Aspirar a la supremacía de un estado poderoso sobre otros en el siglo XXI, al poder hegemónico sobre el mundo, es predicar una doctrina política de alto riesgo, suicida y condenada de antemano al fracaso histórico. Las circunstancias en que resurgió ese tipo de pensamiento elitista en la historia moderna, precisamente en los recién nacidos Estados Unidos de América, entre 1788 y las dos primeras del siglo XIX, concluyendo con la doctrina Monroe, fueron totalmente distintas a las que existen y evolucionan aceleradamente en el mundo actual.
La revisión a fondo de la política hegemónica y militarista del Imperio estadounidense se ha convertido durante el primer lustro del siglo XXI en una variable de peso, a tener en cuenta, porque condiciona, cada vez más drásticamente, el liderato del sistema capitalista, altamente valorado por el gobierno norteamericano, en apariencia defensor de los principios de la cultura euro centrista.
Tanto, sujetos civiles como representantes del alto mando militar hacen patente al presidente Bush, cada vez de forma más abierta y frecuente, su desacuerdo con los métodos represivos desprestigiados por la Historia: guerras genocidas que se imponen en otros países distantes donde no tienen derecho alguno a intervenir, en lugares que ya no son tan oscuros, por el contrario, que los hacen brillar relucientemente ante la opinión pública internacional, su lucha en defensa propia y por la oposición perseverante a los avasalladores designios imperiales. Amén de torturas a prisioneros, lugares y traslados ilícitos de estos, espionajes masivos también fuera de la ley, corrupción oficial, intentos de eliminar, perseguir, secuestrar o desacreditar, a otros dirigentes de naciones soberanas, y de movimientos progresistas con el uso y abuso de la guerra mediática. ¿Será que el sistema ya en fase de agotamiento total no puede "alumbrar" una sola acción que favorezca a la Humanidad y promueva un desarrollo verdadero?
Los imperios fundados a sangre y fuego por Alejandro Magno, por Roma, los de filiación religiosa que se constituyeron en el medioevo, los imperios coloniales de la modernidad, hasta las pretensiones hitlerianas en la primera mitad del siglo pasado, todos sin excepción, fueron derrotados irremisiblemente a corto o largo plazos. El pensamiento imperial y sus instrumentos guerreristas y represivos son contrarios al sentido humano de la Historia, visto como un proceso civilizador, que propende a generar valores culturales y sentimientos enaltecedores de la especie que ostenta el privilegio de la razón; al propio tiempo, responde al instinto de conservación de la existencia humana como parte de la Naturaleza.
El dilema de existir o dejar de existir sobre la superficie del Planeta, en una época donde las armas para tácticas ofensivas o defensivas tienen su base en el desarrollo continuo de la ciencia y la tecnología (puesto al servicio de cada antagonista gracias al libre mercado), hace reflexionar detenidamente acerca de una declaración guerra, por ejemplo, contra Irán, con el fin de eliminar el desarrollo de la energía nuclear para uso pacífico en una nación árabe. Ya no se trata solamente de arrebatar el petróleo, como fuente de combustible y materia prima, ahora se cuestiona por los gobernantes estadounidenses más reaccionarios un tipo de desarrollo de la ciencia y la tecnología en posesión de un país perteneciente al "tercer mundo", al que se le niega el derecho al conocimiento y a la aplicación de un proceso avanzado de índole tecnológica. ¡La vocación mesiánica de los imperialistas yanquis votará siempre a favor de arrojar a Adán y a Eva del Paraíso, por comer la manzana del árbol del saber!
Tampoco aprueban que Rusia o China posean armamento similar al que ellos poseen, entienden ese derecho como un reprobable desafío al Imperio. Sumidos en el delirio de La Guerra de las Galaxias, consumen sus propias ilusiones como si fueran la realidad, ¡la única realidad que existe en el mundo en que vivimos! A pesar de ello, la élite genocida aún no vive sola en la Tierra, ni ha llegado el momento supremo en que su palabra y deseos sean ley universal. El proyecto del mundo unipolar no cuajó con la caída del campo socialista de Europa del Este. La relación causa — efectos no se cumplió de forma directa. Al fin del segundo milenio y del siglo XX, hechos, procesos y sujetos de la Historia han seguido en pie, a pesar de toda la propaganda ideológica anti humanista que cae sobre nuestros pueblos, con más potencia destructiva que las bombas sobre Iraq.
La Revolución cubana sobrevive; el llamado período especial modificó una etapa del proyecto revolucionario cubano, pero no lo destruyó. Fidel Castro Ruz, es el presidente — electo por mayoría de votos — de la República de Cuba, y la transición hacia más socialismo en los próximos años del siglo XXI ¡va! La población cubana dejó atrás el analfabetismo y todas sus enfermedades sociales, hace mucho tiempo (casi 50 años, y la revolución de la información ya ha aumentado por varias veces el valor de un año). Los cubanos son conocidos y respetados en numerosos países del mundo, incluyendo a la parte económicamente más "desarrollada", por sus avances en campos muy complejos del conocimiento científico, no sólo por el azúcar, el tabaco, el café y el ron que puede exportar Cuba al mercado mundial.
En África, de donde proviene una parte no pequeña de nuestra población, a donde fuimos a contribuir con el fin del colonialismo y, de las más diversas maneras, al desarrollo social, gracias a los trabajadores internacionalistas, tiene lugar un "renacimiento", cuya esencia y propósitos son muy distintos al período homónimo anterior, que trajo a Cristóbal Colón a "descubrir" una América para beneficio de los mercaderes occidentales.
Tampoco son potencias coloniales las que ahora mismo se asocian en Sudamérica para defender su soberanía y el ALBA.
Otras realidades, nuevas y muy distintas a las planeadas por Bush y el Pentágono se abren paso por el mundo. Dice el refrán popular que
"No hay peor ciego que el que no quiere ver".
Al parecer, de esa ceguera padecen los fundamentalistas gobernadores yanquis, apegados a la visión de los Peregrinos del Mayflower y a la de los Padres fundadores de la Unión en 1787. Se requiere de un nuevo pensamiento constructivo para volver a fundar, desde las raíces, otra nación estadounidense, que sí responda a su auténtica naturaleza americana, propia del mestizaje racial, étnico y cultural que mayoritariamente habita en su territorio, a consecuencia de la inmigración forzada o, solapadamente inducida, de población de origen latinoamericano y africano; hace falta que ese pensamiento sea una verdadera corriente, más realista y popular, que arrastre el egoísmo y el individualismo de un puñado de plutócratas; y, sobre todo que garantice a los millones de ciudadanos electores un futuro más seguro, sostenible y digno del que se prevé y deriva de la historia actual.
Investigadora.
Lic. Historia.
M.SC. Estudios en América Latina, el Caribe y Cuba.
Colaboradora periodística del Portal de la Cultura Cubana.
Miembro de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
Página enviada por Lohania Aruca Alonso
(27 de septiembre del 2004)