Cuba

Una identità in movimento

El ideal de equilibrio en José Martí

Orlando Fondevila



Hay ideas claves para definir a un hombre. Para definirlo por entero, como conductora guía de su vida, como su tronco existencial, como la llave maestra que nos abre todos sus enigmas y nos los explica, sencilla y prontamente, como en un golpe de luz. Esa idea clave es, en el caso Martí, el concepto-actitud de equilibrio.

El equilibrio es un muy antiguo ideal humano. Los griegos, esos increíbles forjadores de lo que llamamos civilización occidental, lo buscaron hasta la obsesión. Pero el justo medio siempre se le ha encabritado al hombre, le ha resultado huidizo, casi inasible. Lo abrumadoramente reiterado ha sido el más o menos brusco desplazamiento hacia uno u otro lado de la balanza. Malhadado destino. Por suerte, el empeño en la dirección correcta también ha sido recurrente, aunque pocas veces con éxito.

José Martí, el cubano sin par, tuvo al equilibrio como vocación pautadora de su vida, y si no fue su señor absoluto, sí lo residenció como pocos en su espíritu único.

Artista del más selecto Panteón del Arte, Martí caminó la cuerda floja del arte verdadero con la pasmosa seguridad y maña de los predestinados. Las eternas disputas entre lo culto y lo popular, entre hondura y sencillez, entre críptico e inteligible, se deshacen como agua mansa ante el imperio equilibrador de su genio. Su poesía, sobre todo sus Versos Sencillos y su Ismaelillo, prodigia el artístico equilibrio, trasciende todo posible encono crítico y se nos entrega como un summum armónico, sólo que aquí no a nivel de llanuras sino de conspicuas cordilleras. Estos versos martianos enamoran por igual al oído más educado y al más humilde y distanciado, a condición de que no falte en ellos la fibra humana. ¿Y qué decir del mensaje, a la vez siempre ancilar y siempre bello, porque en él la espada ha de tener empuñadura de gala y el azadón colores finos e inspiradores, o no ser? Equilibrio. ¿Y del contubernio de la perla más rancia y herencial del idioma con la audacia inventora? ¿Y del sueño romántico con las amarras bien fincadas a la tierra? ¿Y del aristocrático gusto, aromado siempre de flores silvestres y dignas callosidades? Equilibrio. Para Martí está en el equilibrio la única posible perfección humana, de por sí imperfecta. Otros perfeccionistas intentos huidores del equilibrio, no han sido más que terribles aberraciones, sean políticas, religiosas, éticas o estéticas, las que recostadas con fiereza hacia uno de los lados de la balanza, no han conseguido sino feas y brutales imperfecciones.

Mucho se ha destacado el amor como cualidad raigal en nuestro Apóstol, la absoluta ausencia de odio. Que su amor lo bebió ávidamente de la Biblia, que es de cristiana inspiración, nadie lo duda. Que el amor a Dios es en él la fuente inicial e inacabable para cualquier otro amor, es aserto indiscutible. Pero aún ese amor o cualquier otro — ha ocurrido — puede inducir torcimientos nefastos, negadores, odiadores incluso, cuando no es asumido con sentido de equilibrio. Torquemada amaba a Dios y también los actuales musulmanes del Partido de Dios. Probablemente, muchos seguidores de Stalin y Mao amaban sinceramente la "causa del proletariado". Casos de amor enfermo por falta de equilibrio.

Martí, como sabemos, concibió su vida como una misión cívica: la de fundar una patria libre y generosa. En la búsqueda de esa realización es donde refulge más cercana y llamativamente el equilibrio martiano. Aquí, tocados intereses y pasiones humanas, ha sido objeto el Maestro de tergiversaciones y ocultamientos, por lo que no me queda más remedio que citarlo, como seguro apuntalamiento de mi reflexión. En un artículo titulado "Pobres y Ricos" (O/C/2-251) escribe:

El mundo es equilibrio, hay que poner en paz a tiempo las dos pesas de la balanza.

Casi sobra el comentario. Las dos pesas de la balanza que él llama a poner en paz, a equilibrar, no son otras que las del trabajo y el capital, la de los pobres y los ricos. La solución que el ve y aconseja, no es la absolutización de uno de los factores con el aplastamiento del otro, sino justamente el equilibrio. A todo lo largo de su meditar y hablar insiste una y otra vez en la advertencia.

La República — nos dice — no será el predominio injusto de una clase de cubanos sobre las demás, sino el equilibrio abierto y sincero de todas las fuerzas reales del país, y del pensamiento y deseo libres de los cubanos todos. No queremos redimirnos de una tiranía para entrar en otra. No queremos salir de una hipocresía para caer en otra. (O/C/2-255).

Afirmaciones de este cariz se reiteran una y otra vez a lo largo de toda la prosa política de nuestro héroe. Al respecto les cito otra advertencia diáfana: en carta a Juan Arnao, de 5 de diciembre de l887 le expresa, en claro reclamo de una sociedad plural y equilibrada: debemos impedir que las simpatías revolucionarias (independentistas) en Cuba se tuerzan y esclavicen por ningún interés de grupo, para la preponderancia de una clase social, o la autoridad desmedida de una autoridad militar o civil, ni de una comarca determinada, ni de una raza sobre otra. Lo claro y directo del lenguaje prácticamente excusa el análisis. Hay más. En su artículo "Adelante, juntos", es enfático al afirmar:

Si lleváramos en el pecho rencoroso la venganza que dificulta, cuando no destruye por completo, las conquistas sagradas de la justicia... si moviéramos a nuestra patria a una guerra tramada en la tiniebla, con ayuda o compromisos de magnates o desheredados, que impedirían después la felicidad, y concordia forzosa, de unos y de otros... (O/C-2-14) no valdría la pena el sacrificio por la república.

Equilibrio, concordia, tolerancia, diálogo, amor. Sin esto no hay república ni independencia deseables. Su ideal es el equilibrio para poner en el centro al hombre.

Es igualmente ejemplar, por su ponderado equilibrio, el análisis martiano de las teorías socialistas, marxistas o anarquistas de tanta virulencia en su época, sea en las ideas o en la práctica, que le hicieron inquietarse espantado ante sus futuras consecuencias, que él no conoció, pero nosotros sí, confirmando sus aprehensiones. Además de sus muy conocidos juicios expresados en el comentario sobre el libro de Herbert Spencer La futura esclavitud, o sus cartas sobre el tema a Valdés Domínguez, o en sus valoraciones a la muerte de Karl Marx, o en su prólogo al libro de Castro Palomino Cuentos de hoy y de mañana — el cual recomienda enfáticamente — en el que se denuncian los horrores de una posible sociedad comunista totalitaria, sintetizado genialmente por Martí en el apotegma: si la tierra llegara a ser una comunidad inmensa no habría árbol más cuajado de frutos que de rebeldes gloriosos el patíbulo; además de todo esto, me parece antológica su conclusión sobre estas doctrinas y prácticas socialistas cuando advierte:

De todo esto, por supuesto, sólo se puede considerar el buen deseo (se refiere al programa socialista) falta el espacio preciso para el crecimiento irrepresible de la naturaleza humana, que es la base de todo sistema social posible...lo innatural, aún cuando sea lo perfecto, no vive largo tiempo (Correspondencia al Partido Liberal). Finalmente señala lo excesivo no será, pero lo justo será (O/C.5-l07).

Termino por ahora con una desgarrada pregunta de interminable vigencia: ¿qué nos ha pasado a los cubanos que con semejante legado hemos hecho añicos todas las balanzas? No nos abandonemos a la esterilidad escéptica o la corrosiva desesperanza. Hagamos por fin el ideal martiano. Animémonos con su incólume fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud. Solo ese ideal y esa fe, y el favor de Dios, salvarán a nuestra nación.


© Copyright Revista Hispano Cubana HC 1998


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