Cuba

Una identità in movimento

Esquema histórico sobre la trata negrera y la esclavitud

José Luciano Franco Ferrán



Investigadores de la historia antigua han llegado a la conclusión de que, en siglo X de nuestra era, la ignorancia de los métodos de explotación de la fuerza animal con rendimento suficiente ha sido la causa determinante del desarrollo de la esclavitud. La teoría parece un poco débil para un hecho histórico a la vez tan vasto y complejo.

La trata negrera y la esclavitud — que tan directamente hubo de influir en la integración de los pueblos de estas islas del inquieto Caribe y también de la América Continental — es tan antigua como la historia de la civilización. La Biblia nos dice que bajo el reinado de Salomón, 945 años antes de la era cristiana, judíos y fenicios partieron de un puerto en el Mar Rojo en dirección a Ofir — en la costa oriental de África —, y después de tres años regresaron con un valioso cargamento de oro y esclavos negros.

Árabes y chinos, entre otros, continuaron durante varios siglos el tráfico negrero, cada vez más intenso y productivo. Ibn Batuta, el infatigable viajero bereber, habla en sus memorias autobiográficas de la presencia de numerosos esclavos africanos en China. El viaje de Batuta comenzó en Tánger en el año de 1325 y terminó en Fez en 1349. Le fue dable comprobar que una respetable cantidad de mercaderes había iniciado ese tráfico con el Lejano Oriente. Los grandes navíos chinos, que periódicamente hacían la difícil y peligrosa ruta a las costas orientales de África, volvían con esclavos negros en su viaje de regreso[1].

Precedieron a Batuta en sus investigaciones los geógrafos árabes, entre los cuales se destaca el famoso El Edrisi (Abu-Abdallah-Mohamet), natural de Ceuta (1099-1166), que recorrió todo Marruecos y el África interior, donde visitó también el Imperio de Ghana, y describió en sus informes los aspectos geográficos y humanos de los lugares por él recorridos.

Abderraman Es Sadi[2] y Mahmmoud Koti[3], cronistas a historiadores negros de religión mahometana, nos presentan a Tombuctú como el centro más activo de las relaciones comerciales y culturales entre el Mediterráneo y los países nigerianos. Relatan no solo las intensas compras de oro realizadas por los mercaderes hebreos con destino a Europa, sino también se refieren al incesante tráfico de los negreros.

Desde finales del siglo XIV, los europeos se preocupan del Sudán nigeriano. Una crónica tolosana del siglo XV describe el viaje de Anselmo d'Isalgier a África. La autenticidad de esta y otras crónicas por el estilo han sido negadas por José Antonio Saco: "Algunos autores franceses — escribe el famoso historiador cubano —, inflados de necia vanidad, suponen también que comerciantes de Normandía, no sólo frecuentaron desde el siglo XIV las costas de la Nigricia y de Guinea, sino que fundaron colonias mucho antes que los portugues..."[4: 17-18] El Padre Labat, que escribió en 1728, afirma que ya en 1364 los negociantes de Dieppe habían establecido su comercio en el Senegal, Rufisque, y otros parajes mucho más allá de Sierra Leona[4: 18-19].

Saco[4: 22-23] no toma en consideración esos datos. Afirma categóricamente que los descubrimientos de los portugueses y especialmente el impulso que dio el infante D. Enrique de Portugal, a principios del siglo XV, a las expediciones negreras, originaron el tráfico de esclavos que, en siglos posteriores, dirigió sus piezas de ébano a las tierras del Nuevo Mundo Colombino.

Pero mucho tiempo antes, en España y Portugal, el tráfico negrero era ampliamente conocido y practicado.

"El comercio de esclavos de España con otros países, y principalmente con África, no solo lo hicieron los sarracenos, sino los mismos cristianos españoles habiéndolos continuado... durante la Edad Media y aún en los siglos posteriores..."[5: 211-212]

Cuando los almoravides al mando de Yusuf, conquistaron la España a fines del siglo XI, entraron en ella numerosos ejércitos de africanos berberiscos, bajo cuyas banderas, negros marcharon también...[5: 141]

Otros casos pudieran citarse; pero los anteriores bastan para probar que desde el principio del siglo VIII España empezó a inundarse de negros libres y esclavos... Que muchedumbre de esclavos negros de las costas occidentales de Africa se habían introducido en Andalucía en los sigjos XIV y XV, muéstralo un pasaje de Ortiz de Zúñiga, analista de Sevilla:

"Había, dice, años que desde los puertos de Andalucía se frecuentaba navegación a las costas de África y Guinea, de donde se traían esclavos negros de que ya abundaba esta ciudad, y que a la Real Hacienda provenian de los quintos considerables útiles; pero desde los últimos [tiempos] del Rey Don Enrique, el Rey Don Alonso de Portugal se había entrometido en esta navegación, y cuanto en ella se contrataba era por portugueses..."[5: 290-291]

La esclavitud, que ya existía en España antes del descubrimiento de América, fue reconocida por las leyes españolas como cosa susceptible de propiedad. En las de Partida — está como supletoria — y en las de Indias se autorizó esa propiedad como tal. Y ese criterio lo reafirma el jurista español Zamora[6: 108-109] en la parte referente a estas materias, cuando afirma:

"Para demostrar los reales permisos y asientos de introducción de negros en las Indias, de donde procede el origen é indisputable licitud de esta clase de propiedad, que no merece menos respeto que cualquier otra, empezaremos este artículo, trasladando primero el título de las leyes que le conciernen y seguidamente un resumen cronológico de dichos asientos".

Y toda una teoría infinita de reales cédulas que comprenden desde el siglo XVI al XIX, desfilan con meticulosa enumeración leguleyesca.

El descubrimiento del Nuevo Mundo estimula poderosamente la esclavitud y la trata de negros. El aporte africano era indispensable a la explotación, en interés de los colonizadores españoles, de las enormes riquezas que encerraban las tierras tropicales recientemente descubiertas y conquistadas en las islas del Caribe. Antes de finalizar el siglo XV, ya se trasportaban a la Española — como se llamaba a Quisqueya, la actual Santo Domingo — los esclavos negros llevados de los depósitos que abundaban entonces en Portugal y en Andalucía.

De Santo Domingo, la conquista y dominación españolas ganaron rápidamente las islas de Puerto Rico, Jamaica y Cuba. Como los primeros esclavos negros desembarcados en estas islas del Caribe venían de España o de Portugal, y se les tenía por los principales responsables de las constantes rebeldías de los Indios aborígenes y de los esclavos traídos directamente de África, el rey de España decretó que los negros que habían vivido más de dos años en Portugal o en España no serían transportados a las nuevas colonias del Caribe; solo los que vinieran de África directamente serían admitidos.

Los colonizadores de las islas del Caribe demandaban constantemente al rey de España el envío de más esclavos africanos, por lo que éste le concede a Gouvenot de Bresa la autorización para introducir 4.000 esclavos negros de las costas de Guinea; este, a su vez, le vendió la licencia a los genoveses, quienes cedieron una parte de sus derechos a los mercaderes portugueses y a otros.

La historia del comercio de esclavos africanos con destino a las colonias del Caribe se inicia con la primera licencia (asiento) concedida por el rey de España, el 12 de febrero de 1528, para la introducción de esclavos africanos en sus posesiones de América; la concesión se hizo a dos comerciantes alemanes, Henri Ehinger y Jérome Sayler, agentes de los Welser, banqueros que, con los Fugger, dominaban las finanzas españolas.

Un organismo especial, llamado Junta de Negros, se creó en España, en el cuadro de la Casa de Contratación de Sevilla, para ocuparse de los problemas ligado a los asientos; la Junta se reunía para organizar el comercio de los esclavos africanos y vigilar la aplicación de los asientos.

Entre 1512 y 1763, fueron desembarcados legalmente en Cuba 60 000 esclavos africanos, a los cuales se agregaban aquellos que eran introducidos de contrabando. El crecimiento del número de esclavos estaba ligado al desarrollo de la producción azucarera, que exigía centenares de brazos en las plantaciones, y, también, pero en menor medida, al trabajo en las minas de cobre, administradas por un agente de la casa alemana Welser, en la región oriental de Cuba.

Ante el temor — como señalamos antes — de que los esclavos continuaran en América las rebeldías y protestas contra los europeos ésclavizadores, tan frecuentes en los buques negreros y en las propias factorías de la trata, las Reales Provisiones de 25 de febrero de 1530, 11 de mayo de 1526, y 28 de septiembre de 1532, declaran

"... prohibido el embarque de negros ladinos, porque siendo de malas costumbres, en España no se querían servir de ellos y en las Indias aconsejarían mal a los otros negros pacíficos y obedientes de sus amos",

y, también, se prohibe traerlos de la isla de Gelofe

"porque se sabía, que era la causa de los alzamientos y muerte de cristianos, que habían sucedido en Puerto Rico y las otras islas".

Y para que el régimen de castas y discriminación racista arraigaban profundamente — como así hubo de suceder — en estas colonias de esclavos del Nuevo Mundo, la ley XXVIII, dictada por Felipe II, Madrid a 11 de febrero de 1571, para que las negras y mulatas horras no traigan oro, seda, mantos ni perlas, ordena:

"Ninguna Negra libre, ó esclava, ni Mulata, trayga oro, perlas, ni seda: pero si la Negra ó Mulata libre fuere casada con Español, pueda traer unos zarcillos de oro, con perlas, y una gargantilla, y en la saya un ribete de terciopelo, y no puedan traer, ni traygan mantos de burato, ni de otra tela, salvo mantillas, que lleguen poco más abaxo de la cintura, pena de que se les quiten, y pierdan las joyas de oro, vestidos de seda, y manto que traxeren".[7: 369-370]

El espíritu y la letra de ese cedulario regio está presente en el Sínodo Diocesano (título III, const. I), donde el obispo don Juan García de Palacios, a fines del siglo XVII,

"... estableció que los ordenados, de órdenes menores o mayores, fueran hijos legítimos de padres cristianos viejos, limpios de toda mala raza de judíos, herejes, moros o recién convertidos a nuestra santa fé católica".

Se incluía la prohibición de ser de raza negra o de esclavos, salvo dispensa papal. Según los estatutos del Seminario Conciliar de La Habana, redactados en el siglo VIII por el santiaguero obispo Hecheverría, no podían ser seminaristas, aparte de los indicados por el obispo Palacios:

"Los que procedan de negros, mulatos o mestizos, aunque su defecto se halle escondido tras de muchos ascendientes, y a pesar de cualquier consideraciones de parentescos, enlaces, respetos y utilidades, porque todo es menos que la autoridad, decoro y buena opinión del Seminario, que vendría a caer en desprecio y a merecer una sospecha contra todos sus alumnos, si tal vez se abriera la puerta a semejantes sujetos, fuera de otros inconvenientes, que nuestro Sínodo, y propia experiencia nos persuaden haberse tocado de resultas e iguales gracias".[8: 398]

La sociedad negrera no toleraba la más ligera reforma en favor de los esclavos. Cuando se recibió en Cuba la Real Cédula de 21 de mayo de 1789 — llamada el Código Negro —, destinada a suavizar la suerte de los esclavos, los latifundistas de la región occidental — La Habana y Pinar del Río — protestaron contra la citada Cédula. Y los negreros criollos, no solo de Cuba sino también del resto de las colonias hispanas, obtuvieron la suspensión de la Real Cédula. Un informe al Consejo de Indias, Madrid 3 de enero de 1792, firmado por los consejeros Urriza, Saavedra, y Taranco, dice:

"Apenas se comunicó a los dominios de Indias, cuando suspendiéndose su cumplimiento en la Luisiana, la Habana, Santo Domingo y Caracas, elevaron aquellos habitantes sus clamores al trono, pintando la ruina de la Agricultura, la destrucción del comercio, y el atraso del Erario, y la subversión de la tranquilidad pública, como efectos inmediatos y precisos de la exectisión de una Ley graduada de incompatible con las circunstancias..."[9]

La historia del comercio inglés en África fue muy breve en su fase inicial. Fue John Hawkins quien, entre 1562 y 1569, inaugura la trata de negros por cuento de los ingleses. En 1562, con su navío Jesús, se apodera en las costas de África de un lote de esclavos, el cual cedió a los colonos españoles de Santo Domingo a cambio de oro, azúcar y cueros.

Hawkins había desarrollado el comercio inglés de contrabando en el Caribe con habilidad y prudencia, pero no contó con la Casa de Contratación, que no autorizaba la menor brecha en el monopolio comercial español y que se apoderó en Cádiz de los dos barcos que Hawkins tuvo la ingenuidad de enviar para vender una parte de los cueros cambiados por esclavos negros en Santo Domingo. El rey de España, Felipe II, no accedió las reiteradas demandas de Hawkins, y la reina Isabel de Inglaterra lo reprendió con dureza.

Después del fracaso de Hawkins, el tráfico negrero inglés desapareció. Pero la derrota de la Armada Invencible en 1588 y la decadencia de la Casa de Austria, permitieron a la reina Isabel conceder, ese mismo año, a 35 comerciantes de Londres el privilegio del tráfico negrero en la costa africana, desde el Senegal hasta el río Gambia; los propios ingleses hicieron de la Isla de la Tortuga, en el Caribe, el refugio favorito de los negreros, de los contrabandistas y de los piratas.

Con la ocupación de Jamaica los Ingleses deciden con acrecido impulso, entregarse a la trata de esclavos. El 18 de diciembre de 1661, la "Company of Royal Adventures" obtuvo el derecho exclusivo de comerciar y organizar la trata negrera desde el cabo Blanco hasta el de Buena Esperanza. Entre sus accionistas figuraban reinas, princesas reales, duques, pares. Pero la guerra contra los holandeses redujo sus beneficios y decidió a esos aventureros de alto linaje a abandonar su comercio y a crear, en 1672, la "Royal African Company". En nueve años solamente, de 1680 a 1689, esta envió 259 navíos a las costas de África, en los cuales transportó 46.396 esclavos a las colonias del Caribe y de América Continental.

Por iniciativa de Du Casse, gobernador de Santo Domingo y organizador de la trata de negros en las Antillas Francesas, el rey muy cristiano Luis XIV de Francia y su Majestad Católica Felipe V de España firmaron, en 1701, el Tratado de Asiento, que reconocía a la "Compañía de Guinea", el monopolio de la introducción de esclavos negros en las colonias españolas del Caribe y en otros lugares de América Latina.

La "Compañía de Guinea" se comprometió a expedir, en el curso de los diez años de aplicación del Tratado, 4.800 esclavos africanos por año, a partir de un punto cualquiera de África occidental (con excepción de las factorías de San Jorge de la Mina, de Cabo Verde, etc.), hacia La Habana, Veracruz, Cumaná, Portobelo y Cartagena de Indias. Debe anotarse que, durante ese período, los cargamentos de esclavos se enviaron a través del istmo de Panamá hasta el Perú.

La guerra de sucesión en España modifica radicalmente las relaciones de las fuerzas económicas y políticas, y da a Inglaterra, apoyada por Portugal y Holanda, la hegemonía absoluta sobre el comercio negrero con las Islas del Caribe y, en particular, con Cuba. Y, el 27 de marzo de 1713, el tratado de paz firmado en Madrid, y ratificado por uno de los artículos del Tratado de Utrecht, cedía a los ingleses, por treinta años, el monopolio del comercio de esclavos.

Richard O'Farrill, de la isla de Montserrat, de origen irlandés, arriba a Cuba en 1715, como representante de la "South Sea Company" de Londres, y crea en Santiago de Cuba depósitos de esclavos, lo que entraña un fuerte aumento en el tráfico de africanos. La mayoría de estos esclavos se introdujeron en México, pero este tráfico se paralizó casi totalmente antes de la primera mitad del siglo XVIII.

La guerra entre Inglaterra y España en 1740 proporcionó una excusa cómoda para abolir el privilegio del que habían disfrutado los traficantes ingleses. A fin de continuar el comercio legítimo de importatación de esclavos, ejercido hasta entonces por O'Farrill y los concesionarios ingleses, y los capitalistas cubanos y españoles fundaron "La Real Compañía del Comercio de La Habana" que, además de obligarse a proveer de nuevos esclavos a los plantadores de caña en Cuba, obtuvo el monopolio del comercio exterior de las Grandes Antillas.

Una serie de concesiones se habían acordado hasta el momento, cuando en septiembre de 1799 se puso fin al último monopolio en la historia de la trata. Para remediar en lo posible la falta de brazos, el Real Decreto de 25 de enero de 1780 acordó a los negreros de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, la autorización de comprar los esclavos en las colonias francesas del Caribe. Pero como la demanda de esclavos aumentaba, un Real Decreto de 28 de febrero de 1789 declara libre el comercio de esclavos en Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, y esta libertad se extendió por Real Decisión de 24 de noviembre de 1791, a los negreros de Santa Fe, Buenos Aires y Caracas.

El régimen colonial esclavista. instaurado por la colonización al inicio del siglo XVI, crea en Cuba una clase social constituida por los proprietarios de las plantaciones de caña y los mercaderes de carne humana que, a partir de 1778, gozaron del máximo de poder político, social y económico, y constituyeron, hasta después de la primera mitad del siglo XIX, una verdadera oligarquía negrera.

Pero los esclavistas de Cuba no estaban solos en la práctica de su infame negocio, tenían el apoyo de los comerciantes y de los contrabandistas de Inglaterra, de Francia y de los Estados Unidos; la venta de esclavos en América del Norte fue una actividad importante para ciertos negreros de La Habana. Más tarde, al aproximarse la entrada en vigor de la disposición constitucional prohibiendo la trata de negros en los Estados Unidos, a partir de 1808, el tráfico se invierte entre Cuba y los Estados Unidos. Es así como, entre marzo de 1806 y febrero de 1807, el puerto de La Habana recibió más de 30 navíos con bandera y tripulación norteamericanas; el cargamento de estos navíos, en su mayor parte, estaba destinado a los comerciantes americanos establecidos en Cuba.

El progreso de la revolución industrial, y los nuevos tipos de produccción y de cambio, influyeron de manera decisiva en el inicio de la campaña por la supresión de la trata de negros y de la esclavitud, que necesariamente se cubrió de colores románticos.

En el Caribe, la Revolución Haitiana, dirigida por Toussaint Louverture, puso fin a la esclavitud en Haití y en Santo Domingo. En 1807 se prohibió armar navíos negreros en las posesiones británicas y, en 1808, introducir esclavos. A despecho de las convenciones y tratados internacionales, y de cientos de leyes adoptadas por los estados colonialistas, el comercio ilícito de esclavos africanos alcanzó una gran amplitud.

La oligarquía negrera de Cuba, que constituía, con los mercaderes de esclavos, los contrabandistas y los comerciantes españoles y criollos, la clase explotadora de la sociedad colonial, se preocupaba solamente, hasta una fecha muy avanzada en el siglo XIX de las cajas de azúcar y de los sacos de café, así como de vigilar el arribo de los navíos negreros y de calmar su sed inextinguible de riquezas, para lo cual hacían trabajar en los campos a cientos de miles de esclavos; pero estas clases explotadoras comienzan a inquietarse con la actividad de los negros y mulatos libres en los diferentes sectores de la vida social, pues eran aptos para conducir una protesta armada de moltitud de esclavos, la cual pudiera poner fin a sus privilegios. Los artesanos de las ciudades, es decir, los africanos y sus descentientes, eran los únicos habitantes de Cuba que ejercían los oficios y las funciones útiles al desarrollo económico del país. Los carpinteros, albañiles, fogoneros, zapateros, sastres, etc., así como los maestros de escuela — de los cuales, algunos, come Lorenzo Meléndez, Mariano Moya y Juan Pastor, fueron célebres en el siglo XVIII —, los músicos, los poetas, eran los negros y los mulatos libres o esclavos.

Millares de negros, de mulatos libres, constituían el artesanado de la Isla de Cuba. Muchos de ellos eran pequeños comerciantes y propietarios. Algunos se consagraron a las letras, a la enseñanza, a la música, y se distinguieron por sus méritos, tales como el pedagogo Antonio Medina, cuya escuela en La Habana formaba a la gentes de color que debía contribuir al desarrollo culturales de los negros; algunos fueron poetas de renombre mundial, como el esclavo Juan Francisco Manzano y el mulato libre Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido); o eminentes concertistas, como Claudio J. Brindis de Salas y José White.

La trata a través del Atlántico y la esclavitud en el Caribe y en América lattina, que contribuyeron a la formación de las socciedades multirraciales en lass respecttivas regiones, constituyeron no solo aportes materiales extraordinarios gracias a la partecipación activa de los africanos en el desarrollo de la produción agricola, minera y del comerccio en escala mundial, sino también elementos importantes de la génesis de su cultura, de su folklore popular, como lo testimonian Cuba y Haití en el Caribe, y Brasil en el Continente Americano.

Para completar esta información, pueden consultarse los trabajos ejecutados por el centro de estudios universitarios de Pointe-a-Pitre (Guadalupe), sin olvidar los trabajos de los historiadores de la Universidad de las Indias Occidentales, de Trinidad y Tobago, de la Jamaica y de Barbado.





Tomado de: JOSÉ LUCIANO FRANCO FERRÁN, "Esquema histórico sobre la trata negrera y la esclavitud", en La esclavitud en Cuba, La Habana, Instituto de Ciencias Históricas, Editorial Academia, 1986, pp. 1-10


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