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Cuba | |
Una identità in movimento | ||
El enigma de Gino Donè
Julieta García Ríos
A sus ochenta años, Gino Donè aún vive en la "clandestinidad", aferrado a la máxima del Movimiento 26 de Julio de que la indiscreción equivale a traición. Su instinto de conservación lo hace estar
"... reservado y guardingo (guardado según él), porque después de muerto no puedes defender tu patria. Soy un cubano de ustedes", añadió.
Cuando supe que se encontraba en Cuba, participando en el II Encuentro entre ex combatientes de la resistencia italiana y luchadores cubanos, vi la oportunidad de poder desentrañar el rumbo que tomó su vida luego del combate de Alegría de Pío.
La bibliografía sobre la expedición del Granma plantea que con la ayuda de los campesinos llegó a Santa Clara. Y que su próximo destino fue el extranjero. El rumbo de su vida se convirtió en un enigma durante muchos años.
La conversación transcurrió durante tres horas, en compañía de Arsenio García, otro de los expedicionarios. Incitado por este, Gino develó en voz baja y pausada sus "secretos", guardados celosamente por modestia o por reserva.
Llegó a Cuba en barco por la zona de Manzanillo, antes del año 50.
"Había leído mucho de historia y geografía. Tenía admiración por los mambises, por Martí, que me fascinó tanto como Garibaldi".
— ¿Cómo fue su primera etapa en Cuba?
Luego me contrató una compañía de construcción de carreteras, que hacía el circuito Sur entre Cienfuegos y Trinidad. También participé en la construcción de los edificios aledaños a la Plaza Cívica, hoy de la Revolución. — ¿En qué momento se vinculó a la actividad revolucionaria?
— ¿Fue su esposa quien lo involucró en las actividades revolucionarias?
— ¿Qué sintió al saber que un grupo de jóvenes asaltaban los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes?
— ¿Fue esta acción la que hizo que participara de manera más activa en las actividades revolucionarias?
— ¿Cómo se incorpora a la expedición del Granma?
— ¿Cuál era su misión en esa visita?
— ¿Alguna anécdota sobre el trayecto del Granma?
— Usted desembarcó del Granma como uno de los jefes de escuadra del pelotón de retaguardia dirigido por Raúl, con grados de teniente. ¿Qué significó esto para usted?
— Gino, luego del combate de Alegría de Pío se sabe que llegó a Santa Clara. Después se desconoce qué ocurrió con su vida. ¿Tuvo contacto con el M-26-7 en esta etapa?
— ¿En qué consistió?
— ¿Hacia dónde se dirigió? ¿Mantuvo contacto con los revolucionarios en el exilio?
— ¿Cómo se ganó la vida en ese tiempo?
Es así que en 1958 volví a México, donde tuve la suerte de encontrar uno que iba por la ruta ansiada, y que hacía escala en Cuba. Vine como fogonero.
Desembarcamos por Cienfuegos. De ahí me dirigí a Trinidad. Anduve con mucho cuidado porque mi nombre ya era conocido por los batistianos de la zona. — ¿Qué hizo entonces?
— ¿Qué decía la nota?
— ¿El Che recibió su mensaje?
A eso de la una de la madrugada, tres hombres de la Guardia Rural llegaron a caballo. A los pocos minutos llegó un jeep con el sargento Perdomo, quien tenía a toda la población atemorizada.
Comentaron que yo estaba ahí, el sargento Perdomo les dijo: "Tráiganme a ese hijo de puta, que yo mismo quiero partirle la siquitrilla". Y me la hubiera partido, sí.
Siento no haber tenido una metralleta para acabar con todos ellos. — ¿Tuvo que volver al exilio?
— ¿Adónde se dirigió entonces?
— ¿Cómo fue esa nueva vida?
— ¿Estando en Nueva York conoció del triunfo de la Revolución?
— ¿En todos estos años tuvo contacto con sus compañeros de lucha?
— ¿Cómo fue ese momento?
— ¿Por qué tardó tanto tiempo en regresar a Cuba?
— ¿Por qué no mencionó que era expedicionario cuando solicitó entrar al país?
— ¿Qué sintió usted?
— Sin embargo, usted dice que no pudo alejarse de Cuba...
Con mis 80 años si tuviera que empezar mañana otra tarea igual lo haría. Físicamente estoy bien, y tengo más experiencia. Lo podría hacer mejor todavía.
Me considero uno de ustedes. Por eso estoy ahora aquí. Dondequiera tenía mi banderita cubana. La llevaba muy adentro y buscaba tenerla por afuera. Entre los expedicionarios del Granma, además del Che y Gino Donè, se encontraban otros dos extranjeros: el dominicano Ramón Mejías del Castillo (Pichirilo), quien fue herido el 12 de agosto de 1965, al producirse la invasión yanqui a su país, y murió a los pocos días, y el mexicano Alfonso Guillén Zelaya, que muere en su país natal el 22 de abril de 1994, mientras participaba en un congreso de educación de América Latina y el Caribe, y se desempeñaba como funcionario del Ministerio de Educación de Cuba.
Fuente: http://www.jrebelde.cubasi.cu/2004/abril-junio/jun-6/elenigma.htm
Cuba. Una identità in movimento
Después de abandonar el barco en Manzanillo, vine a La Habana. Mi primer empleo fue como ebanista en una carpintería que estaba por la calle L. Era un sitio muy humilde. Allí tuve alojamiento y comida.
Desde que vivía en la Habana. Pasaba la noche con los estudiantes en la escalinata del Alma Mater, donde más de uno recibió su batazo por ser antibatistiano. Después del Moncada ya estaba casado y la familia de mi mujer pertenecía al Partido Ortodoxo.
Tuve la suerte de contraer matrimonio con Olga Turiño Guerra, una destacada activista del M-26-7 en Trinidad; y yo no era nadie, solo un simpatizante, un activista rebelde, un antibatistiano...
La misma emoción de cuando peleaba contra el fascismo italiano... me dio sentimiento saber que la mayoría murió o fue capturada. Hubiera querido estar entre ellos. Ahí empezó la admiración más grande que usted se pueda imaginar, la cual siento todavía.
Un poco después de estos sucesos transmití mi simpatía hacia el movimiento revolucionario y el deseo de vincularme a la lucha armada. Me incorporé al Movimiento 26 de Julio, donde tuve la suerte de conocer a Faustino Pérez.
Faustino, quien era el encargado de crear los grupos del 26 de Julio en la zona donde yo residía, informó al de México sobre mi experiencia militar. Cuando Fidel lo supo pidió que me enviaran allá, donde estuve unos meses, y luego regresé a Cuba.
En Cuba contacté con otros activistas. Traía documentos, entre ellos artículos escritos por Fidel, que luego serían publicados en la prensa progresista. Mi condición de extranjero me permitía viajar sin levantar sospechas. A mi regreso llevé a México alrededor de 10 000 dólares recolectados por el M-26-7.
Hay algo que nadie pregunta: ¿Dónde íbamos a hacer pipi y caca? Ahí no había vergüenza. Teníamos que ir fuera, a borda. Aun cuando se comía muy poco, sentíamos la necesidad. Y había que exponerse a la vista de todos. Eso nadie lo ha dicho. Había baño, pero no para 82 personas, la válvula que tenía el bañito se calzó porque todo el mundo vomitaba ahí.
Ante todo, los grados eran nominativos. Uno tenía que dirigir a otro. Todos seguíamos una sola orden, la de Fidel. Los jefes de escuadra éramos los que más experiencia teníamos desde el punto de vista militar.
A Santa Clara logré llegar con la ayuda de los campesinos, quienes buscaron muestras de granos para hacerme pasar por comerciante. Una vez allí participé en una acción junto con Aleida March.
La resistencia iba a producir un apagón tirando de los cables de la corriente eléctrica. En el momento que todo quedaba oscuro, Aleida y yo lanzaríamos una granada de fragmentación al edificio del gobierno provincial de Santa Clara. La acción no ocurrió porque la luz volvió antes de lo previsto. A los pocos días pude salir de Cuba clandestinamente.
La primera etapa la pasé en México, pero allí corría peligro también. Sería muy largo de contar los países en que estuve. Recuerdo a Venezuela, Australia, Grecia, Indochina, hoy Vietnam. Pero te aseguro que mientras más lejos iba, más unido estaba a la Revolución.
Como soy un experto marinero, siempre encontré empleo. Busqué trabajar en barcos que tuvieran la ruta del Caribe porque quería reintegrarme a la lucha armada en Cuba.
Tuve que estar muy guardingo. Había algunos chivatos. Conocía el mejor camino para ir al Escambray. Por un pueblito llamado Alfonso. Me refugié en la casa de recogida que tenía mi suegro y pude hablar con un muchacho conocido. Antes comprobé que era simpatizante. Le di un papelito que debía entregar personalmente al Che, con la advertencia de que se comiera el papel si alguien lo paraba.
Que estaba vivo, que me dijera qué hacer, que estaba impaciente.
El muchacho me dijo que al día siguiente, a más tardar a las cuatro estaba de regreso. Al ver que no llegaba, me impacienté. Me oculté en los matorrales que quedaban al frente de la casa. La noche estaba clara y se podía distinguir.
Ahí empezó el camino. Llegué a Nuevitas y volví a salir en el mismo barco en que vine de México. Ya sabían mi nombre, me estaban buscando. El miedo más grande para mí es que al arrestarme me hubieran llevado como a un mercenario.
Di vueltas por aquí y por allá hasta que llegué a Nueva York y allí comencé una nueva vida.
Me defendí. Trabajé como taxista, pintor, decorador, camarero... tuve mi propia compañía y me volví a casar con una mujer enamorada de Cuba.
Me dio tanta alegría, que le sugerí a un amigo que trabajaba en el Waldorf Astoria que pusiera una bandera cubana en el último piso del hotel, uno de los más famosos del mundo. Y él la puso.
De alguna forma, digamos que sí. Fue en el año 1995, luego de tantos avatares y nostalgias, cuando conversé vía telefónica con mis compañeros. Y a los pocos días volví a Cuba.
Mira, aquel día yo me di el trago más grande de mi vida. Y dije: "¡Hay cielo, cielo, cielo!" Di las gracias a Changó, a Babalú, a...
A solo pocos días del Triunfo de la Revolución, solicité la entrada al país y me la denegaron. En aquellos momentos existía una ley en virtud de la cual la persona perdía la residencia al año de estar fuera de Cuba.
Porque tendría que jactarme de haber sido expedicionario. Lo hice de corazón. Y lo volvería a hacer. Pensé que sin decirlo podría venir a Cuba y reunirme cara a cara con los míos.
Una bofetada en el primer momento. Pero desde ese instante decidí hacer lo mejor por la Revolución. Yo he seguido con ella, y eso es lo importante.
Tú no puedes olvidar a un compañero torturado por la misma causa, o al que has visto morir. Puedes camuflarlo, puedes vivir como el Matusalén, pero no puedes olvidarlo. Queda una cicatriz que se puede marginar, pero no curar. Yo la tengo.
Página señalada por Gianfranco Ginestri
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