Recogido de la tradición oral. Provincia de Oriente. Versión de Ramón Guirao

No eran tiempos mejores ni peores, ni más pobres ni más ricos, pero sí de esclavitud.

Se criaban juntos dos niños... El uno era blanco como la leche, el otro negro y pulido como una cuenta de azabache.

El niño blanco era hijo de los amos de un ingenio; el negro era uno de los muchos hijos de una esclava. Se vestían los niños del mismo género y color, sólo que el amito blanco estrenaba los trajes, y el esclavo negro los usaba después, limpios, pero zurcidos.

Un día, pensó el negrito que era igual al niño blanco, aunque lo diferenciaba el color de la piel... Y pensó también que su amo se bañaba en una bañera blanca, tan grande que le recordaba la poceta clara y transparente del río, en tanto que él lo hacía en una humilde batea. Y pensó mucho más el esclavo negro...

Cuando los cafetos estaban en flor, a la luz indecisa de la mañana, poblada de cantos de pájaros y rumor de cañaverales, salió del batey el niño negro, camino del río, sin que su madre lo advirtiese.

No bien llegó a la poceta, se desnudó para frotarse la piel oscura con el agua azul y limpia... Ceñida la cintura por anillos concéntricos, que se quebraban lentamente en las márgenes verdes, se alejó de la orilla...

De pronto, surgió de las aguas tranquilas un enano negro, de piernas cortas y robustas, ventrudo y feo, de ombligo enorme y abultado en forma de ubre; anudó al cuello del negrito sus brazos largos y flexibles como tallos de ébano, y lo sumergió en el remanso del río... Se oyeron gritos de angustia, que se ahogaron en las márgenes pobladas de malangas...

Desde entonces se dice que los jigües no aman a los niños negros que reniegan de su piel oscura.

Tomado de: Cuentos y leyendas negras de Cuba. Selección, nota preliminar y vocabulario de Ramón Guirao, La Habana, Ediciones "Mirador, Colección "Versos y Prosa", 1942, pp. 77-80.