Para realizar un estudio sobre la esclavitud en Cuba, sin lugar a dudas, debemos comenzar por el siglo XVI, puesto que con el inicio de la conquista y colonización se implanta un sistema muy sui géneris en nuestras tierras americanas: las encomiendas, las cuales no son otra cosa que una forma encubierta de esclavitud; nefasta apropiación del trabajo de unos hombres por otros, que existía en el mundo desde muchos siglos antes[1: 451].En estas famosas encomiendas, los primeros en utilizarse fueron los aborígenes antillanos; con ellos se probó extraer, en breve tiempo, la riqueza de estas tierras. En lo que concierne a las Antillas, el indio no sirvió a estos fines, pues no fue lo suficientemente fuerte, por lo que, desde el propio siglo XVI, comenzaron a traerse negros esclavos, específicamente desde 1517, cuando el Rey Carlos V autorizó la primera licencia para su introducción[2: 37], ya que primaba la idea de que "… el trabajo de un negro equivalía al de cuatro indios…"[3: 49-109]. Este planteamiento echa por tierra la famosa "leyenda negra", atribuida a Fray Bartolomé de las Casas, en la que se culpa al famoso cura de haber sugerido que se esclavizaran negros en vez de indios.
Así, los primeros esclavos en la América Caribeña fueron nuestros indios, mediante las diferentes variantes del sistema instituido: encomiendas, experiencia y pueblo de indios.
En los primeros años, este grupo aborigen es el que se enfrenta al trabajo forzado y a los enbates de la colonización. Años después, cuando habían esquilmado a la población autóctona y el escándalo de tan salvaje avasallamiento retumbaba en el mundo, es que se deciden a importar en mayor cantidad mano de obra esclava de África, negocio que comenzaba a dar grandes resultados. Tan fructífero fue que llenó las arcas de unas cuantas famosas familias cubanas de la época. Esta práctica se inició débilmente primero, y alcanzó un extraordinario auge, como institución esclavista propiamente dicha, a finales del siglo XVIII y en los dos primeros tercios del siglo XIX, como una particularidad del capitalismo incipiente. Fue el "despegue azucarero" en el siglo XVIII[4: 15] el que hizo cambiar el status de estos hombres — esclavos negros — en el Caribe y, por ende, en nuestra Isla.
Definido uno de los aspectos del presente trabajo, la esclavitud en Cuba, pasaremos a exponer la cuestión principal, el aporte de la arqueología al estudio de la esclavitud en nuestro país, mediante la utilización de sus fuentes y cómo, con los elementos existentes, se puede ampliar el conocimiento de la vida cotidiana de indios y negros, los que representan una parte importante de nuestro pasado histórico.
La posibilidad de utilizar el aporte de las fuentes arqueológicas al estudio de la esclavitud en Cuba, es de gran novedad y nos permite afirmar o negar hechos, que a veces se presentan confusos por falta de documentos o porque estos no muestran totalmente la realidad de las cosas[5: 5].
Antes de entrar en el desarrollo de este tema, debemos de explicar qué se entiende por fuentes arqueológicas y, muy en especial, cuál es el verdadero manejo de las mismas. La arqueología, como ciencia, posee sus propios métodos y como resultado de su aplicación se producen sus propias fuentes de información; aunque estamos conscientes de que "... el factor determinante en la arqueología actual no es el problema de las fuentes, sino el carácter y método para lograr una buena interpretación histórica y sociológica"[6: 5] de los grupos humanos que se estudian y del hecho histórico concreto; también estamos seguros de que con un mejor aprovechamiento de las fuentes se logra una mejor interpretación, de aquí el valor del estudio de ellas.
La interpretación, reiteramos, solo se logra cuando hay un buen estudio de las fuentes, que son las que aportan, al final, los elementos necesarios para definir concretamente el contexto arqueológico que científicamente se toma y, además, negar, afirmar o ayudar a reconstruir un hecho histórico determinado, en este caso la esclavitud en Cuba. Para el estudio de la misma en nuestro país, sobre todo en algunos puntos de índole material, con la colaboración de la arqueología se han podido alcanzar valiosos criterios, tanto sobre aquellos cuya vida fue troncada ante la usurpación de sus tierras, como sobre lo que se asentaron en nuestras tierras en contra de su voluntad.
Para los estudiosos de la arqueología de habla castellana, la obra del arqueólogo soviético Alexandr Mongait[6] representó el punto de partida de una valorización de la ciencia arqueológica a la luz del marxismo-leninismo. A modo de ejemplo tomemos sus proprias palabras al respecto:
"... el objeto material es para el arqueólogo una importantísima fuente histórica, es un fragmento de la vida pasada encarnada en valores materiales"[6: 11].
En épocas anteriores se consideraba la arqueología como una ciencia auxiliar de la historia y, por esta razón, sus fuentes no eran tomadas en consideración. De ahí que la obra citada abra una perspectiva de gran importancia, sobre todo cuando dice:
"... el hombre antiguo creó objetos muy diversos, instrumentos de trabajo, adornos, vajillas, etc., todos ellos son producto de su época, propios de su época y, a veces, nada más que de ella. De este modo el arqueólogo, al examinar un objeto, puede determinar en qué período fue fabricado y a qué pueblo perteneció"[6: 11].
De acuerdo con todo lo expuesto podemos concluir que el resultado de una investigación arqueológica, seguido de la reconstrucción histórica, está en dependencia del valor y alcance que se logre de las fuentes que constituyen los medios para el análisis de los datos concretos[7: 9].
Estas fuentes de las que se vale el arqueólogo son las que resultan del trabajo disciplinario. Para explicar similitudes y diferencias observadas en el registro arqueológico, así como en los procesos que provocan modificaciones en los sistemas socioculturales, es necesario valerse además de otros tipos de fuentes, las cuales pueden ser de índole etnográfica o histórica, con el apoyo también de datos climáticos, ecológicos, faunísticos, botánicos, etc.[8: 4].
Una tendencia muy común, en la que se cae a veces sin intención, es la de estudiar y valorar los materiales extraídos de una excavación arqueológica a través de un trabajo mecánico-descriptivo, y se olvida lo más importante: el hombre que confeccionó estos materiales[9: 1].
De acuerdo con las características señaladas para el estudio de las fuentes arqueológicas, es bueno observar que en las investigaciones efectuadas en nuestro país acerca del proceso de la esclavitud dichas fuentes son de un valor incuestionable; por tal razón, pasaremos a analizar el segundo objetivo de este trabajo: cómo las fuentes arqueológicas investigadas han contribuido al estudio general de la esclavitud en Cuba.
Desarrollo del trabajo
Los españoles llegaron a nuestras tierras con el solo afán de lucrar, de sustraer la mayor cantidad de riquezas para regresar llenos de gloria a España. Para lograr esto, necesitaban aumentar cada vez más sus posibilidades de extracción de recursos, tanto de las tierras otorgadas como de los hombres que les fueron encomendados[1: 38].Para poder alcanzar todo lo que pretendían, confeccionaron leyes arbitrarias, se repartieron el mundo americano, y hasta dudaron de la condición de seres racionales de todos aquellos que encontraron en estas tierras. Casi simultáneo con el descubrimiento de América se produce la penetración en el continente africano de los europeos, quienes se permitieron tratar de forma semejante a los habitantes de ambas tierras, ya que poseían un nivel socioeconómico similar, de ahí la explotación implantada en África y en el Nuevo Mundo.
Cuando los brazos, para ellos débiles, de esta masa indígena, no les sirvió más a sus intereses, y había comenzado la disputa sobre la posible legalidad de los actos de atropello con los indígenas, comienza el trasiego en la costa africana, con la captura y compra de hombres negros, que eran introducidos en cantidades considerables en estas nuevas tierras de América como esclavos. En Cuba, esta actividad alcanza su apogeo a finales del siglo XVIII, y en los dos primeros tercios del siglo XIX.
Existen fuentes documentales que datan del inicio de la colonización, en el siglo XVI, que acreditan la llegada de negros esclavos al Caribe[10: 92] y, en especial, a Cuba. La misma desgracia une en un comienzo al indio y al negro, por esta razón, los primeros cimarrones y palenques iniciales no fueron de negros, sino de indios[2: 79]. Ellos enseñaron a los negros la forma de salir al monte y buscar la libertad,
"... la fuga era el ideal del esclavo, porque significaba la libertad temporal cuando menos"[10: 98].
Así se observa que algunas palabras del léxico de la época, como por ejemplo "asiento", que indica la estancia de un grupo de hombres en un lugar preestablecido, se usaban indistintamente para indios o negros, al igual que "cimarrón" y "palenque"[2: 80]. Aun en la literatura arqueológica actual se le dice asiento a un sitio aborigen[11: 126].Sobre la base de todo lo apuntado anteriormente estudiamos el indudable valor y la utilidad de la fuente arqueológica, que permite aportar una inapreciable información, como, por ejemplo, el patrón habitacional de los esclavos a través de las diferentes épocas, sus rituales funerarios en el siglo XIX, y los variados objetos de uso personal, que diariamente acostumbraba a tener consigo y también los que usaba en el momento de la muerte.
Cuando el colonizador español logró establecerse en el Nuevo Mundo, es decir, cuando su emplazamiento urbano se hizo permanente y no tuvo que utilizar el caserío indígena para subsistir en nuestro medio, pudo utilizar mejor la fuerza esclava que representaban los indios. Emplea primero la encomienda, la cual le da resultados por algún tiempo; pero más tarde trata de concentrar a los indios en poblados, a los que llama experiencias, que después convertirá en pueblos de indios. Algunos de estos poblados han devenido en poblaciones, como son Jiguaní, en la provincia de Granma; Caney, en la provincia de Santiago de Cuba; y Guanabacoa, en la provincia Ciudad de la Habana. En la provincia de Holguín existe un sitio arqueológico, El Yayal, del cual quedan solo los restos de su capa antropogénica y que fue en su tiempo una de estas concentraciones indígenas. De este sitio se han hecho varios estudios, y actualmente se considera como una posible reducción de grupos aborígenes. Dicho sitio solo se ha podido investigar a través de métodos arqueológicos debido a que no existen documentos sobre él.
El patrón habitacional de El Yayal es parecido al utilizado por los aborígenes agroalfareros de Cuba; esto se ha podido determinar recientemente por investigaciones hechas en el lugar[12: 187-250]. También se precisó que su verdadera razón de ser fue la concentración indígena organizada por los españoles dentro de la hacienda de Francisco García Holguín, y que posiblemente traían a los indios de las densamente pobladas áreas de Banes, cuyo acceso era difícil a los españoles sin que recibiesen la hostilidad de sus moradores autóctonos[13: 38].
En las múltiples excavaciones, realizadas en el lugar, se han exhumado una serie de objetos que fueron parte de la vida cotidiana de sus habitantes, tanto indios como españoles, donde podemos observar la simbiosis que debió originarse al convivir estas dos culturas. Ejemplo de ello tenemos, como herramienta de trabajo, un hacha petaloide de hierro martillado; vasijas de barro cocido, con formas españolas, pero confeccionadas con material y técnica aborigen; adornos colgantes, realizados en mayólica española policromada del siglo XVI; cuentas de barro que imitan las de cristal; cerámicas o vasijas indígenas con forma europea; y otros objetos[14: 63].
En su gran mayoría, los negros esclavos que llegaron en los primeros momentos del siglo XVI, se ubicaron en la servidumbre; pernoctaban con sus amos en las casas de vivienda, urbanas o rurales, o en áreas aledañas a estas; aunque no hay referencias es lógico pensar que pudieron convivir también en los caseríos indígenas de la época, ya que posteriormente utilizaron el mismo sistema de emplazamiento en su patrón habitacional.
En años posteriores, a medida que va aumentando la población negra, surgen otras formas de alojamiento, como el llamado conuco, que no era otra cosa que una pequeña parcela que se le proporcionaba al esclavo dentro de la propiedad rural, donde emplazaba su casa o bohío, tenía siembras y animales, y se autoabastecía. Estos conucos formaban a veces pequeños poblados, los que tomaban, como ya dijimos, la distribución de la población indígena originaria. La casa del esclavo negro recibía, interesantemente, el nombre de bohío, y el área central de concentración, el de batey; reiteramos que ambas palabras, así como conuco, son de origen indio[15: 98, 79, 187].
A finales del siglo XVIII, con el auge azucarero, se cambian algunos rudimentos del hábitat del negro esclavo, sobre todo la vivienda. Al consultar la obra de Moreno Fraginals[4], estamos de acuerdo con este autor en que hay tres etapas en el patrón habitacional de los negros esclavos en este momento, tanto en haciendas cafetaleras como azucareras. Primero, el amo ubicaba los conucos con sus respectivos esclavos en un área determinada de la finca, y luego estos se colocaban al arbitrio, generalmente, alrededor de una plaza central o batey. De esta forma el sistema de vigilancia era efectivo, todo esto se puede observar en la restauración del cafetal "La Isabelica", situado en la Gran Piedra, Santiago de Cuba[16: 25].
Con el esplendor azucarero de finales del siglo XVIII y principios del XIX, hay otro momento diferente en el asentamiento esclavo; la dotación, que ha aumentado y continúa aumentando considerablemente, necesita también más vigilancia; por esta razón, la distribución de la vivienda se realiza de otra forma, ya que en este momento se dan orientaciones en el trazado de la planta de la fábrica de azúcar. De aquí que ahora los bohíos de los esclavos se emplacen en forma de U, o sea, en dos líneas paralelas, con una plaza rectangular delantera y cerrada en uno de sus extremos por el bohío mayor, desde el cual se controlaba la "negrada".
A partir de 1830 cambia otra vez el status del esclavo. Se implanta el llamado barracón cerrado, hecho de cal y canto[4: 71], de forma cuadrangular, patio central y cuartos dispuestos a su alrededor; a estos cuartos también se les llamaba bohíos.
En este barracón se optimiza la posibilidad de vigilancia, ya que la huida de la dotación se hacía cada día más frecuente, "… el barracón fue el máximo baluarte de la barbarie esclavista"[4: 78], era un símbolo de piedra que se convirtió en una verdadera cárcel.
Debemos aclarar que es solamente en el occidente de la Isla donde realmente se empleará esta construcción que, en algunos casos, aun hoy día quedan en pie, como vivos ejemplos de un pasado oprobioso. Podemos citar muestras de estos inmuebles que se han conservado: en el poblado de Juraguá, provincia de Cienfuegos, se conserva uno con su fachada y estructura casi intacta; esta construcción presenta un segundo piso en su parte delantera. Otro caso es el barracón del ingenio Taoro, en la provincia Ciudad de La Habana, que fue objeto de excavaciones arqueológicas por el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias de Cuba entre los años 1968-1970.
El sitio arqueológico Taoro está enclavado en las afueras de la Ciudad de La Habana, en el camino que va desde la playa Santa Fe al poblado de Cangrejeras, hoy parte de la Agrupación G del Oeste, Plan Niña Bonita. Aquí se encuentran las ruinas de una antigua fábrica de azúcar, que debió ser en su tiempo de considerables proporciones; actualmente, solamente están en pie algunas viejas construcciones, como son el campanario y el barracón.
De acuerdo con la documentación existente en el Archivo Nacional, Testamentaria, Legajo 27 no. 13, este inmueble, desde 1851 hasta 1880, perteneció al Marquesado Duquesne, quienes le dieron el nombre de Taoro. Su último dueño, Don Pablo Pérez Zamora, Marqués de Duquesne, vendió este ingenio, en 1883, a la familia de Agustín Díaz.
La dotación era de 224 esclavos negros de ambos sexos, y una cantidad no determinada de chinos. La propiedad no solo abarcaba el ingenio, sino también un tejar llamado Zarate, la casa de vivienda y el cafetal San Miguel, por lo que la misma se extendía desde los actuales terrenos que ocuya la playa de Jaimanitas, la playa Santa Fe, hasta llegar a los llamados Bajos de Santa Ana, en la costa Noroeste de la Ciudad de La Habana.
Cuando se produce la guerra de independencia, este ingenio fue un baluarte de la reacción colonialista; por ello, el 7 de enero de 1895, las fuerzas mambisas del general Antonio Maceo, durante la invasión, lo pasó por la tea incendiaria.
En las excavaciones arqueológicas efectuadas, se abrieron pozos en diferentes áreas de esta casa de azúcar, en especial en los lugares donde estuvo emplazada la carpintería, la enfermería, el cementerio, y en lo que queda del campanario y el barracón.
Del trabajo realizado en el barracón se pueden explicar algunos aspectos, por ejemplo, se enmarcó la zapata para reconstruir su verdadero perímetro, y se llevaron a efecto algunas calas de prueba con el objetivo de lograr la mayor información del mismo. Se procedió a buscar los emplazamientos de almacenes, enfermería y carpintería; se destaparon y pudo comprobarse que habían sido destruidos por un intenso fuego, ya que en las excavaciones se observa, a unos 0,20 m de la superficie, la presencia de fuego en los sedimentos, así como el hallazgo de piezas quemadas, sobre todo botellas de vidrio fundidas por el calor. De la misma manera se exhumaron !casqui llos de balas, pomos de farmacia, diferentes tipos de botellas, cazuelas de barro rojo y de metal, entre otras cosas.
En el siglo XIX, al modernizarse la planta del ingenio, se cambia el formato del barracón, se mantiene su distribución, pero ahora se fabrica de cal y canto. En el caso del Taoro, que entra de lleno en esta época, el barracón es construido de este material y se utiliza la piedra de las canteras cercanas a la playa de Santa Fe.
En este momento concurrían varias disposiciones que exigían di mansiones y características determinadas en la ejecución de este edificio. El tamaño del bohío o alojamiento interior del esclavo, según dictamina el Reglamento para esclavos[17: 20], emitido por el Bando de Gobierno y Policía de la Isla de Cuba, promulgado en 1842 por el Gobernador, Gerónimo Valdés, debía tener proporciones muy definidas. En el Vademecum de los hacendados cubanos[18: 22], se exponen también reglas para la fabricación del mismo; sobre todo, se emiten criterios muy oportunos para la protección de la propiedad que estos inmuebles contenían, o sea, la vigilancia de los negros de la dotación que se encontraba en su interior. Una de estas precauciónes sugeridas era la concerniente a las puertas y su ubicación en el edificio, sobre todo la puerta principal, que se sugería fuera única. Sin embargo, el barracón del Taoro que poseía dos, no se ceñía a dichos consejos; una puerta se utilizaba para la entrada de los esclavos, en ella estaba instalado el torniquete, y la otra para el trasiego de carros y para el personal adjunto que vivía en el lugar, como eran el contramayoral custodio de los esclavos, los chinos, los trabajadores de la cocina, etc.
De acuerdo con lo propuesto por Pérez de la Riva[18: 358], en Cuba los barracones de los ingenios pueden haber sido únicos en su especie, pues no hay similares en el resto del Caribe, Venezuela, ni en el sur de Estados Unidos. En los lugares citados, estaban formados por un conjunto de chozas, donde vivían los esclavos, como se usó al principio y en las áreas orientales de Cuba. Algo semejante, pero no igual, fue con la "zenzala" brasileña, edificación para esclavos que nunca llegó a tener las proporciones del barracón cubano.
El costo de esta construcción alcanzaba a veces hasta 20.000 pesos oro, sobre todo los que poseían grandes proporciones. Es bueno aclarar que no todos los ingenios tenían barracón, aun en el occidente de Cuba, donde eran más comunes.
Estos edificios para esclavos solían tener entre 60 y 100 cuartos o divisiones internas; su aspecto exterior era uniforme v parejo, como una gran caja, de paredes lisas y estucadas, del color de la cal y, por lo general, con un segundo piso en la fachada. Al pareces, el del Taoro no tuvo segundo piso, pues en sus ruinas actuales no hay elementos que permitan acreditarlo así.
El barracón de esta casa de azúcar tenía alrededor de 60 habitaciones; esto se ha podido inferir de las ruinas existentes. Los bohíos o habitaciones para los negros eran aproximadamente de 2 X 3 m. La letrina interior, que se encontraba en el lado sureste, era de aproximadamente 4 X 5 m y quedaba fuera de la línea de construcción de los cuartos. Al noroeste estaba el aljibe — muy escaso en la edíficación de otros barracones —, con una capacidad aproximada de 14.000 galones de agua no potable. Los pisos del barracón del Taoro fueron de caliche apisonado, tanto los del patio como los de los bohíos. La ventilación era muy pobre; los cuartos tenían pequeñas puertas y ventanas que daban al interior del patio, pero al exterior no había generalmente nada. Podemos percatamos de que en el Taoro, como excepción, se presentaban orificios o airantes hechos con atanores o tubos de cerámica, colocados tanto en las posiciones delanteras como en la letrina.
Generalmente, en el centro del patio interior se encontraba la cocina con un cobertizo, bajo el cual tomaba los alimentos la dotación, en el barracón que estudiamos se presenta en esta forma. La techumbre del Taoro era de una sola agua, tapizado con tejas criollas producidas por un tejar llamado Zarate, que pertenecía a los mismos dueños de este ingenio; estas tejas están marcadas con una Z en la parte inferior de la paleta. El puntal de los muros era de 4,5 m en la parte alta y de 4 m en la baja, confeccionados de cantería cortada en bloques de aproximadamente 0,50 X 0,70 m, en general, se calcula que en este barracón habitaron unos 300 seres humanos, ya que solo de esclavos había 224, a esto deben agregarse los chinos, el contramayoral, el personal de cocina, la cebadora y los criollitos.
Efectuadas las excavaciones en diferentes pozos de prueba, sé ha exhumado en ellas una apreciable cantidad de objetos de la vida cotidiana de los moradores de este barracón, como, por ejemplo, pípas del siglo XIX, cuenta de collares, botonaduras de hueso de dos y cuatro orificios, amuletos colgantes, ollas de cerámica para la cocina, vajillas industriales de porcelana del siglo XIX (posiblemente europea), y otros objetos.
Anexa siempre a este conglomerado industrial azucarero de nuevo tipo, estaba la última morada de su principal trabajador: el cementerio esclavo. El esclavista, a fin de cuentas, no quería tener cargos de conciencia y le daba "cristiana sepultura" a quienes había avasallado en vida. El duerio del ingenio Taoro no se quedó atrás y, a unos 550 m al norte de la torre del campanario, encontramos un pequeño cementerio de unos 100 m, con muros de contención de 1,20 m de alto por 0,45 m de grueso, hechos de mampostería y con la siempre clásica "piña de ratón" en sus alrededores; dicha planta servía para proteger el lugar de las incursiones de animales. Esta ínfima parcela contenía, también hacinados, al igual que en el barracón, los restos de aquellos que por la fuerza habían sido traídos de tierras africanas.
En 1970, por vez primera en Cuba, se llevaron a cabo excavaciones sistemáticas y controladas en un cementerio de esclavos, las cuales fueron insertadas en el conjunto de trabajos antes mencionados, efectuados por la Academia de Ciencias de Cuba.
Antes de iniciar la excavación. y de acuerdo con la estrategía a seguir, tuvimos como objetivo detectar la forma de enterramiento y quiénes en verdad estaban enterrados en este cementerio: de acuerdo con esto se trazó una primera trinchera en dirección norte-sur, la que, a los pocos tramos de corte, detectó el osario central, de forma circular, con un radio de un metro, aproximadamente, y edificado en piedra no canteada. Se destapó en su totalidad y se exhumaron gran cantidad de huesos, que se veían muy deteriorados, y unas cuantas docenas de dientes humanos; entre estos dientes se encontraron varios mellados, o sea, limados en forma cónica, que fueron objeto de estudios posteriores, por ser esta usanza propia de los negros[19: 16].
En el extremo de esta larga trinchera, que alcanzó unos 3 m de largo por 1 m de ancho, se cortaron dos trincheras más en sentido este, las cuales nos dieron una visión de la forma de enterramiento, debido a que se encontraron alrededor de unos diez esqueletos; con esto, se pudo demostrar la arbitrariedad que primaba en el lugar al efectuarse el sepelio, ya que colocaban el cadáver en un hueco sin orden alguno, o sea, lo mismo enterraban a una persona en un espacio, que tiempo después colocaban otra encima o en parte del lugar que ocupaba la anterior: la profundidad de los entierros variaba entre 0,20 y 0,65 m, prácticamente a flor de tierra.
Se pudo constar que los entierros eran sin cajas, tal vez envueltos en sus propias mantas; en muchos casos se les mantenía la esquifacción, o sea. la ropa propia de los esclavos y se les permitía llevar sus avalorios y atributos religiosos. Se verificó, en seis de los entierros exhumados en las trincheras 2 y 3, la presencia de botones de hueso de dos orificios que petenecían a la camisa y el pantalón del esclavo, además, colgantes hechos con colmillos de perro, diferentes tipos de cuentas de variados colores, monedas perforadas, etc. Se pudo comprobar que los allí enterrados, en su gran mayoría, pertenecían a la raza negra, ya que solo se encontró un caso de asiático.
Otra variante en el hábitat esclavo, que se puede estudiar a través de las fuentyes arqueológicas, son los palenques. Cuando el negro huía de los lugares donde prácticamente estaba encarcelado, su único objetico era "coger monte" — la única posibilidad que tenía de ser libre —; al huir se volvía cimarrón y vivía entonces en lugares intrigados e inaccesibles, donde ni el rancheador, ni sus perros, pudieran encontrarlo. Esta nueva morada ha sido trabajada arqueológicamente por algunos investigadores, como Gabino La Rosa, en diferentes zonas de la Isla[20: 84-89] y Enrique Alonso, quien ha trabajado especialmente en la Sierra de los Órganos, en Pinar del Río (comunicación personal). Ambos han encontrado cuevas con evidencias de cimarrones, en especial Alonso, que halló objetos muy interesantes, por ejemplo, pipas de barro rudimentarias y con decoraciones muy similares a la cerámica africana; un peine de madera trabajado también con incisiones parecidas a las pipas, ollas de barro, calderos de metal, avalorios rituales, etc.; sin lugar a duda, objetos que acompañaron la precaria vida del esclavo prófugo.
Cuando los cimarrones se unían y se establecían en el monte, se formaban los llamados palenques. Como se ha demostrado existió una buena cantidad de palenques en Cuba, algunos de ellos tuvieron un larga duración[20: 84-89]. Aún están pendientes de realizar trabajos arqueológicos en algunos de estos lugares, para contribuir a determinar su patrón habitacional.
Referencias
[1] Saco, José Antonio. Acerca de la esclavitud y su historia. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982.
[2] Ortiz, Fernando. Los negros esclavos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
[3] Saco, José Antonio. Historia de la esclavitud de la raza africana en el Nuevo Mundo y en especial en países americo-hispanos. Imprenta de Jaime Jepiés, Barcelona, 1879, t. 1.
[4] Moreno Fraginals, Manuel. El Ingenio. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, t. 1.
[5] Domínguez, Lourdes. La esclavitud negra en Cuba durante el siglo XVI al XIX: fuentes arqueológicas para su estudio. Ponencia presentada en la Conferencia sobre la historia de la esclavitud en América, Academia de Ciencias de Cuba, 1979.
[6] Mongait, Alexandr. La arqueología en la URSS. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1960.
[7] Zajaruk, Yuri. "La herencia teórica leninista y la ciencia arqueológica". En Las ideas leninistas en el estudio de la historia de la sociedad primitiva, de la esclavitud y del feudalismo, Academia de Ciencias de la URSS, Editorial Lenguas Extranjeras, 1970.
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[9] Bartra, Roger. "La tipología y la periodificación en el método arqueológico". Revista Tlatani, Escuela Nacional de Antropología e Historia, no. 5, México, 1964.
[10] Franco, José Luciano. La presencia negra en el Nuevo Mundo. Cuadernos Casa de las Américas, no. 7, 1968.
[11] Tabío, Ernesto y Estrella Rey. Prehistoria de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, Ciudad de La Habana, 1979.
[12] Domínguez, Lourdes. "El Yayal". César Augusta. Publicaciones del Seminario de Arqueología y Numismática Aragonesa, no. 57 y 58, Diputación Provincial de Zaragoza, 1983.
[13] Ibarra, Jorge. "Las grandes sublevaciones indias desde 1520 hasta 1540 y la abolición de las encomiendas". En Aproximaciones a Clio, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1984.
[14] Domínguez, Lourdes. Arqueología colonial cubana: dos estudios. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1984.
[15] Zayas Alfonso, Alfredo. Lexicografía antillana. Imprenta Siglo XX, La Habana, 1914.
[16] Boytel Jambú, Fernando. "Restauración de un cafetal de los Colonos Franceses en la Sierra Maestra". Revista de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, época 5ta, diciembre, 1961.
[17] Pérez de la Riva, Francisco. "El barracón de ingenio en la época esclavista". En El barracón y otros ensayos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
[18] Pérez de la Riva, Francisco. "La habitación rural en Cuba". Revista de Arqueología y Etnología, año 7, época 2da, nos. 15 y 16, enero-diciembre, 1952.
[19] Rivero de la Calle, Manuel. "La mutilación dentaria en la población negroide de Cuba". Universidad de La Habana, serie ciencias biológicas, abril, 1973.
[20] La Rosa, Gabino. "Elementos para la reconstrucción histórica de los Palenques". Bohemia, año 76, no. 33, agosto, 1984.
Tomado de: LOURDES S. DOMÍNGUEZ, "Fuentes arqueológicas en el estudio de la esclavitud en Cuba". En La esclavitud en Cuba, La Habana, Instituto de Ciencias Históricas, Editorial Academia, 1986, pp. 267-279