Un nuevo aniversario de la fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana es un nuevo día de fiesta, muy especialmente para los que nacimos, nos criamos y vivimos en esta ciudad, hermosa, pletórica de historia y cultura, de queridos recuerdos familiares y personales.
El centro histórico habanero posee uno de los paisajes marinos más impactantes para la población infantil y juvenil de la ciudad: el mar abierto que desemboca en la inmensa Bahía de La Habana.
Al propio tiempo, la amplia vía vehicular que circunvala la costa oeste de la Bahía (los tramos antiguos de las avenidas Antonio Maceo y la de Carlos Manuel de Céspedes), delimitada por el muro del Malecón, que progresa por varios kilómetros acompañado de ancha acera (estupenda para la caminata junto al mar, para aprender a patinar, o, a montar una bicicleta...), da forma al paisaje urbano que complementa elegantemente el esplendor de la naturaleza.
La tentación del chapuzón en el mar — en la actualidad poco recomendable y lleno de riesgos, debido a la desaparición de las simples pocetas en la costa rocosa, otrora utilizadas por los baños privados; la contemplación romántica, o, meditativa, de una puesta de sol, o, de un amanecer tras el perfil del Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro, son referencias obligadas en la historia de vida de cualquier habanero o habanera de mi generación.
De la acera opuesta al mar, cientos de metros de portales abiertos al público peatonal, ofrecen cobija generosamente al caminante, contra el sol y la lluvia.
Una lección de buena arquitectura para aprender y disfrutar: soluciones del portal en formas diversas, pero con un propósito funcional claro, perfectamente identificable y socializado, que hasta hoy es posible repetir sin errar. (Un tesoro casi perdido, que se dilata hacia el corazón del municipio de Centro Habana: los portales públicos de las viejas calzadas, que cada vez corrompen más el tiempo, la falta de higiene y el necesario mantenimiento urbano).
La alegría del carnaval habanero, también se gozaba desde la acera de los portales cuando las comparsas, las carrozas, los autos adornados y el desfile de las mascaras y los disfraces de los habaneros desbordaban el Paseo del Prado (hoy Paseo de Martí), junto a los fuegos artificiales y los festivos cohetes. La gargantilla de luces artificiales — por suerte recuperada y puesta en servicio, en años recientes — dan el toque definitivo a esta parte mágica de La Habana, que devuelve a nuestra memoria y al imaginario colectivo, momentos de dicha y de asombro al repasar los detalles que aún guarda nuestro Malecón.
Deslumbrante en el paisaje nocturno del litoral norte habanero, es el alto Faro del Morro. Sus brillantes y útiles destellos para la navegación marítima, nos hacen visible al guardián habanero, silencioso y discreto, que a diario es sorprendido en su larga vigilia por el tradicional cañonazo de las 9 de la noche; un enlace sonoro entre épocas históricas de muy distintos significados.
Una vieja ciudad, que abdicó de sus poderosas murallas para acoger en su lugar a pacíficas edificaciones públicas y privadas de gran porte, a jardines y parques, que fueron diseñados con la alta mira de una moderna Habana higiénica y más bella, gracias a la aplicación de la imaginación, de la ciencia y la técnica más avanzadas; más digna de un destino histórico y cultural superior