo de asimilación de elementos que resultaban ajenos a la cultura yoruba. Estos representantes del imperio asiático, y sus prácticas mágicas religiosas, conocidas entre los esclavos como brujería china, resultaban demasiado enigmáticos e incomprensibles a los negros. Por dicha razón, los asimilaron por medio de la creencia mágico religiosa. De esta manera, el general deificado San Fan Kon, se convirtió para ellos en un camino de Changó, el Changó chino. Otro aspecto interesante de esta historia, es que este oricha declara al final que no mató a los guerreros chinos, sino Oggún, oricha que representa la guerra entre los yoruba. El motivo de dicha declaración consiste en que, aunque el mismo Changó, deidad del fuego, el rayo y los tambores, es un guerrero poderoso, el "autorizado" para hacer correr la sangre (eyé bale) es el propio Oggún.
Las llamadas historias de santos contienen las representaciones mágico religiosas de la Regla de Ocha que se actualizan en los diferentes rituales de la Regla de Ocha, en los actos de posesión. Toda acción del culto, en esta religión de origen africano, está respaldada por un trasfondo mítico cuyos secretos guardan celosamente sus iniciados. Esas historias poseen un profundo y variado contenido simbólico, cuya clara comprensión, y posibilidad de aplicación en la práctica ritual, dependen de los conocimientos poseídos por el iniciado, de la experiencia ritual acumulada, y funciones rituales ejercidas.
En el sistema ritual de la Regla de Ocha, el proceso de adivinación es fundamental, pues a través de sus signos, los orichas "hablan" con los creyentes. Y en la interpretación de los mensajes divinos transmitidos, el oficiante se vale de las historias de santos. Ellas confieren sentido a sus signos, los cuales consisten en las diferentes configuraciones numéricas que forman los 16 caracoles, del llamado diloggún, al caer boca arriba o boca abajo.
Una de esas mismas historias condiciona el uso de los obi, o cocos, el sistema adivinatorio más sencillo y difundido entre los santeros, mediante el cual "se pregunta" a los orichas acerca de cualquier aspecto del rito que se realiza: desde la efectividad de una "rogación de cabeza", hasta el destino de un ebó, o trabajo mágico con sus diferentes implicaciones.
Mario Ayllón, santero de más de 70 años de la localidad de Perico, Matanzas, relataba esta historia de la siguiente manera:
Un día vino un mendigo a pedirle limosna, y mientras lo hacia le puso la mano encima. Obi lo empujo con indignación y asco, diciéndole que no lo tocara porque estaba muy sucio.
Olofin que lo vio todo, empujó, y le dijo a Obi: — ¡Por zoquete y orgulloso a partir de este momento vivirás arrastrado por el piso, y tendrás una parte negra y otra blanca! Por eso cuando el coco se usa para adivinar, se tira al suelo. Si en el proceso de adivinación por caracoles, o diloggún, al consultado "le sale", por ejemplo, el signo Obbara (seis caracoles que han caído bocarriba), por el cual "hablan", entre otros, Changó y Ochún, el consultante, entre otras cosas, puede vaticinarle lo siguiente:
— Está pasando muchas necesidades. El dinero se le pierde. Se hace sal y agua;
— A Ud. no lo consideran las personas que le rodean;
— No ayude a nadie, porque el que Ud. ayude, sube, y Ud. baja... [2] El sentido de estas frases está determinado por el hecho, de que el signo Obbara agrupa las historias de Changó, cuando, este junto a Ochún, se encontraba sin reino, pobre y despreciado por todos. En este signo se relata la historia de Obbara (Changó), Ochún y las calabazas. Esta también relatada por el santero Mario Ayllón, dice así:
Al otro día Obbara se fue al campo para trabajar y cuando estaba en su chapea, su mujer, Ochún, llegó corriendo porque encontró oro al abrir una de las calabazas para cocinarla. Ella gritaba: — Obbara, Obbara, mira lo que encontré. Mira lo que tiene la calabaza, oro. Somos ricos.
El le respondió que había que ir donde estaba Olofin para devolverle las calabazas y el oro. Cuando llegó donde estaba Olofin le dijo: — Mira lo que mi mujer encontró dentro de tus calabazas, oro, y te lo vengo a devolver.
Entonces Olofin respondió: — No, eso es tuyo. Los demás despreciaron el regalo porque eran calabazas, pero tú fuiste agradecido y honrado, así que te las regalo. A partir de este día la calabaza pasó a ser alcancía suya y de Ochún. En la historia se enfatiza, ante todo, la honradez y agradecimiento de Changó, así como se critica la actitud de arrogancia de los demás orichas. También muestra la razón del porqué la calabaza resulta ser uno de los tabúes alimenticios de los "hijos de Changó y Ochún", y además, porqué algunos de los trabajos mágico-religiosos que se realizan con el objetivo de propiciar la prosperidad material del consultado, la tenga como uno de sus componentes fundamentales.
Otro ejemplo interesante es la historia de Abó (carnero), perteneciente al signo Osá (nueve caracoles bocarriba) del sistema de adivinación por caracoles o diloggún, por el cual "hablan" Oyá, Argayú, Obatalá, Ochún y Oba. Según Osvaldo Villamil Cárdenas, destacado santero de la ciudad de Matanzas ‚ ésta dice así:
Este personaje era Filoro, hijo de Oggún y de Oyá, y el mejor amigo de Abó. A Filoro, su madre, Oyá, le mandó a hacerse una rogación de cabeza, advirtiéndole que después de hacérsela no podía abrirle la puerta a nadie, porque le pasaría algo malo.
Abó fue a su casa, y por más que tocó, y llamó, Filoro no le abrió. Y le dijo que no podía, porque cogería un daño. Por más que Abó trató de convencerlo, Filoro no abrió la puerta. Hasta que al fin, Abó, pensando en el castigo de Changó, se molestó, y se fue. En la esquina se encontró con Igüí, el palo, y con Ogá, la soga, y les contó lo que había pasado con Filoro. Entonces Abó se acordó que a Filoro le gustaba el dulce de coco, y les propuso entonces a Igüí y a Ogá ir a su casa, ponerse al lado de la puerta, y cuando Filoro abriera para coger el dulce, uno le daba un palo, y el otro lo amarraba.
Abó tocó otra vez a la puerta de Filoro. Este preguntó: — ¿Quién es? Abó contestó: — Soy yo, tu amigo Abó. Se que estás aburrido, y te traigo el dulce de coco que te gusta tanto. Abre un poquito nada más para que cojas el plato. Eso fue lo que por glotón hizo Filoro. Y cuando abrió la puerta, Abó lo haló por el brazo, Igüí le dio un palo, y Ogá lo amarró. Lo metieron en un saco, y Abó se lo echó al hombro para llevárselo a Changó.
Oyá que había oído los ruidos, y sabía lo que pasaba, estaba esperando en los cuatro caminos. Cuando llegó Abó, ella formó un remolino, lo tumbó junto con el saco, y los puso a rodar. Entonces zafó el saco, y liberó a Filoro, dejando dentro del saco 9 de sus manillas para que supieran que había sido ella.
Oyá regañó a Filoro, y otra vez le dijo, que cuando se hace rogación de cabeza, no se sale de la casa. Y si de contra, le advierten a uno, que puede pasar una cosa mala, no se puede desobedecer.
Esta historia determina dos importantes aspectos de las prácticas mágico religiosas de la Regla de Ocha: no salir por la noche de casa después de una "rogación de cabeza", so pena de "recoger lo malo" (ser objeto de una desgracia). Y además, explica porqué Abó, el carnero, se convierte en comida de Changó, y al decir de los santeros, la más grande. Ella también muestra el nacimiento de la traición, y su correspondiente castigo. Así se enfatiza otro aspecto fundamental de las historias de santos, el aspecto moral.
Al respecto escribe la estudiosa Luisa M. Martínez O'Farril:
Se debe enfatizar el hecho, de que entre los yoruba, en la época de la trata de esclavos, la moral no se presentaba como un sistema de principios éticos, sino como un conjunto de normas elementales que regulaban la conducta social, y que aseguraban la cohesión del grupo humano, la armonía en las interrelaciones personales. Podemos también observar que sus conductas estaban reglamentadas por esas normas, las que expresaban las exigencias más esenciales de la convivencia social, las que prohibían o censuraban determinadas cualidades, tales como la crueldad, la mentira, la arrogancia o la envidia. Estas normas elementales podían incitar a la honradez, bondad, obediencia, y al respeto de la propiedad ajena. Esto denota rasgos aun gentilicio-tribales. Y al analizar a los orichas, esas entidades sobrenaturales, desde el punto de vista moral, se les puede considerar como un reflejo generalizador de la sociedad yoruba en dicha etapa histórica de su desarrollo.
Ya específicamente con relación a la Regla de Ocha, ese producto cultural y sincrético de los cultos tribales a los orichas en la Cuba colonial y esclavista, debemos tener en cuenta lo siguiente:
Otra historia interesante es la del loro, la cual relataba a sus descendientes, a principios de siglo, el babalawo matancero Blas Cárdenas:
Los pájaros que sabían que el loro tenía las plumas muy lindas, se pusieron de acuerdo, y le dijeron a éste que la fiesta iba a ser detrás del monte que se veía a lo lejos. Cuando llegó el día señalado, el loro echó a volar.
Y vuela que te vuela, vuela que te vuela, pero el monte no se acababa. Tenía sed, el sol lo quemaba, y cuando no pudo más, se dejó caer y empezó a caminar. Se caía, se ensuciaba con la tierra, se daba golpes con los palos, pero seguía adelante. En eso estaba, cuando de detrás de una mata de siguaraya apareció Elegguá, que está en todas partes, incluso, donde nadie lo espera. Y le dijo: — ¡Eh, loro! ¿Qué haces por aquí? ¿No vas a la fiesta?
El loro le respondió que le habían dicho que la fiesta era detrás del monte, pero parece que se había perdido. Elegguá dio tres vueltas y se rió; le dijo al loro que lo habían engañado porque la fiesta de los pájaros era en la punta de la loma más alta. El loro se tiró al suelo y se puso a llorar, pero Elegguá entonces le dijo que no fuera llorón, ya que el río que pasaba al pie de la loma de la fiesta estaba cerca, y si le pedía ayuda a ayapa, la jicotea, ella lo llevaría con mucho gusto.
Así hizo el loro, y cuando viajaba en el lomo de la jicotea, el agua lo refrescó, y limpió sus plumas. Al llegar al pie de la loma echó a volar, y cuando llegó a la fiesta esta acababa de empezar. Los pájaros le estaban diciendo a Olofin que el loro estaba borracho, y que como se había echado a dormir no vendría. Pero cuando Olofin vio llegar al loro volando, con sus plumas de muchos colores brillando al sol, dijo: — ¡Qué pájaro más hermoso. Te llevarás el premio, y serás rey entre los pájaros! En este caso, por un lado se censura la envidia y la maledicencia de los semejantes, y por otro, se hace evidente que la belleza y la bondad triunfarán, a pesar de todas las trampas y dificultades. Así ocurrió con el loro, cuyas plumas son imprescindibles en la coronación ritual que tiene lugar en las ceremonias de iniciación de la Regla de Ocha. Se debe señalar, que en las historias de santos no sólo se manifiestan orichas, sino también hombres, mujeres y niños, así como animales o plantas, con carácter antropomórfico, que constituyen arquetipos de conducta humana.
Aunque en muchas de las historias de santos se manifiesta la reprobación divina a las actitudes y conductas negativas de hombres, orichas y otros seres sobrenaturales, también es posible escuchar historias como la relatada por el santero matancero, Osvaldo Villamil Cárdenas:
Fue otra vez por la esquina donde estaban los dos amigos, y como una flecha pasó entre ellos. Entonces los dos amigos empezaron a discutir acerca de que si el que pasó estaba vestido de rojo, o de negro. Como no se ponían de acuerdo, se entraron a golpes, y no se hablaron nunca más. Otro ejemplo es la siguiente versión de la historia, acerca de las orejas de Oba, relatada por la ya fallecida santera, también de la ciudad de Matanzas, Francisca Villamil García:
Oba siempre buscaba consejos de cómo mantener a Changó junto a ella, y acudió una vez a Ochún, sin saber que esta era una de las amantes de su marido. Ochún le dijo que se cortara una oreja, hiciera un caldo y que se lo diera a tomar a Changó, ya que esa era una manera muy efectiva de tenerlo siempre a su lado.
Así ella lo hizo, pero cuando Changó estaba más entusiasmado se encontró la oreja, y al ver que era de Oba la regañó muy fuerte. Desde entonces siguió respetándola, pero nunca más volvió a acostarse con ella. Y Oba, de tristeza, se fue a vivir al cementerio, donde está desde entonces.
En las historias de santos, el bien no siempre sale victorioso, pues Elegguá enreda por capricho los caminos; Oyá y Ochún envidian la lealtad de Oba hacia Changó, además de la existencia de otros actos de la conducta que no son dignos de imitar. Las mismas categorías del bien y el mal, que constituyen las formas más generales de la valoración moral están aquí relacionados con hechos y acciones concretas de la vida real, sin una elaboración teórica profunda. Ello es posible ilustrarlo con la siguiente historia que relataba, a principios de siglo, el babalawo matancero Blas Cárdenas:
Obatalá fue y le trajo, en un plato, lengua cocinada. Olofin se asombró, y le preguntó por qué traía precisamente eso. Obatalá contestó que con la lengua se elogiaba, se decían las cosas más dulces y más tiernas, se hacia la caridad y mucho bien.
Al otro día Olofin le pidió a Obatalá, que entonces le trajera el peor plato que hubiera sobre la Tierra; Obatalá fue, y regresó con un plato, donde otra vez traía lengua cocinada. En esta ocasión Olofin extrañado, casi molesto, le dice a Obatalá: — ¿No te dije que quería ver el peor plato que existiera sobre la Tierra?
Entonces, Obatalá contestó que con la lengua se decían las cosas más lindas, más buenas. Con la lengua se dicen también las cosas más feas, las malas palabras, los chismes, las humillaciones, los enredos. Con la lengua se puede salvar a una persona, pero también causar su perdición. Y Olofin quedó convencido. De los acontecimientos relatados en las historias de santos emanan también los correspondientes juicios, prohibiciones, valoraciones y moralejas, que pueden influir y regular, positiva o negativamente, en la conducta social de los practicantes de la Regla de Ocha. Ello se debe a que los valores relacionados con las ideas y representaciones mágico religiosas de la creencia en cuestión, pueden determinar el surgimiento de un sistema especifico de orientaciones valorativas que se pueden reflejar negativamente en la proyección social del iniciado y el practicante de esta religión de origen africano en Cuba.
Para concluir, es posible afirmar que en el proceso de transmisión, a través de las generaciones, de las ideas y representaciones mágico religiosas y morales de la Regla de Ocha, un lugar importante lo ocupan las historias de santos, pues a falta de un sistema teológico sistematizado en libros o escrituras sagradas, son un factor determinante en la interpretación ritual. Ellas resultan ser una fuente que nutre y precisa las sutilezas del contenido y las formas de expresión de las prácticas mágico religiosas en cuestión.
Estas historias poseen una gran importancia desde el punto de vista antropológico, pues reflejan las características de un grupo humano, el yoruba, en una determinada etapa de su desarrollo. Además, por medio de su estudio se puede conocer de la cultura, las creencias religiosas, alimentos, hábitos de trabajo, relaciones interpersonales y de poder, jerarquías sociales, roles de género, relación hacia la naturaleza, y muchos otros aspectos de la vida socioeconómica, cultural y comunitaria de este pueblo. Además, por medio de las mismas se pueden comprender muchos de los procesos de transculturación y de sincretismo religioso que sufrieron las religiones africanas en la Cuba esclavista, colonial y española.
Los rituales de la Regla de Ocha representan una hipotética comunicación con las fuerzas y seres sobrenaturales a los que se rinde culto, los orichas y antepasados. Son precisamente, las historias de santos las que les otorgan el sentido. Su rica variedad está determinada no sólo por lo colectivo y espontáneo de su reproducción y transmisión en el proceso de transmisión oral, sino también por la gran cantidad de representaciones mítico-mágico-religiosas contenidas en las mismas. El estudio histórico-comparativo con los mitos yoruba originales revelaría en todo su esplendor la gran capacidad de adaptación, de síntesis, y de transmisión espontánea, de las numerosas generaciones de practicantes, para los que todavía sigue vivo el aliento de las deidades, que con los esclavos africanos llegaron en los barcos de la Trata a nuestro país.
Bibliografía Barnet, Miguel: La fuente viva. Edit. Academia, La Habana, 1983.
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Cuba. Una identità in movimento
Hubo un tiempo en que Changó vivía con Oba, Ochún y Oyá. El no se presentaba cuando lo llamaban con tambores, pero Oyá estaba con él cuando quería.
Changó, oricha que representa la alegría y virilidad masculina, un día le pidió prestado un caballo blanco a Oggún, su hermano, dueño de los metales, oricha que representa la guerra. Y Changó sobre su caballo cabalgó tan lejos que llegó a la tierra de los filani, los chinos. Allí encontró una pagoda muy grande, y delante de ella estaban parados dos chinos con grandes espadas. El valiente Changó, con su espada, les cortó las cabezas, se apoderó de sus trenzas, y gritó: ¡Yo no lo maté, lo mató Oggún! Y se fue.
Antiguamente el coco era todo blanco, por dentro y por fuera. Entonces era rey Olofin, Dios Todopoderoso, y lo hizo grande. Era muy orgulloso porque era blanco, y menospreciaba a toda la gente, los trataba muy mal, con mucho despotismo.
— Ud. es una persona que tiene muchos problemas, y la vida se le hace difícil;
Olofin invitó a una fiesta a todos los santos. Después que estos comieron y se divirtieron le regaló una calabaza a cada uno. Cuando los santos salieron se dijeron: — ¿Para queremos esto? Y las botaron. Pero Obbara (Changó) recogió en su alforja todas las calabazas y se las llevó. Cuando llegó a su casa, su mujer, Ochún, le preguntó: — ¿Qué traes ahí. ? El le contestó: — Calabazas que nos regaló Olofin a cada uno de nosotros, pero ellos las botaron, y como estamos pasando necesidades, las recogí. Así que cocínalas poco a poco para ir comiendo algo.
Changó había prometido a Olofin instaurar la paz y la rectitud en las tierras que gobernaba, y estaba buscando a alguien que lo ayudara, porque su reino era muy grande. Abó, el carnero, se presentó a Changó y alardeando, le dijo que le traería a una persona noble, inteligente y que valía por 100 cabezas. Changó extrañado, y molesto, por el alarde de Abó, le contestó que si antes de terminar la noche no se lo traía, sería castigado.
En la Regla de Ocha la valoración moral, como aprobación o reprobación del desenvolvimiento de los actos de los hombres en la realidad social, adquiere suma importancia. Por ello en las historias y refranes aparece reflejada de una manera singular, a partir de las experiencias representadas en las actuaciones de los orichas, en el cumplimiento de sus tareas y funciones, los errores cometidos por estos en tales momentos...[3]
... en el caso especifico de los llamados cultos sincréticos en Cuba, el análisis del aspecto moral debe considerar su génesis en cultos tribales y su desarrollo entre clases, capas y sectores marginados en los regímenes clasistas prerrevolucionarios,... Esto permite explicar la ausencia de principios éticos y la relativa importancia de normas morales, en lo que incide la no existencia de una estructura institucional.[4]
Una vez entre los pájaros se corrió la voz de que Olofin haría una fiesta en la loma más alta para darle un regalo al más hermoso.
Una vez estaban dos amigos parados en una esquina y se juraban que no se separarían jamás; Elegguá que pasaba en ese momento por allí, los escuchó, fue a su casa, y se vistió con una ropa que por un lado era roja, y por el otro, era negra.
Oba tenía celos de todas las mujeres, y esto estaba bien fundado, pues Changó, que era muy mujeriego, tenía siempre dos y tres amantes. Pero siempre Changó respetaba y amaba a Oba por encima de todas.
En una ocasión Olofin, el Santísimo, viejo, cansado y alejado del mundo del mundo de los hombres, le pidió a Obatalá , representante de la paz y la pureza, que le trajera a probar el mejor plato que hubiera sobre la Tierra.
Lic. Andrés Rodríguez Reyes
Museo de la Ruta del Esclavo
Matanzas
Referencias
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