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Cuba |
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Una identità in movimento | ||
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La Habana: Un espacio grande en la memoria de Cuba
Magda Resik Aguirre
Su devoción por La Habana es ejemplar. Muchos se han rendido a los encantos de esta urbe bañada por las aguas del Caribe, pero pocos han devenido símbolo de habaneridad, como este ser entrañable de intensa entrega a una obra de bien. Patriota en su tierra chica, es también devoto de Cuba, nuestra patria grande.
Imposible celebrar los 485 años de la otrora Villa de San Cristóbal de La Habana, sin beber en la fuente de sus sabias reflexiones, nacidas de una erudición a toda prueba y una pasión siempre renovada. Eusebio Leal Spengler , leal a su ciudad amada, nos muestra a diario la utilidad de preservar esa memoria viva que es el patrimonio de una nación, en un mundo donde parece imponerse una despersonalizada visión de la especie humana.
Al regreso de alguno de sus viajes a otros sitios de la Isla y del mundo ¿cómo se le revela su ciudad?
¿El habanero que vive su ciudad todos los días ¿qué más debe hacer por ella?
Alguien tan consagrado a la salvaguarda de nuestro patrimonio, ¿dónde se duele con más fuerza cuando atentan contra su integridad?
¿Cuál debe ser el papel del Historiador en nuestras municipalidades?
¿En qué podríamos diferenciar al proyecto de restauración que asume La Habana en su Centro Histórico, respecto a otros modelos de rehabilitación del mundo?
Y a los que frecuentan constantemente esa poética del deterioro de la ciudad ¿qué les diría?
Hay quienes ponen en duda que el bloqueo económico y financiero impuesto por sucesivos gobiernos norteamericanos a Cuba, constituye un elemento retardatario a la hora de enfrentar los procesos de rehabilitación. ¿Cuál es su postura?
¿Se ha apropiado de los versos de algún poeta para cantarle a La Habana o el Historiador ha desarrollado su propia ars poética de la ciudad?
¿Si un día le perdemos el rastro ¿en qué sitio de la ciudad encontraríamos a Eusebio Leal?
Fuente: www.habanaradio.cu
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Cuba. Una identità in movimento
¿Cuando se menciona a La Habana ¿qué le sugiere ese santo y seña al Historiador?
En el sentido etimológico de la palabra, después de muchas elucubraciones, mi predecesor Emilio Roig de Leuchsenring asumió la hipótesis de Genaro Artiles, el gran polígrafo español, quien vino a Cuba durante los años terribles de la guerra civil y llegó a la conclusión de que Habana tenía que ver directamente con el nombre de Habaguanex, el cacique o jefe comarcano aborigen, hallado aquí por los conquistadores en su avance al occidente de Cuba.
Y no así Haven, como algunos querían acuñar por la existencia en la corte española de la época de tal cantidad de flamencos y de gentes de los Países Bajos, que así hizo pensar en la asimilación de ese término germano-holandés que significa puerto o fondeadero.
De ello no hay una sola evidencia, palabra escrita, carta náutica donde aparezca referido. Sin embargo, sí aparece San Cristóbal, el pueblo viejo y frente a él, al Norte, La Habana. Ahí está la clave: existieron al menos dos ciudades históricas, de una parte la Villa original fundada y después, posteriormente, la que se traslada del sur al norte, donde queda definitivamente emplazada. Se acepta por lo común, que el asentamiento definitivo fue en el año 1519, a partir de un padrón de piedra que el propio Roig mandó a retirar de la columna de El Templete, ante el peligro de que se borrase para siempre, pero que aparece fotografiada en obras tan célebres como "Cuba monumental, estatuaria y epigráfica" del Dr. Eugenio Sánchez de Fuentes y Peláez y luego la encontramos en el primer tomo de la obra de Emilito: "La Habana. Apuntes históricos".La Habana es para todos nosotros, y también para mí, un espacio muy grande en la memoria. Ella misma es un trozo de la memoria de Cuba, de América y del mundo. ¡Tantas cosas han pasado en esta ciudad! ¡Es tan bello su urbanismo, está tan bien trazado su diseño de cara al mar! Es también una urbe que por una serie de azares ha conservado como otras europeas, al estilo de Praga, las diversas épocas arquitectónicas.
Aquí puedes ver una Habana del pre-barroco, con los bellos edificios que conocemos del siglo XVII; La Habana del XVIII con su Plaza de la Catedral, la de Armas, la de San Francisco, la ciudad amurallada, la ciudad neoclásica, que es todo San Rafael, el ambiente precioso de El Prado, el eclecticismo de Centro Habana y El Vedado, revelador de una impronta del neoclasicismo, que quizás nos dejó uno de los barrios más completos y mejor trazados.
En otros sitios ese pasado ya no está. De ahí que nosotros no tengamos una mirada nostálgica sobre la ciudad, sino una mirada activa, de participación, al dedicarnos a conservar los rasgos de su identidad. No me interesa La Habana como una señora ya mayor que se coloca una peluca y se pintorretea. Me interesa esa Habana en la dignidad de sus años, con la belleza del tiempo, con el encanto del orgullo de sí misma.
Debemos recuperar al máximo ese atildamiento de La Habana. Observo con admiración cómo en otras localidades de Cuba — donde quizás tienen una dimensión menor los desafíos que aquí son enormes —, se evidencia una preocupación generalizada por el pueblo o la ciudad. Muchos trabajamos cada día y soñamos con alcanzarlo aquí a todos los niveles y con la cooperación consciente de la comunidad que habita la que se titula, en honor a la verdad, capital de todos los cubanos.Si tengo alguna autoridad para referirme al tema, es moral. Nuestros conciudadanos, todos los que han hallado cobija, casa, techo, espacio en esta urbe — pues la condición de habanero no se gana solamente por haber nacido aquí, la patria no es sólo donde se nace, es también donde se lucha —, bien deben dedicarle un poco de su pensamiento y sobe todo, de sus obras diarias, a la ciudad. Debemos preocuparnos por sus jardines, sus áreas verdes, sus calles, sus monumentos, sus plazas... no sólo por las que ya fueron levantadas, sino por las que todavía hay que erigir. El tiempo no ha terminado, no se ha detenido. La ciudad posee una dinámica y no podemos resolver este problema con conciliábulos tristones y melancólicos sobre el pasado. Para mí el pasado es un punto de partida, una referencia hacia el futuro.
Cuando se desconoce el valor del patrimonio como activo moral. Otros atesoraron y ahorraron para nosotros hasta ayer. A nosotros nos corresponde hacerlo ahora para los que han de venir mañana. Ese concepto de acumulación ha creado a la ciudad, que es una invención de las personas cuyas referencias y razones afectivas deciden plasmarlas en piedras, en espacios, en ambientes... y en la vida cotidiana, en sus relaciones de amistad, en los lugares que frecuentan.
Me duele muchísimo cuando se descuida ese extenso patrimonio. Y ese atentado se expresa hasta en los más mínimos gestos. Por ejemplo, cuando veo que desde un automóvil, alguien baja un cristal y tira una lata vacía a la calle, me resulta un acto de barbarie, digno del peor castigo, o cuando alguien camina sobre el césped de un hermoso jardín, como veo a muchos por la mañana dando vueltas sobre el vergel del monumento a Máximo Gómez, me parece sencillamente un ultraje. Muchos han trabajado y trabajan para plantar y no merecen eso.
Sin embargo, me fascina que el sábado o el domingo cientos de personas se sienten en los jardines del Castillo de la Fuerza y coloquen hasta un mantel para merendar de cara a la bahía tras una jornada de disfrute y contemplación de la ciudad. Ese lugar les pertenece y si al terminar recogen los desperdicios y los colocan en un basurerito, la emoción es mayor. De lo contrario sería ese un lugar inhóspito, feo, desagradable y habría sido vano el trabajo de quienes durante toda la semana, trabajamos puliendo, limpiando, recogiendo y volvemos insistentemente a plantar.Los municipios deben preocuparse por tener a alguien que conserve la memoria, que vaya la secretaría del Consejo de la Administración y pida las actas, no solamente como algo que esté sujeto a una auditoría, sino también como algo que está sujeto a la memoria. Se necesita a alguien que dé conferencias, que explique, que enseñe cuáles son las casas importantes de Centro Habana, Regla, Guanabacoa... en Güira, en Melena, en Alquízar, en Güines y en cualquier lugar donde alguien reciba esa misión.
Por lo general hay historiadores natos. Hombres y mujeres que han sido durante largos años defensores de ese valioso legado y que las personas reconocen como tales. Es muy bonito cuando la autoridad pública consagra lo que la autoridad del pueblo definió. No se trata de designar un funcionario, sino de buscar a alguien que con amor, conserve y propugne, explique y auxilie.
Sin la cultura o prescindiendo de ella, toda acción de gobierno es fatídica. Es el historiador el que tiene presente conmemorar la fecha de nacimiento del pueblo o de las grandes figuras, o se preocupa activamente por los familiares de los héroes, de las personalidades, de los grandes maestros... no sólo por pagar una deuda de gratitud, sino para dar un ejemplo público que sigan las generaciones futuras.
Es además, un educador; siempre preocupado por el valor de los objetos y el sentido de las cosas, no porque crea como el Rey Midas que todo lo que toca lo convierte en oro. Hoy el historiador tiene otras funciones. En el caso nuestro ejercemos una función activa en la preservación del patrimonio, en la restauración y no abandonamos las tareas de solidaridad, tan humanas y las misiones administrativas, buscando que sea una responsabilidad atractiva y nada cargosa, porque no hay cosa peor que un historiador aburrido.Se llegó a la conclusión de que en países como los nuestros no se puede obviar, ni soslayar que el desarrollo social y comunitario debe marchar al unísono con un proyecto de restauración. Venimos de una experiencia fallida, hasta en países de grandes recursos, donde la restauración trajo consigo una desertización de la ciudad, una sobre valoración de los predios, una transformación de la urbe habitada en espacio comercial. Otro fenómeno se ha dado en Latinoamérica donde las clases que una vez abandonaron a su suerte la ciudad histórica, vuelven a ella cuando un grupo de personas la rehabilitan o la ponen en valor y la transforman entonces en un coto privilegiado.
El proyecto de La Habana es una proposición de buen gobierno, un proyecto social, una muestra de que es posible esa compatibilidad entre la vida de lo que podíamos llamar la alta cultura, que es también la cultura popular, la cultura del vivir y del cohabitar con el mundo, con la arquitectura monumental, con la salvaguarda de la memoria y los grandes desafíos de la vida contemporánea, enfrentándonos con soluciones a incógnitas como las del transporte urbano, la peatonalización, tan discutida, porque la ciudad moderna es la del automóvil. Como muchas veces he escuchado decir: ¿qué sería del mundo si cada chino quisiese tener un automóvil?
Hay que remeditar la ciudad contemporánea y en ese proceso de replanteamiento son muchos los desafíos, en muy diversas materias. Por eso la restauración es un ejercicio interdisciplinario. Nunca podrían llevarlo adelante solos, el historiador y el arquitecto, porque es una cuestión jurídica, donde interviene el tema de la propiedad y del usufructo, del espacio común, del derecho de un tercero; están desafíos como el ecológico: la ciudad y la naturaleza, el medioambiente, cómo recoger los desechos urbanos sin contaminar, o el de la conservación sistemática porque no puede dejarse todo para el final.
Cuidemos, arreglemos, actuemos continuamente en esta dirección para que la ciudad se conserve. Es más barato conservar que construir, aunque siempre es necesario construir. Es muy importante conservar porque llega un momento en que pesa más sobre las espaldas públicas la ruina que lo que se pueda hacer.Ese discurso poético resulta agradable sólo por un instante. Yo mismo uso a veces una hipérbole y hablo del velo que cubre la ciudad y comienza a rasgarse por aquí o por allá con una obra restauradora, con una renovación... Pero no se puede abusar de esa imagen — desde lugares cómodos generalmente —, tratando de sacarle partido hasta político a todo eso, con sentido avieso.
El bloqueo es cosa objetiva y grave, que pesa sobre todos nosotros y pesa también sobre la ciudad. Cuando se evalúan los daños provocados por un ciclón como el Charley y se habla de pérdidas por concepto de mil millones, los cubanos sabemos muy bien que no disponemos de fondos inmediatos en carácter de préstamo de un organismo financiero internacional para subsanar los daños y que no poseemos esa alta liquidez, pues nuestra economía debe desarrollarse en condiciones muy difíciles. Pienso en pequeños pueblos como Artemisa, Guanajay, Bauta, Baracoa... que pueden ver dañada su identidad tras un huracán y no podemos volver la casita de madera, que era lo pintoresco, allí donde lo humilde se convierte en un signo de identidad.
El país tiene que buscar sus propios remedios y curar las heridas. Considero al historiador y al que cuida del patrimonio, y ve cómo se pierde irremediablemente, sin esperanzas de restituirlo. Entonces el bloqueo, sí, porque los cubanos que tienen hoy como parte de su economía, por ejemplo, las remesas que llegan de Estados Unidos — un fenómeno del mundo contemporáneo, una realidad latinoamericana porque en México, por ejemplo, las remesas familiares superan en monto a la producción petrolera — que constituyen un derecho de los emigrantes hacia su familia, están conculcadas por las leyes norteamericanas– anticubanas.
Cuba no puede aspirar, la Oficina del Historiador no puede recibir dinero para la restauración de organismos internacionales que Estados Unidos controla. El gobierno de ese país bloquea cualquier esfuerzo de Naciones Unidas, de la UNESCO, desde su regreso a la institución, impide que fondos de organismos y bancos internacionales que tienen capítulos dedicados a la preservación del patrimonio se puedan convertir en préstamos a favor de Cuba o estimulan medidas opresivas como cuando los países de la Unión Europea sancionan a la Isla, y entonces entre las primeras penalidades vienen aquellas que recaen sobre los procesos de restauración, tratando de infringir una herida en algo que supone una contribución a lo más preciado y a lo más profundo del país. Porque no solamente de pan vive el hombre, vive también de dignidad y de su memoria.
El bloqueo sí ejerce un papel real al no poder contar con la cooperación de instituciones internacionales y mucho menos de los propios Estados Unidos a pesar de que compartimos un legado histórico real, en el deporte, la música, la cultura... Aquí han estado sus grandes escritores, nuestros artistas han estado allá, nuestros revolucionarios. Allá están los santos lugares a donde llegaron los independentistas cubanos encabezados por José Martí, en Tampa y Cayo Hueso. Allá está la historia del Partido Revolucionario Cubano y han luchado compatriotas de muchas generaciones, incluso por conservar esos lugares que le pertenecen a la memoria de Cuba.
Restaurar en Cuba supone un esfuerzo enorme donde quiera que se realice un esfuerzo rehabilitador, en La Habana, Trinidad, Camagüey, Santiago... y por lo tanto, es obra de un mérito mayor.El poeta es Ángel Augier , a quien debo mucho por su amistad con Emilio Roig y por su papel de cronista de este aspecto de la vida de La Habana. Él publicó un maravilloso volumen consagrado a la poesía habanera y ahí aparecen muchos de los versos con los cuales los poetas le han cantado a La Habana, desde los orígenes hasta hoy. Es un poema que no se detiene.
Me gusta esa bella composición de Silvio Rodríguez : "... tú me recuerdas el Prado de los soñadores"... "amor a La Habana". Está la literatura martiana, que le reserva un espacio hermoso a esta Villa en los Versos Sencillos y recuerda a los valientes habaneros en aquella noche terrible de los acontecimientos revolucionarios del 68.
Existe una poesía de La Habana y la trova habanera paga un gran tributo a la memoria de la vida real de sus pobladores, a su encarnación en cada familia, en cada espacio, en todos nosotros y en su monumentalidad misma. He escrito muy pocos versos y los considero deleznables, pero sí quise titular a los dos volúmenes de retratos que hice de mis grandes compañeros generacionales y de grandes momentos de la historia en que me tocó decir: "Poesía y Palabra", no porque allí estuviese encarnado en versos lo que he sentido y pensado sino porque la poesía aparecía como parte de la palabra misma. Sólo con sentido racional y matemático las cosas no caminan. ¡Ay de nosotros si no estuviésemos amparados por la poesía! ¡Pobre de este pueblo si no hubiese estado alentado por un gran poema, un gran canto de gesta, una poesía interior, para poder librar su gran desafío!Probablemente estaría en el patio al que he regresado durante cuarenta y cinco años, casi todos los días, el del otrora Palacio de los Capitanes Generales, donde mi predecesor y maestro fundó el Museo de la Ciudad y donde se guardaron durante siglos los papeles de La Habana. Bajo esa construcción están las ruinas de otra edificación y debajo de ella encontramos los vestigios de la comunidad primitiva, su alfarería rota, sus caracoles tallados...
Cerca de allí está el árbol sagrado, que por supuesto, ya no es el mismo. El primigenio también se fue una y otra vez. Los habaneros volvieron siempre y sembraron otro en el mismo lugar. Asistí a la plantación de la ceiba actual quizás sobrecogido por su simbolismo, porque esta ciudad, hace cuatrocientos ochenta y cinco años nació bajo un árbol, lo cual quiere decir que La Habana y sus pobladores siguen creciendo al amparo de la naturaleza.
Año 4 Número 45, 18 de Noviembre del 2004
Webmaster: Carlo Nobili — Antropologo americanista, Roma, Italia
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