El nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón, fue en los finales del siglo XV y los inicios del siglo XVI, el acontecimiento más extraordinario que pudiera ocurrir en aquella incipiente Europa que salía del medioevo atada de pies y manos; en cambio para esa nueva tierra que se llamaría América, sería una hecatombe predestinada que los llevaría al casi exterminio cultural, y a un genocidio sin precedentes (Bagú, 1987).
Lo que pudo ocurrir entre 1492 y 1542 en que se promulgan las Leyes Nuevas (Morales Padrón, 1979: 42) en nuestros territorios caribeños, fue un verdadero ensayo de la vida que continuaría en lo sucesivo, ya que ni en América se vivió como en Europa, ni en Europa se quiso saber como se vivía en América. En los cincuenta años que median, entre estas fechas, prácticamente una generación, se conformó un "modus vivendi" o "modo de vida" totalmente nuevo, con sus lógicas variantes en cuanto a idiosincrasia y espacio, y fue casi exactamente lo que se desarrollo en el siglo posterior.
Qué papel jugó la mujer en este momento tan crucial es uno de los puntos menos tratados en la historiografía, ya que sólo encontramos reseñas de otras épocas en las que predominan algunos estudios de género, pero de una manera literaria (Castañeda, 1993: 94); podemos ver que la información que se recibe de los Cronistas de Indias sobre la mujer aborigen es casual, no se adentran en la verdadera realidad que se descubre, por una razón muy clara, su concepto de género era muy limitado, lo usual en ese momento, es hablar de algunas mujeres principales, siempre al lado de hombres de renombre y de todas formas, muy poco de sus actividades personales, de su vida cotidiana y mucho menos de su ubicación en la sociedad.
Todo lo contrario ocurría en la organización social del espacio aruaco o taíno, la posición de la mujer aborigen era muy distinta, no se le consideraba objeto sino parte de la comunidad, cualquiera que fuera su posición o su status. De todas formas se han podido entresacar algunos elementos a partir del estudio del mundo de sus creencias y de su mitología, lo cual ha sido muy bien reflejado por el primer etnólogo de América, el padre Ramón Pané y también en las Crónicas, donde sobre todo, el Padre Las Casas le dedica bastante espacio a la mujer en sus obras, no sólo se nombran a las cacicas o jefas, o a las mujeres que tuvieron que ver con la vida de los principales conquistadores de mayor monta; sino que se habló de lo cotidiano, de su actuación en algunos casos, pero hay que tener bien claro que lo que verdaderamente representó la mujer aborigen en la conquista, para aquel solitario hombre de guerra que vino de España, no se ha tratado o se ha hecho muy escuetamente.
No hav lugar a dudas que en la comunidad aruaca o taína, como toda sociedad agrícola, la mujer por su capacidad reproductora ha estado asociada simbólicamente a la tierra y a todo el proceso de producción, sobre todo en la reproducción humana, la más importante y necesaria. La arqueología nos ha proporcionado infinidad de representaciones en donde la efigie femenina recreada, a todo lo largo del territorio caribeño (Domínguez, 1986: 134) nos da un indicio fehaciente de la posición prorrunente de la mujer en el discurso mítico antillano (Pastor, 1983: 25), y que no es otra cosa que el reflejo de su propia sociedad (López-Baralt, 1985: 36).
Podemos tomar como ejemplo el cemí divino de Atabeira, representación de la madre del Dios principal, Yocahú y del cual Pané dice
"... tiene madre, más no tiene principio y a este llaman Yocahú, Bagua, Maorocoti y a su madre llaman Atabey-Yermao-Guácar-Apito y Zuimaco, que son cinco nombres".
La cantidad de nombres responde a un mecanisno de diferenciación social, la madre tiene cinco nombres v el hijo, a pesar de ser tan principal, sólo tiene tres (Stevens-Arroyo 1988: 120).
Otros dioses o cemíes femeninos juegan papeles de gran relevancia en la vida cotidiana de estos hombres taínos, si tomamos la mítica aruaca, Guabonito es una deidad favorable que cura los males del cuerpo, en cambio Guabancex es la dueña de los vientos y las aguas y representa los males que podían traer grandes catástrofes: los huracanes; también tenemos al cemí Itiba-Cahubaba, la madre del bien y a Caguana la madre procreadora por excelencia (Guarch, Querejeta, 1993: b37).
Para la comuna aruaca, la mujer representó en la parte política, una posición significativa, era ella con su línea materna, quien determinaba la descendencia en la heredad, se decía que su prole era "nacida de sangre" y en las consultas realizadas en las Crónicas del siglo XVI, se pueden observar situaciones muy especiales en las decisiones tomadas a favor de las Cacicas en Santo Domingo que denotan la gran envergadura v relevancia, que ellas poseían en su mundo (Cassá, 1992: 110). En la vida económica fue predominante su actividad ya que tuvo a su cargo tareas imprescindibles en la producción, sobre todo en las faenas agrícolas, indicadas por sus creencias y no trasladables a nadie más, sobre todo la siembra de los esquejes de yuca, su principal cultígeno, así como también en la preparación de alimentos y en la confección de artesanías, especialmente la producción alfarera, todo lo que trajo por consecuencia, que la mujer aruaca fuera considerada como un segmento del poder tribal (Sued Badillo, 1975).
Algunos Cronistas tuvieron críticas acérrimas a la mujer, como por ejemplo Fernández de Oviedo que decía de ellas
"... son las mayores bellacas e más deshonestas y libidinósas" (Fernández de Oviedo, 1959: 118).
Pero no creemos que esto concordara con la realidad, en verdad, todo parece indicar que es sólo un mal entendimiento de las costumbres y de las formas de la vida cotidiana de los taínos, o en su defecto, un problema personal de Oviedo.
De lo que aconteció después de la llegada de los conquistadores da fe el hecho del mestizaje inicial, un rasgo que caracterizó a la población de estos 50 años americanos; este mestizo o primer criollo, hijo de español e india, indicaba la unión, la valoración de la mujer como hembra, como madre y no hay dudas que como maestra y conservadora del caudal adquirido, es el momento de beligerancia que no recogen los documentos, eso no se podía saber en España, pero representó la única forma de adueñarse de lo poco que le quedaba a los indios y también la única forma de sobrevivir.
El contacto entre aborígenes y europeos en el Caribe provocó la rápida desarticulación de las comunidades primitivas que existían en estos territorios, estos hechos según algunos estudiosos representaron la posibilidad de una total extinción de los indoantiñanos, otros plantean que no necesariamente se perdieron los elementos culturales sino que los mismos se enmascararon dentro de un contexto nuevo (Guanche, 1983: 113), de esta forma se habla de procesos tempranos de asimilación o de una transculturación, su sobrevivencia posterior, queda plasmada en documentos que fehacientemente plantean la existencia de descendientes amerindios hasta entrado el siglo XlX.
De acuerdo a la circunstancias que dieron motivo a la ruptura de la continuidad étnica del aborigen en el Caribe, otros aspectos como son las relaciones de parentesco y familia permiten que se mantuvieran estas ideas, así como una toma de conciencia de la ascendencia india, la que es claramente explicada en la documentación generada protocolarmente en estos inicios del siglo XVI, y simultáneamente debió desarrollarse una tendencia resultante de la asimilación de técnicas y costumbres de una parte y de otra, en todas ellas la mujer indígena jugó su más importante papel en esta historia y en ese su momento histórico. Hay evidencias arqueológicas de objetos materiales de la cultura aborigen que sensiblemente transformadas se incorporan al proceso de transculturación, como por ejemlo en el consumo de alimentos lo especial que resultó el pan de casabe, en la toponimia que ha llegado aún hoy, en las creencias y en los lazos familiares, todo lo que argumenta la persistencia de elementos muy concretos de su organización gentificia.
Los españoles en esta temprana época, pocas veces repudiaron su unión con las mujeres aborígenes y en más de una Real Cédula se autorizó y propició el matrimonio entre las dos partes (Pichardo Moya, 1945: 27). En el Caribe el favorecimiento de estos enlaces estuvo relacionado con la imposición legal de la herencia a la forma española, incluida la supresión de las obligaciones de tipo avuncular (Potrony, 1985: 12-13), resultando de esta forma muchas uniones entre conquistadores y mujeres indias, de lo cual el ejemplo más característico pudo ser el caso de Vasco Porcallo de Figueroa en Cuba, el cual fundó una extensa familia mestiza, al mismo tiempo que adquirió grandes riquezas en tierras, a partir de las uniones matrimoniales porque las mismas favorecieron el engrandecimiento del patrimonio a partir de estos caudales, y debido a que el entronque de linajes, de la mal llamada "nobleza aborigen" así lo permitió (Rojas, 1989: 23-24).
Los enlaces, matrimonios o amancebamientos, se hacían a la manera europea, por lo menos en los centros poblacionales fundados en la colonización y en sus cercanías, es decir mediante la transmisión de los apellidos y la herencia de bienes generalmente por vía paterna, lo que se recoge en la documentación protocolar de este momento, pero también hay rasgos de supervivencia de sucesión matrilineal como lo expresa S. Culín en 1902, al estudiar en los poblados de Yara, Yateras y Caridad de los Indios, en Cuba, en donde se observa esta supervivencia de formas jurídicas matrihneales, las cuales estaban vivas aún (Domínguez, Rives, 1993).
Vale plantear, por lógica, que en los inicios del siglo XVI y tal vez un poco más tardíamente la herencia de bienes por vías maternas no sólo se asociaba a las sociedades gentilicias, en muchos casos este tipo de sucesión era de usanza también de los colonizadores y en algunos casos, perduró estrechamente vinculada a la propiedad territorial, dados los índices de emigración masculina durante los inicios del siglo XVI, y a la necesidad de mantener la célula familiar intacta (Pérez de la Riva, 1946: 106).
Para ilustrar este caso, se puede tomar un estudio realizado en los documentos del Archivo de Protocolos de La Habana, en que se reflejada esta problemática, y como se ve numéricamente representada la transmisión de bienes por vía materna (Domínguez, Rives, 1993).
Otro de los casos que se presenta es la trasmisión del apellido por vía materna, lo que nos hace pensar que en esta época tan temprana del XVI, en los apellidos en cuestión, hayan sido de mujeres indias españolizadas, de las cuales hay un porciento elevado y que no eran otras que las esposas de los conquistadores o encomenderos.
El reconocimiento del pasado más antiguo, en donde la mujer aborigen se hizo valer a partir de su papel fundamental nos permite llegar a la convicción de que se poseía una autoconciencia étnica (Guanche, 1996), y por ende se dio paso y ubicación al proceso de transculturación en este momento inicial de nuestra historia, aunque algunos digan que es fallido (Rives, Domínguez, Pérez, 1991: 27).
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Tomado de: LOURDES S. DOMÍNGUEZ, La mujer aborigen al inicio del siglo XVI en el Caribe, en "Gabinete de Arqueología". Boletín No. 1, Año 1, 2001, pp. 88-91