Cuba

Una identità in movimento

La Canción del guerrero

Miguel Terry Valdespino



La Habana parece tener algún secreto y encanto especial para que en ella nazcan muchos de los mejores caricaturistas de Cuba y el mundo. No por gusto, dirán los lectores, uno de los 19 municipios habaneros, San Antonio de los Baños, ya se ha hecho célebre, no sólo por su Escuela Internacional de Cine, sino también por su Bienal del Humor.

Nombres como los de Eduardo Abela, René de la Nuez, el trovador Silvio Rodríguez (muy bueno también en la caricatura), Roberto Hernández Guerrero (el Guerrero), Ángel Boligán y Alen Lauzán, entre otros, dan exquisita fe de la fuerza avasalladora de este medio de expresión humorística en La Habana y desde mucho antes de existir oficialmente esta provincia que "abraza" a toda la capital.

A pesar del prestigio que pesa sobre cada uno de los artistas, hay entre ellos un nombre que apresa especialmente el interés de este comentario: es Roberto Hernández Guerrero, y también El Guerrero, bautense hasta la raíz, que un día de los años '80 — según su amigo, el prestigioso crítico Leonardo Acosta — nos jugó una broma descomunal, dibujó una puerta más y se marchó por ella, esta vez para siempre.

El propio Leonardo Acosta había escrito poco después de la muerte del importante artista de Bauta:

Guerrero fue un humanista completo, de esos que jamás pasarían inadvertidos, diestros en el escribir y el pintar, cuentista de la imprenta y de la calle, amigo de sus amigos, hermano...

Este humorista gráfico, una de las más completas y complejas personalidades en su especialidad, fue también un bromista a toda hora y un narrador para respetar.

Tras su caída definitiva, aseguraba el humorista Héctor Zumbado:

Si Guerrero hubiera sido un personaje de Cien años de soledad, a nadie le hubiera extrañado en absoluto porque Guerrero atravesaba, como flotando, por el Vedado, sonriente, jugueteando con las palabras, diciendo por ejemplo, que tenía en mente escribir un cuento infantil que comenzaba: "Érase una vez un rey que no tenía corona; tenía Coronilla".

Sobre la cabeza del monarca ya no luciría la clásica distinción, sino la más barata de las bebidas cubanas de aquel entonces, por la cual Guerrero sentía verdadera devoción.

A pesar de cierta fama de tipo difícil, este hombre mediano y rechoncho despedía un aura formidable y mística que emanaba de su presencia. En un vistazo a toda su colección, encontraríamos su firma en las publicaciones cubanas "Bohemia", "El Sable", "Pa'lante", "La Gaceta de Cuba"... y en las internacionales "Ruedo Ibérico", "Opus", "La Garrapata", "Monthly Review"...

Cuando la muerte hizo acto de presencia — quizás un poco temprano —, Guerrero ya estaba entrando en un sitio de la Historia, o quizás se fue por ahí, por otros mundos, para hacerle más sonriente y llevadera la vida a otros hombres.

Nadie como el cantor Pablo Milanés retrató su alma y la hizo imperecedera:

Guerrero inmortal, Guerrero hermano viejo, te salgo a buscar, me miro en un espejo y hallo la forma de hasta ti llegar.


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