Narrador, autor de cuentos y noveletas, periodista y ensayista, Alfonso Hernández Catá es uno de los mejores escritores cubanos de la primera generación republicana.
Había nacido en la península (Aldeadávila de la Ribera, Salamanca), el 24 de junio de 1885, hijo del teniente coronel Ildefonso Hernández, español; y de la cubana Emelina Catá.
El padre ocupaba un puesto en la administración militar en Cuba y el pequeño vivió aquí hasta los 14 años en que, fallecido el padre, fue enviado a un colegio de Huérfanos Militares, en Toledo, de donde pronto escaparía hacia Madrid y en esa capital se formó como el intelectual que llegaría a ser, descollando en la narrativa de España y Cuba.
Fue citado, tan sólo con 20 años de edad, en la antología lírica "La corte de los poetas" (Madrid, 1905). Sus primeros libros de ficción fueron "Cuentos pasionales" (1907) y "Novela erótica" (1909), que aparecieron en Madrid, pero ya casado regresa a Cuba, ejerciendo como redactor del "Diario de la Marina" y en "La Discusión".
Incursionando en la novela publicó "Pelayo González" (1909) y "La juventud de Aurelio Zaldívar" (1911), a las que siguieron otras.
En el teatro compuso "Amor tardío" (1913), "En familia" (1914), "El bandido", y "Cabecita loca", obras de ambiente hispano, escritas en colaboración con su cuñado cubano Alberto Ínsua. Luego publicó otra obra de bastante éxito, "Don Luis Mejía" (1925).
Hacia 1909, Alfonso ingresa en la carrera diplomática como cónsul y se desempeña en El Havre, Birmingham y en varias ciudades españolas. Fue encargado de negocios de la República de Cuba en Lisboa, y posteriormente embajador de Cuba en Madrid, y ministro en Panamá (1935), Chile (1937) y Brasil (1938).
Por la temática de su obra puede ser considerado autor cubano. Siempre proclamó su cubanía y se refirió con emoción a autores cubanos como Manuel de la Cruz, que le reafirmaron su devoción por la Isla.
"Don Cayetano el informal" es su cuento cubano más notable, aunque sobresalió en el relato corto y en el de cierta extensión. Sobresalen entre otros: "El laberinto", "La piel", "Los muertos", "Los frutos ácidos", "La muerte nueva", "Fuegos fatuos", "Piedras preciosas", y otros.
Colaboró con numerosas revistas culturales y literarias.
El crítico Max Henríquez Ureña dijo que su prosa era genuina prosa modernista, trabajada con arte, castigada y elegante, y le dio realce a su producción.
Al morir en un accidente, el 8 de noviembre de 1940, cuando el avión en que viajaba se precipitó en la bahía de Río de Janeiro, tocó al narrador austríaco Sthepan Zweig pronunciar su oración fúnebre.
Aunque la producción narrativa de Hernández Catá no ha sido recogida en toda su extensión, dos cuentos suyos, "María Celeste" y "La Culpable", que acreditan su pericia en el relato de ambiente marino, aparecieron en la antología "Cuentos del Mar", de Gustavo Eguren (Letras Cubanas, 1981).
Escogimos un poema de este autor, de 1926, el cual es no sólo una rareza dentro de su obra, sino también un ingenioso juego de ideas y palabras.
Filología
La mar, el mar...
no es igual.
Espaldas poderosas para cargar navíos,
aliento sano de titán,
brazos de verdes bíceps intranquilos
para juntar o para separar.
Alternativamente,
actividad,
serenidad,
profundidad...
Encendedor de sueños y apagador de rayos:
El Mar.
Falso encaje de espumas hecho y deshecho en playas,
bajos fondos donde encallar;
entre sutiles sábanas de esmeralda y zafiro
lento desperezarse de carne sensual.
Simultáneamente
debilidad,
perversidad,
oblicuidad...
Arrecifes y sirtes y cenagosas algas:
La mar.
El mar, la mar...
no, no es igual.
http://www.nautica.cubasi.cu/fijas/cata.htm
(Resumido de la revista MAR Y PESCA)