Cuba

Una identità in movimento

La leyenda de Icú

Ramón Guirao



Recogido de la tradición oral de los yorubás por Ramón Guirao. Provincia de La Habana


Se habla de los tiempos en que la gente no moría... De no morir ser viviente sobre la tierra, llegó a poblarse el mundo de tal forma, que era imposible dar un paso... Los viejos, rugosos, encogidos, no podían andar ni morir. Arrastraban, muy penosamente, sus largos cabellos blancos, pero remediaban su debilidad agrupándose, como hacen las hormigas laboriosas para mover las hojas secas de los bosqus. Se reunían hasta veinte ancianos con el propósito de trasladar una ramita seca con que mantener encendida la hoguera; cuarenta no bastaban para mover una cazuela de barro cocido; se citaban ochenta para cortar una calabaza... porque estaban muy camengos y no tenían fuerza para nada.

Los jóvenes invocaban a los dioses, y les pedían que los libraran de la inutilidad de los viejos.

Tanto clamaron, que al fin escuchó sus rogativas Icú (la muerte). Una voz profunda, como el rugido del viento huracanado, se oyó a lo lejos, en lo más apartado y espeso de la selva.

Acudieron los jóvenes a responder a la complaciente Icú, que remediaría el mal.

Los jóvenes respondieron a Icú, muy afligidos:

Icú habló de nuevo:

A las palabras iracundas de Icú siguieron los truenos y las primeras lluvias. Durante tres días y tres noches llovió sin descanso. Las nubes parecían haberse roto como un cántaro.

El primer día, la lluvia cubrió las raíces y los caminos. El segundo, quedaron las casas ocultas por el agua. Al amanecer del tercer día, la lluvia alcanzó la altura de la trompa de los elefantes y las girafas...

Las aguas continuaron creciendo, lentamente, hasta la altura que saltan los tigres para apresar a los monos. La tierra era un mar sin oleaje ni costas, con sólo las islas flotantes y movedizas de las ramas quebradas. En la copa de los árboles más frondosos y altos esperaban los jóvenes y niños que se cumpliera la promesa de Icú.

Los ancianos, tiritando de frío, intentaron durante la mañana del primer día, alcanzar las ramas elvadas, pero no pudieron, porque era más veloz el agua desbordada en escalar los gruesos troncos de los boabades y las yagrumas que el movimiento lento de los viejos entumidos.

Cuando escampó, al alba del cuarto día, vieron los jóvenes a la luz de un cielo limpio, lavado por los dioses, que no había viejos cañengos en el mundo...

Hasta los jóvenes comenzaron a morir también, quizá porque algunos no lograron subirse a tiempo al cogollo de los árboles...


Tomado de: Cuentos y leyendas negras de Cuba. Selección, nota preliminar y vocabulario de Ramón Guirao, La Habana, Ediciones "Mirador, Colección "Versos y Prosa", 1942, pp. 19-23.


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