Cuba

Una identità in movimento


La mulatización cubana

Elías Entralgo


Como es sabido, la presencia del africano negro data en America desde leo primeras décadas del siglo XVI. En Cuba se incremento su búsqueda y captura en África, su trasplante y esclavización a medida que fue aumentándose el desarrollo de la industria azucarera desde las últimas décades de ese centuria décimosexta.

Característica peculiar de la conquista española en América fue la de haberse realizado con la única presencia del hombre, y por ello, con exclusión de la mujer. De ahí que desde los más remotos tiempos se iniciara en estas sociedades una amalgama de razas, primero de hombres españoles con mujeres indígenas, y cuando estas se fueron extinguiendo, y no eran sustituidas por blancas, con negras.

Con ello nació y evolucionó un proceso de mulatización, muy significativo, que, en lo central, he interpretado, en otro lugar, del modo siguiente:

Regocijémonos de ser esí como el óleo, porque el mulato ha venido a constituir la tercera forma de liberación étnica, la más étníca de todas, por raciál y por nacional, restableciendo el equilibrio, un equilibrio dinámico — a veces de traslación rectílinea y uniforme, a veces acelerador — entre el blanco y el negro, y liberando el uno y el otro. El cubano blanco ante el mulato debe sentirse menos absoluto; el negro cubano ante el mulato menos inferior al blenco. El mulato ha venido como a liberar el blanco de su codicia, de su antigua iracundia y de su nueva soberbia, y el negro de su miseria, de su antiguo rencor y de su nuevo resentimiento. El papel más justo del mulato consiste, a mi juicio, en mirar con un ojo de comprensión hacia arriba y con otro de hermandad hacia abajo. A él le corresponde, por encima y por debajo de la Constítucion del Estado, el verdadero poder moderador y de solidaridad nacional.

El mulato ha representado la equilibrada historicidad en el sentimiento de Patria y la conciencia de Nación.

Por ese sentimiento mulato de patria se determinaría también la liberación étnica cubana no solo en el sentido racial, sino también en el nacional.

En el sentido racíal, aparecía con la virtud intrínseca de la posibilidad y la realidad de la amalgama, formada, por cierto, con mucho de las tres condiciones advertidas por algunos sociólogos positivistas para alcanzar lo homogéneo: no mucha desigualdad numérice de las razas en el cruzamiento; no mucha diferencia entre ellas por su carácter: mucho tiempo de enlace gradual y de idénticas influencias del medio. Aquellos cruzamientos continuados y estas mismas influencias ambientales iban deshaciendo los caracteres síquicos antiguos, dejando atrás las viejas razas antropósicas y trayendo el nuevo grupo histórico. Más de tres siglos bajo el mismo lenguaje y el mismo léxico, similares costumbres, parecidas creencias y semejantes aspiraciones habían ido promoviendo el acercamiento primero, las afinidades espirituales después, y una nueva comunidad étnica más tarde. El español, peninsular en lo telúrico, feudal en lo histórico, y el africano, continental en lo telúrico y tribal en lo histórico, abrían el paso al mulato, insular en lo telúrico, nacional en lo histórico.

Si nuestro cruce no fue tan variado como en otros sitios de América, ni ha contado con una nomenclatura de tipos raciales tan diversa, esa agregación ha sido ininterrumpida y muy extensa.

Blanqueado el negro y ennegrecido el blanco, españolizado el africano y africanizado el español, diluidos esos contenientes raciales conflictivos en la probeta de una telúria insular de estructura, dimensiones y colocación distintos a los demás del globo terráqueo, daría un producto diverso a sus elementos componentes, con caracteres diferenciales propios, al que podemos nombrar mulatidad, y el cual, fundándose en el sentimiento de patria, iría hacia la preconciencia de nación mediante la lucha contra el sometimiento político de los blancos y el social de los negros.

La nación cubana, como los niños de seis años, posee más sentimientos de comunidad que de personalidad, es externa, extravertida y vanidosamente sociable, más intuitiva que reflexiva, más impresionable que juiciosa, muy inclinada al espíritu de contradicción impulsiva, emocional, tan intensa como efímera en sus afeccíones, y por ello muy dada casi siempre al embullo y casi nunca el entusiasmo, apasionada o imaginativa desde lo exagerado hasta lo fabuloso, inconsciente en el momento de la mala acción, dominada por las reacciones bioquímicas y los instintos vegotativo-animales — y dentro de estos predominando la apropiación pronta, inmediata y concreta y la destrucción rápida, desde el derroche del dinero hasta el asolamiento de árboles y parques — más inclinada a preguntar que a averiguar, inquieta por temperamento, inconforme y quejumbrosa por hábito, con múltiples manifestaciones del complejo de inferioridad, con una concepción mágica del mundo, un concepto presencial del tiempo — a la vez amnésico e imprevisor —, con un sentido juguetón de la vida y con una mentalidad sincrética.

El estudio de la mulatidad puede dividirse en tres partes, mulataje, malatería y mulatez, conteniendo en la primera los caracteres inferiores, en la segunda los intermedios y en la tercera los superiores.


Originariamente, el contacto carnal del blanco dueño con su negra esclava, en el barracón o en la manigua, fue movimiento urgido por una necesidad orgánica. Aquello fue un acto de urgencia. Así brotó el amor improvisado y precipitado. Pero por la relación amplie y profunda, por las múltiples dimensiones que tiene el amor en la existencia, de ese primigenio mulataje sexual vendrían para la nacón cubana otras muchas improvisaciones y precipitaciones. De él procedería el que los cubanos entregaron el mero instinto, ajeno a todo idea de valor, a todo juicio, la realizacíon de no pocos hechos en la vida. Si el amor, el multígeno y casi pantógeno, y el amor se ha cumplido por la imposición rápida parte y la sumisión rápida de la otra, los engendros de ese amor tienen que ser desequilibrados y difundir desequilibrio; si se ha efectuado sin las formalidades con que una evolución multisecular e histórica lo dotó en la cultura a que se pertenece y se quiere pertenecer, no puede dar sino informalidad; si se ha realizado como algo mecánico, extraño a los altos entusiasmos del espíritu, no puede dejar tras sí otro resultado que la indiferencia, que entre nuestra gente se exhibe desde temprana edad por el típico encogimiento de hombros.

La mulatidad entra por el instinto, y se detiene mucho en ese paso primario, por lo morosamente que lo abarca el medio exterior, dinámico, y por la carencia de diversos estímulos que devienen con el crecimiento, la variedad y la complicación de las sociedades. Instinto tan fuerte, tan unilateral, tan obsesionante, acaba con la volición y hasta con la voluntad. De ahí, también, la amoralidad y el amoralismo. En el choque entre la ética metafísicas del español y la moral extremadamente sancionadora del africano, se destruirían las dos, quedando una situación nihilista, más allá del bien y del mal, sin obligaciones ni sanciones. En el lugar de espera para la elaboracíon de una nueva moral, yo la nombraría el limbo del relajo, vocablo este último de mucha resonancia en el léxico cubano, de muy variadas aplicaciones a distintas modalidedes de la vida. Podría sintetizarse su semántica en esta definición: estar fuera de la ley, de la norma y de la objetividad. Por un cuerioso hallazgo intuitivo del léxico cubano, dando un salto hacia atrás en el parentesco lingüístico, ataviza el relaxo del latín, que viene de re y laxo y muy clásicamente significa aflojar. Insistamos en eso: aflojar. Del conflicto entre el firme carácter del español y el fuerte temperamento del africano se ha restado esa flojedad del mulataje cubano, tan abundante en debilidad, caídas, manquedades y claudicaciones. En aquellas pocas zonas en que se supera ese abulia del mulateje, el ideal ético consiste en vivir con decoro, es decir, cubierto con el brillante manto de las formas.

De otro conflicto también, este entre el deísmo católico del español — místico en sus almas superiores, fanático en las suyas inferiores — con el fetichismo africano, saldría el escepticismo de nuestro mulataje, paralizador de la creación y de la acción, limitador del ambiente y enervador. No deja de estar transida de escepticismo la divinidad bifronte de los dos conceptos deterministas i mplicados en estas expresiones populares: "me puse dichoso", "estuve fatal".

De otro conflicto, éste entre el orgullo imperialista del español y la ira primaria del africano, el mulataje se deshace en una pasión débil, contempletiva, flaca, vacía, disipadora, pequeña, blanca, lánguida, maliciosa: la vanidad. Es pasión de niños, y entre cubanos está muy incitada desde la niñez. Es pasión de mujeres, y en la sociedad cubana son ellas las primeras en hacerla principiar y las que tienen más ocasiones para vivenciarla.

De otro conflicto igualmente, este entre el espíritu ahorrativo del español — producto, como en tantas otras regiones europeas, de la experiencia de las crisis económicas y del trabajo sobre tierras muy cansadas — y la falta de sentido dinerario del africano, por su tradición económica de trueque, resulta el malgasto y el despilfarro.

Como consecuencia de tal encuentro se derivan otros defectos que también hay que cargar a las cuentas del mulataje: la inseguridad personal, la inestabilidad siquíca, la veleidad, la insatisfacción, las partículas de resentimíento picajoso, los actitudes oblicuas, la sospecha maliciosa, la divagación mental, la fantasía volátil, algún mal gusto estrepitoso...


La mulatería ya no es la inercia, sino la estática de la mulatidad. Es un conjunto de condiciones no muy positivas, pero que toleran elementos de mejoramiento y progreso. Están presididas por factores mesológicos, por el instinto de adaptación a un ambiente en que se ha creado ese mulatidad, y al cual ella vuélvese en deseo interpretativo, para el entendimiento con él a través de diversas posibilidades. Es la fase donde más se revela el valor transicional de la mulatidad, su condición de camino hacia una forma más orgánica, estable y constructiva.

Ese instinto de adaptación, por que el cubano se abre paso en todas las latitudes, causa primigenia y primordialmente un gran amor a la vida y a lo que de modo más elemental la denota. De ahí, en primer término, el vivío, que es irse sosteniendo económicamente, estirar la subsistencia, sin grandes preocupaciones de adelanto colectivo ni siquiera personal, sino mediante algún acomodo que resuelva cierto número de necesidades con el menor esfuerzo posible. Hay algo de originaria devoción al primero de los bienes, el de la vida, en el vivió, aunque en definitiva su saldo total sea más adverso que favorable. Por el vívío viene la viveza. En la viveza está presente la inteligencia humana, el vivo jamás es un cretino; pero no las altas facultades de la mente.

El espíritu mulatero del cubano está en un clarooscuro equidistante de la genialidad y de la tontería. Por eso, de los tres ciclos de la temporalidad el que escoge es el presente, el intermedio entre el ayer y el mañana. Por no descender a la estulticia ni ascender a la genialidad, se queda en el ingenio, un ingenio verbal y verboso, locuaz, destemplado, hipercrítico, maldiciente, no exento de petulancia, ampuloso, enfático, estruendoso.

La mulatería, antítesis del mulataje, saca virtudes de defectos. Así, contrapuntos del escepticismo son la flexibilidad, la tolerancia, la benevolencia, la concepción relativista de la verdad.

El serio empaque arrogante del español ante la carcajada franca y estrepitosa del negro se refrecta en el risueño regocijo del mulato y se da a luz el choteo.


La mulatided sustenta e impele rasgos de mejoramiento en ciertos procesos de su siquis. Ella se mueve con dinámica constructiva y creadora, desde el instinto, pasando por la imaginación, el sentimiento, la sensibilidad, la volición, y llegando hasta la inteligencia reciocinadora. Casi todos las hazañas colectivas de la cubanidad han sido mulatas.

La hazaña del instinto es la mujer mulata. Con sus derivaciones o asimilaciones de prieta o trigueña es, sin duda, un tipo bellísimo y hermosísimo de mujer, y como tal ha adquirido fama en el mundo. La mulata es arte creado por la naturaleza de Cuba, pero a su vez recreado por aquella cuando se limpia, cuando se compone, cuando se pinta la faz — no así los labios y las uñas — y cuando con sonrisa atractiva se pasea por la sociedad.

La más alta hazaña cubana de la imaginación, la que ha logrado nuestro único mito literario, Cecilia Valdés, es también mulata.

Nuestra hazaña del sentimiento religioso, convertida por la imaginación en leyenda, es la de la Virgen de la Caridad del Cobre, que está rodeada y cubierta de símbolos y silmbolizaciones de mulatez por los cuatro puntos cardinales.

Otra hazaña de la imaginación, en esta andanza combinada con la sensibilidad estética, es predominantemente mulata: el arte musical, o sea, nuestro más dilatado valor exportativo en la zona del espíritu. Desde centurias atrás fueron incorporándose las coplas blancas españolas y los rasgueos negros africanos. Ya desde principios del siglo XIX el baile popular era la fragua en que se caldeaban los aires andaluces, los boleros, las tonadillas, las contradanzas francesas con el oído musical y la capacidad rítmica del negro — que no les negara ni el conde de Gobineau — para forjar composiciones nuevas.

La gran hazaña volitiva, la más extensa y trascendente realizada por los cubanos, hasta las vísperas de la actual Revolución, la Invasión, fue igualmente heroico e ilustre acontecimiento mulato. Lo fue en lo que tuvo de colectividad común y de individualidad representativa; lo fue por lo objetivo y por lo subjetivo.

El pensamiento cubano, desde las postrimerías de la centuria decímo octava hasta el final del primer tercio de nuestro actual siglo, está lleno de ecléctica mulatez.

Quién sabe una orientación adecuada de la educación y de la enseñanza en nuestra patria consistiría en oensurar el mulataje, mejorar la mulatería y estimular la mulatez.


Tomado de: LÁZARA MENÉNDEZ, Estudios Afro-Cubanos. Selección de Lecturas, vol. 1, La Habana, Universidad de La Habana, 1990, pp. 174-183


Cuba. Una identità in movimento

Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

© 2000-2009 Tutti i diritti riservati — Derechos reservados

Statistiche - Estadisticas